Tres semanas después del peor desastre medioambiental de Río Grande do Sul, que causó más de 160 muertos y dejó miles de damnificados, la situación sigue siendo crítica. El río Guaíba ha vuelto a superar los cuatro metros y en Porto Alegre, la capital de ese estado brasileño, se registran 26 puntos con alto riesgo de deslizamientos. Las calles que no están inundadas dejan ver los efectos de la destrucción, llenas de fango, escombros y basura. Este panorama y las pérdidas humanas y materiales, sumadas a la incertidumbre sobre el futuro, han llevado a la población a experimentar un miedo crónico conocido como ansiedad ambiental.
En el estado brasileño de Río Grande do Sul, muchos hospitales están devastados. Mientras tanto, aumentan vertiginosamente los casos de leptospirosis, una enfermedad infecciosa transmitida a través de la orina de animales infectados, principalmente roedores.
Su letalidad es del 9% y, de momento, ya se han registrado al menos cuatro muertes, unos 50 casos confirmados y cerca de 800 personas están esperando un diagnóstico.
Frente a esta situación, que muchos afectados califican de “apocalíptica”, un fuerte cansancio colectivo se ha instalado en la población.
Los psicoanalistas destacan el fuerte impacto de esta tragedia en la salud mental y en la vida de los brasileños. Cada vez más personas en Río Grande do Sul se preguntan: “¿Quién va a pagar por eso?” o “¿cómo vamos a salir de esta situación?”.
La búsqueda de responsabilidades políticas y la incertidumbre sobre la reconstrucción de lo que fue arrebatado por la fuerza del agua se suman al duelo por los 166 muertos y a la preocupación por los más de 637.000 desplazados.
“Los fenómenos complejos tienen causas complejas. No podemos ver esta tragedia con simplismo. La búsqueda de culpas no termina en la naturaleza, ni en una sola Administración, en un solo presidente, gobernador o alcalde, ni en la izquierda o en la derecha, sino en un conjunto igualmente complejo de acciones”, señala la psicoanalista Maria Homem.
“Por supuesto, están los responsables de la macropolítica, pero los elegimos nosotros. Superar este trauma y seguir adelante incluirá dejar de infantilizarnos. Ser conscientes de las acciones que realizamos”, agrega la experta.
Angustia, tristeza e impotencia
Desde hace días en los medios de comunicación de Brasil se ha popularizado el neologismo “ansiedad climática”, acuñado en 2017 por la Asociación Estadounidense de Psicología para definir el “miedo crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático”.
En 2021, este término ingresó en el prestigioso diccionario de Oxford, dos años después de que fuese introducido otro concepto novedoso, el de “emergencia climática”.
En Brasil, la “ecoansiedad” ha sido reconocida oficialmente como palabra por la Academia Brasileña de Letras, que la define como un “estado de inquietud y angustia desencadenado por la expectativa de graves consecuencias del cambio climático y la percepción de impotencia ante daños irreversibles al medio ambiente”.
Es una situación que se aplica perfectamente a Río Grande do Sul, que en menos de un año ha experimentado cuatro situaciones climáticas adversas. Cada vez más habitantes de este estado reconocen que sienten agobio o incluso pánico cada vez que llueve.
“No se trata de una patología, sino de un fenómeno que tiene que ver con esas emociones incómodas, como la angustia, la tristeza, la impotencia e incluso la ira con relación al cambio climático”, explica el coordinador del Centro de Estudios e Investigaciones en Trauma y Estrés de la Pontificia Universidad Católica de Río Grande do Sul, Christian Kristensen.
En Brasil, todavía hay pocos trabajos académicos sobre la ecoansiedad, a diferencia de otros países. En el Reino Unido, este concepto ocupa un lugar más destacado en la comunidad científica. De hecho, uno de los mayores estudios sobre el tema ha sido realizado por la Universidad de Bath, con entrevistas a 10.000 jóvenes de entre 16 y 25 años en 10 países diferentes, incluido Brasil. Los resultados, publicados en la revista The Lancet Planetary Health, revelaron que el 59% de los jóvenes se dicen muy preocupados por el cambio climático. El 45% reconoce que esas cuestiones afectan negativamente sus rutinas. Además, el 40% dijo que se plantea no tener hijos debido a la crisis climática y el 75% señala que “el futuro es aterrador”.
