Misiones Para Todos

Amplitud controlada

La Renovación camina rumbo a octubre segura de que la meta no se agota en una elecciónRoque Gervasoni y el blend- La vuelta de Passalacqua a la actividad pública, dos años con la idea de sostener una gestión ejemplar- Pedro Puerta renunció sin dar la cara: la cobardía en política es sinónimo de fin- Hartfield, el libertario anti Estado que se atiende en la salud pública y aprovecha los planes Ahora- Los gritos e insultos de Milei reflejan su debilidad

Una de las señales más claras que permiten distinguir a una persona madura es, probablemente, su capacidad para adaptarse a las circunstancias que la vida le pone en frente sin perder de vista la meta. Como en la vida misma, cualquier objetivo se alcanza mediante múltiples caminos. La tradición bíblica narra que los judíos vagaron durante 40 años por el desierto antes de llegar a la Tierra Prometida y durante ese extenso y tortuoso tránsito, ese
pueblo debió sostenerse a fuerza de coraje, convicción y confianza en su destino.

Ese relato, además de épico, sirve también para comprender la dimensión de un tipo de liderazgo político que en Misiones se viene consolidando desde hace años, bajo una premisa que pocos pueden sostener con coherencia: el pragmatismo con horizonte.

En esta columna se escribió en más de una oportunidad que una de las principales virtudes del conductor del Frente Renovador de la Concordia, Carlos Rovira, es su capacidad para anticiparse, para leer los movimientos del tablero nacional, para construir alianzas que le permitan mantener el foco: continuar con el crecimiento estructural, económico, educativo, social y tecnológico de Misiones. Esa mirada estratégica, que algunos subestiman por
considerarla una forma de oportunismo, en realidad es la base de la supervivencia política con proyecto. Porque lo importante no es solo durar, sino transformar.

Y la Renovación, versión Neo, es eso: un modelo de transformación que asume la amplitud como virtud, pero con el pulso firme de un conductor que no pierde de vista la coherencia interna del proyecto.

Una foto que circuló el último viernes resume esa filosofía con enorme claridad. Se trata de una imagen en la que se ve a Roque Gervasoni, presidente del Instituto de Macroeconomía Circular (IMAC), recorriendo la localidad de San Javier junto a Micaela Gacek, candidata a diputada nacional del Frente Renovador, en la lista que encabeza Oscar Herrera Ahuad. A simple vista, se trata de una actividad de gestión más. Pero esa escena, políticamente, dice
mucho más.

Gervasoni es un histórico dirigente peronista, de extracción sindical, con fuerte raigambre en el campo nacional y popular. Fue diputado provincial, es un hombre con calle, experiencia, y sobre todo, con identidad política. Gacek, en cambio, es abogada, joven, libertaria, con vínculos fluidos con altos referentes del gobierno nacional. Ideologías distintas, trayectorias disímiles, pero un mismo destino político: el bienestar del pueblo misionero.

Esa foto no grafica un pacto oportunista, sino una señal de cómo funciona la amplitud controlada en la Renovación: no importa de dónde sea el lugar de procedencia, sino a dónde se está dispuesto a ir. Lo que permite que espacios tan distintos puedan convivir es el compromiso con un proyecto que tiene como columna vertebral a Misiones y su gente.

El caso de Gervasoni con Gacek no es único ya que en los últimos días se conoció también la incorporación de Martín Sereno —referente social, piquetero, exdiputado, vinculado históricamente con los movimientos populares— como vicepresidente del IMAC, a partir del 1 de julio. Para algunos, un movimiento inesperado. Para otros, una muestra más de cómo la Renovación absorbe capacidades sin ceder en el rumbo. Sereno y sus organizaciones ya venían articulando con el IMAC a través del “Alimentazo”, una feria provincial donde productores y emprendedores ofrecen alimentos de manera directa a los consumidores. Lo que hizo el gobierno provincial fue institucionalizar un vínculo que ya existía, y al mismo tiempo, mostrar que los márgenes ideológicos pueden convivir si hay un eje central que ordene el conjunto.

Ese eje se llama misionerismo. Y no es solo una palabra bonita para la tribuna: es un modo de hacer política. Es pensar en la gente antes que en la rosca. Es recorrer la provincia, mirar a los vecinos a los ojos, resolver los problemas del día a día sin discursos bonitos. Es, como dice Oscar Herrera Ahuad, no negociar el desarrollo de la provincia por ningún interés externo.

Con el exgobernador como cabeza de lista, la Renovación vuelve a activar toda su maquinaria política. Pero esta vez lo hace con una diversidad más amplia que nunca: desde libertarios como Gacek hasta referentes sociales como Sereno, pasando por empresarios como Walter Rosner, otro candidato a diputado nacional; profesionales, técnicos y militantes. Cada uno aporta desde su lugar, bajo una consigna compartida: Misiones primero.

