Misiones Para Todos

Chatea a diario con su ex amante sin poder verla: la infidelidad que sobrevive al tiempo y la culpa pero le teme a lo peor

La historia entre Guillermo y Adriana, hoy su gran amor virtual, nació en Baradero en los años setenta, donde fueron novios adolescentes. La relación fue complicada desde un comienzo. Los padres de ella no lo aceptaron a él porque había sido el novio de la mejor amiga de Adriana, situación que arruinó su reputación. Cómo después de luchar por su amor contra viento y marea terminaron siendo amantes

Nacieron y se criaron en el mismo pueblo de la provincia de Buenos Aires: Baradero. Pero, por sus respectivas edades, las vidas de Guillermo y Adriana transitaban por distintas calles. Hasta que ella alcanzó la adolescencia y empezó a colarse en los boliches de los mayores de edad. Como con tantos otros amores que hemos contado en esta sección fue una de esas madrugadas de fiesta que ellos cruzaron sus miradas por primera vez.

Pero no nos adelantemos, porque no fue entonces que nació el amor.

Ganarse el odio

Guillermo comienza su relato con optimismo: “Hubo años que a pesar de las convulsiones del país, hablo de los años 70, el sol salía sin preguntar. En esos tiempos de club, de barras con amigos, de pileta y de fútbol mechados con estudio y trabajo, se era feliz”.

Un día de esos, de amigotes y corazones desenfrenados, Guillermo eligió novia. Pero no fue la chica que lo miraba disimuladamente y encandilada y que se llamaba Adriana, sino otra llamada Laura.

“Adriana era muy chiquita, tenía tres años menos que yo, era de otro grupo y mucho más tranquila. No le di bolilla. ¡Yo siempre elegía a la chica equivocada!”, recuerda con humor. “Resultó que escogí a Laura que era un poco más grande, más interesante y más divertida para ese momento”.

Cuando se pusieron de novios Guillermo se enteró de que Laura era la mejor amiga de Adriana: “Laura sabía que Adriana moría por mí. ¡Para Adriana, que era muy introvertida, debe haber sido muy duro que el tipo que te gusta se ponga de novio con tu mejor amiga!”.

Pero las cosas no demoraron en darse vuelta.

“La aventura, así califica Guillermo a aquel noviazgo con Laura, duró poco”. Cortaron. Y, al tiempo, él empezó a encontrarse con Adriana por casualidad en fiestas, en casas de amigos o por la calle. Se dio cuenta de que ya no la veía como a la “chiquita” de antes: “Empecé a notar que cuando nos veíamos a ella le brillaban los ojos. Yo era muy hablador, pero cuando me la topaba perdía la voz. En resumen, en poco tiempo me enamoré de ella como loco. ¡Para mí tenía los ojos más hermosos que había visto jamás! En unos meses empezamos a salir. Ella tenía 15 y yo 18. La atracción mutua era enorme. Claro que apenas Laura se enteró de que estábamos saliendo se desató la tormenta perfecta. Sintió que la habíamos traicionado. Yo era el peor hombre del mundo. A partir de ahí, me odió para siempre. Jamás me perdonó que me hubiera enamorado de su amiga Adriana”.

Los padres de Laura eran amigos de los padres de Adriana. Los matrimonios no vieron con buenos ojos que Guillermo hiciera ese traspaso brutal de una novia a otra. Si bien el clima entre las familias de las chicas se enrareció un poco al principio, finalmente, terminaron haciendo causa común en contra de Guillermo. El joven había pasado a ser el malvado de la historia, el que había metido cizaña entre las amigas.La relación con Guillermo no había sido aceptada por los padres de Adriana, porque antes había sido novio de la mejor amiga de ella - VisualesIA (Imagen Ilustrativa Infobae)La relación con Guillermo no había sido aceptada por los padres de Adriana, porque antes había sido novio de la mejor amiga de ella – VisualesIA (Imagen Ilustrativa Infobae)

Guillermo siguió adelante. Había estudiado y trabajado al mismo tiempo durante todo su secundario. A los 20 partió a estudiar a Buenos Aires la carrera Administración de Empresas. Trabajaba de día, estudiaba de noche. Adriana, enamoradísima, siguió sus pasos: al terminar el colegio dejó también Baradero para instalarse en la misma ciudad de Guillermo, pero en la casa de una prima de su madre. Y comenzó a estudiar Agronomía.

