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La toxicidad de Cristina

La frase “Cristina siempre tiene razón” se vuelve una especie de mantra identitario. Pero en su aparente fidelidad late una paradoja: aquello que comenzó como una expresión de lealtad política puede convertirse en un obstáculo para la autocrítica y la renovación.

Como Raúl Alfonsín con Fernando De la Rúa o Carlos Menem con Eduardo DuhaldeCristina Kirchner prefiere competir con Axel Kicillof o mañana con cualquier otro referente peronista que pudiera sucederla, que hacerlo contra Javier Milei. Se alegra más de lo que sería una derrota del peronismo en la provincia de Buenos Aires para poder asignársela a Kicillof que de una derrota de La Libertad Avanza.

En septiembre, cuando el justicialismo fue claro triunfador en la provincia de Buenos Aires no celebró, tampoco el presidente del PJ bonaerense, su hijo, participó del acto de festejo en La Plata. En cambio, este domingo salió al balcón de lo que ya es más un lugar de exposición que un lugar de encierro, para, precisamente, exponer rítmicamente su alegría cuando se avizoraba que el peronismo no estaría ganando la provincia de Buenos Aires. Celebra más una derrota de Kicillof que una de Milei, cumpliendo el axioma de Sigmund Freud sobre el narcisismo de las pequeñas diferencias, vulgarmente expresado en “peor es la astilla del mismo palo”.

Freud describió el narcisismo de las pequeñas diferencias como esa pulsión que lleva a los miembros de una misma comunidad a enfrentarse entre sí con mayor ferocidad que contra los enemigos externos. En el fondo, esas disputas no nacen de la diferencia, sino de la cercanía: el otro se vuelve insoportable precisamente porque se le parece demasiado

Alfonsín murió en 2009 después de 30 años de haber dejar la presidencia a los 82 años. Menem murió en 2021 después de 32 años de haber dejado la presidencia a los 91 años. Cristina cumplirá 30 años de haber dejado su presidencia recién en 2045: faltan 20 años y 5 periodos presidenciales. Demasiado tiempo para que la política argentina continúe girando a su alrededor.

La inmediata aparición del tuit de su hija putativa, Mayra Mendoza, insinuando en propio domingo que había sido un error de Kicillof desdoblar la elección adjudicando una equivocación antes del conteo final y asumiendo como cierta la hipótesis de que se habría obtenido más votos unificando ambas elecciones, transmite la imperiosa necesidad de ver un error y comunicar, aunque sea contraproducente para su propio partido político.

Aprovechando el triunfo del oficialismo en Santiago del Estero, Mendoza sostuvo que “con una sola elección era posible”, sin mencionar que nada tiene que ver con las elecciones legislativas del resto del país porque en Santiago de Estero se elegía gobernador. Su mensaje, difundido en redes sociales, fue interpretado como un nuevo pase de factura dentro del peronismo, donde La Cámpora busca reinstalar la idea de que Cristina “tenía razón” al advertir sobre los riesgos de separar los comicios.

Hoy, a 60 horas del fin del comicio, el conteo final de votos se debate sobre quién fue el ganador, habiendo una mínima cantidad de votos en discusión, lo que podría generar la patética paradoja de que Diego Santilli se hubiera pelado innecesariamente, porque finalmente Jorge Taina le gana o le empate. En cualquier caso, un empate técnico por diferencia de decimales. Es más, Taiana habría obtenido 41% de los votos provinciales, contra 32% de Néstor Kirchner en 2009 y 37% de Cristina Kirchner en 2017.

Analicemos una tabla que compara las elecciones legislativas del PJ desde 1985. Justamente, la compartió Mayra Mendoza para mostrar que la mejor elección fue la de CFK en 2005, pero además revela otras cosas.

Elecciones PJ

Es llamativo que, aún en su mejor elección, cuando CFK obtuvo 46% en 2005, con el 77% de participación, la cantidad de votos totales fue de poco más de tres millones. Taiana obtuvo un 40% con tres millones y medio de votos.

Es claro que las elecciones se miden porcentualmente, porque lo que se pelea es representación, pero los números absolutos revelan otros elementos: los cambios generacionales, la incorporación de nuevos jóvenes a la vida política, y el desgaste histórico de las fuerzas políticas.

Tomado en términos absolutos, en cantidad de gente, Taiana movilizó más gente a las urnas a votar por el peronismo que todas las opciones históricas anteriores. Es llamativo. Quizás esto indique que la derrota se debe más a cambios epocales, generacionales, que hablan del desgaste histórico o de límites, en términos absolutos, del peronismo como fuerza dominante.

