El exvolante Juan Ramón Rocha repasa la carrera que lo llevó por Newell’s, Boca y Panatinaikos en un recorrido apasionante
¿Cuántas vidas pueden caber en una sola vida? “Depende de la intensidad”, diría Eduardo Galeano. Juan Ramón Rocha es un caso de esos. Netflix o cualquiera de las aplicaciones o compañías que se dedican a producir y/o distribuir series basadas en vidas e historias con múltiples matices bien podrían encontrar una en la de este correntino de Santo Tomé, que adoptó a Grecia como su otro lugar en el mundo. Un rush: jugó en la Selección, no estuvo lejos de quedar en la lista para el Mundial 78, pudo haber estado en tres o cuatro Mundiales por su nivel, pero se quedó con las ganas. Hijo del potrero, por su fútbol exquisito y su rotundo éxito llegaron a compararlo con su admiradísimo Diego Maradona. Fue campeón con Newell´s, se destacó en Boca y se erigió como superhéroe en territorio griego como jugador y como entrenador del Panathinaikos, ese club que cada vez que puede busca una excusa para rendirle tributo.
Responde desde la mansedumbre de Asproklisi (traducido, Iglesia Blanca), un pueblito breve que tiene 200 habitantes, cerca del Mar Jónico y de la frontera con Albania. “Un paraíso”, dice. Cerca hay una pueblo de pescadores y el campo deportivo del club que ahora dirige, ya como formador, el Thesprotos, propiedad de un amigo que lo convocó para un proyecto a diez años.
YouTube rescata su zurda deliciosa en algunos videos. Y la gente, cada vez que él anda por Atenas, le ofrece cariño. Ni siquiera hay grieta con los del Olympiakos, archirrivales de su club. Ellos también lo saludan y reconocen.
A mediados de la primera década de este siglo, su hija Giovanna se enamoró del goleador de su equipo. De ese amor nació su nieto Filippo. Se lo percibe encantado cada vez que lo menciona. Para no olvidar su origen, escucha chamamé, tango y folklore; también se le anima a la guitarra, a la voz y al baile. Porque además del fútbol, también lo hace vibrar la música y el arte. Además, despunta el vicio con el atletismo: puede correr 1500, 5000 o 10.000 metros.
Es amigo de Valdano y de Bielsa, con quien dialoga casi semanalmente. Y no duda: “Es el mejor técnico, por lejos”.
Le encantan los perros. Llegó a tener 45 en sus días de Atenas. Ahora le quedan dos, uno sin nombre y otro que responde a Bati (por Batistuta). Hace poco se le fueron al cielo de los buenos dos de sus más queridos canes, Diego (“por Maradona, claro”, explica por si hiciera falta) y Perón.
De todo eso y de todo lo demás dialoga con LA NACION, Rocha. Juan Ramón. El Indio. El gurí de Santo Tomé. El conquistador de Atenas.
-Juan, empecemos por la imagen de tu WhatsApp: vos en la tapa de la revista El Gráfico con la camiseta de Boca en un superclásico. Contame de aquello.
-La foto de Whatsapp la puse porque es una de las dos tapas enteras de El Gráfico en las que fui protagonista. Esta de un superclásico, luchando contra un gran jugador de River y del futbol argentino, Jota Jota López, compañero de una etapa de la Selección Fantasma. Fui la figura del partido, según la revista. Como soy jugador de la época anterior a la revolución tecnológica, es una de las pocas cosas que puedo mostrar de mis años en Argentina y en Colombia (1979). También la puse porque cada semana compraba El Gráfico y Goles en mi pueblo, Santo Tomé, en Corrientes. Las dos revistas las conseguí hace diez años en un negocito del Puerto de Frutos, en Tigre. Viendo esas revistas, me hice hincha de Boca por Angel Clemente Rojas. El era un adelantado para la época. Si hubiera nacido en estas dos últimas décadas, estaría en el Real Madrid, o el Barcelona, o el City, o el Liverpool. Quisiera verlo y abrazarlo cuando vaya a Argentina.
-¿Y la otra tapa?
-Fue contra Instituto de Córdoba. Hice dos goles ese día para Boca. Mastrángelo me está abrazando y Zanabria me felicita. Es una herencia para mí esas tapas. También fui tapa, pero un pedacito, el día que le hice el gol del triunfo de Newell’s contra San Lorenzo para jugar el Cuadrangular Final del título que ganamos en 1974.
Agrega Rocha sobre la elección de las imágenes en sus redes social: “En mi Facebook tengo de portada una foto con la Selección, en cancha de River, en 1976, en un partido contra la Unión Soviética, que empatamos 0-0. Ese día, me acuerdo, por primera vez la camiseta del equipo nacional tuvo el escudo de la AFA en la camiseta. Histórica foto, para mí”.
-De todos modos, antes de Boca, tuviste un recorrido bastante largo y muy valioso. ¿Qué te acordás de aquellos días?
-Llegué a Rosario a principios de enero de 1971. Fui a probarme en Newell’s. Era un poco grande, tenía ya 16 años. En la primera práctica me preguntaron de dónde era, adónde vivía, y me dijeron que era elegido. Viví dos años en la pensión de Doña Pepa Forconi, quien fue para muchos chicos de Newell’s como una segunda madre. Para mí fue mi ángel de la guarda, mi tutora. Fue todo eso mi querida “viejita”. Traté de que Newell’s le hiciera un homenaje post morten, escribiendo en su asiento de siempre en la cancha del Parque Independencia (hoy Coloso Marcelo Bielsa) su nombre. Pero nadie me dio pelota, desgraciadamente. Ella fue una heroína en la historia de la Lepra.