“La mala impresión que tenían sobre mí fue de mal en peor y yo cada vez estaba más enamorado. Mi reputación estaba en bancarrota y no había forma de remontarla. Seguía siendo un sujeto horrible para su familia, un nombre prohibido. ¡Los padres de Laura les habían llenado la cabeza en mi contra!”.

La pareja surfeaba en un mar revuelto, pero con la felicidad de la inconsciencia. “Nos veíamos cuando podíamos, en lugares extraños a horas extrañas. Era un noviazgo en el que había que batallar de manera permanente. La cosa se fue poniendo cada vez más difícil porque yo no lograba que su familia confiara en mí. La lucha era desigual y sus padres la acosaban para que ella me dejara y se terminara nuestra historia. Nuestro noviazgo duró más que el otro, había mucho amor. Fueron tres años, contra viento y marea, bellos e intensos. Pero en un momento bajé los brazos. Entre la facultad, mis nuevos amigos y las salidas que con ella no podía tener, sobrevino el final. Y quedaron atrás esos años hermosos y difíciles. Cada uno siguió su ruta y no nos vimos más”, relata Guillermo.

Ya habían llorado tanto, que en la despedida no hubo lágrimas. Era algo obvio que tendrían que cortar, alejarse. Era la aceptación de lo inevitable. No había mucho más que hacer y casi que resultó un alivio terminar con esa guerra.

Sorpresas: un embarazo y una llamada

Guillermo siguió con su vida. Cuando llegó a los 26 años tuvo una sorpresa: una chica de su misma edad y con la que estaba saliendo quedó embarazada.

“Y bueno… era mi novia. No sé si estaba enamorado, pero me pareció que estaba bien casarme. Era lo que correspondía. Ya me había recibido, me iba muy bien en lo económico y bueno, ya estaba, la vida era así”, cuenta así la resignación con la que aceptó el hecho de que su vida quedaba configurada por esa gestación.

Estaba en esta etapa cuando, de la nada, un día recibe una llamada.A los 26, Guillermo decidió, resignado, casarse con la novia del momento que había quedado embarazada - VisualesIA (Imagen Ilustrativa Infobae)A los 26, Guillermo decidió, resignado, casarse con la novia del momento que había quedado embarazada – VisualesIA (Imagen Ilustrativa Infobae)

Era Adriana.

Y, por supuesto, conmoción total en ese nuevo mundo que estaba edificando.

Guillermo le dice de verse. Adriana no quiere. “Hablamos unas diez veces por teléfono sin vernos. Me tenía miedo, desconfiaba de lo que podía volver a sentir conmigo o de lo qué podía pasarnos”, aclara Guillermo.

El pavor termina interrumpiendo las llamadas.

Dos meses después, Guillermo se casa. “Y sigo casado hasta el día de hoy”, spoilea nuestro protagonista.

Dos décadas más tarde

“Pasaron los años y yo siempre estaba acordándome de Adriana. Pensaba qué estaría haciendo, con quién se habría casado, qué nombres les habría puesto a sus hijos. No podía terminar de sacármela de la cabeza y del corazón”, relata. “Ya habían pasado unos 20 años cuando, con un exhaustivo y trabajoso plan, logré ubicar su teléfono. Era el teléfono de su casa de casada. Por suerte, todavía se usaban muchos los de línea. Dudé en llamarla. Al cabo de unos días, tomé coraje y llamé. Atendió ella, enseguida supe que era su voz. No me acuerdo con qué excusa, ni que mentira le dije para justificar el llamado. Hubo sorpresa total de su parte, yo atiné a pasarle mi teléfono celular y enseguida ella me dijo que me tenía que cortar, que estaba con gente de visita en su casa. Me quedé con un nudo en la garganta. Me había quedado con ganas de hablar un poco más”.

Eso ocurrió el miércoles 13 de noviembre de 1996 y hacía veinte años que no sabían nada el uno del otro..

“Yo no le creí que estuviera con alguien, pero le había llegado a dar a las apuradas mi celular. Me dije bueno, ya está, lo intenté. Con los días me olvidé del tema”, confiesa, “También pensé que era imposible que recordara mi número, porque creo que ni había llegado a anotarlo. Por suerte me equivoqué”.