Mayra Mendoza con su tuit o Máximo Kirchner con sus gestos mientras el domingo en el acto hablaba Kicillof son dos hijos, uno político y otro de sangre, con los que Cristina Kirchner aspira estirar su ciclo vital, vampirizando simbólicamente la generación de sus descendientes.

Juan Grabois es otro de los elegidos para competirle etariamente a Kicillof y su último engendro fue postular a Juan Manuel Urtubey en Salta a ver si podía instalar otro pre-presidenciable 2027 que le compita al gobernador bonaerense.

Cuando Axel Kicillof le agradeció a los intendentes, Máximo Kirchner hizo un gesto de indignación. Es como el gesto de un nene caprichoso, o de un alumno que se porta mal y hace caras para sus compañeritos cuando la maestra da lección. Tanto estos gestos como Cristina bailando en el balcón, parecen mensajes más para la propia tropa, para sus seguidores acérrimos, que para el conjunto del movimiento peronista o los ciudadanos.

Uno de los dirigentes sindicales a los que les cayó mal la reacción de Cristina tras el resultado electoral fue el secretario general de la CGTHéctor DaerAdemás, el dirigente defendió el desdoblamiento. diciendo que así se garantizaron los cargos en los “consejos deliberantes” y el poder territorial en la Provincia de Buenos Aires. En una entrevista este martes en Radio con Vos, dijo: "No lo puedo creer porque considero que Cristina es una persona inteligente. Estábamos perdiendo la elección".

La intendenta de Quilmes insinuó que un comicio unificado en Buenos Aires habría significado un triunfo como en Santiago del Estero. Pero Mayra Mendoza fue quien tiró la primera piedra interna apenas cerraron las urnas, saliendo a cuestionar el desdoblamiento electoral con otro mensaje que es aún más llamativo desde la lógica de pensamiento del núcleo duro del kirchnerismo. Mediante un tuit, escribió: “El Conurbano va a salvar a la Patria y Cristina Kirchner tenía razón, no importa cuando leas esto”.

Mayra Mendoza

El mito del líder infalible es, en el fondo, una forma política de pensamiento religioso. Supone la existencia de una figura que no yerra, que ve más allá de los demás y que, por tanto, debe ser obedecida antes que discutida. Desde la filosofía crítica -de Immanuel Kant a Hannah Arendt- se advierte que esa suspensión del juicio individual es la antesala del autoritarismo: cuando la razón se subordina al carisma, la política deja de ser un ámbito de deliberación para volverse una escena de fe. El líder infalible no necesita tener razón; basta con que su palabra se vuelva la medida de la verdad. La verdadera fuerza política, decía Antonio Gramsci, nace del debate, la lucha por la hegemonía y la crítica, no de la obediencia ciega.

La frase “Cristina siempre tiene razón” se vuelve una especie de mantra identitario. Pero en su aparente fidelidad late una paradoja: aquello que comenzó como una expresión de lealtad política puede convertirse en un obstáculo para la autocrítica y la renovación. En términos filosóficos, es el riesgo de confundir la verdad política -siempre dinámica, contextual y construida colectivamente- con una verdad revelada, que no admite matices ni revisiones.

La obsesión de Cristina Kirchner por perpetuarse condena al peronismo a ser una minoría intensa, como dijo en Modo Fontevecchia Hugo Yasky, secretario general de la CTA, que también defendió la táctica de haber desdoblado las elecciones, porque, en sus palabras, le permitió al peronismo ganar el territorio en cada municipio al costo menor de haber perdido uno o dos diputados más.

Yasky sostuvo que el peronismo debe priorizar la preservación de su poder, que se basa justamente con esas conexiones territoriales y sindicales, estrategia que contrapone a la excesiva dinámica polarizadora que imponen los medios y las redes, terreno en el que los libertarios actúan como peces en el agua. Y lógica en la que parecen haber caído Cristina, Máximo y Mayra, con los gestos y mensajes que se viralizaron, logra el efecto contrario. “Si perdemos ese poder territorial, corremos el riesgo de convertirnos en una minoría intensa”, sostuvo el dirigente.

Yasky y Mendoza representan dos visiones opuestas. Mientras una se refugia en la certeza de la líder infalible, el otro advierte precisamente sobre el peligro de cerrarse y convertirse en un grupo muy convencido de sí mismo, pero progresivamente alejado de la realidad social que dice representar. Su alerta no apunta solo a la táctica electoral, sino al alma misma del movimiento: la necesidad de seguir siendo un entramado vivo, capaz de escuchar, adaptarse y dialogar con las nuevas sensibilidades sociales.

