“¿Dónde empieza el final del mar?”, se preguntaba Alessandro Baricco en su emotiva novela Océano mar.
¿Miraste hoy el mar? Estamos localizados en la inmensa Patagonia Argentina, con miles de kilómetros de costa sobre el Océano Atlántico. Un paisaje azul se extiende frente a nosotros.
Podemos caminar todas las mañanas mirando las olas que bañan las playas, asombrarnos cada año por la visita de la ballena franca austral. Utilizar el mar como espacio para actividades náuticas, turísticas, deportivas. Una porción importante de nuestra economía se basa en los productos marinos, como es la actividad pesquera industrial.
El mar, además de proveernos de oxígeno y alimento, es una fuente inagotable de asombro y descubrimiento. Las olas del océano son la música de la Tierra y escucharlas es una forma de conectarnos con la naturaleza. El sonido de las olas y el aire salado pueden ayudar a calmar nuestra mente y relajar nuestro cuerpo.
Ayer sábado 8 de junio, se celebró en todo el planeta el Día Mundial de los Océanos, establecido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para recordar la importancia que tienen en nuestra vida cotidiana, ya que son los pulmones de nuestro planeta, una fuente importante de alimentos y medicinas y una parte fundamental de la biosfera.
Argentina es uno de los países con más superficie oceánica del mundo, teniendo un total de 1.782.500 km² en los que ejerce jurisdicción y dominio sobre sus recursos de forma exclusiva y excluyente, además de contar con un Sistema Nacional de Áreas Marinas Protegidas. En ellos viven miles de especies de animales y vegetales que son esenciales para el equilibrio biológico y contribuyen a regular el clima. Contraponiendo la aridez de nuestra Patagonia terrestre, las imágenes satelitales de color del océano nos muestran que nuestro mar es uno de los ecosistemas marinos más ricos en fitoplancton, pequeñas plantas microscópicas.
«Despertar nuevas profundidades” fue el tema del Día Mundial de los Océanos 2024, un año enmarcado en el Decenio de Ciencias Oceánicas de la ONU.
Con nuestras actividades humanas se altera el funcionamiento de los ecosistemas marinos y se generan cambios en las especies dominantes del plancton, entre otros impactos.
La contaminación marina está alcanzando niveles extremos. Más de 17 millones de toneladas métricas contaminaban el océano en 2021, cifra que se duplicará o triplicará para el año 2040, lo que resulta preocupante. El plástico es el tipo de desecho marino más dañino.
En la actualidad, el pH medio del océano es de 8,1, bastante más ácido que en la época preindustrial. La acidificación de los océanos amenaza la supervivencia de la vida marina, perturba la cadena alimentaria y socava tanto los servicios vitales que prestan los océanos como nuestra propia seguridad alimentaria.
Por eso, apremia a cambiar urgentemente la relación de la sociedad con los océanos y despertar nuevas profundidades de colaboración y compromiso con el océano.
La gestión responsable de este vital recurso mundial es una de las claves de un futuro sostenible. Esto implica aumentar la financiación de la ciencia oceánica, intensificar los esfuerzos de conservación, y cambiar con urgencia el rumbo del cambio climático para salvaguardar el mayor ecosistema del planeta.
La Declaración de Barcelona, un documento conjunto que se suscribió en el marco de la Conferencia del Decenio del Océano y que reunió a más de 1500 participantes presenciales en la mencionada ciudad catalana, identificó las futuras prioridades para la generación de conocimientos y ciencia oceánicos, incluyendo el co-diseño y co-entrega de ciencia y conocimiento para entender la distribución global, la salud humana, los impactos de la contaminación marina en los ecosistemas; y para fortalecer la producción sostenible de alimentos acuáticos y fomentar proyectos de economía oceánica sostenibles y resistentes al clima.
La protección de los océanos y la economía azul, van de la mano. Es necesario garantizar que las actividades humanas en los océanos sean ecológicamente responsables, socialmente inclusivas y económicamente viables a largo plazo. Esto implica prácticas de gestión ambiental, tecnologías innovadoras y colaboración entre gobiernos, empresas y comunidades locales.
Volviendo a la frase del inicio, ¿Dónde empieza el final del mar?, podemos ser pesimistas, pero autocríticos, y decir que empezó cuando dejamos de considerarlo el recurso esencial que es para la vida y que, consecuentemente, hemos estado caminando hacia ese final.
Está en nuestras manos que ese final no ocurra.
Por María Isabel Zárate. Titular en MIZ & Asociados / Patagonia Blue Accelerator