Voluntarios y rescatistas agotados
Esta mezcla de pesimismo, inquietud y agotamiento no afecta solo a la población, sino también a los voluntarios y a los profesionales que desde hace tres semanas se desviven para rescatar a vecinos y animales domésticos. Algunos psicólogos hablan incluso de burnout. Muchos albergues ya están notando un descenso en el número de voluntarios, algo que preocupa al ayuntamiento de Porto Alegre. El desgaste es irreversible, ya que muchas personas solo desean volver a su rutina.
Para ayudar a este colectivo, se han creado grupos de emergencia que prestan asistencia psicológica a los que realizan el rescate y acogida de los afectados.
Según el profesor Christian Kristensen, el 20% de estos voluntarios podría desarrollar algún trastorno mental o estrés postraumático por la labor desarrollada en el campo. Esa estimación se basa en investigaciones sobre desastres llevadas a cabo en los últimos 40 años. Entre estos estudios, destaca el seguimiento de los afectados por el huracán Katrina, en Estados Unidos, que causó la muerte de más de 1.800 personas.
La reconstrucción, otra etapa con impacto mental
La situación es objetivamente complicada. Hay más de dos millones de afectados y cerca de 430 ciudades devastadas.
En los próximos meses y tal vez años, el estado de Río Grande do Sul pasará por la mayor acción de reconstrucción de la historia del país, algo que tendrá un profundo impacto en áreas como la agricultura, la salud, la educación y el transporte.
Será necesario no solo reconstruir edificios, carreteras y ayudar a las familias que lo perdieron todo, sino también prepararse para enfrentar un nuevo escenario climático global, según los expertos.
“Será la mayor operación de reconstrucción de infraestructuras públicas, residenciales e industriales. Si por un lado es terrible, por el otro es necesario fortalecer la adaptación al cambio climático y a los fenómenos extremos, repensando la organización de las ciudades”, señala Marcelo Dutra, profesor de Ecología de la Universidad Federal de Río Grande.
Razones para preocuparse no faltan. En la actualidad, Brasil es el sexto país con el mayor número de personas desplazadas por desastres naturales, según datos de 2023 de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), una estadística encabezada por China y Filipinas.
“Brasil fue responsable de más de un tercio de los desplazamientos por desastres en América del Sur, con 745.000, la cifra más alta desde que se iniciaron los registros en 2008”, revela el informe de la OIM, publicado el pasado 14 de mayo.
Los estados de Santa Catarina, Río Grande do Sul y Paraná, en el sur subtropical del país, fueron afectados por lluvias récord en octubre y noviembre de 2023, lo que provocó más de 183.000 desplazamientos. La OIM advierte que, en un futuro próximo, los desastres naturales obligarán a millones de personas a abandonar sus hogares y ciudades en busca de refugio.
Esta perspectiva plantea nuevos desafíos para el Gobierno y la población.
“En poco menos de un mes desde que las primeras tormentas azotaron el suelo de Río Grande do Sul, además de la pérdida de vidas, plantaciones, industrias, comercios, viviendas, carreteras, ciudades enteras, también hemos visto signos de erosión de los elementos que nos mantienen funcionando como sociedad. Mujeres fueron violadas y atacadas en los albergues, casas inundadas fueron saqueadas, las facciones criminales entraron en guerra e impusieron sus reglas a las comunidades”, escribió el columnista Leonardo Sakamoto.
“Por mucho que Brasil haya experimentado maravillosos ejemplos de solidaridad y de amor hacia el prójimo, también hemos visto un anticipo del colapso de la civilización que vendrá con el cambio climático. Es cada uno por sí mismo y Dios por encima de todo”, añade.
Los científicos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas “vienen advirtiendo que este cambio traerá conflictos armados y guerras por el instinto más básico, el de la supervivencia. En este contexto, la disputa por recursos naturales, como agua dulce, tierra para plantar y terrenos seguros para vivir, ya provoca disputas violentas no solo entre países, sino también, y principalmente, entre clases sociales”, concluye Sakamoto.
Por Valeria Saccone-France24