Misiones Para Todos

Desmotivada por la crisis buscó una salida a su trabajo “angustiante y aburrido” pero fue una urgencia con su perra la que le abrió nuevos caminos

La situación económica y social era cada vez más complicada. No solo lo experimentaba en carne propia en sus dos trabajos, sino que también lo sabía por lo que le transmitían sus clientes y la gran cantidad de profesionales y jóvenes que empezaban a emigrar del país. En la agencia de traducción que con esfuerzo había montado, mucha gente pedía presupuesto de traducciones para tramitar la ciudadanía italiana. Al mismo tiempo, importar se hacía cada vez más caro. Se volvía poco atractivo invertir en un país inestable con pocas expectativas de obtener buenos resultados a futuro. Corría 2018 y quedarse en Argentina ya no parecía, tampoco, una opción para ella.

“Desde lo económico me afectaba porque el trabajo había empezado a disminuir. Los clientes tardaban mucho en pagar y la presión tributaria en vez de bajar, subía. Estimar gastos se tornaba difícil por la inflación que parecía no tener freno. Se estaba volviendo insostenible trabajar en el centro. Marchas, manifestaciones, cortes. Conclusión: mi rutina laboral era estresante, y sin la satisfacción de poder ayudar desde un lugar más reconfortante. Todos los días eran iguales, los mismos problemas, las mismas quejas. Angustiante y aburrido”.

Un cambio que hizo la diferencia

Hacía más de quince años se había independizado. Había obtenido su título de contadora pública a los 23 y trabajó junto a su padre por más de dos décadas. Ofrecían asesoramiento contable, societario y fiscal para profesionales y Pymes en general. Pero en 2007 decidió darle un giro a su vida laboral y dio forma de manera paralela a un emprendimiento vinculado con los idiomas. Se trataba de una agencia de traducciones que se focalizaba en el área legal y de comercio exterior. Todo lo que tuviera que ver con contratos, poderes, ciudadanías, certificados de libre venta, entre otras tareas.

“De mis días trabajando en el centro, donde mejor la pasaba era cuando tenía que comerme turnos en el Colegio de Traductores. Más que ir a legalizar traducciones, iba a pasar un rato entre amigos. Vivía sola en el barrio de Caballito de la ciudad de Buenos Aires y mi tiempo libre lo dedicaba a tomar clases de baile, viajar, encontrarme con mis viejos y amigos de siempre y, por supuesto, ir a los partidos de Boca”.

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Por ese tiempo también había adoptado a una pequeña perrita de raza Schnauzer. Acostumbrada a vivir con animales en la casa donde había crecido, sintió que finalmente había llegado el momento de compartir su vida con un cuatro patas. Olivia, como la llamó, pronto alegró sus días y se hicieron amigas inseparables. “Mi rutina cambió sobre todo por los paseos. Hice varios amigos en el barrio que también tenían perros. Y es por esa razón que empecé a interesarme más sobre el mundo canino”.

Necesitaba cambiar de aire. Organizó un viaje a Mar del Plata para diciembre de 2018. Parte de su infancia y adolescencia habían transcurrido en las playas de “La Feliz” y guardaba hermosos recuerdos de los veranos que allí había disfrutado. “Mis abuelos tenían una casa de veraneo a dos cuadras de la calle Güemes. En esa época, las estrellas del barrio eran una carnicería, la casa de comidas Pampita y la panadería El Cóndor, donde comí las mejores medialunas en toda mi vida. Cada vez que necesitaba reencontrarme con mi niña interior iba a Mar del Plata. Y en esa oportunidad fue de la pata de mi querida Olivia”.

Mirar el mar le dio la claridad mental que buscaba y la llevó a replantearse seriamente la posibilidad de volver a empezar en otro país. “Oli en ese momento todavía tenía dos años. La vi tan feliz disfrutando en la playa, con otro aire y jugando, que sentí que ella de alguna manera me estaba dando la fuerza necesaria para afrontar la decisión de cambiar. Y ese cambio sería junto a ella”.

Con su hermano Pablo y sus padres.
Con su hermano Pablo y sus padres.

Uruguay, alto costo de vida y marcha atrás

El destino elegido fue Uruguay. De modo que en marzo de 2019 Verónica Fernández tomó junto a su perra un barco rumbo a Montevideo. Pasaron allí quince días para ver cómo se sentían. Pero la ciudad y el alto costo de vida no la convencieron para tomar la decisión de instalarse en el país vecino. En aquel entonces, alquilar un monoambiente costaba entre 700 y 900 dólares por mes, una cifra que estaba lejos de su presupuesto.

