Por suerte el gobierno de Milei se estanca pero mantiene el insumo de la esperanza. Por Jorge Asís
1.- Indagaciones espirituales
Para algarabía del Consorcio de Periodistas, Javier Milei, El Psiquiátrico, vacila entre indagaciones espirituales.
Ronda el proyecto de picar el boleto de Luis Toto Caputo, Virgen de Noctua.
Para evitar que se lo piquen, Toto se esfuerza en invertir insuficientes boletos en elogios metodológicos hacia la trascendencia intelectual del presidente Milei.
Mientras tanto se entretiene con la utopía de conseguir alguna decena de miles de dólares para desterrar la obturación del cepo.
Aparte Toto se esfuerza para lucir entre los transgresores vocacionalmente rentados de las redes sociales que modifican el universo inmobiliario de la comunicación.
Sabe Toto que no es el ministro de Economía que Milei hubiera preferido tener de entrada.
Y tiene razón porque primero Milei le ofreció el ministerio a Demian Reidel, El Codiciado. Pero solo después de haberlo tentado inútilmente para presidir el Banco Central.
Pese a su reticencia, el codiciado Reidel igualmente hoy lo marca de cerca a Toto como si fuera el auditor cotidiano.
Es que Reidel le aceptó a Milei volver de Miami apenas para conducir transitoriamente la incierta Comisión de Asesores.
Ocurre que Milei privilegia la sagacidad de Reidel casi tanto como la astucia de Federico Sturzenegger, el Bailarín Compadrito que inspiró los delirios seriales del Decreto sustancial, aunque ahora solo luce como interlocutor prioritario de Milei en la turbia complejidad de la macroeconomía.
2.- El redituable efecto comparativo
Al Fenómeno Milei le va de maravillas, pero la presidencia de Milei es -sin ir más lejos- un desastre.
La centralidad mantiene su dimensión internacional.
Se reproducen por Instagram los multiplicados textos alusivos al Fenómeno en los idiomas más extravagantes. Desde el sueco hasta el latín.
Pero el gobierno libertario afortunadamente no arranca. Ni supera el margen mínimo de mediocridad elemental.
Es monótono, emotivamente amateur, casi gris y melancólicamente inexpresivo.
No acierta una, ni siquiera aunque se la regalen.
Se limita al discurso extraordinariamente eficaz que se sostiene por el insumo de la esperanza que se impone como conducta defensiva.
O por el fracaso de los desdichados opositores que supieron aprovechar la oportunidad para fracasar.
Para incorporarse en la cadena histórica de frustraciones innumerables.
Aunque ninguna administración debe sostenerse sólo por el redituable efecto comparativo.
Los opositores son conscientes de la portación de vulnerabilidad estructural. Y de que se encuentran agobiados por la carga culposa de los descalabros personales. También vacilan en el arte relativamente magnánimo de resistir.
Desconocen por dónde entrarle a la psiquiatría demoledora de Milei.
Naufragan entre la fragilidad de las ideas, o introducirse entre la inquietante proyección de Karina, La Pastelera del Tarot, o entre los datos sueltos de la irrisoria historia familiar. O por lo menos avanzar con la relación extravagante del estadista con los cinco perros clonados.
Pero prefieren resignarse, por ahora, a la impotencia que brinda la placidez del espanto.
Y en todo caso, a esperar que El Psiquiátrico haga imperiosamente el trabajo sucio que el país necesita y que nunca va a hacer.
3.- Los paros funcionales
Por suerte la CGT arma graves protestas para entretenerse. Instrumenta la resistencia. Compite en desventaja con la más movilizadora educación pública. Emiliano Jacobitti, El Caudillo Universitario, supo introducir la primera bala en el artificio libertario.
Pero el sindicalismo injustamente devaluado propone igualmente los paros que mantienen cautivo al éxito. O de rehén.
En cinco meses le plantaron dos paros colosales a Milei.
“Se despertaron después de dormir cuatro años”, reprochan los comunicadores oficialmente estimulados.
Los paros de “los gordos” resultan seguramente funcionales para blindar la permanencia de Milei.
Para nutrir el insumo de la esperanza en la obra pendiente que Milei todavía no puede encarar precisamente por el simple pretexto de la intolerancia sindical.
Las algaradas de protestas le sirven al Fenómeno Milei porque los dirigentes que las convocan son presentados como carne fácil para la degradación. Basta con la contundencia de las encuestas.
Ante el planteo del severo escenario de hambre y padecimiento popular, los libertarios replican con los expresivos sondeos de opinión.
4. La Argentina “fiola”
La esquizofrenia de los fragmentos, así como los infinitos intereses antagónicos en pugna, tornan imposible cualquier intento de transformación estructural de la economía.
En Argentina predomina la cultura del fiolo: es necesario gastar a canilla libre y que otros, los ajenos, se encarguen milagrosamente de la mantención.
Para financiar la orgía permanente del «gasto público» el dinero debe proceder de alguna parte.
Acaso de los inversores posiblemente extranjeros que la pongan para exprimir con celeridad eficaz las empresas públicas quebrantadas por la deplorable administración.
O que los billetes los ponga, otra vez, el Fondo Monetario, con el cuento de la solidaridad humanitaria. De final infeliz.
La comunidad internacional no puede dejar que se diluya en el olvido de la historia un país que fue tan grande y heroico. Como aquel que aún la Argentina “fiola” se obstina en volver a ser.
Al cierre del despacho, Milei tendría que dejar de tomarse el neo menemismo en serio y abandonar la ambición de transformar algo. Carece del menor sentido. Aparte ¿para qué carajo le sirve la pedantería de transformar los pilares de la economía?
El Psiquiátrico supo ser lector del portal y sabe de memoria que todo en la Argentina termina invariablemente mal.
Que aquí la racionalidad administrativa es una fantasía rigurosamente inviable.
Sin embargo la Argentina fiola puede perfectamente ser el insumo ideal que funcione como plataforma de lanzamiento para la consagración internacional de Milei que se encuentra a punto, en efecto, de alcanzar.
La farándula del carnaval del mundo inalterablemente lo espera.
Sin impaciencia, sin gloria. «Sin siquiera un sándwich de mortadela».
Como diría el poeta Nicanor Parra, con altanero desdén aunque sin fervor.