Tras dos convivencias fallidas y una vida guiada por mandatos sociales, Mariano se encontró con Rebeca, una mujer de carácter fuerte que rompió con las expectativas familiares y los cánones sociales. Se conocieron en un bar, donde él quedó cautivado, pero ella ni lo miró. Un tiempo después, una palabra clave provocó la chispa que se encendió para siempre
Qué hermoso cuando encontrás una pareja como Mariano y Rebeca que decide volver a apostar por el amor. “Me casé muy pendejito, muy muy joven”, aclara él por si no se entendió el eufemismo, refiriéndose a su primera boda a los 24 años de la cual nació su hijo mayor, hoy de 23 y viviendo en Sevilla. Ella, una mujer de carácter, se arrima a la charla para presentarse: “Soy todo lo anti, siempre vengo al revés. Los mandatos familiares y culturales esperados, no cumplí ninguno, hice todo a contra marcha, como se me cantó a mí y como se fue dando”.
La vida de Mariano comenzó guiada por el famoso manual de “todo lo que se debe hacer” y, burlándose de sí mismo con un tono de rabino jazídico, se autodefine: “Conocí una chica de la cole, nos casamos con la fiesta, y todo el show puesto, súper”. Mariano Rotman nació el 31 de marzo en Villa del Parque, se crió en La Paternal, fue a la ORT de Almagro, trabajó como madrij (líder) en Macabi y viajó al Plan Tapuz, todas instancias muy vinculadas a la comunidad judía: “Recorrí todo el caminito como se suponía que debía ser”.
Ocho años fueron suficientes para que Mariano se diera cuenta de que esa no era su ruta deseada, más otro octenio conyugal, sin hijos, que terminó en el 2012, casualidad o no, cuando el porteño cumplía sus 40. “En ese momento mi núcleo histórico de amigos estaban todos casados, con pibes, y el único divorciado que andaba suelto era yo. No tenía con quién salir entonces me iba solo a escuchar a alguna banda”. Una vez más soltero, el señor de las cuatro décadas volvió a las andadas, y una noche a principios del verano de 2013 cayó solo en un “pub de dudosa reputación” de Palermo. Según el héroe de este relato, al Sr. Pub -como se llamaba el ya desaparecido boliche – iba “gente no muy santa”. De repente, entre la multitud, una morocha lo cautivó. “Mirá qué linda esta chica”, se habló a sí mismo pero sus intentos de acercarse fueron en vano: “Me cortó, no me dió ni hola, nada, me cortó la cara”, dice tajeándose la mejilla con un cuchillo imaginario.Ambos estaban solos y se cruzaron por primera vez en un bar donde una banda rendía tributo a Joaquín Sabina
Enseguida recurrió a Laura, la clásica amiga en común, que le tiró data: “Viene cada tanto, no va a aparecer tan seguido”, dándole a entender que “la morocha” era una presa difícil de roer. “No… por ahora no”, repitió la amiga más allá de la insistencia. Así, Mariano se volvió habitué del Sr. Pub, en donde pronto “ya conocía al de la barra, al de la entrada”, y hasta las columnas lo saludaban. Todo valía la pena para volver a ver a la morocha intrigante.
Rebeca Peña nació el 6 de noviembre de 1975 en Máximo Paz, partido de Cañuelas. “Vivíamos afuera del pueblo, en un barrio que primero era muy campo, pasaban las vacas en mi vereda, y después se hizo un asentamiento tipo villa, y ahí crecí”, cuenta orgullosa sus orígenes en una familia humilde, de clase trabajadora; su papá era chacarero, operario de fábrica y carnicero: “Fui a la escuela rural, luego a la secundaria que me quedó más cerca y después tuve la posibilidad de ser la primera universitaria de la familia”, continúa relatando airosa su historia de superación. Con mucho sacrificio, consiguió su título en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora: “Eran tres horas para ir y lo mismo para volver. Algunos cuatrimestres cursaba de a una materia porque no tenía plata para el boleto, y en aquella época no había becas de nada”. Así, mientras trabajaba media jornada de administrativa, se recibió de Licenciada en Ciencias de la Educación, su primera carrera, y “ya de adulta”, estudió Relaciones Laborales. Desde el 2011 es profesora de cátedra en lo suyo.
