El gobernador abrió una nueva etapa en el panperonismo. Equilibrios y certezas. Cristina sí, La Jefa no. Melodías del ayer y un ensayo mirando a 2027.
Toda declaración de independencia es un momento, un hito que normalmente se produce en el medio y no al final de una lucha enconada. Así, podría afirmase que el acto que Axel Kicillof encabezó en Berisso por el Día de la Lealtad derivó, como podía esperarse, en un Día de la Libertad.
Esto es así no sólo porque expuso con gestos, despliegue y palabras una toma de distancia clara respecto de quien fuera su jefa política, Cristina Fernández de Kirchner, sino también porque se entregó al juego –arriesgado a tres años vista– de dejarse proclamar presidenciable natural del peronismo. En paralelo a eso sonaron los primeros acordes, tenues pero perceptibles, de la “nueva canción” que ha invitado a componer.
El acto de Axel Kicillof
Lo primero y más obvio que cabe destacar fueron las ausencias: la de la propia CFK, la de La Cámpora y sus líderes, y la del massismo.
Lo segundo, el carácter multitudinario de la manifestación que lo acompañó –unas 50.000 personas–, lo que, según los códigos del peronismo, marca un contrapunto relevante con la capacidad de movilización que se atribuye la agrupación de Máximo Kirchner.
Tercero, la lista de asistentes, que no se limitó a su círculo de confianza y sumó a representantes del poder territorial bonaerense como su vice Verónica Magario –La Matanza–, Jorge Ferraresi –Avellaneda– y, entre varios otros, Mario Secco –Ensenada–, cuyo mayor valor consiste en haber pasado del cristinismo intenso al bando del desafío.
Mientras la Segunda Renovación Peronista rodeaba a Kicillof en Berisso, la exmandataria se mostraba en la Universidad de Avellaneda, no casualmente el territorio de Ferraresi, otro excristinista. No hay noticias de que la quilmeña Mayra Mendoza haya considerado eso como una invasión territorial como las que le reprochó al avellanedense cuando este osó realizar actos cerca de la frontera entre las dos localidades.
Prematuro clamor en el peronismo
Al hacer la presentación, el alcalde anfitrión, Fabián Cagliardi, se permitió presentar al gobernador como “futuro presidente de los argentinos”, lo que desató cánticos entre la concurrencia que nadie se molestó en acallar.
Kicillof advirtió que “no es tiempo de candidaturas”, pero en verdad se prestó al juego.
“Tratamos de hacer un poquitito más alegres cada día a los bonaerenses. ¿Por qué no podríamos hacer lo mismo, cuando estemos listos y organizados, para casi 50 millones de argentinos? Sabemos cómo hacerlo”, postuló con llamativa anticipación.
Pícaro, el gobernador mostró con qué cartas cuenta –aunque no sea en todos los casos con exclusividad– al pasar lista de las presencias: la cúpula de la CGT, organizaciones sociales, representantes de movimientos por los derechos humanos, agrupaciones de estudiantes y jubilados…
Demasiados peros
Al analizar el discurso de Kicillof, es relevante mencionar tanto lo que expresó como lo que omitió.
Mencionó a CFK en varias ocasiones, siempre de modo elogioso, pero el interlineado fue abundante. Dijo que si el peronismo es la causa de “los días más felices” de la Argentina, ella fue la responsable de “los mejores”. Sin embargo, “los días mejores que se vienen tienen que estar en el futuro”, aclaró, sugiriendo la necesidad de superar una etapa.
“No me interesa disputar ninguna interna”, señaló pero, con cuidada ambigüedad, evitó tanto torpedear como endosar la postulación de CFK a la presidencia del Partido Justicialista.
Compartió, en ese sentido, el llamado de la exmandataria a “la unidad”, aunque no acompañó su concepto de que se dé “con conducción”. Para Kicillof, la unidad debe lograrse “con debate”.
¿Tregua para hoy, renovación para mañana?
¿Guerra entonces? Dependerá de quienes jueguen. El gobernador dijo y mostró lo suyo, pero se cuidó de no dinamitar las bases de una posible tregua que evite una interna sangrienta y probablemente inútil entre una CFK que parece demasiado para Ricardo Quintela.
Le ofreció a su exjefa una salida elegante al laberinto del clamor que no fue –y en el que se metió solita–, cuyo peaje sería la admisión de que su liderazgo sería, al revés de lo conocido, plural y no personalista, coral y no de “orga”.
En el fondo, lo que subyace no es una disputa por quién conduce, que probablemente sea la propia Cristina, sino por cómo lo hace.
La tregua –condicionada– que quedó propuesta parece a medida de la necesidad de no anticipar una pelea que hoy exige unidad en la acción para resistir los embates de Milei.
CFK, de fallos y proscripciones
Entre los guiños de Kicillof a su exjefa política hay que destacar lo que definió como un intento de “proscripción” judicial.