Continúa Rocha: “Ese 1971 terminé la escuela secundaria en el Liceo Avellaneda como le prometí a mi mamá, doña Nélida. Iba a la nocturna de siete de la tarde a doce de la noche. Luego, comencé a estudiar dos carreras: Educación Física e Ingeniería Química. Pero abandoné. Ese año jugué en la Primera de la Liga Rosarina. En enero de 1972 Newell’s pagó la opción y Avanti Hermandad -mi club de Santo Tomé- compró un terreno a 200 metros del centro de la ciudad con una casa adentro. Ese lugar sigue siendo la sede social, ahora con un hermoso tinglado para diversas actividades deportivas. Lo llamativo de esta historia es que a mi me tocaba el 20% de la transferencia, en base al Estatuto de los Futbolistas, o sea 300.000 pesos, pero mi papá, Don Osvaldo Rocha, dio mi parte para que el club comprara la vivienda que salía un millón y medio de pesos. Era en la época que la resolución de los padres era ley. En este caso fue para una buena acción, para mi querido club. En abril de 1972 debuté en la Primera contra Colón en Santa Fe; perdimos 3-0. Después vino el Nacional y como no había descensos (Jorge) Griffa, decidió dejar libres a muchos jugadores destacados y poner a varios chicos de la cantera. A principios de 1973 fui citado a la preselección juvenil de Argentina, que participó en Cannes, Francia, con Kempes, Bochini, Bertoni, Trobbiani, Tarantini, entre otros. Pero antes de viajar, el técnico Omar Sivori, que estaba a cargo de la Mayor, me vio jugar el último amistoso en San Nicolás, su Ciudad, y me hizo quedar. Y debuté en la Selección el 15 de abril contra Palmeiras. Y pensar que dos años antes jugaba en el Avanti Hermandad. Un sueño hecho realidad o más que eso: algo que me superó”.
-¿Por qué lo decís?
-Yo sólo quería jugar en un equipo de Posadas cuando vivía en Santo Tomé.
-¿Y después?
-Jugué en Newell’s hasta 1978, con un paréntesis en Panathinaikos de 6 meses, de abril a setiembre de 1975. Cuando Menotti me dejó fuera de la delegación, me compró Junior de Barranquilla. Hice un contrato por dos años, a los 6 meses volvemos en diciembre a la Argentina de vacaciones y se hizo el pase a Boca. Nunca más volvimos a Barranquilla, dejamos todas nuestras cosas allá. Yo quiero mucho a Colombia, tengo todavía contactos con mis compañeros de ese equipo: Toto Rubio, Fernando Fiorillo, por ejemplo.
-Y la Selección en el medio…
-Sí, estuve en la Serie Internacional de 1977 con Menotti, en el Equipo Fantasma de las Eliminatorias de 1973 y en el Juvenil del Sudamericano de Chile, en 1974.
-¿Cómo eran los clásicos con Central en ese tiempo, entre 1971 y 1977?
– Esa camada de jugadores del 72 al 78 cuando jugué Newell’s, vivíamos los clásicos contra Central de formas muy especiales, ya que los veníamos jugando desde las inferiores, yo desde la Cuarta Especial, otros desde el baby. Como en esa década Newell’s hizo un equipo campeón, con más de 10 chicos en Primera, los clásicos los vivíamos con intensidad. Era también el enfrentamiento de dos filosofías: Newell’s priorizaba la técnica, la habilidad, la inspiración; Central era el físico, todos grandotes y muy fuertes, también rudos.
-¿Y cómo te fue?
-Tuve la suerte de hacerle un gol a Central en cancha de Newell’s, sobre el arco del Hipódromo (mi arco de la suerte) en 1972, a pocos partidos de mi debut contra Colón en Santa Fe. Se lo hice a [Carlos] Biasutto. Ellos jugaron con todas sus estrellas; nosotros, con muchos chicos, con el plantel que renovó [Jorge] Griffa.
-¿Y en la semana?
-Se sabía que la ciudad se dividía en dos. Si perdías no salías a la calle. Sólo veías el sol para ir a practicar. Por suerte en esa época no había el nivel de violencia que luego trajeron las barrabravas. Nuestro hincha más fanático, que todavía vive, El Pijui, en Central, el Tula con su bombo. La “guerra” era dentro de la cancha: ¡qué de patadas nos dábamos! O prevalecía la fuerza o la técnica.
-Fuiste campeón con Newell’s en el histórico equipo de 1974. ¿Cómo fue aquello? ¿Qué te acordás del gol de Zanabria contra Central?
-Fue un equipo histórico. El 2 de junio cumplimos 50 años, espero Newells se acuerde de mí, ¡je! Ese cuadrangular final ganándole al Huracán campeón en la cancha de Central, a Boca en el Palacio Ducó y después esa finalísima inolvidable contra Central. Carrasco; Rebottaro, Pavoni, Capurro y Barreiro; Picerni, Berta y Zanabria; Santamaría, Oberti y yo. Siete jugadores de las inferiores. Perdíamos 2-0 y el técnico, “Canción” [Juan Carlos] Montes, me sacó a mí y puso a Magán porque era fuerte cabeceando. Nos acercamos con gol de Capurro… Y entonces comenzó a volver la gente nuestra que se iba porque tal vez pensaba que estaba todo perdido. Cuando Marito empató la gente entró a la cancha y el partido no se jugó los últimos dos o tres minutos. Nos fuimos al Parque de la Independencia a festejar, no pudimos dar la vuelta olímpica porque había tanta gente en las tribunas como en la cancha. Salimos, quedamos pelados después del túnel y volvimos al vestuario. Fue el título que le dio a Ñuls un empujón para crecer como institución y ser lo que es ahora. Había dirigentes transparentes: Botti, Carello, González, Carbo y otros que me olvido. Y eso también fue importante.
-Vos hiciste un gol clave contra San Lorenzo, que permitió el acceso a ese cuadrangular final. ¿Cómo fue? ¿Te acordás cómo lo gritaste?
-Contra San Lorenzo fue un día muy especial para mí, estaba en el banco y como íbamos 1-1, Montes me hizo entrar. Mi querido hermano Neco me iluminó desde el cielo. Un maestro que amaba al fútbol. La clavé al ángulo opuesto de un gran arquero, el Mono Irusta, que estiró sus casi dos metros, pero creo fue el mejor gol del año en Argentina. Si fuese hoy, sería visto mundialmente por cómo son las redes sociales. El Gráfico me dedicó un pedacito de su tapa. Rocha, un gol de agonía para clasificar a Newell’s. Mi hermano Neco se nos había ido el 6 de enero de ese año, me dejó en la estación de colectivo en Santo Tomé y cuando llegué al otro día a Rosario tuve que volver porque Dios se lo llevó. Comió y se fue a nadar al Rio Uruguay; su corazón no aguantó. Era un tipo maravilloso, servidor de la Patria y de los inmigrantes; estuvo ocho meses en la Selva Misionera para que los hijos de los inmigrantes europeos, corridos por la guerra, llegaran a Misiones, pudieran comenzar a conocer el castellano. Una gran pérdida para nuestra familia, para el pueblo y para la comunidad docente. No pude ir a la pretemporada a Brasil. Por eso jugué poco ese año, antes del campeonato. En ese partido por única vez, Newell’s jugó con una camiseta celeste con bordes rojos, mangas largas y de piqué.