En sus días no había mucho más tiempos que para progresar, “lo otro” quedaba en un plano secundario: “En el último año de la secundaria me puse de novia pero son vidas pasadas que no interesan”, explica cortante. “Luego tuve una segunda pareja, con convivencia incluida, y cuando lo conocí a Rotman ya estaba separada, sola…”, resume Rebeca su currículum amoroso hasta los 38 años, como quien quiere explicar El Aleph de Borges en dos líneas. Además de “separada y sola” la chica de zona sur estaba “lista”, pero también demasiado desconfiada para volver a entregar su corazón “a cualquiera”.
Si bien sus anteriores elecciones habían tenido muchas similitudes con sus orígenes, no compartían “para nada la proyección personal, ni social, ni cultural… estábamos en las antípodas”, cuenta. Ahí fue cuando su amiga Laura le propuso ir a ver a “La del pirata cojo”, una banda que, todavía vigente,rinde tributo a Sabina. Rebeca, “fan absoluta de Joaquín”, no se pudo resistir. “Te vas a divertir”, prometió Laura que ya era groupie. Sin demasiada expectativa la “morocha misteriosa” fue desde Monte Grande para escuchar covers de su músico preferido al Sr. Pub de Palermo.
Esa noche de enero donde coincidieron por primera vez, la misma velada que según Mariano la morocha “lo cortó menos diez”, para Rebeca las cosas fueron diferentes: “Él estaba socializando por ahí con un montón de chicas –elige el término “socializar” por no decir “gatear”, “chamuyar”, y otros que se escapan en la charla–, era muy requerido, vamos a decirlo así”, sostiene ahora relajada. Aunque su comentario es de puro peleadora porque enseguida asume que no tiene ni registro de ese primer encuentro: “Fui con mi amiga y mi actividad era ver a los del tributo. No fui de levante, ni a mirar gente, ni siquiera tomé alcohol, a ese nivel, sólo agua… Así que ni a ponerme alegre fui”.
Luego de tres meses sin suerte de perseguir a la banda –aunque todos sabemos que el propósito de Mariano era otro-, de boca de Laura llegó la respuesta más esperada: “Va Rebe”. Así, los extraños se volvieron a ver en el Bear’s Cave de Adrogué, donde se presentaba el grupo. “Ahí fue la primera vez que dije ‘Hola’, pero ya está listo. Ya fue”, cuenta ella con la misma cara de pocos amigos que hace once años. Acto seguido, la morocha se fue a sentar a su mesa a mirar el show, sin despegar la cola de la silla ni los ojos del escenario, de principio a fin: “Ni pelota le di”, agrega metafórica por si cabían dudas de su poca simpatía. En cambio Mariano guarda el momento con detalles: “Yo tengo registrado hasta lo que ella tenía puesto: un vestido de color clarito con lunares de colores”, recita memorioso.
Una vez entrado el otoño, “La del pirata cojo” se volvía a presentar, esta vez en el bar La Roca de Villa Devoto, y sus seguidores regresaron a decir “presente”. “Ahí sí lo saludé y nos sacamos unas fotos grupales pero yo hacía como en la escuela primaria, que ponés distancia, ¿viste?”, relata Rebeca estirando sus brazos tiesos al frente. “Y yo aprovechaba con la excusa de que ‘no entrábamos en la foto’, para ponerme al lado pero ella movía el cuerpo en dirección opuesta… ¡me venía cortando el rostro fuerte!”, cuenta Mariano sin vergüenza.
Entonces, en este caso, la tercera no fue la vencida. Rebeca venía golpeada, de una separación que “terminó en Tribunales, en muy malos términos”. Por eso el caradurismo, la perseverancia o el profundo flechazo de Mariano fueron claves en esta historia de amor. Su “morocha misteriosa” definitivamente estaba en otra frecuencia: “Venía quemada, de situaciones de machismo ligados a la violencia económica”, justifica ella su distancia con Mariano -que por supuesto no conocía el conflicto- y con todo hombre que se le acercara.