Si lo vemos desde la filosofía política, podríamos decir que toda comunidad política enfrenta este dilema: la tensión entre conservar su identidad y doctrina, o abrirse para adaptarse. La fidelidad a un dogma sostiene la identidad, pero tiende al sectarismo; la apertura garantiza la supervivencia, aunque también corre el riesgo de convertirse en oportunismo si se diluyen demasiado las ideas o doctrinas iniciales. La clave de la política correcta es justamente mantener un equilibrio entre ambos polos.

Aristóteles llamó a ese equilibrio el “término medio” (mesotés), y lo definió como el punto de virtud entre dos extremos viciosos: el exceso y el defecto. En "Ética a Nicómaco", explica que la virtud no consiste en eliminar las pasiones o los impulsos, sino en regularlos conforme a la razón, “como decidiría el hombre prudente”. Así, la valentía, por ejemplo, se sitúa entre la temeridad y la cobardía; la generosidad, entre la prodigalidad y la avaricia. Lo esencial del término medio además de la moderación por sí misma, se refiere a la proporción justa: actuar de acuerdo con la medida que exige la circunstancia concreta.

Trasladado al campo político, el término medio implica evitar tanto el fanatismo ideológico como el oportunismo vacío. Una comunidad virtuosa, como un individuo virtuoso, debe sostener principios firmes sin convertirlos en dogmas, y adaptarse a la realidad sin traicionarse. Sin debate, sin error, sin la posibilidad de que incluso Cristina, como cualquier figura histórica, se equivoque, el peronismo deja de ser movimiento y se convierte en una secta.

Desde el punto de vista de sus seguidores más acérrimos, Cristina enfrenta una condena injusta y está proscrita. Quienes la idolatran sienten esa injusticia en carne propia. Y también ese punto de vista tiene cierta épica que puede incluso justificar la derrota para mantenerse firmes en una posición digna. “Perdemos porque todo el sistema está contra nosotros, nos proscribe y encarcela, es injusto”, podrían decir.

Pero esa indignación, que puede ser motor de una fidelidad militante y funcionar como “reivindicación” o solidificar a nuevos adeptos, no necesariamente convence más allá de los ya convencidos. No alcanza con levantar un monumento a la líder: para ganar, hay que conquistar a los indecisos.

Y cuando no se encuentra la manera de hacerlo, incluso dentro del propio espacio se empieza a perder la hegemonía. El sector cristinista se cierra aún más en su propia reafirmación, tildando a los demás de infieles u oportunistas, y esta actitud tensa la interna del PJ.

Uno de los que con más firmeza expresó críticas fue Gustavo Sáenz, quien apuntó contra Cristina Kirchner por las intervenciones del PJ en varias provincias del norte, acusándola de “querer convertir el partido en una pyme familiar”. El gobernador salteño sostuvo que esas decisiones, tomadas “a dedo” para imponer candidatos de La Cámpora, provocaron la pérdida de todas las bancas que el kirchnerismo tenía en Salta, Jujuy y Misiones, remarcando que el peronismo local pasó de tener un diputado y dos senadores a no conservar ninguno.

El mandatario apuntó también contra Sergio Berni, designado por Cristina para intervenir el PJ salteño, a quien acusó de “falta de olfato político” por haber desplazado a referentes con peso territorial, como Sergio “Oso” Leavy. Según Sáenz, la intervención impuso la candidatura de Urtubey con la intención de captar parte del electorado provincial, pero la jugada terminó beneficiando a los libertarios.

En paralelo, dirigentes cercanos al gobernador señalaron que Cristina bloqueó un posible acuerdo con Fuerza Patria, negándole a Sáenz incluso la posibilidad de sumar un diputado. Tras la derrota, Sáenz profundizó sus críticas exigiéndole a la expresidenta que “se haga cargo de algo” y le devuelva los PJ intervenidos a sus autoridades legítimas. "La señora intervino el PJ y se quedó sin nada en las nacionales", declaró el gobernador.

En el mismo sentido, ayer la sede del PJ bonaerense amaneció con carteles pegados que decían: “Devuelvan el PJ a los peronistas, basta de herederos y bendecidos”. Cabe una salvedad: el medio que levantó esta noticia es La Derecha Diario, afín al gobierno actual. Con la dinámica actual de campañas en redes sociales y fake news, nunca se puede corroborar el origen de este tipo de carteles apócrifos. Sin embargo, seguramente el mensaje exprese lo que sienten algunos sectores del partido, como el gobernador de Salta.

