Con marcha atrás obligada y desconfianza en su propio gabinete, el presidente delata debilidad y el mercado intuye un déjà vu. El paro del 24, entre la orfandad opositora y el salto a la política.
Javier Milei parece haber ingresado en tiempo récord en un estadio del que será difícil salir bien parado. Pasó de amenazar con plebiscitos para aprobar las leyes de su propia república a ceder desde un gobierno que dice escuchar a los que piensan diferente. Pasó de maldecir a la casta y denunciar los tongos ajenos a sospechar de los funcionarios que él mismo eligió.
El cambio de estrategia obligado que anunció Luis “Toto” Caputo busca eludir la derrota a la que el oficialismo iba directo. Pero además hace explícito el abismo que separa los deseos del presidente argentino de las posibilidades concretas que tiene de avanzar en los tiempos y las formas que se fijó como objetivo. La decisión de retirar el capítulo fiscal del debate en el Congreso despierta de su sueño refundacional a los paleolibertarios y evidencia el nivel de debilidad del gobierno para doblegar al archipiélago legislativo que Milei unifica bajo el estigma de la casta.
El presidente y su ministro de Economía -candidato a ser el próximo fusible de la instalación mileista- resignan con Ganancias, Retenciones, Bienes Personales y el Blanqueo un hachazo del 1,5 del PBI o más. Pero no renuncian por completo al déficit cero que se proponen sino que pretenden diseñar otro sendero, menos intrincado y en gran medida dirigido a los gobernadores.
Con la acelerada licuación vía inflación del presupuesto de jubilaciones y asignaciones -que representan casi dos tercios del gasto público primario-, Milei y Caputo ya están haciendo un ajuste monumental y tienen por delante el tarifazo vía reducción de subsidios que no depende del Congreso. A eso, le van a sumar el fuerte aumento de la recaudación que les ofrenda un año sin sequía, el equivalente según algunas proyecciones a 1 punto del PBI, y el ajuste recargado sobre los gobernadores a los que Caputo amenaza pero dice entender.
Sin embargo, el ida y vuelta permanente, los cambios violentos de orientación táctica, la improvisación y la inversión estéril en dictámenes que caen al basurero de la historia empiezan a generar un deja vu entre los actores del poder que abonan la aventura de Milei. Esto ya lo vivieron. Traicionar las expectativas del mercado puede salir caro: Mauricio Macri podría escribir un libro sobre el tema. Las próximas horas van a ofrecer indicios de cuánto le cuesta a Milei su marcha atrás.
Todo es tan vertiginoso y ambiguo que las grandes aceiteras que el viernes a la noche difundieron un audio en el que el presidente de CIARA-CEC Gustavo Idígoras aplaudía la decisión de Caputo pueden mostrar a partir de ahora que la cuenta que no les cierra: si la brecha cambiaria vuelve a crecer producto de la debilidad que delata Milei, al agronegocio no le conviene liquidar sino esperar a la próxima devaluación. Lo mismo pasa con los importadores que antes rechazaban el Bopreal y ahora lo convierten en un éxito porque la brecha les garantiza un negocio a futuro. En esa espiral de inestabilidad que potencia el gobierno, Milei afirma que cada vez está más cerca de su tierra prometida, la dolarización.
El “pragmatismo” y la “respuesta política” que algunos quieren descubrir en el retroceso del gobierno se contradice con el clima que se vive puertas adentro. La caída de Guillermo Ferraro es apenas la punta del iceberg. Desconocido para los 14 millones y medio de personas que votaron al presidente, el eyectado ministro de Infraestructura registraba un pasado remoto junto a Antonio Cafiero en el peronismo de San Isidro y había hecho una escala en el PRO pero llevaba décadas en el sector privado y había llegado a La Libertad Avanza de la mano de Nicolás Posse, el mismo que estuvo a cargo de echarlo.
Los cambios violentos de orientación táctica, la improvisación y la inversión estéril en dictámenes que caen al basurero de la historia empiezan a generar un deja vu entre los actores del poder que abonan la aventura de Milei.
Milei gobierna con un equipo de subordinados que conoció en el edificio de Corporación América en el barrio de Palermo y sus alrededores. Algunos todavía se acuerdan de El Bar Único en el que los empleados de Eduardo Eurnekian intimaban con los periodistas de América y Milei elegía un lugar alejado para sentarse. Ese grupo empresario experimenta ahora con gobernar la Argentina, país generoso. Posse, el gerente que el presidente convirtió en su funcionario más importante después de Karina Milei, no estaba entre los más elogiados por el armenio.
La furia de Milei contra Ferraro puede abrir paso a una descomposición acelerada del organigrama de gobierno y da cuenta de dos elementos centrales que están relacionados. Acostumbrado a traicionar gran parte de las consignas que viralizó hace nada, en primer lugar Milei liquida cualquier impulso a la obra pública en las provincias y se abraza a la doctrina de “Toto” Caputo, el ministro al que acusaba de fumarse “15 mil millones de dólares de reservas irresponsablemente”. En segundo lugar, y más importante, el ex panelista de América TV demuestra que no confía en su gabinete y se advierte rodeado de funcionarios que no están convencidos de inmolarse en un ajuste brutal, que en democracia solo se dio después de grandes estallidos.
