Con los extremos climáticos golpeando sociedades ricas y pobres a la vez, el pensamiento económico avanza cada vez más rápidamente en la incorporación del factor ambiental a sus cálculos y perspectivas macro para el desarrollo: el reciente concepto de “comercio circular” es fruto de esa nueva manera de mirar la realidad.
La pandemia y la guerra aceleraron un cambio en la actual globalización que nos familiariza con términos como “reshoring” o “nearshoring”, o sea, relocalizar cadenas de valor para poner a salvo la seguridad de economías estrechamente conectadas durante las últimas décadas pero ahora temerosas de que las crisis de alcance mundial afecten sus suministros básicos y su autonomía.
Una de esas crisis, pero de más larga data todavía, es la ambiental: expresada en fenómenos climáticos extremos que cuestan miles de millones en todo el planeta, obliga también a repensar el futuro del comercio mundial, porque su perfil puede cambiar -para bien o para mal- en el intento por descarbonizar la Tierra.
Un reciente informe de la Organización Mundial de Comercio (OMC) analiza justamente cómo el cambio climático y la ansiada transición hacia economías bajas en emisiones de carbono pueden afectar al bienestar de la población de los países y alterar las ventajas comparativas que han ostentado históricamente.
Su conclusión general es optimista: el comercio es una fuerza positiva en la búsqueda de estabilizar el clima y forma parte de la solución para lograr una transición hacia una economía global baja en carbono, resistente y justa.
“Aunque el comercio genera emisiones en la producción y el transporte, pueden acelerar la difusión de tecnologías de vanguardia y mejores prácticas, mejorar los incentivos para una mayor innovación y crear al mismo tiempo los empleos del futuro”, dice la directora de la OMC, Ngozi Okonjo-Iweala.
En ese sentido, tanto el concepto de “economía circular” como su correspondiente de “comercio circular” han comenzado a ganar terreno en la consideración de los economistas y de los organismos multilaterales, preocupados por asociar de una vez y para siempre desarrollo, sustentabilidad e inclusión social.
El modelo de economía circular se propone utilizar la producción en circuito cerrado para mantener los mismos recursos durante el mayor tiempo posible; desvincular el crecimiento del consumo de esos recursos finitos, mantener los productos y materiales en uso y regenerar los sistemas naturales y promete una mejora en la seguridad de los suministros de materias primas, innovación, crecimiento y empleo.
El comercio circular supone el intercambio de recursos, bienes y servicios en una economía también circular que los recicla y que se sirve de materias primas secundarias y de desechos de forma segura.
Lo ideal y lo real
Según un informe preparado para Chatham House, la distribución mundial del valor de los flujos comerciales circulares es bastante desigual. Un 99% (287 mil millones de dólares) del valor total del comercio de materiales, desechos, chatarra y residuos en 2020 se comercializó entre países de ingresos altos y medios.
A su vez, un 45% de ello (131.000 millones) se comercia únicamente entre países de renta alta. En cambio, el comercio hacia y desde los países de bajos ingresos sólo representa alrededor del 1% (4.000 millones) del valor total.
“Las desigualdades profundamente arraigadas entre el Norte y el Sur, junto con los crecientes riesgos y tensiones geopolíticas, amenazan impedir una economía circular inclusiva. Las desigualdades globales en las relaciones de poder, las capacidades de comercio digital, la infraestructura comercial, el acceso a la financiación circular y las capacidades industriales y de innovación corren el riesgo de exacerbar aún más la brecha del comercio circular”, dice el reporte.
El riesgo es que aun cuando el comercio circular se vaya abriendo camino, las desigualdades existentes distribuyan sus beneficios de modo igualmente injusto. “La brecha del comercio circular, si persiste y crece, restringirá significativamente una transición inclusiva a nivel mundial y socavará la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU y los ODS”, previene el informe.
Desde ya, los actuales riesgos geopolíticos, en particular la guerra en Europa y otros conflictos arraigados en otros continentes-, más tendencias proteccionistas y las tendencias de reshoring, nearshoring o friend-shoring recortarán aún más las posibilidades de un futuro económico circular.
“Los países serán más propensos a seguir estrategias circulares destinadas a lograr la seguridad de los recursos, antes que perseguir objetivos colectivos de sostenibilidad”, se advierte.
