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Chikatilo, el Hannibal Lecter de Rusia

Cometió un total de 52 asesinatos en los años 70 y 80 del siglo pasado. Sus víctimas, en su mayoría menores de edad, eran captadas en estaciones de transporte público con la excusa de regalarles un chicle o una golosina.

Svetlana esperaba sentada el tranvía que la regresaría a su casa después de un día agotador de trabajo, en la pequeña ciudad de Shakhty, al sur de Rusia, cuya principal actividad es la minería. Era el 22 de noviembre de 1978 y pronto anochecería. Svetlana soportaba el frío como de costumbre cuando de golpe dejó de darle importancia a la temperatura y se quedó mirando a una nena de unos nueve o diez años, cachetuda, que estaba cerca suyo, con un abrigo rojo con capucha negra, bufanda, y un gorro marrón. La miró no tanto por la nena sino por el hombre que estaba al lado de la chiquita, un tipo con canas incipientes, de unos cuarenta años, con anteojos muy grandes para su rostro afilado, que vestía un largo sobretodo negro y llevaba una bolsa de compras. La nena y el hombre no parecían conocerse, pero él se acercó a ella y le susurró algo al oído. Entonces el hombre se fue. Al rato, la nena lo siguió. Iba contenta. Llegó el tranvía y Svetlana Gurenkova se fue a su casa.

La nena tenía nueve años en verdad y se llamaba Lena Zakotnova. Volvía a su casa de la escuela. Ese día, le había dicho a un compañero que antes de tomar el tranvía a lo mejor compraba un chicle estadounidense que un “viejo amable” que había conocido en la estación le podía vender.

Cuando el “viejo” le susurró al oído, la tentó con el chicle. Por eso ella lo siguió hasta una pequeña choza ruinosa que el tipo le dijo que era su “casa secreta”. Cuando la nena entró, el hombre la tiró al piso, le sacó el abrigo y la ropa interior. Lena gritó pero el hombre le puso su antebrazo en la garganta y echó su cuerpo sobre la pequeña, que quedó inmóvil, con los ojos desmesuradamente abiertos.

El “viejo” le vendó los ojos con la bufanda marrón. Se retorció sobre la nena y agredió su intimidad con una de sus manos. Ella trataba de moverse y buscaba respirar a pesar del daño que le había causado en su garganta con el antebrazo. El agresor se levantó al fin y con un cuchillo la apuñaló tres veces en el estómago. La levantó y la cargó sobre uno de sus hombros. Fue hasta el río Grushevka y la arrojó. También tiró la mochila de la escuela. No se dio cuenta de tres cosas:

  • que había un reguero de sangre en el umbral de su casucha
  • que había dejado la luz encendida
  • que la nena aún estaba viva cuando la tiró al río helado.

Los testigos, el identikit y los dos detenidos

El cuerpo de Lena fue rescatado del Grushevka apenas un día después. Las personas que estaban en la estación el día anterior esperando el tanvía de la tarde fueron llamadas a declarar porque ese era el tranvía que tomaba Lena todas las tardes. Así fue como la señora Svetlana Gurenkova dijo a la Policía que había visto a la nena junto con un hombre que describió con detalle. Se realizó un identikit y a la noche del 23 de diciembre detuvieron a un tal Alexsandr Kravchenko, que había cumplido 6 años de prisión por violar a una nena en 1970. Pero Kravchenko tenía 25 años y jamás había usado anteojos.

El identikit que hicieron circuló por la ciudad y lo vio el director de una escuela de minería. Fue a la Policía y declaró que el retrato se parecía mucho a uno de sus profesores llamado Andrei Chikatilo. Al mismo tiempo, dos agentes que inspeccionaban las calles cercanas al río Grushevka vieron algunas manchas de sangre en la entrada de una casucha. La luz de adentro estaba encendida. Le preguntaron a los vecinos que les dijeron que el lugar era de Andrei Chikatilo. Lo detuvieron pero enseguida salió libre porque su esposa dijo que estuvo en su casa con ella todo el día 22 de diciembre, y que esa choza era de su propiedad pero que no la utilizaban. No explicó lo de la luz encendida.

La Policía rusa eligió entre los dos sospechosos y se quedó con el joven Kravchenko. Lo torturaron hasta que obtuvieron una confesión. Con esto, lo condenaron a 15 años de trabajos forzados. Los vecinos de Shahkty se quejaron por la benignidad de la pena y otro juez cortó por lo sano y lo condenó a muerte. Kravchenko fue ejecutado en 1984. Para entonces, el verdadero asesino de Lena, es decir Andrei Chikatilo, ya había matado a 12 nenes y jóvenes más.

