La decisión de una parte de Juntos por el Cambio de apostar por la derecha radicalizada estaba cantada y era independiente de los resultados de las elecciones. Lo que hoy parece un golpe de timón es parte de un largo proceso cuyo resultado es aún incierto: la confluencia entre las derechas mainstream y las radicalizadas. ¿Qué escenarios se abren a partir del 19 de noviembre? Hay argumentos, dice Sergio Morresi, para pensar que la derecha radicalizada tiene chances de continuar siendo una fuerza relevante aún si fracasa en las elecciones de 2023.
En las elecciones generales de octubre de 2023 la coalición Juntos por el Cambio (JxC) quedó en tercer lugar y excluida del balotaje. Formada a lo largo de 2015 a partir de la confluencia de espacios y dirigentes políticos que tenían en común su oposición frontal al kirchnerismo, esta alianza aparece hoy a punto de estallar tras la decisión de la derrotada Patricia Bullrich de brindar apoyo explícito al candidato de la derecha radicalizada, Javier Milei. El problema no solo atañe a JxC, el partido Propuesta Republicana (PRO) también está al borde de la atomización. La posición adoptada por Bullrich, y especialmente por el fundador de PRO, Mauricio Macri, lleva a todo el espacio que solía ubicarse en la centroderecha a aventurarse en terra incognita, el área que en los mapas antiguos se solía señalar con la expresión latina hic sunt leones (aquí hay leones) para advertir que este territorio permanecía inexplorado y podría albergar peligros. A medida que JxC se interna en ese sector del mapa poblado por animales feroces, es toda la cartografía política argentina la que experimenta una transformación acelerada. Más allá de la fragmentación del campo opositor, que por cierto no debería ocultar que en el oficialismo las pugnas fratricidas no brillaron por su ausencia hasta hace pocas semanas, la apuesta de Macri por un gobierno de La Libertad Avanza (LLA) parece fortalecer la normalización de lo que se avizoraba excepcional: la derecha radicalizada podría seguir formando parte de la escena aun si en las elecciones de noviembre resultara derrotada.
Este escenario era esperable: la decisión de una parte de JxC de apostar por la derecha radicalizada estaba más cantada que “Despacito” y era independiente de los resultados de las elecciones. Más allá de las declaraciones y los recurrentes guiños del último año del ex-presidente y la candidata presidencial de los (así llamados) “halcones”, vale la pena mirar un poco hacia atrás para evocar varios de los mojones que pavimentaron el camino hacia la convergencia.
Algunos de los cambiemitas que hoy se abrazan a LLA fueron los primeros en expresar una perspectiva revisionista sobre la década de 1970. En 2017 fue el presidente Macri el que se refirió al plan sistemático de la dictadura como una “guerra sucia” y puso en discusión el número de desaparecidos. Un año más tarde, en la medida en que los problemas económicos arreciaban, se abandonó el zigzagueo y la ambigüedad “más allá de la derecha y de la izquierda” que había caracterizado los inicios de PRO y se fue afianzando un diagnóstico según el cual la experiencia de Cambiemos no estaba alcanzando el éxito que sus líderes habían dado por descontado por culpa de los sectores dialoguistas o insuficientemente reformistas de su propio espacio. En 2019, la ministra Bullrich buscó dar brillo a su propia gestión en materia de seguridad erigiéndose en “maestra” de la política que prometía desplegar Jair Bolsonaro en Brasil. En 2020, algunos “halcones” (que en 2023 apoyaron distintas fórmulas presidenciales) firmaron, junto con los dirigentes de LLA, la Carta de Madrid impulsada por el partido Vox de España con el objeto de reunir a los sectores comprometidos con la lucha contra la “amenaza comunista” del Grupo de Puebla y el Foro de São Paulo. Durante 2021, en vista a las elecciones de medio término, se inició un cortejo de las ideas, los discursos y los integrantes del heterogéneo ecosistema local de derechas alternativas, radicalizadas o extremas que había estado creciendo por debajo del radar, como sostuvo Pablo Stefanoni. Finalmente, en 2022 Bullrich fue la única dirigente política que coincidió con Milei en negarse a repudiar el atentado contra la vida de la vicepresidenta Fernández de Kirchner.
