Después de la bonanza de principios de siglo, Bolivia se adentra en una doble crisis estructural, económica y política, que difícilmente se resuelva con las presidenciales del 17 de agosto, cuando la derecha y la izquierda expongan la grieta ideológica en el país, pero también las divisiones internas a derecha e izquierda.
Los bolivianos tienen tres semanas para decidir su candidato en las presidenciales del 17 de agosto, marcadas por el fuerte retroceso económico del país desde la bonanza de principios de siglo, por la polarización izquierda-derecha del país y también por las divisiones internas que dominan cada facción.
Las urnas volverán a abrirse con un expresidente, el izquierdista Evo Morales (2006-2019) impedido de reelegir; su sucesora de facto, la derechista Jeanine Áñez (2019-2020), presa por terrorismo, sedición y conspiración; y el actual, el izquierdista Luis Arce (2020), cuya impopularidad lo decidió a no presentarse otra vez.
La guerra interna en el oficialista Movimiento al Socialismo (MAS), por la disputa entre Morales y Arce, derivó en tres candidaturas (Andrónico Rodríguez, de sólo 36 años, Eduardo del Castillo y Eva Copa), pero ninguno de los tres aparece como favorito.
En la derecha, cuyos apoyos sumados vaticinan un próximo gobierno propio, aparecen con ventaja el exvicepresidente (1997-2001) y fugaz presidente Jorge “Tuto” Quiroga, el empresario Samuel Doria Medina y el exmilitar Manfred Reyes Villa, que apoyó el golpe a Morales, fugó a Brasil y ahora regresó.
Cualquiera que resulte elegido presidente no podrá eludir una crisis económica profunda, determinada por el fin de “la bonanza del gas”, la falta de reservas y de combustible, una espiral inflacionaria (23,9% anual), bloqueos de rutas y una efervescencia social que reducirá al mínimo la paciencia con el próximo gobierno.
Casi 7,6 millones de ciudadanos, más 370 mil en el exterior, están habilitados para votar en esta primera vuelta, en la que para ser presidente un candidato debe obtener más del 50% de los votos válidos emitidos, o 40% con diferencia de 10% sobre el segundo. De lo contrario, habrá segunda vuelta, el 25 de octubre.
Los votantes elegirán además de presidente y su vice a 130 diputados y 36 senadores por un período de cinco años, hasta 2030. La lista de candidatos se completa con Fidel Tapia (Nueva Generación Patriótica), Max Jhonny Fernández (Alianza Fuerza del Pueblo) y Rodrigo Paz Pereyra (Partido Demócrata Cristiano).
Lo pasado, pisado

Hasta la década anterior, la producción del gas nacionalizada por Morales -acompañada por un nivel de precios y de demanda ideales-, permitió a la izquierda indigenista desplegar una política económica expansiva y distributiva inédita en el país. Entre 2006 y 2019, Bolivia vivió la etapa de mayor prosperidad de su historia: el tamaño de su economía aumentó cinco veces: “el milagro boliviano”.
Pero agotada esa etapa Bolivia volvió a incurrir en déficit fiscal y la caída de exportaciones de gas en un país históricamente primarizado - supo depender de la extracción de plata, salitre, caucho o estaño y ahora importa el 80% de sus bienes de capital- redujo al mínimo las reservas del Banco Central (15.122 millones de dólares en 2014 a 1.796 millones en abril de 2024). El país sigue subsidiando el combustible, importa el 56% de la gasolina y el 86% del diésel que consume.
El rojo fiscal se financió con emisión y fogoneó subas de precios desconocidas desde la hiperinflación de 1984-1985 (la primera en América Latina y con una caída del 6,6% del PIB). Bolivia terminó importando hasta hidrocarburos, todo ello complicado por los bloqueos de rutas de seguidores de Morales que interrumpen los suministros desde los llanos de Oriente a los centros andinos.
Recientemente, cuatro policías y un campesino murieron en Potosí, durante los bloqueos, y en medio de las protestas contra el gobierno de Arce -ministro de Economía de Morales cuando el país vivía la bonanza de la década pasada- y terminó renunciando el ministro de Justicia, César Siles Bazán.

