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Café escenográfico en Pertutti

Cambio del Premier Posse por el Premier Francos. Sin siquiera aceptar que el gobierno es un espanto. Por Jorge Asís

Café escenográfico en Pertutti

Tergiversaciones

A menos de seis meses, Javier Milei, El Psiquiátrico, cambia de Premier.
O de la burocrática vulgaridad del ministro coordinador.
Derivaciones de la genial invención de Raúl Alfonsín, El Providencial. Suficientemente banalizada.
El Providencial la impuso en la Asamblea Constituyente de 1994, en Santa Fe, para facilitar el antojo de reelección de Carlos Menem, El Emir.

Treinta después se asiste al trueque de Nicolás Posse, El Premier del Silencio, por Guillermo Francos, El Gentleman.
Pero el intercambio no implica ninguna oxigenación elemental.
Al contrario, es la tergiversación de la autocrítica que nunca transcurre.

Para Milei resulta positivamente redituable. Ni siquiera tiene que aceptar que el gobierno que preside es, hasta aquí, un espanto. O un desastre.
El Gentleman emerge como el interlocutor ideal para la rosca permanente con la casta que Milei suele maldecir con frecuencia relativamente utilitaria.
Felizmente, Francos carece de la cotidiana administración de la intriga. Como del usufructo del enigma.
O del silencio siempre sospechoso que traficaba el estilo Posse, antecesor signado por el amateurismo de la inexperiencia.

Desde la impunidad del anonimato, el Premier Posse supo improvisar su curso acelerado de estadista, a los efectos de situarse a la altura de Michel Rocard, Estadista Trunco.
O de las piruetas efectivas de Eduardo Bauzá, Flaco Eterno.
Una pena para Posse haber desperdiciado en significativas chiquilinadas el afecto y la confianza que el amigo presidente le supo dispensar.
Cayó por la tendencia imprudente de filtrar asuntos destinados a la mitología del secreto.
Determinadas intimidades de los ministros que debía, como Premier, coordinar.
O por filtrar el acuerdo de caballeros que podía destrabar un conflicto sustancial como el universitario. Primera bala que penetró en el hígado del inapelable líder libertario.
Para ajustar la información probablemente inexacta se impone consultar con Santiago Caputo, El Jaimito Superior.
O con el indemne senador Martín Lousteau, Personaje de Wilde, que debió retroceder.
De últimas, podría incluso apasionar la indagación en las prioritarias impresiones de Emiliano Jacobitti, El Caudillo Radical, temiblemente académico.

La escenografía de Pertutti

La movida del Premier Posse por el Premier Francos implica una modificación total del estilo de conducción.
Cuesta tomar la ceremonia compartida del café escenográfico en Pertutti como un acto natural.
La vibrante opacidad del gabinete convocada alrededor de la mesa de un bar.
Multiplicada por el profesionalismo de los movileros y de los reporteros gráficos.

O que diez horas después del café en Pertutti trascienda que, por la persistencia de Francos, en armonía con la señora vicepresidenta Victoria Villarruel, La Cayetana (Álvarez de Toledo), consiguieron destrabar la complejidad del dictamen del Senado para la descuartizada Ley Bases, inspirada por el trovador popular Federico Sturzenegger, Bailarín Compadrito.
Primera ley que, en plena ausencia de gestión, podría proporcionar a Milei las fundamentales «herramientas» infinitamente útiles para acabar con las excusas del «principio de revelación».
Y para transformar aquello que, desde la frívola intensidad de la campaña, Milei proponía.
Las bases estructurales de la economía.

El Psiquiátrico pretende demostrar que aquel estimulado panelista de Intratables todavía se encuentra en rigurosas condiciones para ser equiparado en la materia con Carlos Menem, El Emir. Exclusivo estadista del pelotón que rescata de manera selectiva.
Consta que Milei idolatra la caricatura del Menem que absorbió al folklórico liberalismo del epigonal Bernardo Neustadt y de la clásica familia Alsogaray, Álvaro padre y señora María Julia hija.
Aunque siempre sin identificar a Menem con el fenómeno cultural del peronismo.
Ni siquiera con el pragmatismo de la resignificada dinámica.

Resulta paradójico que mientras Milei celebra al Menem estadista en el Salón de los Próceres, sean en simultáneo los peronistas de Unión por la Patria los obstinados en replicar el modelo liberal de la extrema derecha.
Hasta la impugnación estética. O hasta el rechazo olímpicamente moral.

Capital Humano, ministerio del error

La creación del ministerio aglutinador de Capital Humano no era una idea del todo mala.
Apenas relativamente eficaz para que Milei se luciera en la campaña que animaba con las extravagantes dotes de artesano con la motosierra desde las emisiones irresponsables del cable.
Pero el engendro del Capital Humano arrastraba el destino de causa definitivamente perdida para la monotonía de gobernar.
El secreto consistía en aglutinar cinco ministerios irrelevantes con sus propias patologías presupuestarias, para reubicarlos en dependencias o meras secretarías de Estado.
Cultura, Trabajo, Educación, Desarrollo Social. Casi también Salud.

Era la representación virtual del malentendido. O del implacable error.
La señora ministra Sandra Pettovello, Laura Hidalgo, designaba funcionarios por doquier.
Pero sistemáticamente pronto le plantaban el desaire de la renuncia ante sus ojos enormemente penetrantes.
Por el explicable temor de ser calificados, en el esplendor de la debacle, de «chivos expiatorios».

Consta que Milei todavía no alcanza a concentrarse en el juego de las ligas superiores que le corresponde por portación de superioridad.
Ocurre que mantiene en pose activa de combate a los señalados elitistas de la Cultura.
Que la demagógica defensa de la Educación Pública ya le proporcionó algo más intenso que la profanación de una bala de teflón.
Que la Patria Sindical ya le plantó en cinco meses la previsibilidad de dos paros generales y se planifica pronto el tercero.

A esta altura del espanto, el «principio de revelación» agotó la condición de excusa perfecta.
Justamente cuando por la obsesión de concentrarse en el descubrimiento de imperdonables irregularidades en los merenderos, la denuncian a la pobre Laura Hidalgo por abstenerse de distribuir entre el padecimiento del pobrerío los cinco millones de kilos de alimentos que se estancan en los depósitos y ya están casi a punto, en efecto, de pudrirse.