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Alberto y Cristina: acierto teórico, error práctico

 Gobierno frágil y prematuramente envejecido.

Acierto teórico, error prácticoAlarma, a los siete meses y diez días, la fragilidad del gobierno prematuramente envejecido que preside Alberto Fernández, El Poeta Impopular.
Para consuelo de las almas sensibles, corresponde descargar las culpas, todas, en la vicepresidenta. Es mala.
La Doctora, en la plácida interpretación, no lo deja gobernar en paz a Alberto.Le tira los dogos del “kirchnerismo duro”.
Le suelta, por ejemplo, a la bravía señora Hebe, La Dragona de Hierro.
O le tira encima al periodista de La Banda Oriental, el buen pastor que baja línea.
O simplemente lo desautoriza con el elogio del cronista elevado, que hoy supera al autor de «El Capital».
La Doctora cree, acaso, que a su elegido la banda le queda grande.
Que carece de pulso para sostener con firmeza el bastón.
Puede que esté arrepentida, incluso, de haberlo rescatado de la opacidad del randazzismo (sin Randazzo).
Por Florencio, El Loco de la Florería, un valioso protagonista de dos pecados.
1) rechazar la candidatura en 2015 para gobernador de la Provincia Inviable.
2) desafiarla, en 2017, para la senaduría (justamente con Alberto como jefe de campaña).

Ceremonia del perdón

El acierto teórico para ganar las elecciones derivó en el horror práctico.
Lo que fue talentoso para la campaña resultó trágico para gobernar.
La reconciliación política con Alberto le sirvió a La Doctora para volver al poder. Pero contiene el riesgo de ser un inconveniente para ejercerlo.
La ceremonia romántica del perdón fue de conveniencia recíproca.
Alberto venía de trajinar los pisos televisivos para criticarla. Exhibía, con articulada inteligencia, el triste “pucherito” del desplazado.
Es aquí donde La Doctora reproduce, en simultáneo, al acierto con la equivocación.
Acierta porque, con el acto redituable del perdón, demostraba superioridad.
Las críticas frontales, emitidas por el perdonado, hasta la beneficiaban.
Lo malo que le había dicho el elegido para representarla, neutralizaba las críticas que podían emitir los adversarios.
El archivo funcionaba -aquí- como efecto positivo.
Pero se equivocaba porque aquellas críticas tremendas de Alberto lo iban a descalificar para gobernar.
Sus postulados aludían a los principios flexibles de Groucho Marx.
La falta de sintonía entre la teoría y la práctica pudo percibirse a través del pacto inútil con Irán.
(Alucinación estratégica inspirada en el extinto Hugo Chávez, instrumentada por el extinto Héctor Timerman).
La transcripción de las declaraciones realizadas por Alberto, durante el lapso del enojo, desacreditan las declaraciones actualizadas desde la presidencia.
Compararlas es un acto salvaje de crueldad.
Queda Alberto en offside, como el alma de “Che bandoneón”, de Homero Manzi, tango inmortal.

Otoño imperdonable

Los amigos de Alberto necesitan gritar un gol. El del acuerdo con los bonistas. Pensaban gritarlo a fines de marzo.
Pero la franela del acuerdo, como el encierro compulsivo por la pandemia, se llevó entero el «otoño imperdonable» de María Elena Walsh.
En pleno invierno prosigue la franela del acuerdo.
Los ansiosos hicieron la “única presentación de la oferta”. Jugaron, en el acontecimiento, a Alberto, con La Doctora al lado.
39 centavos de dólar por bono. Y ni un mango más para que la oferta fuera “sustentable”.
Pero se reiteraron las “únicas presentaciones”. Ya deambulan por los 54 centavos.
Los bonistas, de moral venerable, se muestran reticentes a la idea del juicio contra la Argentina en default.
Pero están hartos de los preceptos académicos del ministro Martín Guzmán, Gardelito. “Ayudante de cátedra”.
También se hartaron del inspirador, el laureado profesor Stiglitz, eminencia que colecciona firmas ilustres para acompañar las “únicas ofertas”.
Pero los bonistas ni siquiera se conmueven con la inmanencia del Papa.
Celebrar el gol de la pandemia carece de sentido. Pero es en lo único en que Alberto pudo, hasta aquí, lucirse.
Por la proeza aceptable de contar menos cadáveres que otros presidentes.
Como por la proeza de imponer un encierro compulsivo que derivó en una forma ya agotada de gobierno.
Entre el naufragio de la deuda y la contabilidad de los hisopados transcurrieron los primeros siete meses (y diez días).
«Al final vamos a cargar con el desastre económico y con los muertos».

La cuestión que el gobierno de Alberto y La Doctora naufraga penosamente.
Entre el acierto de la teoría y el horror de la práctica.
No es bueno el gobierno, pero en realidad tampoco es malo.
Es insustancial. Como el macrismo.
«Sin novedad en el frente», titulaba Erich Remarque.

Vicentín, mondongos, pifiadas, simulacros

Pudo haber terciado, entre la hegemonía de la peste y el aburrimiento de los bonistas, el dossier Vicentín.
La pifiada del anuncio de la expropiación fue catastróficamente superada por la pifiada del retroceso.
Alberto aceptó haberse equivocado. Las masas campesinas no salieron con los tractores a aplaudirlo (de haber contado con un elemental servicio de inteligencia nunca hubiera pifiado doblemente).
Los mondongos de Vicentín sirvieron para vigorizar a la oposición que estaba en el piso y sin causa.
Por suerte todos creyeron que se trataba de otra idea de La Doctora, el contrapeso maligno.

Por el simulacro de capitalismo que Alberto intentó el 9 de julio tuvo que darle explicaciones a La Dragona de Hierro.
Pero había sido solo un montaje para la fotografía con el complemento de empresarios simbólicamente poderosos.
Invitados para mantener una reunión con el presidente. Pero fueron conformados con una taza de chocolate tibio.
Y con la producción de la fotografía que debieron justificar en sus instituciones.
El simulacro de capitalismo de la mañana del 9 de Julio fue destruido, en la tarde, por los “odiadores seriales” movilizados.

La resistencia

La cuestión que a Alberto ya se le atreve hasta el Club Político Argentino.
La Carta Abierta del macrismo que acaba de anexar peronistas sin rumbo de la Tercera Edad.
Para gastarlo, el Club Social le propone crear la “mesa de diálogo”.
Pero El Poeta Impopular no está solo en la resistencia.
Se lo alienta calurosamente desde los carteles del Facilitador Inmobiliario. “¡Fuerza Alberto!”.
“Hay que bancar a Alberto”, confirma el ministro Rossi, Dador Voluntario de Solidaridad.
«Pidan la pelota», les aconseja Anibal, El Polivitamínico que les hace tanta falta.
Entonces los ministros salen todos a mostrarse, a pedirla.
Como si estuvieran en el minuto final, va a cabecear hasta el arquero (que no existe).

Por Jorge Asís