Por la debacle del gas, Bolivia quedó al borde de la quiebra, con todas las agencias de calificación de activos llevando su deuda a niveles de casi impago y el “riesgo país” superando los 2.000 puntos, solo por debajo de Venezuela. Pero Arce se negó a acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI) y mantiene un rol activo del Estado.
“Cuando hay problemas económicos apuntan al gobierno como si fuéramos culpables. Los culpables están allá sentados en la Asamblea Legislativa, porque no aprueban los créditos” de inversión pública proyectados, se defendió Arce, quien en mayo dictó una batería de medidas para contener la crisis de divisas y combustibles.
El exvicepresidente Álvaro García Linera, un intelectual de izquierda prestigioso en toda la región, resumió así la evolución del proceso que protagonizaron Morales y Arce, hoy furiosamente enfrentados: “Es un declive sin gloria”, dijo, y definió esa disputa como “egoísta”. “Están jugando con monstruos”, afirmó.
Un mes antes de las elecciones, después de denunciar a Morales por un supuesto intento de golpe de Estado (además de una causa abierta por estupro), Arce planteó a la izquierda que se una para “conformar un bloque” que impida el retorno de la derecha al poder y la aplicación de recetas económicas neoliberales.
Por izquierda

En las encuestas, el candidato oficialista Del Castillo (MAS) queda entre los últimos con menos de 2%, emparejado con Copa (Movimiento Renovación Nacional), mientras Rodríguez (Alianza Popular, foto), titular del Senado que rompió con Morales para presentar una candidatura independiente, aparece mejor perfilado, con hasta 14%, de todos modos muy insuficiente y detrás de los derechistas.
Morales, quien por un fallo del Tribunal Constitucional perdió el derecho a usar la sigla del MAS en favor de Arce, quedó impedido por la Constitución, que establece que una persona solo puede ser presidente dos períodos, continuos o discontinuos. La justicia le impidió inscribir su Partido Acción Nacional Boliviana.
Según Pablo Stefanoni, uno de los analistas que mejor conoce el país, el proceso político liderado por el MAS encarnó una suerte de revolución política que amplió la foto de familia de la nación boliviana: campesinos e indígenas ocuparon ministerios, viceministerios, bancas parlamentarias y embajadas, aunque el modelo económico no logró salir de la explotación de materias primas (gas, soja y minería).
“El problema fue que Evo Morales, que ganó una y otra vez con mayorías excepcionales de votos, pensó que su liderazgo era el nombre mismo de una mayoría popular eterna e inmutable”, afirmó.
Tras heredar el poder en 2020, después del violento interinato derechista de Áñez, Arce termina su gestión fracturando el MAS y quedándose con sus siglas. Sin embargo, resignó postularse por su impopularidad y su candidato no es favorito. Todo, en el contexto de una contienda judicializada, con 64,2 % de las candidaturas presentadas por los partidos políticos inhabilitadas por incumplimiento de requisitos.
Por derecha

Las mismas encuestas que reducen al mínimo la posibilidad de que la izquierda mantenga el poder al que accedió hace dos décadas exhiben una cerrada disputa por derecha entre el empresario Doria Medina y “Tuto” Quiroga (foto), al frente de las preferencias con alrededor de 20% cada uno.
El triunfo de la derecha boliviana, en primera vuelta o en segunda, significará inevitablemente la vuelta a medidas liberales ortodoxas que saquen a Bolivia del modelo de intervención activa del Estado y, probablemente, la conecten a algún tipo de auxilio del FMI, con privatizaciones y más apertura a las inversiones extranjeras.
Doria (66), tras varios intentos de llegar a la presidencia, plantea desde su programa “100 días, carajo!” que los votantes elijan entre apoyar la iniciativa privada y la presencia económica del Estado del modelo que rige desde 2006.
“Nuestro problema económico es fundamentalmente fiscal. Con los ingresos de la renta del gas se ha creado un centenar de empresas públicas sin ningún estudio previo y hoy son una sangría de fondos para el Estado. Mi plan urgente es el cierre de empresas deficitarias, utilizar préstamos internacionales ya acordados que el gobierno no ha ejecutado, y que en Bolivia vuelva a haber combustible y dólares”.
Por su parte, Quiroga (65) propone “resucitar la producción gasífera con una agresiva rebaja de impuestos para nuevas exploraciones y poder atraer inversiones que preserven el mercado de Brasil” y un modelo para el litio (Bolivia tiene las mayores reservas mundiales) que vaya más allá de la pura extracción.
“La propiedad del litio, del gas, del hierro, de los servicios eléctricos y de telecomunicaciones debe ser realmente del pueblo”, sostuvo Quiroga, quien propone la fabricación nacional de baterías eléctricas en el marco de una “revolución propietaria liberal”
