Esa es la situación, si la mayoría de nosotros lo cree. Necesitamos líderes inspiradores y pensar en oportunidades y no solo en obstáculos.
El futuro nunca está escrito. Uno puede proyectar, especular a partir de distintas hipótesis, pero siempre puede suceder algo distinto a lo esperado. ¿Por qué? Porque obviamente la realidad es mucho más compleja de lo que queremos suponer y ningún actor tiene toda la información disponible para su toma de decisiones. Y si no, pregúntenle a la inteligencia israelí, una de las mejores calificadas del mundo. Quien se jacte de “tener la posta” está presumiendo. Claro, todos presumimos, es un defecto humano.
Aun teniendo toda la información disponible en situaciones de alta complejidad, no siempre proyectamos adecuadamente. Existe evidencia suficiente que indica que los especialistas nos equivocamos como cualquier otro. A fines de la década de 1980, el psicólogo Philip Tetlock reunió unas 82 mil predicciones de expertos en ciencias sociales: 25 años después, concluyó que el acierto no había superado el 50%. Cualquier ciudadano de a pie, tirando una moneda al aire, podría haber alcanzado el mismo grado de predicción que nosotros “los especialistas”. Dicho esto, afirmar de antemano que al gobierno de X o de Y le va a ir genial o se va a ir en helicóptero es absolutamente temerario. Lo aconsejable es visualizar distintos escenarios, no consagrar o condenar con seguridad.
Cuanto más inestable se vuelve el entorno, más probabilidad hay de que se rompan tradiciones o patrones. Este año en Argentina ya se quebraron varias regularidades –y se pueden seguir rompiendo– porque a nuestra inestabilidad casi idiosincrática se le agrega un mundo en creciente convulsión e incertidumbre. Solo tomemos de ejemplo dos hechos trascendentales de esta semana que concluye:
1- Pedro Sánchez formó gobierno en España contra viento y marea, pese a no ser el más votado, y lo que deriva de ese suceso cosechará tempestades.
2- Para tranquilidad de la gran mayoría de los seres humanos, Xi y Biden dijeron algo así como “bajemos un cambio”, mejor acotemos la competencia que puede haber buenos negocios para todos, si nosotros ordenamos un poco al mundo.
Para nosotros, “que nos queremos tanto”, que dependemos de que uno de los dos Godzillas no nos baje el pulgar en el FMI, y que dependemos de que el otro nos siga comprando sin que nos pida locuras, cierto entendimiento en la cima del poder mundial no nos viene nada mal. Pero claro, con eso no resolvemos nada si no sabemos aprovechar bien las oportunidades. Y en eso no hay ideología que valga: hay solo pragmatismo para alcanzar “la felicidad del pueblo”.
Cuanto más polarizada es una elección, cuanto más se plantee en términos de blanco y negro, más difícil será que los actores se pongan de acuerdo en algo luego. La “buena noticia” es que existe una cosa que se llama el Congreso, que estará mucho más fragmentado que en otras oportunidades, pero que representa más fielmente la complejidad de la opinión pública. Ese dato obviamente puede ser un gran dolor de cabeza, pero también puede ser una gran oportunidad.
Ser pesimista sobre el futuro de la Argentina y listar la enorme cantidad de problemas de muy difícil solución es un deporte nacional. Pero dicha afición popular esconde un grave problema: pereza mental. Existe una rutina intelectual –también en “los especialistas” en cualquier materia– que nos lleva solo a identificar obstáculos imposibles de superar.
Ese escepticismo manifiesto es el inicio del camino de una nueva frustración. Aclaro que esta columna no es de autoayuda, y mucho menos voluntarista. Sin embargo, si todas las veces que nos contrataron profesionalmente para lograr objetivos imposibles hubiésemos dicho de entrada “mejor no pierda el tiempo y ahórrese el dinero, porque lo que nos plantea es imposible”, deberíamos habernos dedicado a otra cosa. Porque nuestro negocio es ver oportunidades, o “encontrarle la quinta pata al gato”.
Si no hubiésemos imaginado oportunidades, muchos de mis clientes condenados al fracaso de antemano (por ejemplo, Mar del Plata es radical, Santa Fe capital es peronista, y nunca podrá imponerse nadie que sea de otro signo) jamás hubiesen ganado. Si los desahuciados no hubieran salido de nuestras oficinas con una luz de esperanza, jamás hubiesen triunfado. Por supuesto, sabían que la probabilidad les jugaba en contra. ¿Pero quién lucha por su vida si cree que ya no hay nada que hacer? Para los que no me creen, aconsejo leer El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, a partir de su lamentable experiencia de sobrevivencia en los campos de concentración nazis.
“Pero la culpa de todo la tienen los políticos (o la parte de la política que a cada uno le repugna)”. Obviamente sí en la mayoría de los casos, ya que toman las grandes decisiones que nos afectan en lo cotidiano. Mi pregunta siempre es: ¿alguien quiere tomarse el trabajo de conducir el destino de 46 millones de personas? A mí en lo personal me pesa dedicarle tiempo a ver temas de la administración del consorcio en donde vivo… No soy un buen ejemplo.
Argentina no tiene arreglo…, si la mayoría de nosotros cree que no tiene arreglo. Creer que tiene arreglo no puede ser un simple acto de fe, obviamente. Necesita de líderes inspiradores. Pero no solo de eso.
También dependerá de que salgamos de la zona de confort actitudinal/intelectual y pensemos colectivamente en las oportunidades y no solo en los obstáculos, más allá de los políticos que nos gobiernen. Alguien puede involucrarse en la cooperadora de la escuela, otro en la sociedad de fomento, otro en el club de barrio, otro en su agremiación profesional, etcétera.
Nuestras vidas son demasiado importantes como para dejarlas totalmente en manos de los políticos. Y si hacemos eso, ellos –los odiados– serán los primeros en agradecérnoslo.
Por Carlos Fara