El presidente ruso, Vladímir Putin, reclama 1,2 millones de kilómetros cuadrados en el Ártico. Uno de sus principales objetivos parece ser el dominio sobre el Ártico y el Polo Norte, un proyecto que lleva más de veinte años en marcha.
El Ártico, prácticamente subdesarrollado, es uno de los últimos Eldorados de la Tierra. El petróleo, el gas, las tierras raras y minerales valiosos como el oro, el uranio y el cobre abundan en el suelo. Estas riquezas son ahora más accesibles debido al calentamiento global y al derretimiento del hielo, lo que abre el apetito de las grandes potencias.
Pero Rusia lleva ventaja en la conquista del Ártico. Tiene rompehielos gigantes de propulsión nuclear, un medio para controlar el transporte marítimo en las gélidas aguas que rodean el Polo Norte. Putin ha invertido en proyectos industriales extraordinarios, uno de ellos, una enorme planta de procesamiento de gas anclada en el permafrost, y otro, una central nuclear flotante que está previsto que abastezca energéticamente a Pevek, una pequeña ciudad portuaria en el Océano Ártico. Estos son sólo algunos ejemplos de los proyectos icónicos que Putin ordenó como parte de su estrategia en el Ártico. Esta estrategia también implica una militarización de la región a los ojos de Moscú. Ante la preocupación por las aspiraciones expansionistas de Putin, la OTAN ha optado por enviar un claro mensaje al líder ruso. En marzo de 2023, la Alianza Atlántica reunió a más de 35.000 soldados en Noruega para realizar maniobras durante varios días y mostrarle a Putin que puede frenar una posible invasión rusa en cualquier momento.