Guillermo siente la necesidad de aclarar que para este entonces “estaba felizmente casado, con tres hijos y con mi vida en la dirección correcta”. Continúa su relato:

“Esa Navidad de 1996, a las 12 de la noche, miré mi celular para mandar los saludos de rigor y ¡grata sorpresa! Encuentro que tenía un mensaje de Adriana deseándome unas lindas fiestas y disculpándose por no haber podido atender bien mi llamada aquel día de noviembre. Ese mensaje me llenó el alma y el cuerpo de una manera que me faltó la respiración. Ahí nació otra historia porque empezamos a hablar por teléfono por horas. Al principio, era cada dos o tres días, después algo diario y, al final, varias veces por día. Hablábamos de nuestros hijos, nos contábamos nuestras respectivas vidas. Me dijo que siempre había pensado en mí, en qué estaría haciendo y yo le mencionaba cuánto la había extrañado. Insistía con verla, pero no había forma de convencerla. Pasamos meses hablando hasta que, a fines de febrero de 1997, nos vimos. El encuentro fue en el microcentro de la ciudad, en un bar que nos quedaba a los dos relativamente bien por nuestros trabajos. Un sitio cualquiera para mirarnos a los ojos. Fue maravilloso, como si nunca hubiésemos estado separados. Claro, estábamos de trampa, es cierto, los dos estábamos casados. Pero lo nuestro era amor, amor antiguo y amor presente. No era un romance sexual, algo pasajero, una pasión, era una verdadera historia emocional y profunda que nos atravesaba”.En sus encuentros con Adriana, en hoteles, no predominaba el sexo, era más que una pasión pasajera, era amor profundo- VisualesIA (Imagen Ilustrativa Infobae)En sus encuentros con Adriana, en hoteles, no predominaba el sexo, era más que una pasión pasajera, era amor profundo- VisualesIA (Imagen Ilustrativa Infobae)

Empezaron a verse cada vez más seguido. Los fines de semana se extrañaban de una manera terrible.

“Teníamos chicos de poca edad, mucha agenda escolar y laboral, horarios incompatibles. Era super difícil, pero lo lográbamos. Yo de pronto cruzaba toda la Capital para vernos media hora, 40 minutos. ¿Sexo? Y sí, ahora sí teníamos relaciones. En esta etapa hubo sexo, en hoteles alojamiento que era donde podíamos, pero lo más fuerte no era lo sexual, sino esa emocionalidad incondicional que nos unía”, explica Guillermo.

El papel de la culpa

“Separarnos durante los fines de semana, era un suplicio. Adriana, casada con cuatro hijos, decía que su marido era un buen tipo, que lo quería. Que lo nuestro era algo distinto. Nuestras parejas eran personas a las que no deseábamos herir. Pasaron los meses y el amor se volvió intenso, necesitábamos estar juntos. Pero también era insoportable la culpa, sobre todo la que experimentaba ella. Sentía que no podía mirar a sus hijos a la cara. Y tenía temor a que fuéramos descubiertos. Estuvimos así tres largos años. Nos terminamos dejando de ver porque ella tuvo la fuerza de proponerlo. No podía seguir con esa doble vida. Escindida. Culposa. No se podía vivir a escondidas. Estaba la tortura de los fines de semana alejados y siempre esa culpa diciendo presente en su mirada. La verdad es que yo no sentía la misma culpa. Quizá por la educación más liberal que la de ella, yo había sido hijo de padres separados y el único del colegio de esa condición. Nunca había faltado a un acto del colegio, a un compromiso de mi mujer, a nada. Siempre sentí que cumplí bien con mi rol, bueno quizá eso sea un poco hipócrita. Pero bueno, es la verdad de lo que siento. De todas formas, quedé herido con la ruptura porque había estado enamorado como nunca antes. La extrañaba, no dejaba de pensar en ella. Me faltaba algo cuando estaba en mi casa. Por suerte, justo en ese momento, me salió un trabajo en el exterior. Lo tomé y la distancia y la perseverancia de mi esposa me fueron aliviando las penas. Después de todo, a estas alturas, ya había aprendido que de amor nadie se muere”.

Corría el año 2002.

Reflexiones pisando los 70 años

Cuatro años más tarde, ya cuando estaban sanando las heridas, volvieron los contactos por mail y por teléfono.

