El lunes pasado, en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Misiones, invitados por el Espacio de Reflexión Universitaria (ERU), el ministro de Hacienda de Misiones, Adolfo Safrán junto al profesor y economista Juan Dip participaron en una charla titulada “La Dolarización: posibilidades de su implementación y sus principales efectos para las familias y empresas”.
Adolfo Safrán comenzó su exposición identificando los objetivos explícitos que a nivel teórico persigue la dolarización, aquellos que establecen que los países que renuncian a su moneda supuestamente quedarían a salvo de una mala gestión monetaria y macroeconómica en virtud de una menor inflación y de mayor crecimiento con respecto a las economías no dolarizadas. Bajo estos supuestos, el crecimiento provocado por la dolarización sería consecuencia de las bajas tasas de interés, algo que atraería mayores inversiones; y de la eliminación de la volatilidad del tipo de cambio, lo que supondría un impulso al comercio internacional.
Pero, como el mapa y el territorio, la realidad de la economía no siempre coincide con los deseos plasmados en un modelo teórico. En Argentina, el antecedente más cercano para pensar los efectos reales que la dolarización provocaría se pueden comprobar repasando las consecuencia de la Ley de Convertibilidad, sancionada en abril de 1991, que declaró la paridad cambiaria con el dólar norteamericano.
Esta normativa obligaba al Banco Central a que en todo momento las reservas de libre disponibilidad en oro, bonos y divisas extranjeras debían ser equivalentes al 100% de la Base Monetaria; con el objetivo de generar confianza ya que la cantidad de dinero circulante no crecería sin tener el “respaldo” en activos financieros equivalentes.
A pesar de que la medida obtuvo un éxito relativo en el corto plazo, logrando aplacar las expectativas inflacionarias, de todas maneras el Gobierno perdió control sobre el manejo de la Política Monetaria y Cambiaria y, tras una profunda crisis, en parte asociada a la falta de competitividad de la moneda nacional, en enero de 2002 se dio por finalizado el régimen de la convertibilidad.
Durante este período se puede observar que el crecimiento del PBI estuvo asociado directamente a las privatizaciones de empresas públicas y la reducción del Gasto Público mediante el despido de muchos empleados. A la par, el proceso de desregulación y apertura de la economía implementado provocó un crecimiento del desempleo generado por un fenómeno de sustitución de mano de obra por maquinarias y la competencia con los productos importados (más baratos) que redujeron la producción de la industria local.
Además de estos efectos negativos, la convertibilidad también dejó a la Argentina a la intemperie frente a las perturbaciones o shocks externos. Frente a un esquema rígido de precios y salarios nominales, sin la posibilidad de depreciar el tipo de cambio para mejorar la competitividad, se incrementó el desempleo y se estancó el crecimiento.
También se pueden observar los desempeños de aquellos países que tienen su economía dolarizada, como son Ecuador, Panamá y El Salvador. Países que si bien gracias a esta medida lograron reducir sus índices de inflación, comparativamente crecieron mucho menos que el resto de las economías no dolarizadas. Por otra parte, estos países dolarizados tampoco lograron un mejor desempeño de sus déficits fiscales o saldos en cuenta corriente frente a naciones no dolarizadas. Por citar un ejemplo más concreto, a pesar de la dolarización, Ecuador tiene un riesgo país alto, de 1.400 puntos.
Frente a esta evidencia empírica, la que aportan los países que dolarizaron, la propia experiencia Argentina durante la vigencia del Plan de Convertibilidad, y la realidad de Misiones durante la década del 90 (cuando observamos como la falta de competitividad de nuestra moneda destruyó el comercio provincial y redujo significativamente el turismo internacional), es evidente que la opción por la dolarización ofrece soluciones imaginarias que solamente son efectivas en el plano de los supuestos, las conjeturas y las hipótesis. Tal como aportan estos ejemplos que repasamos durante la presentación, la dolarización no traerá mejores perspectivas para la economía real de las empresas y las familias ni a corto ni a largo plazo.
Además, para implementar un plan de dolarización se deben cumplir varios requisitos: obtener un balance fiscal equilibrado o superavitario, eliminar la emisión monetaria para financiar el déficit fiscal, resolver la distorsión de precios y acumular reservas en el Banco Central. Objetivos que si son alcanzados tendrán como consecuencia directa la estabilización de nuestra moneda. Entonces, para qué dolarizar si ya habremos logrado fortalecer nuestra propia moneda, lo que supone un objetivo mucho más racional, soberano y sustentable para el desarrollo de la economía argentina a largo plazo.
Estuvieron presentes durante la charla el decano de la Facultad de Ciencias Económicas, Horacio Simes; el vicerrector de la UNaM, Sergio Katogui; docentes, alumnos y periodistas.