A las tres semanas, la rueda de la fortuna hizo que Mariano y Rebeca se vuelvan a encontrar en el punto inicial: el Sr. Pub. Una vez más, mientras sucedían las típicas cuestiones que se dan en un bar, Rebeca permanecía quietita en su columna: “Me quedé sola, parada, frente a la barra con mi agua”, menciona dándole entidad de persona a su botellita. De repente se le acercó un fanático habitué pasado de copas -”estaba re borracho el pibe”-, y la empezó a “chamuyar”. Rebeca, de pocas pulgas, a la tercera vez que el “grandote se puso pesado”, lo paró en seco: “Me inflamé y le dije: ‘Mirá flaco, está todo bien pero si vos no te vas, te voy a bajar los dientes, no me jodás, te dije que no quiero saber nada, no me interesa’”, teatraliza el momento. La frenada bastó para que el señor ebrio insista y avance físicamente. Ella, incómoda y algo desesperada, recorrió el lugar con la vista y encontró su salvación: “Lo veo a Rotman de espalda apoyado canchero contra una media pared que había”, cuenta imitándolo, mientras él a su lado festeja como si fuera ayer.Ella se flechó cuando él le hablo de Pierre Bourdieu
“A este flaco lo conozco”, pensó Rebeca que utilizó sus armas de seducción para que el “conocido” la ayudara. “Hola, ¿te acordás de mí?”, se presentó haciéndose la linda. Mariano, que no lo podía creer, respondió atento a la chica que venía rastreando hacía meses: “¿Te puedo pedir un favor? ¿Puedo hacer como que estoy con vos? Porque aquel flaco está borracho y me está molestando y no quiero tener un problema”. Atónito se calzó su mejor papel de “novio de turno” y comenzó la función. “Tuve que empezar a hablarle de verdad”, se defiende ella como quien no quiere la cosa. Entonces arrancaron, según los protagonistas de esta historia, con los “temas universales”: ¿Qué hacés?¿De qué signo sos? ¿Trabajás o estudiás?
Ella le contó que era profe en secundarias y en la Universidad de Lomas y él contestó que también era profesor. Y en ese ir y venir de las clases y las materias que daban, Mariano comentó que con sus alumnos estaban viendo un texto de Bourdieu, palabra que resultó mágica: “Dijo ‘Bourdieu’ y fue la primera vez que lo miré en serio. Fue automático, me cambió absolutamente, como cuando alguien dice ‘Me dio el flechazo’. Escuché ‘Pierre Bourdieu’ y fue increíble”. No del todo confiada, siguió tanteándolo: “Me hice la gila y le fui preguntando sobre el contenido del texto”, cuenta cual Maestra Ciruela. Sus sospechas de que su amiga Laura estaba complotada con Mariano para hacerle gancho, tuvo que guardárselas en el bolsillo: el hombre sabía de qué hablaba.
La charla sobre el sociólogo francés y otros destacados teóricos que parecía darse en la Biblioteca Nacional, se extendió mientras de fondo seguían sonando los temas de Sabina, “los borrachos bailaban” y el reloj marcó las 3 de la madrugada. Después de mucho rato sin ese tipo de alegrías, aquel sábado de junio de 2013, Rebeca volvía a sonreír: “Estaba encantada de la vida”. Igual que Mariano que “hacía seis meses la venía remando en dulce de leche”. Él, rápido, le propuso sacarse una foto para “etiquetarla en Facebook”. Así le hizo “el entre”, le chateó por Facebook y después le “sacó el celular, hizo todo un caminito de hormiga”.El hijo de 23 años de Mariano vive actualmente en Sevilla
La conversación se extendió durante toda la semana hasta que ella le anunció que ese viernes tenía que ir por el Obelisco a buscar unos zapatos de tango. “Laburo por ahí, te invito a almorzar”, aprovechó él ni lento ni perezoso. Cuando Mariano llegó al restaurante que la había citado, Rebeca ya estaba sentada esperándolo. Él se acercó, la saludó casual y le dió un “pico” de una. Ante una Rebeca impactada, Mariano se sentó enfrente y continuó lo más campante con su mejor cara de poker: “¿Qué pedimos?” Entusiasmado, Mariano se apura para aclarar: “Ojo, no fue ningún accidente. Le agarré la boca, le dí un beso y seguí viaje como si nada”. Cuando ella se recuperó del shock, el almuerzo continuó lo más bien, y al despedirse ya había cambiado la historia: “Me acompañó a mi combi que volvía a Monte Grande, y ahí sí me dio un beso de verdad… Sentí mariposas en la panza y me fui re contenta”, recuerda con la emoción de las primeras veces.