-Estuviste en la Selección de Menotti, en el ciclo previo al Mundial 78. ¿Cómo lo viviste? ¿Se vislumbraba un equipo campeón?
-Fui el primer jugador de Newell’s en la década del setenta en ir a la Selección; Gallego vino después. Debuté en abril del 73 contra Palmeiras, en Racing. Ese año fui citado a la famosa Selección Fantasma para el histórico partido contra Bolivia en la altura de La Paz (1-0, con gol Fornari). Fue una travesía: Buenos Aires, Tilcara, Humahuaca, La Quiaca, Mina Aguilar, Cuzco, Arequipa, Puno, Potosí y después, La Paz. Creo que fueron como 40 días para un partido. Con el premio de clasificación, me compré mi primera casa en el Parque de la Independencia. Jugué un total de 13 partidos. En 1974 fui a ese Campeonato Sudamericano Juvenil en Chile, donde dimos vergüenza por la desorganización, fuimos a Arica con muchos jugadores pasados de edad. Viajaron otros y por supuesto fracasamos. Volví a la Selección en 1976.
-¿Y cómo siguió ese recorrido?
-Estuve en la Selección de Menotti, pero siempre tuve la impresión de que no me tenía mucha simpatía como jugador. Como yo estaba haciendo un año increíble, me citó para el partido con la Unión Soviética, un miércoles, no me acuerdo la fecha. Newell’s jugaba contra Ferro en Caballito, me vino a ver, yo salí lesionado a los 15 minutos con un desgarro en el isquiotibial izquierdo. Voy a la tribuna y le digo lo que me pasó para que no me tenga en cuenta. Me dijo: “Vení igual a concentrar en La Candela”. Hice tres días solo terapia, me hizo ir al banco, en el entretiempo me pidió que calentara, que iba a jugar el segundo tiempo. Lo hice, creo que jugué muy bien, sin dolor. Volví a Rosario con el Caballo Killer y con Gallego y les decía que me había curado en tres días. Fui a jugar con Newell’s el domingo y jugué 5 minutos: me volvió a doler mucho la zona desgarrada; estuve un mes parado. ¿Cómo se entiende esto? Me vuelve a citar para la serie internacional, concentrábamos en el Sindicato del Seguro en Moreno, compartía la habitación con el Negro Galván y con Pedrito Gonzalez. Ahí me di cuenta de que no le simpatizaba como jugador. Me puso un rato contra Inglaterra y Alemania Oriental. Después no me volvió a citar.
-¿Y luego?
-También me podía citar para España 82. Yo estaba en Europa y jugando para el Panathinaikos en gran nivel. Pero nadie me vino a ver. Si me pongo a pensar podría haber estado en cuatro mundiales y no estuve en ninguno. En el 74, porque se fue Sívori, el que me hizo debutar. En el 78 me había ganado un lugar por mi nivel de juego. Pero si somos realistas, había un muy buen plantel. Si hasta se quedó Maradona como “reservista”. Pero me parece que con ese gran equipo no alcanzaba: creo que hubo alguna manito para el local. Pero eso no cambia nada: Argentina ganó su primera Copa del Mundo con Menotti. Lo del 82, en España, fue un fracaso. Estuve en la cancha del Espanyol, en Sarriá, en el 1-3 contra Brasil, con Diego expulsado. Y en el 86 con Bilardo pude haber jugado, porque estaba en la elite del futbol europeo: el año anterior habíamos llegado con Panathinaikos a la semifinal de la Copa de Campeones contra Liverpool. Nadie me vino a ver, otra vez. Así es la vida. Acá en Grecia hay una frase que dice: “qué hace Miau-Miau encima de las tejas”. Inglaterra ganó en casa en el 66, con un gol que no entró la pelota. Aparte fue una época muy dura para los argentinos. Los jugadores no tuvieron nada que ver con lo que paso detrás del telón.
-¿Y qué pasó detrás del telón?
– ¿Vos como periodista nunca te preguntaste si hubo algo o fue todo muy claro?
-Sí, claro. Pero no tengo certezas al respecto. Por eso aprovecho cada vez que encuentro a alguien que pueda ofrecer luz sobre esos episodios que se sugieren poco claros…
-Dejalo ahí, porque nadie de esa época salió a decir, por miedo, ya que era una época dura, muy dura. La historia dice que Inglaterra ganó un Mundial y Argentina ganó el primero. Los que tuvieron que hablar no lo hicieron, hubo muchos testigos que se callaron. Yo fui jugador. La verdad fue una época muy triste. Tengo un primo hermano desaparecido y esa época me duele todavía. Su hijo no conoció a su padre. Era un laburante de la Ford, era del Sindicato, Norberto Matesdolfo N/N.
-Ahí está la razón por la cual repite lo de la tristeza y de la oscuridad de ese tiempo…
-Sí fuerte, pero el reportaje es por logros de vida y no de ese lado oscuro. Yo salí de baja 2 días antes de ese trágico marzo. También hice el servicio militar en Grecia.
En la tierra de García Márquez
-Tras la gloria con Newell’s y antes de Boca, tuviste una experiencia en el Junior de Barranquilla, el equipo de García Márquez. ¿Cómo viviste aquellos días?
