La puja de personalismos que enmascaran la ausencia de un proyecto político y económico seductor o viable ante una sociedad que los ha castigado. Y muy duramente.
Una parte importante de la dirigencia del peronismo que ha marcado las últimas dos décadas parece insistir en la práctica de un juego casi suicida. La puja de personalismos que enmascaran la ausencia de un proyecto político y económico seductor o viable ante una sociedad que los ha castigado. Y muy duramente.
Los rostros y las voces que se suben a este ring cada vez más diminuto -el del kirchnerismo- lucen desgastadas, por lo repetitivas. Para peor, hablan públicamente en nombre de liderazgos viejos o nuevos sin plantear revisiones ni futuro sostenible.
Hagamos nombres. En las últimas horas, el ex referente camporista Andrés ‘Cuervo’ Larroque salió a bancar fuerte la jefatura del gobernador Axel Kicillof. El también funcionario bonaerense, fiel a su estilo, lanzó duras reprimendas hacia quienes conspiran contra el mandatario y criticó que Cristina Fernández de Kirchner se exprese por terceros.
A la habitual lengua filosa de Larroque se sumaron los respaldos de otras figuras del kirchnerismo desencantado, como los intendentes Jorge Ferraresi (Avellaneda) y Mario Secco (Ensenada), el inefable Aníbal Fernández y el sindicalista Hugo Yasky.
Los dardos son por elevación a CFK, pero el blanco directo es su hijo Máximo Kirchner. De clásica relación algo ríspida con Kicillof, Kirchner Jr. logró sortear hace unas semanas otro intento de desplazamiento al frente del PJ bonaerense. Habrá próximos, es de prever.
La réplica defensiva provino de dos dirigentes de La Cámpora, el senador porteño Mariano Recalde (reelecto como presidente del PJ capitalino) y Mayra Mendoza, intendenta de Quilmes. Por ahora, ni Máximo ni su madre se pronunciaron. Siquiera por carta.
Dirigentes de estos bandos, y del peronismo extra K, no tienen muchos pruritos en señalar que con estas pujas públicas (mucho más las soterradas) se intenta empezar a dirimir quién tendrá la lapicera para el armado de las listas legislativas 2025. Básicamente, si se logra secarle la tinta a la de Cristina.
Ese propósito incluye a la Provincia de Buenos Aires, lógicamente. Aunque la excede: la debacle peronista en las provincias, en las que nunca antes como el año pasado cayeron en tantos distritos que gobernaban, alienta a varios mandatarios y potenciales a serlo a tomar distancia del control remoto de CFK. Ese amague fue reiterado en los últimos lustros. Alguna vez se concretará. ¿Será en este turno?
Podría señalarse que la disputa excede la mera cuestión legislativa del próximo año y encierra en realidad en qué derivará el pankirchnerismo o el panperonismo. Esa galaxia tan lejana en la que orbitan planetas disímiles, como los que representan Sergio Massa, Juan Grabois, Martín Llaryora, Miguel Pichetto o el diminuto (electoralmente hablando) Guillermo Moreno.
Sin embargo, fuentes partidarias reconocen que semejante nivel de debate está fuera de la actual mesa de discusión. “No salimos de nuestra internita que tanto daño hizo durante los cuatro años de Alberto”, masculla un peronista de renombre. Lo dejó más claro hace dos semanas Malena Galmarini: “El peronismo está muy en la boludez”.
Cierto es que muchos peronistas que gobiernan provincias y municipios pueden estar más preocupados por evitar desbarrancar en la gestión -producto de la acumulación de dificultades pasadas, actuales y futuras- que por vislumbrar hacia dónde va el partido que los cobija.
Acaso esas tribulaciones alimentan la expansión de quienes no tienen responsabilidades ejecutivas y prefieren entretenerse con el pasatiempo ilimitado de las internas, ante los ojos de una sociedad sufrida, desde hace mucho. Demasiado.
Como una suerte de analogía del relato clásico de “Los tres chanchitos”, un sector del peronismo persevera en jugar en el bosque mientras el lobo está ausente. Sucede que no reparan en que el lobo, tal vez disfrazado de león, llegó, apeló a la motosierra y al lanzallamas y los está dejando sin la arboleda política en la que echaron sus raíces de confort. Así les fue.
Por Javier Calvo-Perfil