Más de dos siglos separan a la esperanza de la primera independencia de América Latina de este Haití empobrecido en el que ni los aislados esfuerzos democráticos nacionales ni las intervenciones internacionales pudieron evitar esta última caída en el caos más violento generado por bandas armadas que aterran a una población desesperada. Aquí, claves históricas y actuales para entender la situación.
El mundo asistió perplejo al virtual control de Haití por bandas criminales que liberaron a miles de presos comunes y, erigidos en auténticos actores políticos, precipitaron la renuncia del gobierno de Ariel Henry y aceleraron un enésimo intento de estabilizar al empobrecido país caribeño, de 11 millones de habitantes.
El “caso Haití” (ayití, en la lengua nativa taína) tiene antiguas raíces en el colonialismo más crudo, con Francia y Estados Unidos en primer plano, pero reconoce otros actores políticos y financieros que explican una situación límite de pobreza y explotación que desde Occidente se suele resumir con la expresión simplista de “Estado fallido” o “país en extinción”.
A continuación, abrevando en fuentes especializadas, presentamos elementos que nos ayudan a explicar el origen, la evolución y la coyuntura actual de la crisis haitiana, ahora en manos de un gobierno colegiado de transición:
Economía esclava
Cristóbal Colón llegó a la isla que hoy comparten Haití y Dominicana, habitada por los nativos taínos, en diciembre de 1492, y la bautizó La Española. Pronto, corsarios europeos se sumaron al interés por el oro y el azúcar (después café, tabaco, cacao y algodón explotado para todo el mundo).
En 1665, Francia la reclamó para sí como Saint-Domingue, aunque España sólo le dio un tercio de un territorio cuya riqueza (la mitad del azúcar y el café que consumía el planeta) era extraída con 500 mil esclavos africanos (un tercio del total global) que apenas pasaban los 20 años antes de morir enfermos y explotados.
Pero la misma Revolución Francesa de 1789 llevó las ideas de libertad a Haití, que tras un levantamiento en 1791 y una década de luchas se convirtió, en 1804, en la primera nación independiente en América Latina y la república negra más antigua, con el costo de decenas de miles de vidas perdidas de antiguos esclavos.
Deuda de independencia
El aislamiento al que quedó sometido el gobierno independiente, tras las venganzas contra la minoría blanca, ahogó la economía del flamante país hasta que en 1825 el presidente Jean-Pierre Boyer pactó el reconocimiento de Haití como Estado opor Francia, a cambio de lo que se llamaría “la deuda de la independencia”.
Bajo amenaza de un bloqueo naval como el que sufriría Argentina (1845-1850) y a cambio de algunas ventajas comerciales, Haití reconoció una deuda hoy equivalente a 21,7 mil millones de dólares (10 años de ingresos de la isla) como “indemnización” por las pérdidas de los hacendados franceses (en tierras y en esclavos).
Tan oneroso era el acuerdo, que Haití acabó pidiendo un préstamos para pagar la deuda… a bancos franceses: 30 millones de francos, menos 6 millones de comisión. Inevitable relacionarlo con mecanismos de repago de programas de crédito del FMI. Recién en 1947, 122 años después, Haití cerró el pago de compensaciones.
En medio, Haití sufrió desde 1915 la intervención militar de Estados Unidos, en nombre de la salvaguarda de los intereses norteamericanos establecidos en el país desde principios de siglo, en especial bancos, y después de sofocar y reprimir una rebelión popular en 1919 continuó hasta 1934.
Una reciente investigación del New York Times estableció, luego de revisar miles de páginas de documentos de archivo, algunos de siglos de antigüedad, y de consultar con 15 de los principales economistas del mundo, que los pagos a Francia le costaron a Haití entre 21.000 y 115.000 millones de dólares en crecimiento perdido a lo largo del tiempo (ocho veces el tamaño de toda su economía en 2020).
Luego, durante su intervención económica y militar, “fue Estados Unidos el que usó a Haití de caja registradora”, resumió el prestigioso diario. “Neocolonialismo por deuda”, le dijo Thomas Piketty, experto en historia de la desigualdad. “Esta sangría ha perturbado totalmente el proceso de construcción del Estado”, concluyó.