-La experiencia que tuve en Colombia fue hermosa. A mí me agarro un bajón anímico muy grande cuando quedé afuera de la lista de convocados para el Mundial 78. Jugando un partido con Newell’s, me desgarré aductores y abdominales, una lesión difícil de tratar en esa época. Cuando estaba en esa situación, me llegó una oferta del Junior de Barranquilla. Para unos dirigentes de Newell’s fue como sacarse un peso de encima. Creían que no volvería a jugar en el alto nivel. Viajamos a Colombia, el día en que jugaba Argentina-Polonia, en Rosario, mi esposa Lynne embarazada, el 18 de septiembre nació en Barranquilla, Giovanna. Ya teníamos a Juan Alberto, que nació en Rosario en 1976. Viajaban también otros refuerzos: Pinza Vidal de Central y Beto Beltrán de Gimnasia. Antes de viajar y una vez desvinculado de Newell’s, fui a ver al doctor Aparicio, de Central. Él me recomendó un tipo de abdominales isométricos, que tal vez me podían ayudar, pero tenía que hacer todo el tiempo que estuviera despierto, en casa, cancha, hoteles… Y sucedió el milagro: me recupere bastante rápido. Eso sí, había engordado bastante. Un día en la ducha me vio un compañero colombiano (con ellos tuve una excelente amistad) con una barriga medio grande y me dijo: “Andá al súper y comprate panela” (lo que sobra de la caña para fabricar azúcar), una tableta marrón envuelta en chala de maíz. Me dijo que la hirviera y que la pusiera en la heladera. “Tomá sólo eso y a los entrenamientos llevá un botella con ese líquido”, me explicó. Santo remedio: me deshinché. Hice unos buenos seis meses y tenía todavía un año más de contrato. Alberto Poletti (arquerazo de Estudiantes y Olympiakos) fue el que me trajo a Boca. A principios de diciembre volvimos a la Argentina de vacaciones y nunca más regresamos a Barranquilla, dejamos todas nuestras cosas ahí, incluso mi guitarra. Clima muy difícil, mucho calor y humedad. Nos entrenábamos y jugábamos en la antigua cancha del Junior; ahora tiene uno de los estadios más lindos de Colombia. En cualquier caso, fue una experiencia inolvidable, porque pude volver a jugar a un nivel alto, sentirme querido y tener compañeros maravillosos como los colombianos Toto Rubio, Fernando Fiorillo, Miranda, Verdugo, Reyes; los argentinos Vidal, Beltrán, Olmedo y los uruguayos Carrab, Comesaña y Santelli. Una gran experiencia de vida.
-¿Cómo te trató el Mundo Boca? Te tocó la etapa del Toto Lorenzo, posterior al esplendor.
-Lo de Boca fue una cosa increíble. Llegado de Colombia nos fuimos a Santo Tomé. Un día viene mi viejo y me dice que llamaron de Buenos Aires y que dejaron un número para que me contactara. La casa paterna era en el Barrio Tablada, en esa época había 300 teléfonos en el pueblo, uno de ellos el del negocio de mi papá en el centro, una especie de supermercado; tenía de todo menos carnicería. Fui a la central de Entel, en esa época hablar a Buenos Aires era complicado, se hacía por medio de operadores, podía demorar hasta tres o cuatro horas. Era Poletti, me dijo si quería ir a Boca y le dije “salgo corriendo”. Yo era hincha de Boca de gurí, por Ángel Clemente Rojas, un adelantado para la época. Si hubiera nacido en los 90, habría sido jugador de cualquier gigante de Europa, un fenómeno. Mi cuñado Chumbo Ramírez era mi chofer. Podía manejar días, solo tomando mate. Salimos para la Capital, cuando llegamos a la altura de Concordia, en Radio Rivadavia decían que yo estaba reunido con la gente de Boca, mi corazón latía a mil por minuto. Nada era seguro…
Rocha relata entusiasmado desde Grecia, su otro lugar en el mundo: “Fuimos con Poletti y un periodista, del que no recuerdo el nombre, a la casa del Toto Lorenzo. Era mediodía, nos abrió la esposa y nos dijo que él estaba durmiendo la siesta y que habláramos bajito, porque si lo despertábamos así, se levantaba con mal humor. Se levantó y con pocas palabras, me cortó; me dijo que era un buen jugador, y me preguntó cómo creía que yo podía jugar en Boca. Me dijo: “Somos campeones de Argentina, de la Libertadores y de la Intercontinental. A quién saco para ponerte a vos, pibe”. Le dije que yo me quería quedar y que podía jugar. Medio sorprendido, me contestó: “Bueno, se queda, pero este año no va a jugar, no se venga a quejar después de que usted no juega”. Nos ordenó: “vayan a ver al presidente Armando”, el único, el más grande, el visionario. Creo que fuimos a Palermo, Recoleta o Barrio Norte. Era una mansión aristocrática, nos recibió muy atentamente. Y fue al grano.
Sucedió el siguiente diálogo:
Armando: -¿Cuánto gana usted en Colombia?
Rocha: -100.000 pesos.
A: -No, querido. Nosotros le podemos dar 25.000.
R: -Acepto.
A: -No, no. Hable primero con su esposa. Ustedes tienen dos hijos, en Colombia estarán mucho mejor económicamente.
R: -Pero yo quiero jugar en Boca…
A: -Está bien. Espero no arrepentirme.
R: -Seguro que no. Soy de Boca de chiquito por Rojitas. Y voy a demostrar que estoy para ponerme esta camiseta.
Sigue Juan Ramón: “Así comenzó mi llegada al club de mis amores, el que me cambió la vida futbolística. Armando hizo venir al presidente del Junior, el señor Chat, y entre teje y maneje, pidió 300.000. Llegaron a un acuerdo por lo que había pagado el Junior a Newell’s, 70.000. Después, pretemporada en Mar del Plata; Castelli y Álvarez eran los preparadores físicos. Mucho trabajo, esas preparaciones eran casi inhumanas, tres entrenamientos al día. Comienza el Metropolitano y nada, éramos 36 profesionales, en esa época eran 16 los de la planilla en cada partido. Un día me lleva al banco contra Atlanta en Villa Crespo. Me hace entrar con el partido 1-1. Me dice: “Entre, haga el gol del triunfo y nos vamos. Clavé un tiro libre al angulo y ganamos 2-1. Dije: “ya está, me gané un lugar”. Pero no fue así. Otra vez afuera. íbamos a La Candela cuando se concentraba el equipo que jugaba, los veinte que quedábamos afuera nos entrenábamos con el Profe Castelli: 19 caminaban y yo me rompía al ciento por ciento. Se ve que el Profe le dijo al Toto: “Mirá que Rocha trabaja serio y mucho”. Entonces, comenzó la Libertadores. En el grupo de la semifinal estaban Boca, Peñarol e Independiente. Durísimo. Primer partido en Avellaneda; 1 a 0 para ellos. Al final se armó una revuelta porque parece que Alzamendi escupió al Toto. El domingo, por el Metro, otra vez Boca-Independiente. Lorenzo pone a un equipo alternativo. Y me incluye a mí de cinco, de mediocampista central. Yo había surgido como wing izquierdo; ahí el Toto me inventó de tapón. Jugué de titular y me dije: “Esta mi gran oportunidad”. Me tengo que romper el alma, correr, jugar, pegar, todo para ganarme al Toto. Crucé a Alzamendi, sobre el banco de suplentes. El Toto, enloquecido. Terminó 0-0. Él entró a la cancha y me dijo: “Vaya a su casa, coma bien, descanse, no toque a su señora, que el miércoles juega la revancha contra los Rojos”. Ahora le tocaba lo más dificil, sacar a uno del medio para que pudiera jugar yo. Decía el Toto: “Chino [Benítez], no te veo bien, estás medio pálido (al Chino le gustaba salir de noche). El Chino le contestaba: “Estoy bárbaro, Míster, el miércoles me los voy a comer vivos”. Igual, jugué de titular, ganamos 2-0 y desde entonces no salí más. Jugamos la final contra Olimpia y ellos fueron campeones, con un gran Almeida en el arco. Fue 2-0 y 0-0. Luego, ya en la pretemporada, me dio la cinta de capitán. No lo podía creer.