Esa amplitud no es caos. No es anarquía de nombres ni de discursos. Es un orden flexible, con reglas claras, donde la única condición es el compromiso real con el proyecto. Porque en tiempos de grietas, de odio, de reeles y de política espectáculo, lo que propone la Renovación es construir poder sin dogmatismos, pero con sentido.

Como en aquel relato bíblico, la meta sigue clara. Y si hay que cambiar el camino, se cambia. Lo importante es llegar. Y, sobre todo, llegar juntos. Con amplitud, sí. Pero siempre, con dirección.

Compromiso renovado

Después de atravesar un delicado cuadro de salud que lo mantuvo en actividad remota durante varias semanas, el gobernador de Misiones, Hugo Passalacqua, comenzó a retomar progresivamente su agenda pública, con una decisión clara: hacer de sus últimos dos años de mandato un ejemplo de gestión, a pesar del difícil contexto económico que atraviesa el país y cuyas consecuencias golpean con fuerza también a las provincias.

Aunque nunca se alejó por completo de la gestión —mantuvo reuniones, dio instrucciones y siguió los temas centrales a través de canales virtuales—, su presencia física volvió a ser notoria en las últimas semanas, sobre todo en el plano federal. Viajó a Buenos Aires para insistir ante la Nación con reclamos por más fondos y obras para Misiones, en un marco de ajuste que dejó a muchas jurisdicciones con serias dificultades para sostener políticas básicas.

Uno de los momentos clave fue su participación en la cumbre de gobernadores en el Consejo Federal de Inversiones (CFI), donde se trazó una línea clara: si no hay fondos, tampoco habrá apoyos de gobernabilidad para el presidente Javier Milei. Fue una instancia clave para el inicio de una nueva etapa, con provincias que ya no se conforman con promesas y exigen recursos concretos.

Sin embargo, esa postura institucional no tuvo correlato en el Congreso. A diferencia de lo expresado en el CFI, los diputados nacionales misioneros no dieron quórum en la sesión impulsada por la oposición para tratar temas sensibles para el gobierno nacional, como el financiamiento de las universidades y la emergencia por los despidos en el Hospital Garrahan. El caso más resonante fue el del médico pediatra Carlos Fernández, quien votó en contra, pese a que su trayectoria personal y profesional pareciera sugerir otra posición.

Mientras tanto, Passalacqua vuelve a tomar el timón de la gestión con más presencia y decisión. Su voluntad es clara: no permitirá que la crisis nacional paralice el desarrollo provincial. Su estilo, de diálogo sereno pero firmeza inquebrantable en la defensa de los intereses misioneros, vuelve a marcar diferencias en un escenario político cada vez más polarizado.

En los pasillos de la política provincial, sin embargo, algunos de sus operadores ya comenzaron a deslizar una versión que, aunque no fue reconocida públicamente, empieza a circular: la posibilidad de que Passalacqua busque renovar su mandato en 2027. Una idea que por ahora se plantea a media voz, en tono de hipótesis lejana, pero que revela algo más profundo: la figura del actual gobernador sigue siendo central dentro del esquema de poder del Frente Renovador, y su liderazgo, incluso en tiempos de incertidumbre, no perdió vigencia.

En definitiva, el regreso de Passalacqua al primer plano no es solo un hecho administrativo, es una señal política de peso: la gestión se refuerza, la conducción se ordena y, aunque nadie se anime todavía a proyectar con claridad hacia 2027, el tablero ya empieza a moverse.

Cobardía y contradicciones

Pedro Puerta renunció finalmente a su banca de diputado provincial. Lo hizo de manera silenciosa, sin explicaciones públicas, como quien opta por desaparecer antes que rendir cuentas. Su salida formalizó una ausencia que ya llevaba más de nueve meses, tiempo en el que no pisó el recinto legislativo desde que estalló el escándalo que tuvo como protagonista a su apadrinado político, Germán Kiczka, quien ya no es diputado. Kiczka fue expulsado de la Cámara tras ser denunciado, condenado y encarcelado por consumo de Material de Abuso
Sexual Infantil (MASI). Hoy cumple condena en la Unidad Penal de Cerro Azul.

Desde aquel momento, Puerta eligió el silencio y el exilio voluntario, dejando vacía la banca que los misioneros le habían confiado. No hubo explicaciones, ni gestos de responsabilidad. Prefirió huir antes que dar la cara. Y en política, la cobardía es uno de los errores más difíciles de revertir: quiebra la confianza y destruye la credibilidad.