Guillermo había vuelto de su experiencia en el exterior y ya existía el WhatsApp. La comunicación era más fácil: “Empezó todo muy frío. Nos contábamos las novedades y, al principio, hablábamos una vez al mes. Después, comenzamos a hacerlo una o dos veces por semana y volvimos al contacto cotidiano. Así empezó esta relación que tenemos hoy, tan distinta a las etapas anteriores. No nos vemos, no tomamos café juntos, no hay relación física, pero nos hablamos diariamente. Cuando tenemos problemas nos ayudamos, nos aconsejamos, cuando tengo dudas recurro a ella, es la primera en enterarse de mis alegrías o mis penas. Y Adriana hace lo mismo. Por ejemplo, cuando se enteró de que iba a ser abuela, al primero que se lo dijo fue a mí. Estamos el uno para el otro, siempre. No nos vemos desde el 2002, hace 22 años, aunque vivimos en la misma ciudad, y necesitamos seguir hablando todos los días”.

La pregunta se cae de maduro: ¿Por qué no se separaron de sus respectivas parejas e intentaron una vida juntos?

“Tengo ya 45 años de casado. Tengo una mujer excepcional, con la que me llevo bien, soy muy feliz con mis hijos que ya pasaron los treinta años, tengo una vida cómoda y sin necesidades económicas. Atribuyo el seguir casado al hecho de haber tenido esas licencias para vivir el amor… O quizá sea una excusa para justificarme. A veces pienso que por ahí duré más que mis amigos en sus matrimonios justamente porque me permití la infidelidad”.

No considero respondida la pregunta, vuelvo a la carga.

Guillermo se queda pensando sobre su vida. Se siente joven para hacer deporte, pero para otras cosas se siente un poco viejo, o “muy vivido” mejor dicho.

“Tengo una vida social entretenida, juego al tenis, al paddle, soy amiguero… Me siento con mi mujer a mirar televisión por la noche y soy feliz. También cuando hablo con mis hijos todos los días. En breve tendré nietos. Después de todo, eso también es el amor. Es lo que hace que mi vida tenga valor, un sentido, que sea piola y no quisiera estropear esa realidad. No quiero hacer cagadas que arruinen mi presente. Aunque te admito que, a veces, me desespero por verla”.Hoy Guillermo y Adriana siguen con su amor virtual paralelo aunque él hay días que se desespera por verla - VisualesIA (Imagen Ilustrativa Infobae)Hoy Guillermo y Adriana siguen con su amor virtual paralelo aunque él hay días que se desespera por verla – VisualesIA (Imagen Ilustrativa Infobae)

Va una pregunta más: ¿Por qué es que no se ven?

“Me muero por verla, no desisto. ¡Desde hace años intento convencerla para tomar un café! A mis casi 70 años sigo un poco soñando, pero ella con sus 66 tiene miedos. Me plantea con mucha lógica: Nos vemos y… ¿qué pasa? Pueden pasar dos cosas: una atracción o una decepción. Y las dos cosas son una cagada. Eso me dice. Y ¿sabés qué es lo peor de todo? Que en el fondo tiene toda la razón del mundo”.

Su debate interno sigue adelante, discutiendo razones: “Jamás, ninguno de los dos, pensamos en separarnos de nuestras parejas. Así que también me pregunto con sinceridad absoluta si es que hubo, o si es que hay, tanto amor como declamamos. Porque si hubiera sido tantísimo lo hubiéramos hecho ¿no creés? También pienso que quizá ese amor que sentimos es el que complementa lo que nos falta en la rutina matrimonial de cada uno. Quién te dice, capaz que sin ese complemento nos hubiéramos terminado divorciando. Mi conclusión es que la comodidad puede ganarle al amor o que, por ahí, el amor no era tan inmensamente grande”.

Hoy Guillermo y Adriana siguen con su amor virtual paralelo que se mide en gigabytes. No hablan de ilusiones, hablan de pequeñas cosas, de aquellas que les llenan la vida y otorgan un sentido. No esperan nada especial uno del otro, no es una relación melancólica, es una pulsión de amor vital. Lo más cerca que llegan a estar físicamente es cuando, cada tanto, él le lleva un regalo a la puerta del edificio donde ella tiene su oficina. Lo deja en la portería y ella lo retira al irse. Virtualidad pura que se materializa en flores, chocolates o lo que sea.

Guillermo, un fanático de la música y del rock, dice que ella le dijo hace poco una frase de Calamaro que me viene muy bien para terminar de contar esta historia y que nos puede dejar pensando: “no salgo a buscarte porque sé que corro el riesgo de encontrarte”.

A veces, para vivir un gran amor, alcanza con menos.

Por Carolina Balbiani-Infobae