-¿Por qué te decían “El Indio”?
-Nació en Grecia. Por rivalidad entre equipos. “Indio” me decían los hinchas del Olympiakos, como una cosa despectiva. Yo estaba orgulloso. Ojalá fuera de descendencia india como los guaraníes de mi zona. En Newell’s me apodaban “Kung Fu”, porque decían que me parecía a David Carradine. Zanabria me decía “Sueñito”, porque me gustaba dormir. En Boca todos me llamaban “El Correntino”.
Rocha, como crack en Panathinaikos
-Hace unos días me comentabas que tu vida es para una novela o para una serie de Netflix. Contame qué capítulos no podrían faltar.
-Para hacer una serie en Netflix… Creo que no, no sería rentable, porque soy un desconocido total…
-No tanto, algún periodista en los años ochenta escribió que “Rocha es a Atenas lo que Maradona a Nápoles”. Quizás todo aquello que se compare con Diego suene a exageración. Pero tu paso por Grecia dejó una huella perdurable.
-Soy de otra época. Muy distinta de la actual. Ahora son héroes y ejemplos los de Gran Hermano y programas de esa índole. Ellos venden, yo no. Pero si se hiciera, no puede faltar mi infancia en Santo Tomé, un lugar olvidado por la civilización en esa época. Se llegaba desde Buenos Aires después de Paso de los Libres, 200 kilómetros de ruta de ripio; una lluvia y no pasaba nadie. La única forma de salir era en un tren, que pasaba una vez por semana. A ese tren me subí un día, para ir atrás de mis sueños de fútbol. No te hablo de la adolescencia, porque nunca la tuve: pasé de niño a hombre, porque agarré mi futuro en mis manos desde 1971, con 16 años. Pero como dice el poema del Padre Zini, Avío del Alma: Llevé conmigo como reliquia lo que me inculcaron mi familia, mi barrio, mis amigos, mis maestros y profesores. Eran armas más que suficientes para pelearle a la vida, con dignidad, respeto, sin olvidarte de tus orígenes. Pero siempre teniendo como tesoro la dignidad, que es todo o nada para cualquier correntino.
-Tu llegada al fútbol griego comenzó de modo traumático. ¿Cómo fue aquello?
-Es una historia que pocos conocen. Cuando comenzamos la Copa Libertadores de 1975, con Newell’s, teníamos un partido en Rosario, un miércoles; el sábado jugábamos en Buenos Aires contra Chacarita. Montes hizo viajar un equipo joven, entre ellos, yo. El Panathinaikos, en ese partido, tenía en la tribuna a dos personas, De Farias (un portugués) y Theofanis (un griego) para ver a Rodolfo Rodríguez, de Chaca. Resultado: Chaca 3-Newell’s 0. Fue partido nocturno, volver a Rosario por la ruta vieja era un martirio. Nos decían: “Cámbiense rápido que hay muchas horas de viaje”. Fui a subir al pullman y tres personas pidieron hablar conmigo, eran los del Panathinaikos. Lo primero que me preguntaron era si conocía esa institución, les dije que sí, porque ahí habían jugado el Chango Gramajo y la Bruja Verón. Me preguntaron si quería ir a ese equipo, les dije que sí, pero que hablaran con Newell’s. Llegué a mi casa y le dije a mi esposa: “Nos vamos a Grecia”. Resulta que esas dos personas y el traductor desaparecieron. Despues de 20 días, una mañana tocaron el timbre en casa y eran ellos. Me dijeron que no eran tontos y que después de verme en otros partidos, decidieron elegirme a mí y no a Rodríguez. Más viendo un clásico contra Rosario Central. Me dijeron: “Quien juega ese clásico y sale vivo, puede jugar en cualquier liga del mundo”. Hablaron con Newell’s e hicieron un acuerdo, viajamos en abril para Atenas. Eramos tres: Britapaja de Vélez, Barreiro y yo de Newell’s. Estuve seis meses en Grecia y no se hizo la transferencia porque el Panathinaikos nunca pagó lo pactado. Después de un mes en Atenas, Britapaja y Barreiro se volvieron; yo hice la pretemporada en Eslovenia con el equipo. Vino nuevo DT, Aymoré Moreira, brasileño, entrenador del campeón del mundo en Chile 1962, la copa de Garrincha. No me habilitaban porque no pagaban a Newell’s. Hasta que un día de septiembre, un compañero en un entrenamiento me dice que un señor argentino quería hablar conmigo. Sorpresa: era Carello, tesorero de Newell’s. Como había vendido a Jorge Valdano al Alavés de España, él vino a Grecia a ver qué pasaba. Me pregunto si me quería quedar, le dije que sí, fue a hablar con la gente y al tercer día me dijo que no podían o no querían pagar. Entonces, saqué dos pasajes y nos volvimos.
Continúa Rocha sobre las peripecias de su llegada al fútbol griego: “En el aeropuerto, un amigo griego que me fue a despedir, Giannis Zavradinos, me dijo: ‘Vas a volver’. Y le respondí: ‘Ni atado vuelvo después de pasar todo lo que pasé, seis meses sin cobrar y sin que se hiciera el pase’. Pero en la vida no hay que decir nunca esto no puedo o no lo voy a hacer. Volví después de cuatro años en una gran transferencia de Boca al Panathinaikos [dos millones y medio de dólares]. En ese período que estuve en Atenas, el Panathinaikos depositó los papeles para que me den la cédula y el pasaporte griego. Me lo dieron como Juan Ramos Rocha Boublis. Agregaron un apellido griego.
