La negociación por la media sanción en Diputados de la ley ómnibus dejó un mal precedente para futuras pulseadas políticas.
l problema de una negociación mal planteada no es que sólo se pierden fichas innecesariamente, sino que además dejan un mal precedente para futuros tironeos. A partir de ahora, todos los actores políticos, empresariales y sociales que no son el oficialismo y los aliados explícitos, saben “dónde renguea el perro”. Este ensayo les otorgó una cantidad de información superlativa respecto de cómo plantarse frente al Gobierno del león en futuras circunstancias. Ahora saben cómo esperarlo, quiénes son los negociadores claves, cómo es el sistema de decisiones interno, quién es voz autorizada y quién no, y qué es lo que más temen. Toda una hoja de ruta delatada, que se podría haber evitado si el planteo hubiese sido más profesional.
En esta obra de teatro, el Gobierno confirmó las peores hipótesis. Le está jugando una mala pasada:
-La falta de experiencia política del líder y de su equipo;
-Los riesgos de un team que recién empieza y no queda claro cómo se coordina;
-Un sistema demasiado personalizado;
-Un planteo estratégico desacertado desde el comienzo (la ley ómnibus);
-La falta de conciencia sobre los límites institucionales y políticos;
-Un acompañamiento a veces erróneo, a veces errático, desde la comunicación; y la actitud refundacional.
El argumento del “la gente votó esto y nos tienen que apoyar” es cuestionable políticamente hablando, más allá de la necesidad de la argumentación. Primero, la mayoría votó a Milei para Presidente –en una segunda vuelta–, pero lo relegó claramente en el Parlamento y las gobernaciones (en un país federal, claro…). Segundo, “la gente votó esto” requeriría un largo tratado interpretativo respecto a los matices de la opinión pública entre agosto, octubre y noviembre: está claro que la gente votó un cambio que sobre todo bajara la inflación, pero no es tan evidente que haya votado estas soluciones específicas contempladas en la ley (por ejemplo, las privatizaciones). Tercero, no debe olvidarse que el Congreso se conformó en octubre, cuando la primera minoría fue UP con Massa a la cabeza: ¿cuál es el mandato de un legislador, el de sus votantes o el del que ganó? Habrá que revisar a Montesquieu.
Los grandes cambios se hacen con poder, cosa de la que el Gobierno carece. Si a esto se le suma una actitud de “vanguardia esclarecida”, el resultado es poco auspicioso. Cuando se pone en duda la moralidad de los probables aliados –circunstanciales o no, se verá– ¿qué actitud debe esperarse de los mismos? ¿un acto de contrición por sus pecados? ¿O una respuesta brutal en función de su estratégica capacidad de poder? “Adivinaste!” diría Cristina. Pedro negó tres veces a Cristo, y sin embargo, fue la piedra basal de la Iglesia…
El Gobierno ya tiene su ley en general. Pero… en los detalles está el diablo. La semana que viene será la definición en particular de cada artículo, y ahí sabremos si el “caballo se transforma en dromedario”, como se dice en la jerga parlamentaria. Esto es, llegó un animal, pero luego sale uno de una especie distinta. Eso tiene serios riesgos de que el espíritu del proyecto sea bastante contradicho en el texto final.
Otro enorme riesgo de haber llevado la negociación de una manera no profesional –sentando a los actores de peso de antemano para luego ordenar a las Cámaras– es que lo negociado en Diputados luego se modifique en Senadores. Porque una característica curiosa del “leonismo auténtico” es que no habla con los referentes. Solo como ejemplo, un exgobernador del NOA –que podría ser cercano al Gobierno– dice que nadie lo llamó. ¿Cómo se llama la obra? Cada uno hará lo que se le cante deliberadamente (para ver si luego alguien en la Casa Rosada se aviva de “Por qué no charlamo’ un ratito, así no nos sentimos tan solos”, cantaría Leo Dan).
Vale recordar que, si el Senado le toca una coma a lo aprobado en Diputados, vuelve a la Cámara de origen, con toda la pérdida de tiempo que eso significa. Y tiempo es poder, amigas y amigos, para el Gobierno más débil políticamente desde 1983. Por eso, era obvio que iban a ser tan importantes los gobernadores, porque en general, son los jefes políticos de sus diputados y senadores. Ergo, ¿por dónde debería haber empezado la negociación? ¡Adivinaste de vuelta!
¿Qué pasa si el Gobierno logra aprobar alguna ley, con mucho desgaste por el camino, pero con severos problemas políticos para adelante? Algún “aliado” esperará a que se desgaste lo suficiente como para hacerle un planteo oportuno de ayuda “desinteresada”, y se convierta en el hombre fuerte de facto. ¿Quién es ese prestamista de última instancia? Veremos, veremos y después lo sabremos.
Mientras las dudas se acumulan en todos los ámbitos, el mundo político / periodístico / corporativo cree que hay un personaje de pocas pulgas que el Gobierno debería cuidar como un talismán: Miguel Ángel Pichetto. Tiene la ventaja de estar más allá del bien y del mal, que para algunos será algo negativo, pero que resulta imprescindible para la política, sobre todo en el fatal combo de crisis + fragmentación. Menem tuvo solo crisis. Duhalde tuvo ambas, pero resolvió el segundo factor con un gran acuerdo político. Milei, ¿qué piensa al respecto? Debería escuchar más a los que le aconsejan asomarse al funcionamiento de la realpolitik acá al lado: Brasil y su “centrao”. Y si quiere ir más lejos en el tiempo y el espacio, puede fijarse en la ingeniería política de Franklin Roosevelt para sacar a EE.UU. de la crisis de la mano de los repudiables demócratas del sur segregacionistas.
En este marco, el paro de la CGT, la movilización antiley y la represión policial son anécdotas. Lo que no será anecdótico durante cuatro años es la opinión de la Justicia sobre las decisiones del Ejecutivo. En esto también el Presidente tendrá que aprender bastante de Menem, pero claro… El mundo 35 años después no es el de la caída del Muro de Berlín, Milei no es el jefe del peronismo, no tiene mayoría en las Cámaras, ni existe la responsabilidad institucional de un Alfonsín.
Por Carlos Fara