De Duvalier a Aristide
En 1957, con una estabilidad institucional garantizada y supervisada por Estados Unidos, llegó al poder el médico François Duvalier, quien junto con su hijo Jean Claude terminó instaurando una cruenta y corrupta dictadura que durante 28 años expolió la isla sirviéndose de una temida policía paramilitar, los “tontons macoutes” (hombres del saco), preludio de las bandas que campean hoy.
En 1986, con la situación política y económica insostenibles, mientras América Latina emprendia un proceso de redemocratización, un salvoconducto de Estados Unidos permitió a Jean-Claude Duvalier abandonar la isla y abrir la puerta a una nueva etapa que en 1990 llevó al poder a Jean-Bertrand Aristide, en lo que se considera la primera elección democrática y transparente del siglo en el país.
Pero los planes de Aristide de purgar los grupos violentos, de poner a los militares bajo la órbita civil y de combatir la corrupción y el narcotráfico creciente terminaron en su derrocamiento por militares liderados por Raoul Cedras. Sólo cuatro años después, Estados Unidos -con apoyo de la ONU- lo restituyó en el poder: entonces, disolvió las Fuerzas Armadas, reactivadas recién en 2017 por su sucesor Moïse.
Sin embargo, según el estudioso Michael Deibert, autor de obras sobre la historia moderna de Haití, el embargo y el aislamiento internacional durante ese período devastaron la microeconomía haitiana. Para peor, la importación de arroz estadounidense terminó de liquidar el sector agrícola local, lo cual empujó a masas de jóvenes pobres a Puerto Príncipe y a formar pandillas, a su vez usadas por políticos locales para dirimir luchas y obtener ganancias ilegales.
El tobogán hacia el caos
El siglo comenzó para Haití con un intento de golpe de Estado, en diciembre de 2001, cuando el jefe policial Guy Philippe atacó el Palacio Nacional en un intento de golpe y, en su segundo mandato (2001-2004) el propio Aristide convocó a grupos de jóvenes armados para que salieran en su defensa, explicó Deibert.
Después, esos grupos se replegaron con la llegada de la misión MINUSTAH de la ONU, que se estableció en Haití hasta 2017. En ese lapso, en su segundo mandato René Preval (2006-2011) los persiguió bajo la consigna de “desarmarse o morir”, recuerda Robert Fatton, académico de la Universidad de Virginia.
Hace pocos años, República Checa y Suecia, con una población similar a la de Haití (11 millones), tenían un presupuesto anual de 74 mil millones y 250 mil millones de dólares, respectivamente. El haitiano era de 2 mil millones, para revertir los casi peores indicadores socioeconómicos del mundo.
El terremoto de 2010 convirtió a Haití en una tierra de espanto, en la que se expandió al máximo la antigua influencia de las ong internacionales.Ya entre 2005 y 2009, esa ayuda superaba los ingresos totales del gobierno. Tras el sismo, investigaciones cuestionaron el manejo de parte de las ong de miles de millones de dólares de ayuda que estaba destinada a los damnificados. Después, entre 2011 y 2014, fue la ayuda de Venezuela la que alivió la situación financiera.
El país tiene 98% de sus tierras deforestadas lo que lo hace totalmente dependiente de la importación de alimentos, y casi sin ingresos: es el más pobre de América Latina y el Caribe, y tiene una de las tasas de desigualdad de ingresos más altas del mundo. En 2020, la tasa de pobreza alcanzó casi el 60 %. Dos tercios de la población pobre habita en zonas rurales. En 2021, unas 4,3 millones de personas (44 % de la población) sufrían inseguridad alimentaria aguda.
Por eso Haití depende de las importaciones para el 50% de sus alimentos y el 83% de su arroz, según el Programa Mundial de Alimentos. Pero a medida que las pandillas se apoderan del territorio, bloquean envíos de alimentos o cobran peaje. Las interrupciones del riego y los ataques en zonas agrícolas han llevado a más y más personas a la hambruna.