-Finalmente se dio… ¿Por qué?
-Boca comenzaba a tener problemas económicos, más esa tremenda inflación, creo que más grande que la de ahora. Como no nos podían pagar, recorrimos la Argentina jugando cada miércoles, prácticamente no estábamos en nuestras casas. Ahí me di cuenta aún más de la dimensión de Boca. En los lugares que jugábamos no podíamos salir a dar una vuelta por la cantidad de gente que nos seguía. Y las canchas, para esos amistosos, siempre llenas. Nos daban 500 dólares antes del partido; si no, no jugábamos. Yo era muy feliz. La semana antes del ultimo partido mío en la Argentina y el último de San Lorenzo en el Gasómetro de Avenida La Plata, en un entrenamiento en la Bombonera, Lorenzo me dijo que querían hablar dos personas de un equipo de Europa. Eran del Panathinaikos. Cuando los veo, los encaré y les dije a uno de los dos: “¿No tenés vergüenza de venir a hablar conmigo después de todo lo que pasé en Grecia? Era el portugués, Aguntin de Farias; al otro señor no lo conocía. Me dijo que habían cambiado las cosas. El Panathinaikos se hizo sociedad anónima, el fútbol se hizo más profesional y la familia Vardinogiannis, la más poderosa de Grecia, compró el club. Me dijeron que después del partido me invitaban a cenar. Vivía en una suite de 200 metros cuadrados en el Sheraton, en esa época el mejor hotel porteño. Pero había un obstáculo. Boca me declaró intransferible junto con Hugo Gatti. Ellos me dijeron que lo iban a conseguir, el otro señor era la mano derecha del presidente de Motor Oil. El hermano más grande de los Vardinigiannis, Giorgios, cuando viajaba por un negocio, siempre lo concretaba, tenía la libertad de llegar a un arreglo. Y eso ocurrió.
-En Grecia jugaste una década: ganaste dos Ligas y cinco Copas, con dos dobletes incluidos. ¿Qué fue lo mejor de ese tiempo? ¿Y qué fue lo peor?
-Jugué del 79 al 89 sólo en el mismo club, el Panathinaikos,un grande que lo vi convertirse en un gigante. La Familia Vardinogiannis convirtió a uno de los clubes griegos en un club mundialmente reconocido. Se mudó de su cancha con capacidad para 24 mil personas al Estadio Olímpico, de 75 mil. Construyó una Ciudad Deportiva, con todo lo moderno que existía, seis canchas, todas iluminadas, gimnasio, kinesiología, toda la parte de vestuarios y lavandería tanto para el primer equipo como para las inferiores, a las que le daban mucha importancia; además, dos hoteles, uno para la Primera y otro para que vivan los chicos de las inferiores que no eran de Atenas. A los de Atenas se los trasladaba traían en colectivo desde los colegios. Los dos hoteles con todo lo que se necesitaba: comedor, salas de estudios, pileta climatizada, salas de juegos. Aparte de los espacios verdes, muchos árboles y flores. Fue el primer equipo griego en tener un pullman propio, verde-blanco, con el logo del club, La Hoja del Trébol. Viajábamos sólo en aviones chárter, un lujo para la época. Eso hizo crecer al club. Aparte de ganar lo que se ganó en las competencias locales, en la temporada 84/85 llegamos a las semifinales de la Copa de Campeones (hoy Champions League) contra el mejor equipo del mundo en ese momento, el Liverpool, que nos eliminó y jugó la final contra Juventus en la recordada tragedia de Heysel (murieron 39 personas).
-En la temporada 85-86, la del segundo doblete, un medio argentino te llamó “El Maradona de Grecia” por lo que generabas allá. ¿Cómo era el vínculo con la gente, con los fanáticos?
-Creo que sí, El Grafico. Yo al lado de Diego fui muy chiquito. El fue un caso único. El más grande, no sólo porque jugando fue el mejor, en una época donde el reglamento protegía a los antideportivos (Goikoetxea, Gentile y todos los que los técnicos mandaban a que lo mataran). Estuve con él en París, ese verano y me dijo que se iba al Napoli a sacarlo campeón, después vino a Atenas, nos encontramos, iba rumbo a Israel con Claudia. Fue demasiado el elogio de la revista. Lo mío acá en Grecia fue y es único y no es por egoísmo lo que digo: me tratan todas las hinchadas con cariño y respeto, incluso la de Olympiakos. Siempre traté de respetar al rival. Ahora que hace 35 años que dejé el futbol, es lo más importante, porque ya no soy tapa de revistas o personaje de TV, pero igual siento el gran cariño de la gente común cada día, en la calle, en el supermercado, adonde vaya. Y eso tiene que ver con respeto. En un clásico con 80 mil personas, en ese tiempo mitad y mitad. Me sacaran una segunda tarjeta amarilla, le di la mano al árbitro y me fui. El estadio quedó mudo. Y eso que ya los clásicos eran muy picantes. El Ministro de Deportes, el señor Sarris, me mandó un telegrama, felicitándome por mi actitud. El Gráfico también puso una vez “La resurreccion de Juan Ramon Rocha: pasó de resultar una duda en Argentina a ser el décimotercer Dios que le fataba al Olimpo”. O algo así. Por supuesto que también exagerado. Pero es cierto y me siento orgulloso: como familia somos muy respetados en Grecia.
-¿Cómo era Rocha como futbolista? ¿A quién te parecías?
-La verdad pasaron muchos años, para que me dé cuenta cómo era como jugador, je. En los 70 no había videos, YouTube, nada de eso. Yo era un atleta, ya que en mi pueblo, antes de ir a Newell’s, me entrenaba y corría 1.500, 5.000 y 10.000 metros. Dios me dio un talento. Mi formación fue de potrero. Y ahí en Santo Tomé tuve a mi mejor entrenador, Martín Carballo: un sabio, te daba cariño, pocas palabras, ternura y protección. No te enseñaba técnica, te enseñaba a respetar al futbol y por ende al rival, al árbitro, al público. El trabajaba en el cementerio del pueblo. En cuanto a mí, podía jugar un partido a gran nivel físico sin problemas. Me di cuenta cuando comencé acá a ver mis imágenes: Por supuesto que era zurdo, muy técnico, muy buena pegada, no tenía juego aéreo, pero era fuerte físicamente. En Newell’s era goleador; en Grecia ya no, porque me dediqué más a armar juego, dar un toque sudamericano al PAO, jugaba más lejos del arco rival, tenía mucha entrega, eso me lo dio mi querido Boca. Tenía elegancia para jugar y pierna fuerte para entrar (pero siempre leal, aclaro).