Ahora, por corrimiento de lista, Juan Ahumada, exconcejal de Apóstoles, asumirá como diputado provincial en su reemplazo. Tendrá dos años de mandato por delante, con el desafío de devolverle sentido a una representación que Puerta vació de contenido. Porque cuando un dirigente elige esconderse ante la adversidad, también decide romper el contrato que firmó con su electorado.

Pero la oposición misionera suma más tropiezos que aciertos. Esta misma semana, el diputado electo de La Libertad Avanza, Diego Hartfield, brindó una entrevista al periodista Jorge Kurrle, en la que, fiel al dogma libertario, criticó al Estado, las políticas públicas y la intervención estatal en la economía. El problema fue que, casi sin darse cuenta, terminó confesando que se atiende en el hospital público Samic de Oberá y que utiliza los programas Ahora, una herramienta del gobierno provincial para sostener el consumo en contextos de crisis.

La contradicción fue evidente. Hartfield intenta construir su imagen pública desde el discurso antisistema, pero en la práctica se beneficia del sistema que dice detestar. Esa distancia entre lo que se dice y lo que se hace retrata con claridad la falta de coherencia de ciertos referentes libertarios.

La renuncia de Puerta, la condena a Kiczka y las declaraciones de Hartfield dejan expuesto a un sector opositor sin rumbo, sin proyecto y sin autocrítica. En contraste, la sociedad espera representaciones serias, comprometidas y coherentes con la realidad que atraviesan los misioneros todos los días.

Porque mientras los libertarios reprochan el Estado pero hacen fila en los hospitales públicos, y otros abandonan sus cargos ante el primer vendaval, la política sigue teniendo una deuda urgente con la gente: estar a la altura del cargo que se ocupa o, al menos, no faltar el respeto desapareciendo sin asumir las consecuencias.

Debilidad

Las reacciones personales del presidente Javier Milei comenzaron a mostrar algo más que el ya conocido estilo agresivo con el que construyó su carrera mediática y política. Sus estallidos de violencia verbal, tanto en público como en redes sociales, reflejaron un malestar más profundo, una tensión que podría estar revelando que los números de la economía no son tan favorables como su gobierno pretende mostrar. Después de todo, una persona a la que realmente le va bien, no insulta, no amenaza, no responde con furia a cada crítica. El éxito, cuando es genuino, se traduce en tranquilidad. En cambio, la virulencia del presidente evidenció un enojo que parece brotar desde la incertidumbre.

Ese enojo, además de inquietar a los propios, comenzó a generar señales claras de distancia en el tablero político nacional. Algunos gobernadores ya dejaron de disimular su malestar, y aunque no todos lo dijeron en público, la incomodidad se sintió en los chats internos donde los ministros de las provincias comparten información. En el grupo de WhatsApp de ministros de Salud, por ejemplo, circularon mensajes muy duros contra la decisión del Gobierno Nacional de precarizar aún más la situación de los médicos residentes. Algunos calificaron la medida
como un retroceso innecesario, otros hablaron directamente de “desprecio por los trabajadores”.

La medida en cuestión convirtió a los residentes médicos en simples becarios, sin relación laboral formal, sin obra social, sin ART, y con salarios que no alcanzan para cubrir las necesidades básicas. Para Milei, la beca fue presentada como un mérito, una forma de honrar a vocación médica; pero en realidad, representó una manera elegante de mantener a miles de profesionales en negro. El impacto de esa decisión fue inmediato en los hospitales nacionales y motivó el repudio de distintas organizaciones profesionales, sindicatos y colectivos de la salud pública.

En Misiones, sin embargo, la decisión nacional no tendrá impacto, gracias a una medida tomada con anticipación por el gobierno provincial. La Legislatura aprobó una ley que garantiza la condición de trabajadores a los médicos residentes, protegiendo sus derechos laborales y sociales. Como ya ocurrió en otros temas sensibles, el Estado provincial volvió a asumir la responsabilidad que la Nación dejó vacante. No fue casualidad, fue una decisión
política basada en una mirada humanista y comprometida con los profesionales de la salud.

Mientras tanto, el relato libertario empezó a resquebrajarse no solo por los números reales de la economía, sino también por el deterioro emocional de su principal vocero: el propio presidente. Cuando los gritos tapan los datos y la furia suplanta al diálogo, es difícil sostener la idea de que todo va bien. Y cuando los aliados comienzan a alejarse, no por diferencias ideológicas sino por la falta de sensibilidad, es señal de que algo más grave está ocurriendo. El problema ya no es solo económico. Es político, institucional y, sobre todo, humano.

Por Sergio Fernández