Al asemejar el exilio de Juan Domingo Perón con el futuro al parecer inminente de CFK, dijo que “en pocos días un tribunal de la vergüenza en Comodoro Py (va a fallar) en una causa inventada y trucha para a hacerle querer creer a la gente que Cristina es culpable en la causa ‘Vialidad’. ¡Basta de persecución, basta de proscripciones”, bramó.
El autor de estas líneas se hace cargo de la interpretación que sigue y de ningún modo le atribuye esa intención a Kicillof, pero la mención a la inminencia de esa sentencia de segunda instancia –esperada para el 13 del mes que viene– resultó un recordatorio objetivo de un hecho que la política –peronista y no peronista– por ahora omite.
La misma por lo menosconfirmaría la condena de primera instancia y enardecería el debate mediático y legislativo vinculado a la llamada ley de “ficha limpia”, que ya tiene dictamen de comisión en Diputados. Su eventual sanción no sólo sería un lastre político para el peronismo, sino un impedimento legal para que CFK sea candidata a cualquier cosa en 2025, 2027 e incluso para que presida el PJ. Por violatorio que resulte del principio de inocencia.
Primeros acordes de una nueva canción
El fuerte gesto de independencia política de Kicillof incluyó un discurso de tono nacional y duramente opositor, que entregó grageas –apenas las esperables en una convocatoria de ese tipo– sobre lo que él entendería como la “nueva canción” que invita a componer para volver a enamorar a una mayoría social.
Todo fue contra Javier Milei y apuntó a la esperanza. “Tengo la certeza de que este desastre no va a durar para siempre”, dijo.
Erigiéndose en la némesis del presidente de ultraderecha –que se entienda: él, nadie más–, reivindicó “nuestras tres banderas: la soberanía política, la independencia económica y, escuche Milei, la justicia social“.
Kicillof fue este jueves más peronista que nunca. Para él, peronizarse es una condición necesaria, aunque no suficiente para encabezar una superación del cristinismo. En eso radican los tenues acordes nuevos que sonaron en Berisso, aunque sólo el tiempo demostrará hasta qué punto quiere o puede representar algo diferente.
Volver a Perón
Por un lado, Kicillof sugirió estar atento al rasgo de época que indica que la sociedad quiere una reformulación del Estado, que deberá estar presente, pero “no absorber y hacer todo”.
Segundo, pidió volver a articular “las tres patas” constitutivas de la doctrina justicialista, esto la del Estado que arbitra y asiste, la del empresariado que invierte y la de los trabajadores que crean riqueza.
Tercero, reivindicó la lucha en defensa de la universidad pública, lo que implica una apología de la clase media en peligro de extinción. ¿Lo percibirá él con nitidez?
Si la política pudiera analizarse con objetividad y desprendida de sus condicionamientos históricos, eso debería llamar a la conformación de una amplia coalición democrática opositora, inevitablemente moderada por encarnar el promedio de una base demasiado heterogénea. Como la de Luiz Inácio Lula da Silva.
La alianza social que la espera, un gigante por ahora invertebrado, está en plena conformación y en busca de estrellas en el cielo, deseosa de encontrar un camino hacia cierta prosperidad que, por caso, esté hecho más de trabajo formal y dignamente remunerado que de asistencia social, y más de crédito que de sorteos de Procrear.
¿Podrá ser Kicillof el hombre que la lidere?
Axel Kicillof autor… ¿e intérprete?
Lo anterior también podría ser señalado por Cristina Kirchner –y de hecho lo es–, pero su práctica ha ido en sentidos diferentes. Así fue en su segundo mandato, cuando el crecimiento se hizo serrucho y la inflación, un camino hacia arriba. Y también durante la gestión de Alberto Fernández. En ambos casos mostró mucho compromiso con la distribución del ingreso y pocas ideas para la generación de riqueza en un contexto macro sano.
Claro, Kicillof fue su último ministro de Economía, lo que lo obligaría a explicar mucho y muy bien las razones que lo llevarían a proponer una revisión que, por ahora, no termina de explicitar. La misma implicaría el paso desde el distribucionismo pluscuamkeynesiano de 2011-2015 a un proyecto productivista.
A pesar de los indicios de Berisso, estos acordes, los fundamentales, hasta ahora no han sonado.
Tres años, la eternidad
Kicillof toma un riesgo grande al dejarse presentar como candidato presidencial natural del peronismo para… ¡dentro de tres años!
Por un lado, eso es algo atrevido tratándose de un gobernador bonaerense. Por el otro, es insondable qué cálculo político podría sostener una certeza de ese tipo en el país de la crisis permanente. Por último, y algo de eso rozó en su discurso, no hay para él 2027 si mañana mismo no vuelve a salir el sol en la provincia más compleja de la Argentina.
Su salida intrépida al ruedo nacional es pura necesidad, impuesta por los rigores de la mileinomía, por la ansiedad del peronismo anticristinista que ve en él la tabla de salvación que anheló por años y, finalmente, por una interna impiadosa con la que La Cámpora le demuestra la misma pulsión tanática que les dedicó a Fernández y a Martín Guzmán.
Por Marcelo Falak-Letra P