Un estallido social contra la pobreza y la corrupción estatal, tras un fallido intento de reformas instrumentadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) por un crédito de 228 millones de dólares con quitas de subsidios a combustibles y alimentos fue violentamente reprimido (al menos 133 muertos) en 2018-2019.
Durante los últimos años, nuevamente “las pandillas empezaron a ganar autonomía. Y ahora son un poder en sí mismo”. “La autonomía de estos grupos criminales ha alcanzado un punto crítico. Por eso ahora son capaces de imponer algunas condiciones al propio gobierno”, según Fatton.
Financiada por secuestros, narcotráfico, contrabando y extorsiones, la federación de bandas “G9 an Fanmi e Alye” (Grupo de los 9 en Familia y Alianza) que domina casi todo Puerto Príncipe es liderada por el ex jefe policial Jimmy Cherizier, o “Barbecue” (foto debajo).
Cherizier comenzó a presentarse directamente como líder político y a desafiar al presidente Jovenel Moïse (Tet Kale), un empresario bananero ultraconservador de afinidad con el viejo duvalierismo residual quien se negaba a convocar a elecciones parlamentarias.
En 2021, Moïse fue asesinado en Puerto Príncipe por exmilitares colombianos y muchos actores de poder político, económico y criminal sospechados de organizar el crimen. Desde entonces, Haití quedó con gobierno pero sin jefe del Estado.
La anarquía final
En octubre, el secretario general de la ONU, António Guterres, pidió el despliegue de una fuerza armada internacional liderada por Kenia para hacer frente a la crisis humanitaria en Haití, misión aprobada por el Consejo de Seguridad.
Ahora, seis meses después, mientras el todavía primer ministro Ariel Henry -sin aval del Parlamento para seguir en el cargo- negociaba el envío de la fuerza especial en Kenia, las bandas armadas lanzaron una ofensiva que liberó a 4 mil presos de las cárceles de Puerto Príncipe.
La capital se convirtió, como el resto del país, en tierra de nadie. La Policía creada en 1990 (13 mil agentes) se retiró de las calles. Las 200 bandas criminales del país -pequeñas y grandes organizaciones violentas y armadas- cerraron el aeropuerto, saquearon puertos, edificios públicos y comercios. Los caminos y el suministro de alimentos quedaron bloqueados. Henry quedó varado en Puerto Rico.
Esta vez, las pandillas anunciaron una alianza informal llamada “Vivre Ensemble” (Vivir Juntos) para impedir el regreso de Henry y el despliegue de una fuerza internacional. “Nuestro primer paso en la batalla es derrocar al gobierno de Ariel Henry, y luego nos aseguraremos de que el país tenga un Estado fuerte con un sistema judicial fuerte para luchar contra los corruptos”, dijo Cherizier a la prensa.
Fuera de Puerto Príncipe, las bandas invaden las granjas y extorsionan a los agricultores. Según Romain Le Cour, de Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional, son jóvenes de barrios urbanos empobrecidos, pero en alianza y al servicio de empresarios y políticos.
Con frecuencia, dice un reporte de Insight Crime, las bandas han recibido pagos por la cooperación y la movilización de votos durante las elecciones. Pero en Haití no hubo comicios desde 2016, lo que ha llevado a las pandillas a recurrir a los secuestros extorsivos para engrosar sus arcas.
Sólo en 2023, casi 5 mil personas fueron asesinadas y otras 2.500 secuestradas, el doble que en 2022, según la ONU, que estimó los desplazados por la violencia en ese lapso en más de 300.000 personas.
Por fin, el 13 de marzo Henry renunció como premier. Estados Unidos -que se niega a enviar efectivos a la isla- y los países del Caribe respaldaron un nuevo gobierno colegiado de transición, formalizado desde Jamaica en una cumbre del CARICOM.
Daniel Foote, ex enviado especial de Estados Unidos a Haití, resumió en estos días: “Creo que la situación ha cruzado un Rubicón aquí. Han pasado de ser protestas contra Henry a una revolución total”.