Quién fue Andrei Romanovich Chikatilo

Andrei Romanovich Chikatilo nació el 6 de octubre de 1936 en una zona rural de Ucrania. A los cinco años, su madre le contó que tenía un hermano mayor pero siete años antes los vecinos, en una época de hambruna, lo habían secuestrado y se lo habían comido. Andrei creció con esa imagen en su cabeza.

Poco después, su padre fue reclutado en el ejército rojo durante la Segunda Guerra Mundial. Cayó prisionero de los nazis y cuando la guerra terminó y volvió a su casa, los comunistas lo trataron de traidor por “haberse dejado atrapar”. El pequeño Andrei era para entonces un fanático stalinista y fue uno de los primeros en señalar a su padre como soldado desleal. Era un joven que se la pasaba leyendo sobre las proezas del ejército rojo y de los partisanos que resistieron la invasión alemana. Leía y leía sobre la guerra y sobre Marx.

No tenía amigos y los jóvenes de la localidad se burlaban de él. Ya era miope pero creía que usar anteojos aumentaría las burlas de los demás. Por eso pasaron 20 años antes de que usara su primer par de anteojos. Las bromas recién cesaron cuando llegó a la adolescencia. Era un joven alto y fuerte y nadie tenía deseos de poner a prueba su fortaleza física.

A los 18 años, reprobó el examen de ingreso a la Facultad de Derecho de Moscú. Andrei entendió que no lo querían por ser hijo de un exsoldado que tenía un historial humillante. Por entonces, tuvo sus primeros noviazgos pero su vida íntima comenzó mal pues no lograba una erección. Al tiempo, intentó mantener relaciones con una mujer que no estaba interesada en él. La mujer se defendió con energía y Andrei la dejó ir. Fue entonces cuando se dio cuenta que había obtenido placer, es decir que el miedo y la violencia eran más excitantes que el acto sexual en sí mismo.

A principio de los años `60 se mudó a Rusia, donde en un pueblo chico llamado Rodionovo-Nesvetayevsky, consiguió trabajo en una compañía telefónica. Con los años, ahorró suficiente para traer a Rusia a sus padres y a su hermana Tatyana. Fue esta la que le presentó a una amiga llamada Fayina. Andrei y Fayina se casaron en 1963. Su esposa, al darse cuenta de inmediato que su marido no tenía ningún interés en el sexo, que se inclinaba por la masturbación exclusivamente, buscó convencerlo de consumar el matrimonio pues pensaba que sólo se trataba de timidez. La insistencia de Fayina dio resultado y la pareja tuvo dos hijos, Lyudmila, en 1965, y Yuri, en 1969.

Chikatilo manutvo su trabajo de empleado telefónico pero estudio arte y se licenció en literatura rusa y en ingeniería. Así consiguió un puesto de maestro en la Escuela Vocacional 32, en Novoshakhtinsk. Su timidez llegó al punto que no podía dominar a sus alumnos, que terminaron convirtiendo sus clases en un caos y en tomarlo como punto de sus bromas. Sin embargo, mantuvo su cargo por una razón que para él era fundamental: los chicos pequeños agitaban sus pasiones. Con los años, todo se le fue de las manos. Comenzó espiando a los chicos en el baño y hasta llegó a manosearlos. Lo obligaron a renunciar pero lo tomaron en otras escuelas.

Las víctimas de Chikatilo y la teoría de los dos delincuentes

En 1978, Chikatilo se mudó con su familia a Shakhty, una ciudad que depende administrativamente de Rostov. Además de su amplia casa, compró la choza cerca del río y atrajo a su primera víctima. Después de quedar liberado por el asesinato de Lena Zakotnova, Chikatilo continuó enseñando hasta que fue despedido por actos indecentes en 1981. Obtuvo empleo en la fábrica de suministros Rostovnerud, un complejo industrial. Este trabajo implicaba viajar a otras ciudades para ubicar y comprar insumos para la fábrica. Fuera de su casa, tenía tiempo suficiente para buscar nuevas víctimas. Seis meses después volvió a matar.

Larisa Tkachenko era una joven de 17 años con experiencia en asuntos sexuales. Se había escapado de un internado y conoció a Andrei en una parada de colectivos cerca de la biblioteca pública de Rostov. Ella había salido con jóvenes soldados y solía intercambiar favores sexuales por una comida y unas copas. Cuando Andrei se le acercó con una oferta similar, se fue con él. Llegaron hasta una zona desértica de un bosque y él, de golpe, con desesperación, comenzó a arrancarle la ropa. Larisa tuvo miedo y trató de alejarlo. Chikatilo la dominó y le dio trompadas en la cabeza. Ella gritaba y él le llenó la boca de tierra y la estranguló. Luego realizó actos repugnantes sobre su cuerpo. Hasta se puso a bailar alrededor del cadáver. Estaba eufórico.