La convergencia entre fuerzas de centroderecha y derechas radicalizadas no es una particularidad criolla.
El racconto, tan sesgado como incompleto, sirve para mostrar que lo que hoy aparece como un golpe de timón de “la fórmula que ganó las PASO” en JxC o se explica como una decisión desgarradora pero necesaria para evitar la neutralidad y continuar la lucha contra el populismo es en parte fruto de un proceso largo cuyo resultado es aún incierto: el de la confluencia entre las derechas mainstream y las radicalizadas.
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La convergencia entre fuerzas de centroderecha y derechas radicalizadas no es una particularidad criolla ni se debe a que nuestras derechas sean menos “nacionalistas” que las de otros países o a que su compromiso con la democracia liberal sea más reciente que en otras regiones. En realidad, con distintas modulaciones, se trata de una dinámica extendida.
A mediados de la década de 1990, cuando aún circulaban los discursos sobre el final de la historia y la tercera vía, algunos politólogos llamaron la atención sobre el crecimiento de la extrema derecha en Europa. Se habló entonces de una “tercera oleada” derechista de posguerra, con características que distinguían a los nuevos partidos de las experiencias neofascistas de los primeros años posteriores a la derrota del eje. También de fenómenos en la línea del poujadismo de los años 1950-1970.
Esta nueva ola de los años 1980-1990 mostró que los partidos y los liderazgos de derecha extrema que impulsaban agendas xenofóbicas como respuesta al desempleo y a la inmigración podían alcanzar suficiente volumen como para ganar gobiernos locales, escaños en los parlamentos e incluso formar parte de los gabinetes. Sin embargo, la respuesta de la mayoría de los países y de la propia Unión Europea fue la de trazar límites al avance de estas fuerzas.
Pero algo cambió en el siglo XXI. Algunos de los partidos que habían crecido en el período anterior y nuevos emprendimientos políticos con una agenda en la que se mixturaban el nativismo, el iliberalismo y el autoritarismo mostraron un fortalecimiento que, a pesar de los altibajos, era sistemático. Aún más importante que ese crecimiento fue el despliegue de una dinámica en la que esos partidos dejaron de ser una patología normal, una dolencia crónica pero encapsulada, para convertirse en parte del paisaje y acicatear una normalidad patológica en la que la derecha mainstream y las derechas extremas convergían en cuestionar al menos parte de los principios básicos de la democracia liberal de posguerra. Los discursos, las actitudes y las propuestas políticas excluyentes y contrarias al pluralismo dejaron de estar en los márgenes porque la regla que se afianzó fue la radicalización de las derechas tradicionales más que la moderación de los extremismos.
En los últimos diez años se hizo patente que eso que sucedía en Europa avanzaba también en otras latitudes: de Estados Unidos a la India y de las Filipinas a Brasil. Sin embargo, eso no sucedía en Argentina, que siempre se precia de ser un caso excepcional e inclasificable.
En el país del peronismo y del juicio a las juntas se sostenía, con cierta lógica, que estas derechas radicales nunca podrían tener lugar por la resistencia que sus ideas encontrarían en un tejido social anudado por organizaciones sindicales, movimientos sociales, organismos de derechos humanos y consensos compartidos desde 1983. Por otra parte, en términos estrictamente políticos, la presencia de un peronismo escorado hacia la centro-izquierda y un polo no-peronista ubicado a la centro-derecha no dejaban resquicios para que las derechas radicales avanzaran. Ahora es claro que esas particularidades, cuyo carácter único y unívoco bien cabría reconsiderar, no conformaban las barreras infranqueables en las que muchos confiaron. Argentina, después de todo, no es tan excepcional.
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Los factores que se entretejieron para permitir el crecimiento vertiginoso de un partido de derecha radicalizada en Argentina son múltiples pero vale la pena detenerse en el panorama que se abre con los resultados de las elecciones de 2023 y poner en perspectiva algunas de los escenarios que se abren a partir del apoyo que el ex-presidente Macri le ofrece al candidato de LLA.
