Misiones Para Todos

Colorado el 0

En la Argentina de Milei, la negociación federal quedó reducida a un acto de picaresca. Mientras la Nación improvisa, se sostiene en distracciones y apuesta a la suerte, las provincias quedan relegadas y la política se vacía de materia gris. Misiones, sin embargo, mantiene un rumbo propio bajo la conducción de Carlos Rovira. Y en paralelo, la nueva era del streaming transforma el modo en que se construye y se comunica el poder.

Hay personajes de la picaresca que explican mejor la política que muchos manuales. En El Lazarillo de Tormes, el buldero recorre pueblos vendiendo indulgencias y soluciones milagro; monta teatro para convencer y, al final,
cobra por aire. Hoy, en la Argentina de Javier Milei, ese papel lo encarna Diego “Colorado” Santilli: ministro del Interior, responsable de recibir a los gobernadores y, en teoría, de negociar. En la práctica, Santilli vende expectativa y fotos; promete orden donde no hay voluntad real.

Las reuniones que encabeza funcionan como un teatro de gestos: se conversa, se posa para la foto, se firma un acta… y luego nada cambia. Santilli es el 0: figura protocolar, tono amable y ausencia de sustancia. La política exige interlocutores con peso, con experiencia, con lectura. Hoy no hay materia prima, no hay materia gris. Lo que se ve es lo que la gente votó, y mientras no se despierte —o no advierta la magnitud de lo que ocurre— no queda otra que acompañar el proceso institucional como se pueda.

La mecánica se repitió esta semana: el gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, viajó y volvió con las manos vacías; lo de Rogelio Frigerio, mandatario de Entre Ríos, quedó en anuncios y la yerba de Daniel Scioli terminó siendo lo más relevante en diálogos que no modifican la realidad. Es una práctica conocida por todos los que pasaron por el despacho: Santilli siempre dice que sí, pero ese sí, no se convierte en gestión. Un gesto amable y una nada sustantiva.

Todas las hipótesis de construcción política, tarde o temprano, terminan pareciéndose. El Gobierno libertario no inventa nada: apenas lo lleva al extremo. Este presente es más crudo que lo que pasó con Alberto Fernández, con Cristina Kirchner y con el propio Mauricio Macri. Cambian los relatos; se repiten los mecanismos. El fundamentalismo —sea el que sea— termina justificando lo que no quiere ver. Así como parte del kirchnerismo negaba la corrupción, hoy los libertarios responden con el mismo manual: persecución, lawfare, ataques del sistema (la casta). El espejo devuelve la misma imagen, solo que con colores distintos.

Mientras tanto, el Gobierno nacional sostiene su discurso a fuerza de distracciones. Como señala el periodista Marcelo Longobardi, viven lanzando señuelos: Cristina, los kukas, la causa de los cuadernos. Lo que no pueden explicar con resultados lo intentan sostener con peleas viejas. El futuro político de Milei depende menos de un plan que de la casualidad, del golpe de suerte, de que algo externo los favorezca. Es la versión moderna de la frase del expresidente Carlos Menem, “me guía la estrella del César”.

Los resultados concretos son elocuentes. Las medidas que se presentan como federales terminan beneficiando a los sectores más concentrados. El caso de Chubut lo mostró con claridad: la eliminación de las retenciones al
petróleo beneficia más a las petroleras que a la propia provincia que gobierna Nacho Torres. El supuesto auxilio fue, en verdad, un guiño al sector energético, no a los territorios. En la lógica libertaria, las provincias son un paisaje secundario.

En ese escenario, los gobernadores hacen lo que pueden. Passalacqua aguarda su turno de ser convocado aunque sabe que Santilli es apenas un fusible. El que se sienta en la cabecera simbólica —el que define el tono
real— es Manuel Adorni, cuyo principal mérito es ser los ojos y oídos de Karina Milei, El Jefe. Todo es un dispositivo para ganar tiempo y esperar la buena fortuna. Pero el tiempo político se agota más rápido que la paciencia social.

En Diputados, la situación no es distinta. Muchos legisladores acompañan porque no tienen alternativa: garantizar gobernabilidad se volvió una estrategia defensiva. Se sostiene la institucionalidad aunque la Nación cierre el grifo. El problema es que se ofrece gobernabilidad a un gobierno que, a cambio, deja vacías las arcas provinciales. Ya no queda casi nada por ajustar. El impacto real recién empieza a sentirse.

Frente a esta Argentina que gira en círculos, vale subrayar una estrategia que sí se mantiene firme y coherente: la supervivencia política del conductor del Frente Renovador en Misiones, Carlos Rovira. Lejos de subirse a olas ajenas —modas nacionales, grietas prestadas o proyectos que se desinflan rápido—, Rovira hace lo que pocos logran: surfea las olas sin dejar que la corriente arrastre a la provincia. No se enamora de ninguna coyuntura; no actúa por impulso; no se deja encandilar por promesas nacionales que nunca llegan. Su tarea es proteger el territorio,
blindarlo, anticiparse. Y eso, en esta Argentina dominada por la improvisación, no es menor: es conducción.

En un país donde la casualidad parece reemplazar al proyecto, Misiones mantiene un rumbo propio. Mientras el Gobierno nacional apuesta al golpe de suerte, la provincia apuesta al trabajo político y a la previsión. Y
ahí está la diferencia: mientras algunos venden humo, otros gobiernan. Mientras algunos improvisan, otros planifican. Mientras algunos esperan la estrella del César, otros cuidan que el agua no se lleve puesta a su
gente.

La era del streaming

La creciente injerencia de los programas de La Casa del Streaming, bajo la conducción de su productor general Nico Llera, viene marcando un punto de inflexión en la comunicación política local. Su rol se asemeja, en términos de impacto generacional y renovación estética, a lo que en su momento significaron Blender o Carajo: espacios que rompieron moldes, que introdujeron otro ritmo y otra sensibilidad, y que empujaron a toda la escena a repensarse.

El fenómeno no pasa solo por una plataforma o un estudio con cámaras encendidas. La clave está en que el formato se vuelve el motor del mensaje. La conversación política ya no circula únicamente en la lógica clásica del medio tradicional; ahora respira en la espontaneidad, la interacción directa, la narrativa visual y el pulso inmediato que el streaming propone. Allí, el contenido se construye con la misma esencia del periodismo —buscar información, generar material, contar historias—, pero en un código adaptado a los tiempos, a la velocidad y a las
expectativas de nuevas audiencias.

Esto no implica que el streaming sea mejor que los medios tradicionales, ni que los medios históricos estén destinados a desaparecer. Significa, simplemente, que los lenguajes se diversifican y que quienes crean —los
creativos, los productores, los comunicadores— impulsan esas historias hacia un formato que hoy capta la atención social y determina agenda. La novedad pasa por cómo se cuenta, más que por qué se cuenta.

El reconocimiento también acompaña este proceso: Dólar Blue, uno de los productos destacados de La Casa del Streaming, está nominado a los Martín Fierro, un gesto que ratifica la relevancia de esta nueva etapa comunicacional y confirma que la industria ve valor en la experimentación, en la frescura narrativa y en la capacidad de generar conversación pública desde otros códigos.

En esta transición, el desafío para todo el ecosistema mediático es similar: mantener la esencia del periodismo y, al mismo tiempo, aprender a hablar el nuevo idioma que la audiencia ya adoptó.

Por Sergio Fernández