En junio de 1982, durante otro “viaje de negocios” a la ciudad de Zaplavskaya, mató a Lyuba Biryuk, de 13 años, después de seguirla desde una parada de micros. Chikatilo mataría a seis víctimas más durante los siguientes seis meses, entre ellos a dos chicos, lo cual desconcertó a la Policía. Los investigadores no tenían experiencia en criminales en serie. Además, negaban esa posibilidad pues consideraban que ese tipo de criminales era propio de Occidente. En consecuencia, comenzaron a buscar a dos delincuentes, uno que atacaba nenas y otro a varones.

Chikatilo continuó asesinando sin molestias. Prometía a sus víctimas comida, golosinas o dinero, las llevaba a zonas aisladas de bosques y las atacaba. La mayoría eran nenas pero también mató a adolescentes varones y mujeres jóvenes.

Para septiembre de 1983, la Policía de Moscú, preocupada por el número de chicos muertos, especialmente en el área de Rostov, envió a la ciudad al mayor Mikhail Fetisov para que se hiciera cargo del caso. Lo primero que hizo Fetisov fue enviar un informe a la capital tratando de inepta a la policía local. Sugirió que los asesinatos habían sido cometido por un solo hombre enloquecido por el sexo. En Moscú, esta apreciación no cayó bien pero, refunfuñando, debieron aceptarla.

Como la mayoría de los asesinatos se concentraba en el área de Rostov, particularmente en Shakhty, Fetisov decidió reunir un escuadrón especial para investigar en esa zona y convocó a Victor Burakov, un forense experto en escena del crimen.

Festisov insistía que el autor era un desequilibrado y por eso comenzó a buscar en los registros de los hospitales mentales a pacientes con antecedentes de delitos relacionados con sexo y violencia. Revisaron hasta la lista de personas que alguna vez fueran interrogada por esta clase de actos. Una de las fichas confeccionadas a mano, pues la computadora era un posibilidad del futuro, llevaba el nombre de Chikatilo.

La segunda detención de Chikatilo

Los asesinatos continuaron. Para setiembre de 1984, el equipo de Festisov estaba con las manos vacías. Se dispuso que más hombres patrullaran las estaciones de ómnibus, tranvías y trenes. Aleksandr Zanosovsky, un inspector de policía de Rostov, que patrullaba la estación de micros, notó a un hombre de mediana edad que usaba anteojos y que, aunque deambulaba sin rumbo por la estación, prestaba especial atención a las nenas. Se acercó y le pidió sus documentos. El hombre parecía nervioso. Dijo al inspector que había estado en un viaje de negocios y que se dirigía a su casa. Como sus papeles estaban en orden lo dejó ir. Pero semanas después, esta vez vestido de civil y con un compañero, Zanosovsky volvió a ver al mismo hombre en la estacion. Decidieron seguirlo.

Chikatilo tomó un micro y después otro, entró en bares y en restaurantes. Parecía ir sin rumbo de aquí para allá aunque era evidente que tenía una sola cosa en mente: hablar con mujeres, cuanto más jóvenes, mejor. O sea, estaba cazando. Al final del día, Chikatilo volvió al lugar de partida, la estación central de micros. Zanosovsky lo detuvo y le sacó el maletín que llevaba, que contenía un trozo de cuerda, un frasco de vaselina y un cuchillo de hoja larga.

La policía se enteró de su inclinación por las nenas, de su etapa de maestro cuando espiaba a sus alumnos en el baño, o los manoseaba, de su choza “secreta”, y también supieron por los vecinos de esa casucha que llevaba prostitutas y que acechaba jovencitas en los pasillos de los trenes. A pesar de todo, no tenían una vinculación entre los elementos hallados en su maletín y al menos uno de los crímenes que investigaban. Fue puesto en libertad y Zanosovsky degradado por poner “demasiado celo en el desempeño de sus funciones”.

Hacia fines de 1984, Chikatilo cambió de trabajo y entró en una fábrica de locomotoras en la cercana ciudad de Novocherkassk. Como antes, su nuevo empleo implicaba viajar. El 1 de agosto de 1985, conoció en el tren a una chica de 18 años con retraso madurativo. Le ofreció un poco de vodka si se bajaba con él en una pequeña estación. Ella estuvo de acuerdo y lo siguió al bosque cerca de las vías. Poco después, yacía muerta con 38 puñaladas.