La primera hipótesis toma el resultado que hoy parece menos probable, aunque no del todo inverosímil. ¿Qué podría pasar en el hemisferio derecho de la política si los resultados de la segunda vuelta electoral mostraran que, aun de manera pírrica, Milei será el que asuma como presidente justo el día en que los argentinos vamos a celebrar cuarenta años de democracia ininterrumpida? Si la apuesta de Macri resultara la ganadora, es probable que el proceso de acercamiento que comenzó en 2018, se reforzó durante la pandemia y se hizo aún más claro a lo largo de la campaña electoral de 2023 termine de desplegarse. Se tratará, de todos modos, de una convergencia de derechas con un orden distinto al que había sido planeado, cuando JxC descontaba que sus candidatos se impondrían con comodidad y el líder de LLA se vería obligado, aun con reluctancia, a sumarse a una nueva ola amarilla.
Ahora los roles de los actores cambiaron: es una parte de PRO —y en menor medida de otros espacios de JxC— el que debe hacer un aporte al que quedó habilitado para competir en la segunda vuelta. Y ya no se trataría apenas de brindar apoyo al caballo que sigue en carrera sino de acordar de qué manera Macri y sus aliados se insertarán en ese gobierno encabezado por LLA. No solo deberían mudarse los votantes sino también los cuadros políticos en un gobierno que probablemente sería aún más coalicional que el que encabezó Macri entre 2015 y 2019. Los sectores de JxC más reluctantes a acercarse a la derecha radicalizada podrían encontrarse formando parte de una oposición heterogénea, pero con la capacidad de frenar algunas de las iniciativas del tándem Milei-Macri. Cabría preguntarse si, en esta hipótesis en la que LLA gana las elecciones, algunos (¿cuántos?) de los que hoy afirman su decisión de oponerse con firmeza no podrían sentir el urgente llamado de correr en auxilio de los vencedores, como suele decir Jorge Asís.
Los partidos de derecha dejaron de ser una dolencia crónica pero encapsulada para convertirse en una normalidad patológica que cuestiona parte de los principios básicos de la democracia liberal de posguerra.
La segunda hipótesis es que, al igual que en las elecciones generales de octubre, triunfa el candidato de Unión por la Patria. Aún si Sergio Massa no se impusiera por una diferencia tan amplia como algunos vaticinan, el resultado sería una derrota clara no solo de Milei sino también de Macri y es probable que muchos de los dirigentes cambiemitas que anticiparon su apoyo a LLA vuelvan hacia posiciones de centro-derecha y que el bloque “liberal libertario” se desgrane incluso antes de conformarse. Pero en ese escenario, la derecha radicalizada no necesariamente desaparecería con la misma velocidad con la que avanzó. Hay tres argumentos que parecen apuntar a que la derecha radicalizada tiene chances de continuar siendo una fuerza relevante aún si fracasa en las elecciones de 2023.
En primer lugar, si nos atenemos a los ejemplos de otros países, las derechas radicalizadas han mostrado ser resilientes a los fracasos electorales, tanto en los países en los que alcanzaron el poder y lo perdieron (como en Brasil) como en aquellos donde no lo consiguieron (como en Suecia). Fue justamente esa resiliencia la que habilitó la dinámica de “normalización” que permitió una sistemática radicalización de las derechas mainstream.
En segundo lugar, aunque la aceleración en el crecimiento de la derecha radicalizada en Argentina puede rastrearse en una situación coyuntural de malestar económico y desempeño deficiente de distintos gobiernos, las demandas culturales, identitarias y de valores de la derecha radicalizada pueden permanecer en pie incluso si un gobierno centrista y de “unidad nacional” se mostrara eficaz en el terreno de la economía.
Finalmente, el avance de la derecha extrema en Argentina no se conformó a partir de un cambio en la oferta partidaria ni puede explicarse apenas como el resultado de las jugadas de los actores que le insuflaron aliento por conveniencia o por convicción. Aunque se trata de un fenómeno complejo (junto con otros colegas estamos preparando un volumen con el que pretendemos contribuir a la discusión de esa complejidad) la demanda de algo “a la derecha de la derecha” precedió a la formación de LLA y seguirá estando allí incluso si no se expresa electoralmente de modo claro al menos hasta que esos impulsos sean canalizados y procesados de forma menos nociva para la democracia liberal por los actores no radicalizados.
Arte: Sebastián Angresano
Por: Sergio Morresi-Revista Anfibia