Con un alto rechazo, en medio de una dura interna y tras una dura derrota, apuesta al plan CFK 2017: radicalizarse y medirse en elecciones de medio término.
Mauricio Macri está instalado en la casa que alquiló junto a su esposa y exprimera dama, Juliana Awada, en el barrio sanisidrense de Acassuso. Tiene tiempo para pensar y reflexionar, oportunidad que acompaña con el diseño del libro sobre su paso por las gestiones nacional y porteña, como reveló este medio. Sin embargo, en los últimos días decidió romper la quietud por la preocupación y “enojo”, dicen sus colaboradores, por el avance de la causa del espionaje ilegal, a la que considera una “operación” del kirchnerismo. El expresidente pretende que sus últimos movimientos no queden englobados como una reacción, pero tiene un plan para regresar en el corto plazo y deja crecer la opción para encabezar la boleta opositora en 2021.
Macri quiere “volver”. Cree que los siete meses de silencio fueron suficientes y que su reaparición tiene que ser “paso a paso”. Su entrevista con Álvaro Vargas Llosa, el tuit alentando la marcha rompecuarentena por el 9 de Julio y el viaje relámpago a Paraguay forman parte de una hoja de ruta delicadamente pensada para regresar a la escena pública y política. La duda que persiste en su mesa chica es si ese retorno tiene como primera parada medirse en las elecciones legislativas 2021 para una eventual vuelta a la Cámara de Diputados y una consecuente protección ante lo que sus asesores consideran “embates” judiciales.
“En la Ciudad ni necesita hacer campaña”, se entusiasman sus feligreses. En tanto, un sector del macrismo está dispuesto a abrirle la puerta en la provincia de Buenos Aires. En ambos territorios deberá negociar con Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, pero, a pesar de ser los referentes amarillos de cada distrito, ninguno tiene hoy margen político para negarle una candidatura. Macri insiste en que Juntos por el Cambio necesita nuevos liderazgos y las encuestas dejan claro ese panorama: evidencian un rechazo a su figura, principalmente en territorio bonaerense.
Sin embargo, el macrismo ultra lo posiciona como figura opositora por excelencia y su construcción se afinca en una polarización con el peronismo y el gobierno de Alberto Fernández. El expresidente camina hacia una radicalización del espacio para las elecciones de medio término, en contraposición a los postulados que dispensa en privado y lo que reclama el sector dialoguista del PRO. La opción de radicalizar o ampliar obliga a Macri a mirarse en el espejo de la Cristina Fernández de Kirchner de 2017, cuando la vicepresidenta creó Unidad Ciudadana, esquivó al peronismo, formó una lista de ultras y perdió las elecciones con el macrista Esteban Bullrich.
La entonces candidata montó una campaña centrada en su figura y, junto a la derrota, se llevó dos certezas: la del recuerdo de los argentinos de su paso por la Casa Rosada y la necesidad de la unidad peronista para vencer a Cambiemos. Finalmente, asumió como senadora nacional por Buenos Aires e hizo una forzada autocrítica de la jugada, testeó el rechazo de buena parte del electorado y emprendió un camino de reinicio de vínculos con antiguos compañeros de ruta para volver al poder. Recalculó la estrategia para ganarle a Macri 2019 y entronizar a Fernández en Balcarce 50.
Macri se fue del gobierno con una derrota en las urnas, castigado por su gestión y con un 40,32% de apoyo pese a la crisis económica. Los cruces en la oposición en torno a si Juntos por el Cambio debería concentrarse únicamente en ese voto duro o explorar nuevos horizontes tiene un capítulo central en el ingeniero: su radicalización implicaría una copia fiel de los pasos de la Cristina de 2017 y una pulverización de los planes expansionistas. Sin embargo, la última palabra en torno a si competirá o no la tiene él. Es un enigma que envuelve por igual al PRO, la Unión Cívica Radical (UCR) y la Coalición Cívica.
El presidente de la Fundación FIFA, principal coartada para mezclar su pasión por el fútbol y la búsqueda de permanecer en la primera plana política, desechó los consejos de Alfredo Cornejo, con quien habla mucho más que cuando uno era presidente y el otro gobernador, y se sacó la mordaza. Celebra Patricia Bullrich, halcón predilecta del líder PRO que siempre lo alentó a decir lo que piensa, y bufa Marcos Peña, que siempre creyó que el “mejor Mauricio” era el mediado por su filtro léxico.
La gravitación de Macri en el PRO permanece inalterable, pero su situación podría compararse al del funcionamiento de un router. Todos saben que está ahí, captando y devolviendo señales, pero no se hace oír hasta que evidencia una falla en el sistema. Tras darle el OK a Bullrich para firmar el comunicado por el homicidio de Fabián Gutiérrez, volvió sobre sus pasos para darle empuje a la Mesa, a sabiendas de que se licuaría el poder de su exministra de Seguridad, pero serviría para ponerle un coto a la rebelión interna de Rodríguez Larreta y Vidal.
Al igual que al regreso de sus vacaciones, el exjefe de Estado continúa escribiéndoles a diputados y senadores nacionales. Con muchos intercambia detalles y charlas mundanas casi afectivas, mientras que con otros aprovecha sus terminales políticas para utilizarlos como correa de transmisión. A cada uno le repite que quiere un esquema horizontal y que entiende que exista un grupo del PRO dispuesto a dialogar con el peronismo, pero insiste en “acotar” ese respaldo a la gestión sanitaria.
Por Gonzalo Palese – Letra P