Parece inevitable: en la medida en que sus planes naufraguen y se vean desautorizados por la realidad, Milei profundizará su aislamiento, convencido de que todos los que dudan del mesianismo de mercado son potenciales traidores. La piel del enemigo en su propio cuerpo.
El problema para el presidente es que afuera de la política, ese universo tomado por los tibios, el apoyo social que lo convirtió primero en vocero del malestar generalizado y después en inquilino de Olivos es condicional y está a prueba. Milei, que lo dinamita con cada decisión, solo tiene para ofrecer un cielo diferido a 35 años. La vertiginosa carrera del profeta de la dolarización hacia el poder se dio en medio de un espiral inflacionario que un sistema político en ruinas potenció bajo el supuesto de que la sociedad aguantaría todo. Pero esos mismos componentes ahora le juegan en contra a Milei, cuando pretende imponer un ajuste de shock sin método ni compensación. La ausencia de liderazgo, el sálvese quien pueda, el cortoplacismo y el alquiler de voluntades que confluyeron en la Ley Savoy conspiran contra la refundación con la que soñó Milei.
Con el despido de Ferraro, Milei demuestra que no confía en su gabinete y se advierte rodeado de funcionarios que no están convencidos de inmolarse en un ajuste brutal. Todos los que dudan del mesianismo de mercado son potenciales traidores.
A nivel social, el fuego con el que Milei lleva la combustión inflacionaria a lo más alto empuja a parte de sus propios votantes a ver a su salvador de ayer como un verdugo. Mientras se busca forma legal para la confiscación de hecho, la licuación de jubilaciones y salarios ya arruina los ingresos, incluida gran parte de la base social que creyó en el presidente.
Milei tiene como principal soporte a los que todavía le dan crédito amparados en los fracasos previos y como principal beneficiario a muchos de los empresaurios que criticaba en su tiempo de outsider. La violenta transferencia de ingresos que llegó con el cambio de gobierno no espera a que Martin Menem y Oscar Zago reúnen los votos para un dictamen. Al contrario, gran parte de los dueños que durante décadas pidieron respeto a las instituciones mutaron de repente en aves de rapiña que no dejan ni los huesos de sus víctimas.
Milei, que se despeina en forma obsesiva para no perder lo que cree que es su esencia, mantiene el optimismo y a su alrededor recuerdan que la epopeya de los noventa no fue sencilla. El Menem original tardó dos años en estabilizar la economía: según recuerda Cavallo en “Historia económica de la Argentina” -el libro que escribió con su hija Sonia- la imagen positiva del riojano había caído del 65% al 15% en enero de 1991, tres meses antes del inicio de la Convertibilidad. Son esos dos años, el punto ciego de la extendida nostalgia menemista, los que Milei se cree con derecho a emular.
El paro con masiva movilización que la CGT organizó puede reafirmar a los adoradores de Milei en sus convicciones pero dio resultado con la marcha atrás oficial en Ganancias que ahora los gobernadores van a sufrir en sus provincias por el síndrome de la sábana corta. El regreso a la calle de los que la habían perdido muestra a una Argentina que recupera movilidad en una condición ambigua: fuera del poder, casi librada a su suerte por la comandancia política que la trajo hasta acá, obligada a pelear en defensa propia.
Las organizaciones colectivas que no responden al poder económico actualizaron las imágenes del astillado mosaico de la clase trabajadora y confirmaron que hay una base social que rechaza el proyecto paleolibertario. La derrota política del peronismo dejó sin intermediario a los polos que animan la puja distributiva y exacerbó la confrontación entre clases sociales. Las fuerzas del capital que respaldan a Milei actúan como si ellas hubieran sido plebiscitadas en las urnas y tuvieran la anuencia social para extremar sus márgenes de rentabilidad antes de que se acabe el mundo.
Con el Frente de Todos sin conducción y una parte del peronismo dispuesto una vez más al colaboracionismo, la sociedad opositora salió a la calle convocada por un sindicalismo heterogéneo que quedó al frente ante el paso atrás de la dirigencia política. Si la emergencia de Milei vino a reemplazar como instrumento a un Macri que no duró dos rounds en el poder, la orfandad de la oposición activa la pregunta por nuevos tipos de liderazgo. Es temprano para eso y, al mismo tiempo, es tarde.
