Washington busca impedir que la Argentina caiga en default, pero sin aparecer como nueva deuda. Con el antecedente de la ley de 2020, cualquier préstamo debería pasar por el Congreso, un riesgo político que Milei quiere esquivar. El equipo económico negoció alternativas: la compra de bonos del FGS por parte de EE.UU., un swap de divisas al estilo chino o el uso de dólares ya adquiridos por el Tesoro. Caputo debe resolver cómo llegar a enero de 2026 sin sobresaltos, en medio de un mercado ansioso.
La ayuda de los Estados Unidos solo apunta a una meta y un fin: que Argentina no caiga en default. Y debe tener además una característica: el dinero que llegue cuando desde la administración de Donald Trump aprieten la tecla enter, no puede figurar como un giro de dinero en efectivo. O a plazo. Sobre todo si es con algún interés de retorno. Si así fuera, sería nueva deuda y tendría que ser aprobada por el Congreso Nacional, según la norma aprobada en 2020 durante el gobierno de Alberto Fernández con Martín Guzmán como ministro de Economía. Tal como está configurado el panorama político actual, saben desde el Poder Ejecutivo (de acá y de Washington) que el dinero proveniente desde los Estados Unidos debiera tener una ley que lo respalde; el gobierno de Javier Milei podría exponerse a un papelón: que el Congreso Nacional lo rechace. Y que luego el Presidente vete ese rechazo y que el Legislativo vuelva a rechazarlo.
El problema son los tiempos. Aunque la ayuda se efectivice para 2026, concretamente para realizar el próximo pago de deuda del 9 de enero, los mercados deben conocer el mecanismo de salvataje mucho antes de esa fecha. Y aunque al gobierno de Javier Milei le vaya relativamente bien en las elecciones del domingo 26 de octubre, la actual composición de las cámaras de Diputados y Senadores permanecerán inalterables hasta el 10 de diciembre, cuando los nuevos legisladores ingresen a sus respectivos recintos. Demasiado tiempo para desesperados por buenas noticias. O al menos, novedades tranquilizadoras. De hecho, Luis “Toto” Caputo debe solucionar este problema de confianza antes de las elecciones legislativas, si no quiere llegar al momento de ir a votar las renovaciones de ambas cámaras con un riesgo país endemoniadamente por arriba de los 1.000 puntos básicos. Y el peligro del default siempre cercano.
Lo que en realidad fue a buscar el equipo económico a Washington es el armado de la martingala leguleya para salvar la necesidad del Congreso Nacional. Fue parte de la negociación previa al anuncio de la ayuda de los Estados Unidos de hace 15 días, y hubo que remar para que una persona bastante institucionalista como el secretario del Tesoro Scott Bessent aceptara un salto al Legislativo criollo. En definitiva, las órdenes de Donald Trump eran salvar a su amigo Milei, y Bessent tuvo que aceptar. Igualmente, pasado el tiempo y luego de una embestida de algunos diputados demócratas que criticaron la ayuda a la Argentina, también a la administración Trump le viene bien que el rescate no figure como gasto directo y pérdidas de ingresos en el activo del presupuesto norteamericano. Menos en tiempos de “shutdown”.
Dos son las alternativas que se manejan ahora. La primera, que los Estados Unidos compren bonos argentinos en propiedad del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) a precio de mercado y bajo la seguridad de que esos títulos públicos tendrán una valoración en el futuro para que en la cuenta azul del gobierno norteamericano no figure como pérdida. El dinero que reciba el Tesoro por estas ventas se usará para pagar el vencimiento de 4.300 millones de dólares del 9 de enero, cuando deben liquidarse los cupones de los bonares y globales de la deuda reestructurada en octubre de 2020. Para la Argentina, no sería toma de nueva deuda, sino venta de títulos; con lo que no se necesitaría al Congreso. Para los Estados Unidos no habría pérdida de activos e, incluso, eventualmente, una mejora en las cuentas públicas norteamericanas.
La segunda alternativa es un swap simple y directo. Al estilo chino. Esto implica que el intercambio de monedas se activa con el comercio bilateral, sin pasar necesariamente por las reservas del Banco Central. La explicación teórica de este mecanismo es un acuerdo financiero entre dos bancos centrales o entidades financieras para intercambiar divisas por un período determinado, con el compromiso de revertir la operación en el futuro. No es un préstamo tradicional, sino un intercambio recíproco que busca dar liquidez y estabilidad monetaria. En teoría, un banco central le gira dinero a otro previo acuerdo, para que luego, con el tiempo, este segundo responda el giro. Así es como funciona el acuerdo con China. El problema en el caso de un swap entre Argentina y Estados Unidos es que en Washington el banco central es la Reserva Federal. Y a diferencia de la Argentina, no responde a las indicaciones del Poder Ejecutivo (Trump), sino a su directorio, que hoy dirige el presidente de la entidad, Jerome Powell. De hecho, entre Trump y Powell hay hoy un conflicto directo por la manera de interpretar la economía en general y la política monetaria en particular. De hecho, hace poco tiempo, el propio titular de la Casa Blanca pidió la renuncia de Powell, algo que desde la entidad monetaria fue tomado con bronca y risa por igual.
Mientras tanto, Caputo ensaya una utopía. En el mercado se analiza una audacia. Al menos a los ojos actuales. Lograr que el pago del vencimiento del 9 de enero de 2026 de los cupones bonares y globales de la deuda reestructurada en 2020 pueda ejecutarse con dólares comprados por el Tesoro desde la semana pasada y hasta fin de año. Y con esto liberar la necesidad de utilizar el primer giro del “salvataje” anunciado la semana pasada por los Estados Unidos para la Argentina, planteado originalmente para que el país no entre el default en los dos vencimientos claves del año próximo (el ya mencionado en enero y un segundo el 9 de julio), mediante el aporte del gobierno de Donald Trump de los dólares necesarios para los dos llamados. La presentación de esta operación internacional comenzó a negociarse la tercera semana de septiembre, cuando el riesgo país se aceleraba a los 1.500 puntos básicos y el tipo de cambio estaba por arriba de los 1.500 pesos luego de un viernes de ventas de divisas en el Banco Central por unos US$ 678 millones, amenazando con una crisis financiera y monetaria que llevaría a un default (ya que hubiera sido imposible que Caputo hubiera podido colocar deuda con ese nivel de riesgo) y a una devaluación sin techo.

Por Carlos Burgueño-Perfil