-¿A quién admirabas cuando eras pibe?
-Admiraba mucho a Ángel Clemente Rojas (quisiera abrazarlo algún día) y a Heraldo Bezerra (un brasileño que se destacó en Newell’s, Boca y Atlético de Madrid), que en paz descanse.
-¿Por quién te sentás a ver un partido ahora?
-Como toda mi vida el futbol está dentro mío, veo desde infantiles a Premier League, con tal de ver que la redonda corra. Soy un gran enamorado de este bendito deporte.
Aquella memorable semifinal de la Champions contra el Ajax de Van Gaal
-¿En qué club te tentaron para jugar y no fuiste?
-Estando en Boca hubo varios equipos que me querían, pero Boca me declaró intransferible junto a Gatti. Estando en el Panathinaikos me pidió el Arsenal de Inglaterra, pero el PAO dijo que “Rocha no se vende, que va terminar su carrera en el club”. Eso fue en 1982. Y terminé en 1989 en mi querido club, donde estuve ligado por más de 35 años.
-De las hinchadas griegas, sobre todo las de Atenas, dicen que son las más picantes de Europa junto con las de Turquía. ¿Es tan así? ¿Cómo se vive?
-Hace un tiempo hay problemas con los más fanáticos. Hace unos dos meses no está permitido el publico en las canchas. Mataron a un Policía en un partido de vóley entre Olympiakos y Panathinaikos. El gobierno saca ahora una nueva Ley del Deporte. Pero no se soluciona nada, ya que tienen miedo al costo político. Desde 1979 que estoy acá. Hubo varias muertes, pero también viví partidos a cancha llena con las dos hinchadas en las tribunas. Esto de la violencia con asesinatos es más de este tiempo. No toman el ejemplo de Inglaterra. Ellos sí que tomaron decisiones drásticas y muy buenas. Por ser gente del Mediterráneo donde el clima es más caliente, la gente es muy expresiva, pero el 99 % de los hinchas son normales, agradables…
-Está claro que llevás el fútbol en la sangre. Camino a los 70, ya como técnico, dirigiste diez equipos en 30 años, en tres países distintos: Grecia, Chipre, Polonia. ¿Cómo sobrevive la pasión?
-Desde muy chiquito el fútbol entró en mí para quedarse para siempre. La pasión es la misma a los 70. La diferencia es que la experiencia me da más sabiduría. Cada día estudio el fútbol mundial y veo para donde va. Tengo la edad que tengo, pero me considero un hombre moderno, pero siempre defendiendo mis raíces. La familia, los amigos, la escuela, el barrio, mi música, mis costumbres. Cuando estoy medio nostálgico, un buen chamamé me hace llorar y sentirme. Me gustan Horacio Guaraní, La Negra Mercedes Sosa, Julio Sosa, Lerner, Víctor Heredia… Nosotros hacemos nuestra Patria el lugar donde vamos, como familia nos adaptamos a cualquier país del mundo. Las valijas las armamos muy fácil. Estoy enamorado de Grecia. También aprendí a querer a Polonia, un gran país que nos dio mucha gente (inmigrantes) que hicieron una Argentina hermosa. Tengo grandes recuerdos de mi paso por el Ruch Chorzow, un gran club que me hizo sentir parte de ese lugar. Y me encontró con una sorpresa como amante del mate: en Polonia se consigue yerba en cualquier ciudad. Y Chipre,que es una Grecia chiquita, me hizo enamorarme del país y del Olympiakos de Nicosia, la capital. También ahí mi hija Giovanna, en 2007, se enamoró de nuestro delantero Neco Pani, de Hersilla, y nos dieron un hermoso nieto, Filippo. Soy un agradecido a la vida y al futbol, esa es mi riqueza, no la fama y el dinero. Ser en el fondo, el gurí del Barrio La Tablada de Santo Tome, Corrientes.
-Tu mejor paso fue por Panathinaikos: en tu primer ciclo ganaste tres títulos en dos años y llegaste a la semifinal de la Champions contra el histórico Ajax de Van Gaal. ¿Qué recuerdos tenés de ese tiempo?
-Los mejores. Fue un momento de éxito, en el que pude disfrutar de afuera lo que ya había disfrutado adentro.
-En la eliminatoria contra el equipo de Kluivert, los De Boer, Litmanen, Overmars, Finidi, Blind estuvieron muy cerca de hacer historia: ganaron en Amsterdam 1-0 y quedaron afuera de locales…
– Ellos aparte de Van Gaal tenían grandes jugadores, a esos equipos se les enfrenta en solo un partido, digamos una final, en dos partidos -ida y vuelta- ellos eran más fuertes, con un plantel que para mí era mejor de aquel de Cruyff y compañía. Esa hazaña comenzó con dos partidos de Clasificatoria contra Hajduk Split de Croacia (justo en tiempos de guerra); luego clasificamos en una zona fuerte contra Porto, Nantes y Dínamo de Kiev. Luego llegó el Legia de Varsovia. Llenábamos los estadios, tanto de local como de visitante. A Holanda fueron más de 20.000 hinchas nuestros. El aeropuerto viejo de Atenas era la cita de los hinchas del PAO, después de cada partido de visitante. Aparte fue el mejor Panathinaikos de la historia, con sólo tres extranjeros(fue antes de la Ley Bosman): el argentino Juan Jose Borreli, y los polacos Warzycha (un gran goleador) y Wandzik, notable arquero. Ganamos la ida de visitante, pero en la vuelta ellos, que eran los defensores del título, jugaron un partidazo y nos dejaron afuera de esa Champions de la campaña 95/96. Igual el camino fue hermoso.
-¿A quién te parecés como entrenador? ¿Quién te marcó en tal sentido? ¿Qué técnicos de la actualidad te parecen los más valiosos?