Cada salida al balcón de Cristina, cada tuit con "Che, Milei", cada acción suya para colocarse en el centro de la escena como principal antagonista con Milei lo único que logra es potenciar a Milei y jibarizar a cualquier eventual sucesor.

El gran dilema del peronismo es el antikirchnerismo. Es que la combinación de cualquier candidato con Cristina da kirchnerismo y un 60% de la sociedad vota antikirchnerismo.

Si Cristina aceptara retirarse, pedir su traslado de prisión domiciliaria al Calafate, por ejemplo, gozando de un entorno más espacioso, aumentaría las posibilidades de que peronismo regrese al poder y hasta se pudieran generar las condiciones para eventuales revisiones de su condición jurídica. Su empecinamiento por no salir de la escena condenará al peronismo y a ella misma pero el narcisismo es más fuerte que cualquier pragmatismo.

Por el contrario, prefiere aferrarse a que en Ciudad de Buenos Aires Mariano Recalde obtuvo 2% más de votos que Leandro Santoro en mayo pasado, siendo Recalde un explícito y confeso camporista mientras que Santoro, filo alfonsinista, disimulaba su pertenencia al kirchnerismo. Ese dato confirma en su imaginario que el éxito electoral vendría de radicalizar más la visión del kirchnerimso dentro de PJ y no lo contrario de orientarse al centro como ya intentó infructuosamente con Daniel Scioli, Alberto Fernández y Sergio Massa, en una apuesta por el aceleracionismo.

Pero al mismo tiempo, inhibe la emergencia de “nuevas canciones” como las que intentó comenzar a esbozar Kicillof. Recordemos que, cuando lo dijo, quedó como “blasfemo” ante el círculo íntimo de Cristina Kirchner por sólo proponer una tímida renovación. Como alguna vez dijo Massa: la única forma de jubilar a Cristina será ganarle en las urnas en una interna. Massa ahora, en otro ciclo vital, propone unidad.

Así como en algún momento desde el peronismo aportaba a la campaña del incipiente Milei, ayudándolo con todo tipo de recursos, pensando tácticamente que eso perjudicaba al macrismo y beneficiaba al peronismo, la mejor inversión del antikirchnerismo hoy es contribuir a que el protagonismo de Cristina no cese.

Se ha demostrado que la campaña del “riesgo kuka” es efectiva, y es una lección que no sólo aprendió Milei, sino Donald Trump. Tan efectiva que hasta se está empleando en Estados Unidos, cuando se les dice a los demócratas “american peronists” para desautorizados.

Hoy es mucho más fuerte el antikirchnerismo o el antiperonismo que el anti Milei. La estrategia electoral del peronismo de “parar a Milei” es un error, porque en esa polarización, la estrategia de La Libertad Avanza de “parar al kirchnerismo” es mucho más potente.

Si Milei exageró cuando dijo que él “metió presa a Cristina” entendiéndolo generosamente como que no hizo alegato de oreja en la Corte Suprema para que siguiera posponiendo su definición, podría no estar exagerando, alegando frente a la Cámara Federal, perdiendo con indulgencia el protagonismo de proselitista de Cristina con su balcón.

Un artículo publicado en La Nación compara la condena a CFK con la de Nicolas Sarkozy, condenado en 2021 por corrupción y tráfico de influencias, quien cumple su pena, desde octubre de 2025, en el formato de prisión efectiva en La Santé, en París. Antes había pasado por arresto domiciliario con control electrónico, tras un proceso judicial que respetó los tiempos institucionales y la independencia del Poder Judicial. Su caso se presenta como ejemplo de cómo un Estado de derecho aplica la ley incluso a sus expresidentes, sin privilegios ni excepciones.

Las consideraciones de la justicia hacia Cristina terminan expresando una lógica que debilita el principio de igualdad ante la ley y refuerza la percepción de impunidad, especialmente cuando las decisiones judiciales son interpretadas políticamente y no como actos autónomos de la justicia. Y esto, contradictoriamente, hace que las características de la condena perjudiquen su imagen ante la sociedad en lugar de fortalecerla, como creen sus seguidores.

En Brasil, a Jair Bolsonaro le impidieron hasta el uso del celular y previamente a Lula da Silva lo tuvieron casi dos años prácticamente incomunicado en una cárcel común. Pero Lula, como Nelson Mandela, es de aquellas personas que cuando más se ataca más se agranda. Y Cristina no es Lula, desgraciadamente para la Argentina.

Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi

Por Jorge Fontevecchia