Regresaron a Buenos Aires, se reacomodaron y Verónica comenzó a idear su viaje hacia otras latitudes del planeta. Sin embargo, un hecho imprevisto la obligó a detener la marcha. Una noche de julio, mientras terminaba de cenar en la casa de sus padres, su perra Olivia, que entonces tenía tres años, tuvo una convulsión.

“En ese momento estábamos en la casa de mis viejos. Mi hermano que vive en España había venido a visitarnos unos días. Oli dormía en el sillón pegada a él. Se despertó, salivó un poco y mi hermano la bajó porque la notó rara. Vomitó y enseguida salió corriendo como si hubiera entrado en un estado de pánico. No llegó a golpearse. Empezó a temblar y a salivar mucho más. En ese instante no entendía nada, sentí mucho miedo y lo primero que pensé era que la habían envenenado. Y mientras buscaba desesperadamente el número de teléfono de la clínica de urgencias veterinarias mi corazón latía muy fuerte porque no sabía si Oli se estaba por morir”.

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Un susto que derivó en un plan alternativo

Cuando la atendieron en urgencias fueron muy claros con Verónica: el episodio que acababa de tener la perra podía repetirse, o no. Entonces recomendaban seguir un protocolo de estudios para descartar posibles enfermedades y consultar con un neurólogo. El especialista diagnosticó a la perra con epilepsia canina idiopática. Todavía estaba en pie el viaje a otro continente y fue ese neurólogo quien le dio a Verónica la idea de que la perra viajara con ella en la cabina.

“Para esa época Oli estaba un poco excedida de peso. Pesaba casi 9 kilos y en la mayoría de las aerolíneas que viajaban a nuestro nuevo destino solo admitían a perros hasta los 8 kilos (incluida la transportadora)”. Así que la solución que encontró fue que viajara como perro de soporte emocional. No se trataba de un viaje para pasar unas vacaciones a más de 10.000 kilómetros de Buenos Aires. ¡Se estaban mudando de país!

El plan B era partir hacia España. Allí vivía su hermano hacía tiempo. “Pero yo quería una ciudad más pequeña, cerca de la playa y con mucha calidad de vida. Así que nuestro primer destino fue Valencia. A diferencia de Montevideo, ya la conocía como turista. Me costó mucho encontrar una vivienda en la que aceptaran a Oli. Pero, luego de 37 días lo logramos”.

En Mar del Plata, donde comenzó a gestarse el cambio de vida
En Mar del Plata, donde comenzó a gestarse el cambio de vida

“Gracias a mi perra descubrí lo que más me gusta hacer”

Poco tiempo después, Verónica se vio ante la necesidad de rediseñar el plan B. “Como dicen los españoles: me pilló la pandemia”. Se mudaron a un barrio tranquilo, en Madrid -que también les permite estar más cerca del hermano de Verónica-. Por la mañana Oli disfruta de su snack deshidratado o manzana cortada en daditos mientras ella desayuna. En los días de mucho calor salen bien temprano, y en invierno lo hacen al mediodía.

Verónica trabaja en los proyectos de sus clientes y en sus dos emprendimientos personales, la Guía Mi Perro & Yo y la agencia de traducciones. Ahora la agencia de traducciones se especializa en marketing digital. Durante la pandemia aprovechó para formarse: hizo un máster en marketing digital y dos formaciones en copywriting y redacción SEO. Por el lado de la agencia, los ingresos giran en torno a la traducción de campañas de e-mail marketing y páginas webs de empresas con presencia en países europeos.

En España ganamos calidad de vida. La posibilidad de caminar tranquilas sin estar con la paranoia de que te van a robar, o incluso lastimar, es una bendición. Construimos una comunidad de humanos que, al igual que nosotras, han emigrado o piensan emigrar junto a sus animales desde Argentina a Europa. Al día de hoy somos más de 800 miembros compartiendo información, experiencias y consejos en las redes sociales para hacer lo imposible por viajar junto a nuestros peludos. En el fondo creo que gracias a Oli descubrí lo que más me gusta hacer: escribir sobre cómo mejorar el bienestar de los animales con los que convivimos”.

Por Jimena Barrionuevo-LN