¿Y a favor? los expertos reafirman que el comercio circular ofrece muchas oportunidades económicas, medioambientales y sociales: permite a países y empresas acceder conocimientos, equipamiento y capacidades necesarios para aplicar nuevos modelos de negocio circulares (como el leasing o el renting) o para emprender actividades de reutilización, reparación, refabricación y reciclaje.
El comercio de bienes usados para su reutilización, reparación o refabricación permite el acceso asequible acceso a bienes y servicios esenciales a quienes se encuentran en mercados secundarios y genera demanda local para la industria y el empleo en la reparación y de reparación y remanufacturación.
Pero, asumidas esas posibilidades, una primera conclusión central es que ningún país puede lograr una economía circular inclusiva por sí solo: “Las acciones de los distintos países en pos de la circularidad crearán un efecto dominó a lo largo de toda la cadena de valor global, con el potencial de tener efectos negativos en otros países. Si se quiere llevar a cabo una transición circular inclusiva, es necesaria una mayor colaboración entre la comunidad mundial”.
De lo contrario, altos volúmenes de productos usados también pueden inundar los mercados secundarios de residuos amenazando a industrias locales y desbordando la capacidad de los sistemas locales de gestión de residuos.
Por fin, está el riesgo de que bienes secundarios de alta calidad permanezcan en la circulación nacional en los países de renta alta, con menos exportación a países de renta baja o media, que se queden con bienes de los que no se puede extraer fácilmente un valor residual u obsoletos con poco acceso a las piezas de recambio).
Salida posible
Dos acontecimientos globales trajeron noticias positivas sobre esta compleja relación entre economía, comercio y ambiente, aunque en instancias multilaterales son pasos que necesitan tiempo para reflejarse en acciones concretas.
En Egipto, la COP 27 acordó crear un fondo de compensación por las consecuencias del cambio climático en naciones que emiten poco pero sufren mucho. En Bali, el G20 se comprometió a “reforzar el comercio multilateral y la resiliencia de las cadenas de suministro mundiales, para apoyar el crecimiento a largo plazo y las transiciones sostenibles e inclusivas, ecológicas y justas”.
Según la OMC, el cambio climático es una gran amenaza para el crecimiento y la prosperidad futuros. Como se sabe, las temperaturas más altas, el aumento del nivel del mar y el aumento de la frecuencia de los fenómenos extremos conllevan pérdidas de productividad, escasez de producción, daños en las infraestructuras de transporte e interrupciones del suministro.
“Sin reducciones significativas de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), es probable que muchos países vean modificadas sus ventajas comparativas, con la agricultura, el turismo y algunos sectores manufactureros especialmente vulnerables a los impactos climáticos”, dice la OMC.
En ese sentido, dice, el comercio es un multiplicador de fuerza para los esfuerzos de adaptación de los países reduciendo los costes y aumentando el impacto. El comercio puede ayudar a los países a prepararse y responder mejor, mediante el acceso a tecnologías y bienes y servicios críticos, como alimentos y productos sanitarios, algo especialmente importante para las economías más vulnerables.
“El comercio puede reducir el coste de la mitigación y acelerar la transición hacia una baja emisión de carbono y la creación de empleos verdes. Aunque el comercio, como la mayor parte de la actividad económica actual, genera emisiones de gases de efecto invernadero, también contribuye a reducirlas, al permitir el acceso a tecnologías climáticas de vanguardia”.
Por fin, las simulaciones de la OMC sugieren que la eliminación de los aranceles y la reducción de las medidas no arancelarias en bienes medioambientales relacionados con la energía podría aumentar las exportaciones en un 5% para 2030, mientras que el aumento de la eficiencia energética y la utilización de las energías renovables reduciría las emisiones mundiales en un 0,6%. El cambio mundial hacia la energía limpia puede generar hasta 30 millones de nuevos puestos de trabajo en el sector de las energías limpias y otros sectores relacionados para 2030.
Concluye Okonjo-Iweala: “La cooperación internacional en los aspectos de la política climática relacionados con el comercio como la fijación de precios del carbono y las normas de descarbonización, reduciría estos riesgos. La OMC podría desempeñar un papel más valioso como lugar para la transparencia, la comparabilidad y la posible armonización de dichas medidas”.