Empezaron a salir y a compartir los clásicos planes de las parejas: cenas, cine, teatro, todo. Hasta que “el insistidor de La Paternal” se asustó. “Yo así como no te doy bolilla, si me enamoré ahí voy y soy así en general en la vida. Lo que quiero lo consigo, me propongo armar un proyecto y, si el otro dice que sí, dale que va…”, se abre por fin Rebeca y el cambio de estado se le nota hasta en la forma en que expone el relato: a partir de “Bourdieu” todo es amor. Mariano tenía a su hijo Ian de su primer matrimonio y Rebeca se adaptaba a los horarios y, aunque había situaciones que no le encantaban, se las respetó. “Sin querer queriendo, viste, como que te vas enamorando también del paquete”, plantea con cariño. Pero luego de los “tres meses de prueba” llegó la charlita: “¿Qué somos nosotros dos? Porque yo soy una señora grande ya, no tengo paciencia, no tengo tiempo para perder y no quiero dar vuelta en pavadas”, se lanzó al vacío. Y él mencionó la frase que toda chica quiere escuchar: “¿Somos novios?” Así, “el remador oficial de la pareja”, se puso a trabajar para que el vínculo se fortalezca: le presentó a su hijo y todo fluyó.
El segundo “conflicto” apareció al año, cuando ella le declaró su amor profundo. Un día cualquiera mientras Mariano sacaba a relucir sus obsesiones -”tiene un tema con las migas, y apenas se caen al piso el tipo se pone a barrer frenético”- ella, en lugar de enloquecer, se rió, se dio cuenta y se lo dijo: “Ves, por estas cosas te amo”. Lo que siguió fue un silencio de cementerio. “No me dijo ‘yo también’”, aclara ella por si quedaban dudas. Durante la cena que tuvieron esa misma noche en la casa de una amiga, Rebeca permaneció muda y no volvió a tocar el tema. De hecho, al día siguiente volvió a su casa y no le habló por una semana; “estaba indignada” pero el amor era real así que tuvo paciencia. “No dije nunca más nada y esperé, pero internamente me había puesto plazos”, revela ella. Dentro de esos límites, una tarde que volvían caminando “tranqui” del Coto de Abasto hacia el departamento, Rebeca le dijo: “Yo tengo como proyecto de vida ser mamá”. Y Mariano, una vez más, se quedó taciturno aunque no tanto: “Sí, pero yo ya tengo hijos y no sé si…”, intentó exponer, pero su novia firme lo cortó: “No, disculpame, ¿a vos quién te dijo que era con vos? Quiero ser mamá, si es con vos o no veremos, pero no tengo mucho tiempo biológico así que tampoco voy a dar muchas vueltas. Fijate, andá, pensándolo”. La conversación quedó ahí y, aunque el aire se cortaba, siguieron caminando juntos por la calle Gallo y por la vida.
Y para noviembre del 2014 sucede el milagro: Rebeca fue como cada año a hacerse un control ginecológico y volvió a su casa con una ecografía obstétrica. “Me enteré así”, cuenta. Con una mezcla de éxtasis e incertidumbre, fue al departamento de su novio y luego de los saludos pertinentes tiró la noticia: “Bueno, te voy a decir una cosa… Sabés qué, estoy embarazada”. Él “¿Quéeee?” de Mariano fue interceptado por la advertencia de su mujer: “Sí, estoy embarazada y no sé qué vas a hacer vos, pero yo voy a ser mamá”. Mariano quedó literalmente en el piso. Se puso blanco como un papel hasta que ella sacó las pruebas: “Tengo una ecografía, ¿la querés ver?”.“Sabés qué, estoy embarazada”, le contó ella
Más allá de los pronósticos, Rotman sorprendió a su mujer con la mejor de las reacciones, y sugirió invitar a su madre a almorzar para contarle que sería abuela. “Fue inmediata la reacción”, asegura ella todavía sorprendida. Ensamblaron hogares para que el 31 de julio del 2015 nació Teo, y siguieron avanzando: “Él me pidió casamiento el 6 de noviembre del 2015, el día de mi cumpleaños me regaló las alianzas con nuestros nombres”. Pero para sorpresa de la hinchada, ella dijo que “no”, y enseguida se cuela para esclarecer: “Sí quería casarme con él, pero con fiesta y en ese momento no podíamos”. El pedido de mano se repitió dos veces por año, todos los años desde hace nueve ciclos. Hasta que a principios de 2024, Mariano ya resignado no propuso más y fue ella que por fin se decidió: “¿Nos casamos este año?”La pareja con su bebé se casará este 23 de noviembre
Encontraron un punto intermedio en el que no habrá grandes despliegues pero subsiste lo más importante: el amor. El próximo 23 de noviembre Mariano y Rebeca se casan. Y, ¿adivinen quién es la diseñadora del vestido de novia? Laura, la amiga en común que los llevó a ver “La del pirata cojo”.
Por Cynthia Serebrinsky-Infobae