El salto a la política que el moyanismo planteó hace más de una década, cuando el jefe camionero se enfrentaba a Cristina por algo más que el pago de Ganancias de la aristocracia obrera, dejó un sabor amargo. La ex presidenta lo reprimió desde el primer minuto: de visitante, en una cancha de River colmada de trabajadores sindicalizados y con Néstor Kirchner en el escenario, a días de su muerte. Pero ella no fue la única responsable de su inviabilidad sino que expresó un razonamiento generalizado: la dirigencia del peronismo le factura al sindicalismo la mala imagen de parte de sus líderes y lo posterga sin remedio, en un juego de suma cero que debilita después a los gobiernos del PJ.
Hace por lo menos una década, no existe una traducción política para marchas como las del 24. Autosuficiente y al mismo tiempo herida de muerte, la mayor parte de la dirigencia partidaria considera que ese ejercicio ni siquiera hace falta.
Junto con las organizaciones sindicales, marcharon las organizaciones sociales, la izquierda y parte de la clase media progresista, todos unidos por el no sin encontrar todavía un sí o un cómo. Es sintomático: la misma vitalidad social que el peronismo y la política dilapidan los deja sin el único activo que tienen para contraponer al bloque de poder que le está ganando casi todas las batallas desde hace años.
Hace por lo menos una década, no existe una traducción política para marchas como las del 24. Autosuficiente y al mismo tiempo herida de muerte, la mayor parte de la dirigencia partidaria considera que ese ejercicio ni siquiera hace falta.
La multitud que salió a las calles de todo el país no solo es víctima de Milei. Subordinada a líderes que destrozaron sus expectativas y no estuvieron a la altura de lo que prometieron, está marcada por la frustración. Solo si Milei retrocede y fracasa en su ofensiva, será posible suturar esas distancias y recuperar también millones de voluntades que abandonaron al peronismo. Más difícil, construir una estrategia discursiva para hablarle a las nuevas generaciones que rechazan al Estado y asumen sin atenuantes el gobierno del mercado.
La movilización dejó una gran satisfacción en la dirigencia sindical y quebró la ley no escrita de la cúpula opositora. Al final, el massismo y el kirchnerismo entendieron que el paro no era prematuro y estuvieron presentes. En el ex FDT ya antes del 24 había ganado centralidad Axel Kicillof, con una convocatoria que había reunido a intendentes y gobernadores en la Casa de la Provincia de Buenos Aires, sin La Cámpora y sin Sergio Massa. Tal vez Cristina haya moderado su escepticismo en las últimas horas.
Enemigo declarado de un Federico Sturzeneeger con el que se desprecia, Caputo explicó la capitulación oficial con el argumento de que “el mundo” está mirando a la Argentina de Milei. En el tembladeral de un gobierno que quema etapas, no solo el ex presidente del Banco Central quiere el despacho principal del quinto piso. También Diana Mondino se inspira en Domingo Cavallo y fantasea con un paso de la Cancillería a Economía, como el que consagró al padre de la Convertibilidad. Es lo mismo con lo que ya especula Gerardo Werthein, el embajador en Washington que todavía no tiene su pliego aprobado pero ya sueña con la posibilidad de reemplazar a Mondino.
El empresario que puso su avión privado para llevar a Milei y su comitiva a Estados Unidos en noviembre pasado afirma sin ruborizarse que los pasajeros del vuelo pagaron 30 mil dólares cada uno para volar. Pero Unión por la Patria estudia objeciones a su pliego que incluyen el viaje en avión y apuntan además a su decisión de cambiar de domicilio fiscal en Uruguay para no pagar el impuesto a las grandes fortunas que aprobó el Congreso durante la pandemia.
El presidente debería definir el nombre de su embajador en el Vaticano antes del 6 de febrero, cuando viaje a Israel para una gira que continúa con una visita al Papa Francisco. Desde San Martín de los Andes, donde tiene uno de sus múltiples emprendimientos inmobiliarios, el empresario integrista católico Jorge O’Reilly dice que no espera ningún cargo. Sin embargo, el dueño de Eidico -que hace 15 años fue asesor ad honorem de Massa en la jefatura de gabinete- se reunió en las últimas semanas con Mondino, con Posse y con Matías Cuneo Libarona, el hermano del ministro de Justicia. Guillermo Francos dice que el interlocutor con Jorge Bergoglio debe ser una persona de la política y propone a Paula Bertol, la dirigente porteña que fue embajadora de Macri ante la OEA. Mondino dice que se inclinará por alguien de carrera.
El otro pliego que puede recibir objeciones es el de Sonia Cavallo, la embajadora ante la OEA que vive hace dos décadas en el exterior y es esposa del ciudadano norteamericano Daniel Fitzgerald Rundee. Se casaron en julio de 2001 en la Iglesia del Pilar de Recoleta, cuando su padre era ministro de Fernando De la Rúa y todavía juraba que iba a evitar el estallido de la Convertibilidad. Las crónicas de la época dicen que la novia tuvo que cubrir con una capa negra el vestido blanco que le había diseñado Gino Bogani. El objetivo: atenuar el impacto de los huevazos que le tiraban desde la calle.
Por Diego Genoud-LPO