El pueblo que el kirchnerismo “inventó” en su gestión ya se esfumó, dejó de ser único e indivisible. Se transformará en otro pueblo, el del 70% de los argentinos que esperan un cambio.
En el artículo anterior escribí sobre el vacío de poder en Argentina y la respuesta populista a ese fenómeno. Pero para que el populismo se injerte en la sociedad tiene que cumplir con ciertas condiciones. Condiciones que no muchos políticos argentinos batieron. La concepción populista es más que un simple político popular. Más bien es aquel que cree tener la legítima autoridad de obrar y hablar en nombre del pueblo. “Yo soy del pueblo y de ahí no me muevo”, exclamó Cristina Fernández de Kirchner.
Ahora, ese pueblo es ficticio. Es la presunción de que la sociedad argentina es simple, que tiene un solo interés y una sola cara: la voluntad general de Rousseau. Todo aquel que no conciba la idea de voluntad general, voluntad nacional, es un completo ignorante en la materia. ¿Cómo no te vas a dar cuenta de lo que el pueblo dice? O, más que ignorante, sos el anti-pueblo.
Como los vientos cambian, hoy el pueblo que el kirchnerismo inventó en su gestión ya es difuso. Aquí habría qué preguntarle a Cristina qué pasó con ese pueblo único e indivisible. Entonces cabría esperar que se transformará otro Pueblo, el que algunos llaman: el 70% de los argentinos que esperan el Cambio.
Las palabras importan. Consideremos que el voto es una expresión del pueblo: sumemos los votos de JxC y LLA y dividamos por la cantidad de habitantes (según el último censo), nos da casi el 31% de los habitantes. Empíricamente, el pueblo no existe.
Como dije anteriormente, hay que armar un nuevo pueblo, un nuevo argentino. Podríamos pensar que ese argentino será caracterizado por ser un león hambriento dispuesto a cazar su presa. La presa es ese Estado recalcitrante que tanto nos limita a vivir. Un león que estuvo en cautiverio, no sólo en la cuarentena del siglo XXI, sino desde la creación del Estado argentino. Es el Estado el culpable de los males del pueblo.
También debo decir que existe una relación entre conductor y pueblo. El conductor -podríamos decir líder populista- tiene en su cabeza las recetas para las enfermedades del pueblo. Ahí está todo, no se necesita deliberar. Todo se concentra en Uno, en el legítimo. “¡Qué tontos fuimos! Él sabe lo que hay que hacer”. Habrá que ver si el médico diagnostica bien las enfermedades porque no todos los pacientes responden al mismo tratamiento, es decir, tendremos que ver la virtud del conductor para amalgamar lo que creó.
Cambio de vientos
Hay una característica muy interesante, a mi juicio, que diferencia este prematuro pueblo de su predecesor: lo activo. Mientras que el pueblo, para el peronismo y para Cristina, siempre fue una pobre víctima indefensa que debía ser resguardada por una figura paternal o matrimonial (Perón-Evita, Néstor-Cristina), el pueblo que se está construyendo no necesita de padres, sólo de guías espirituales. “No vengo a guiar corderos, vengo a despertar leones”.
Acá claramente hay una diferencia radical. No es lo mismo la visión paternalista que considera que los hijos son personas indefensas e irracionales -disponibles a la manipulación de los malvados-, que la visión de guiador. La Revolución peronista nunca se dio porque Perón no la ordenó, ¿quién manda a sus hijos a la batalla? La hizo él o dijo hacerla. En cambio, el que guía empuja a hacer la Revolución. Y por definición, la Revolución no tiene fin.
Claramente es complejo vislumbrar qué pasará. Cada vez circula con más frecuencia el concepto de Revolución, práctica política que dejó de ser utilizada con tanta vehemencia en el siglo pasado. El famoso 540 (grados, es la suma total de un giro más la mitad) dibuja tal cual un escenario revolucionario: el de revoluciones. Lo que quizás aún no se explicó es que una vuelta, un círculo, no tiene fin.
A su vez, también debemos tocar otro punto: la sucesión. El populismo tiene un gran problema, al concentrar tanto en Uno, cuando ese Uno deja de ser tal, todo se desmorona. Cuando digo concentrar no sólo me refiero a poder sino también a explicaciones, expectativas, atributos.
Otra cosa queda por ver: ¿por qué JxC no logra entrar en esta dinámica? ¿Qué carencia o desdicha cuentan los cuadros del PRO, la UCR, CC, etcétera? No es que no sean o quieran ser populistas, de hecho, más de uno de ellos intenta utilizar la misma estrategia. ¿Por qué fracasan?
Por Agustín N. Garetto-Perfil