-A mi me gusta el fútbol ofensivo, tal vez porque siempre jugué en equipos que estaban obligados a ganar el campeonato. Newell’s, después del 74, Junior, Boca y Panathinaikos. Para mí el mejor lejos por muchos motivos es Marcelo Bielsa. Siempre fue un adelantado. Entrenador, conductor, educador, captador, adonde va deja su marca. Maestro de varios y admirado por muchos, odiado por los que creen que el triunfo es lo único que existe en el futbol; no el proyecto y su evolución. Después admiro a los técnicos que están en la cima por mucho tiempo, cada uno con su forma de ver el juego: Guardiola, Klopp, Ancelotti, Simeone. Es muy difícil estar tantos años y con éxitos en equipos grandes. El que no sabe dice que es fácil dirigir equipos con poder económico, que puede contratar al jugador que quiere, la realidad es: no podes llevar a, por ejemplo a cualquier técnico y ponerlo al frente de Real Madrid, Manchester City o United, Bayern Munich, etcétera… El peso de esas instituciones es muy grande. Desgraciadamente Europa es el punto de medida. Hay mucha diferencia con Sudamérica. Ahi sacan los jugadores que luego se perfeccionan en Europa. Ayer veía Champions League, comparando con la Libertadores y la diferencia es muy, muy grande. Las canchas, la técnica de los jugadores, el ritmo, la táctica y la estrategia. Y en cuento a los técnicos, además de Bielsa y de lo que te comenté de Carballo quiero mencionar a Jorge Solari, otro adelantado, quien le dirigió en Newell’s.
-Contame de tu amistad con Valdano y con Bielsa.
-Con Valdano vivimos en la misma pensión, de Doña Pepa y luego en casa de la Famila Carbo, tres años. Con El Poeta nos vimos varias veces en Madrid y en Atenas. Con Marcelo jugamos juntos en la Primera de Ñuls algunos partidos, con él sigo en contacto casi semanalmente, los motivos no te digo, porque a él no le agrada que se hable de esto. Tuve la suerte de ser Voluntario en Atenas 2004, 40 días junto a la Delegación de Fútbol de Argentina. Y al final, el oro. Somos casi hermanos, lo quiero mucho, en sus alegrias y tristezas, también en las mías. Y como técnico, lo repito: es el mejor, lejos.
-¿Además de Panathinaikos en qué otro lugar te sentiste cómodo?
-En cualquier lugar del mundo me siento cómodo y en cualquier circunstancia, siempre que tenga buena salud.
Se refiere a la Argentina y a un deseo en espera: “Cuando estoy en un país, me gusta conocer su gente, geografía, costumbres, música, es lo que me falta de la Argentina, que a pesar que fui a jugar a varias provincias, nunca pude conocer a su gente, ya que me la pasaba del aeropuerto al hotel; y la cancha al aeropuerto de vuelta a la base. Quisiera ir en una motor home y recorrer la Argentina, que más del 99 por ciento es gente buena. La provincia que más conozco después de Corrientes, es Jujuy, ya que estuve ahí bastante tiempo con la Selección Fantasma.
-¿Extrañás algo de Argentina? ¿De Santo Tomé?
-No es que extrañe, a veces me pongo un poco melancólico. Lo que pasa es que vivimos 45 años acá, en Grecia. En Argentina ya no tenemos conocidos. En Santo Tomé están quedando muy pocos de los amigos de la época hasta el 70 donde viví ahí. Creció mucho y soy un desconocido total. Me basta escuchar música y ver videos de muchos cantantes con buena voz. Chamamé, folklore y tango es lo mío. Todo lo nuevo y corregido electrónicamente no escucho y no escucharé nunca. Hay algunos tienen buenas voces, pero mis oídos escuchan lo que pide mi corazón.
También tiene una queja, que le duele: “Argentina fue cruel conmigo, no me defendió, me usurparon dos casas y un terreno, me rompí el cuerpo para conseguirlo, entraron y nunca me dieron la razón, esa Argentina no quiero”.
-¿Cuándo fue eso?
-En el 78, una casa en Rosario y un terreno en el Country de Funes; y en el 86, una casa en Corrientes capital. Fue feo.
-Pasemos a algo lindo de Argentina: ¿Cómo viviste la consagración argentina en el Mundial de Qatar?
-Lo de Qatar lo viví en un hotel, estábamos concentrados. Una alegría enorme, creo que el 90 % en Grecia estaba con Argentina. El vínculo de los dos países es muy fuerte. Los griegos aman a los argentinos y a la Argentina. Después mi hija mandó videos de los festejos, mi señora también. Estaban en Buenos Aires, ya teníamos a Filippo. Yo viví el 86 en mi pueblo, fue una locura, ¡Diego que alegría nos diste, hermano! Como ahora Messi y los suyos…
-Desde 2019 estás dirigiendo al Thesprotos, de la segunda división griega. ¿Cómo es tu experiencia actual? ¿Cómo es para un histórico dirigir a un equipo en cuyo estadio entran 10.000 hinchas?
-Fue una decisión madura. Me estaba cansando de las grandes ciudades, que cada vez son más inhumanas. A pesar de tener mi casa en Atenas, cuando mi amigo Giorgos Arabatzakis me dijo que compraba la mayoría de las acciones del Thesprotos y que me querí a para el proyecto a 10 años.“Vamos”, dijo mi señora y aquí estamos. Felices, otra calidad de vida, este últimos seis meses vivimos en Asproklisi (significa, Iglesia Blanca), que tiene 200 habitantes, cerca del Mar Jónico y de la frontera con Albania. Silencio total, se escuchan sólo los cantos de los pájaros. Es a 18 kilómetros de Igumenitsa y a nueve del Centro Deportivo del club, zona de la mayor producción de cítricos del pais. Un paraíso. Enfrente está la isla Corfu y Paxi. Nuestra cancha tiene una capacidad para 1.500 personas. La gente viene a ver fútbol, no hay violencia. Tenemos un plantel de gente muy joven: tres argentinos, un paraguayo, un francés y los demás de acá. A tres kilómetros hay un pueblito de pescadores, Sagiada, donde podés disfrutar de comer pescados muy ricos. Qué otra cosa puedo pedir… Sólo gracias a Dios, que nos trajo a este lugar.
Por Waldemar Iglesias-LN