No hubo un solo año desde entonces que Chikatilo dejara de matar, y cada vez lo hacía con mayor crueldad y perversión. Estranguló, apuñaló, mordió, decapitó, destripó y consumó antropofagia.

En 1990, no faltaba mucho para la desintegración total de la URSS. Mientras los cambios políticos ocurrían, Svetlana Korostik, de 22 años, que deambulaba por las estaciones, fue atraída por Chikatilo y lo acompañó al bosque cercano a la estación de Leskhoz. Él la golpeó y la mató a puñaladas. Luego la mutiló y realizó actos de inmoralidad y canibalismo antes de cubrir el cadáver desnudo con hojas y ramas. Cuando regresó a la estación, vio a cuatro mujeres y a un hombre parados en la plataforma. Este hombre era el sargento Igor Rybakov, un policía asignado al caso de los asesinatos de chicos. El policía advirtió que Chikatilo caminaba junto a la plataforma secándose el sudor de la cara de forma continua. Cuando se acercó, vio que el tipo en cuestión tenía sangre en la mejilla y en el lóbulo de la oreja y que llevaba una venda en un dedo de la mano derecha. Entonces le pidió sus documentos. El agente leyó que se tratraba de un ingeniero de una fábrica de locomotoras de Rostov. Estaba a punto de hacer más preguntas cuando llegó un tren y Chikatilo le insistió que le permitiera tomarlo porque llegaba tarde a su casa. Rybakov le permitió irse y presentó un informe del incidente.

Chikatilo, la detención final

Cuando hallaron el cadáver del joven Vadim Tishchenko, el 3 de noviembre de 1990, cerca de la misma estación Leskhoz, revisaron todos los informes sobre incidentes en esa terminal y surgió el que había realizado Rybakov. Volvieron a apuntar al hombre llamado Andrei Chikatilo, que para entonces aparecía varias veces en los papeles del caso. Lo detuvieron el 20 de noviembre cuando salió de su casa a comprar cerveza. Tenía consigo un maletín que contenía un cuchillo, un trozo de cuerda y un frasco de vaselina. Eran exactamente los mismos artículos que llevaba la última vez que lo habían detenido, seis años antes.

Chikatilo no confesó nada en el primer interrogatorio y se mantuvo en silencio con la actitud del ciudadano y buen comunista que es arbitrariamente acusado. Issa Kostoyev, a cargo del interrogatorio, le pidió colaboración al psiquiatra Alexander Bukhanovsky. Este, en la primera visita al detenido, le aseguró que su diagnóstico era que los hechos aberrantes que había cometido se debían a un trastorno mental. Que le prometía que le explicaría esto al juez y que, incluso, si Chikatilo quería, podría explicárselo a su familia. El acusado ya no resistió.

Se organizó una reunión con su esposa durante la cual Chikatilo no paró de llorar. Después, Bukhanovsky volvió al tema de los asesinatos. No pasó mucho tiempo antes de que Chikatilo contara todos y cada uno de sus crímenes, incluso acompañó a la Policìa a lugares recónditos del bosque donde había enterrado a víctimas cuyos cuerpos no habían sido descubiertos.

El juicio comenzó el 14 de abril de 1992, ya desintegrada la Unión Soviética. En la sala del tribunal el acusado fue colocado en una jaula especial rodeada de guardias. Era para su seguridad frente a la presencia de familiares de muchas víctimas. El juez Leonid Akubzhanov, empleó dos días en leer la acusación.

El 16 de abril se le permitió al procesado hacer una declaración. Chikatilo realizó un monólogo incoherente durante dos horas que fue interpretado como un intento para demostrar que estaba loco. A medida que avanzaba el caso, se volvió cada vez más escandaloso. Interrumpía todo el tiempo y se quejaba a los gritos por la “radiación” que había en su celda y por las ratas. En un momento, se desnudó frente al público y dijo: “Miren esta cosa inútil, ¿qué creen que podría hacer con eso?”. Lo sacaron a empujones del tribunal.

El 15 de octubre de 1992, Andrei Chikatilo fue declarado culpable de 52 asesinatos. La multitud aclamaba mientras se dictaba pena de muerte por cada uno de los homicidios. El 14 de febrero de 1994, Chikatilo, llamado “El carnicero de Rostov” o el “Hannibal Lecter de Rusia”, fue ejecutado de un solo tiro en la nuca.

Fuente: TN