Misiones Para Todos

El día que el Emperador dejó de ser un Dios

"Los lazos entre nosotros y nuestra gente siempre han sido de afecto y confianza. Estos lazos no dependen de leyendas y mitos. Estos lazos no son consecuencia de la falsa concepción de que el Emperador es divino, que los japoneses son superiores a otras razas, y que están destinados a gobernar el mundo."

El 1 de enero de 1946, el emperador Hirohito pronunció la denominada Declaración de Humanidad (Ningen-sengen), un documento de extraordinario valor simbólico y político en la historia moderna de Japón. Redactado en el contexto de la ocupación militar estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial, y bajo la supervisión del Comandante Supremo Aliado Douglas MacArthur, el pronunciamiento buscaba sentar las bases para una profunda transformación institucional del país.

En su mensaje, el emperador negó que los lazos entre él y el pueblo japonés dependieran de la idea de su divinidad o de la supuesta superioridad racial de la nación, marcando así una ruptura con el nacionalismo imperial que había dominado la vida política japonesa durante décadas. La declaración fue recibida con satisfacción por las autoridades de ocupación, que la interpretaron como un gesto decisivo hacia la democratización del país. No obstante, su redacción deliberadamente ambigua continúa generando debate: Hirohito evitó negar explícitamente su ascendencia divina en la tradición sintoísta, y la elección de ciertos términos, como akitsumikami en lugar de arahitogami, permite diversas interpretaciones sobre el alcance real de su renuncia a la divinidad.

Esta ambigüedad lingüística y conceptual refleja las tensiones propias de un momento de transición. Mientras que en Occidente la declaración fue vista como una abdicación del carácter sagrado del emperador, dentro de Japón fue leída en muchos sectores como un llamado a la reconstrucción nacional, anclado en los valores de la Constitución Meiji de 1868, más que como una ruptura teológica. Incluso décadas más tarde, el propio Hirohito relativizó la interpretación occidental de su mensaje.

La Declaración de Humanidad preparó el terreno para la promulgación de la nueva Constitución de Japón en 1947, redactada por el equipo de MacArthur y adoptada en reemplazo del proyecto reformista japonés. Esta nueva carta magna relegó al emperador a una función simbólica y estableció un compromiso pacifista radical mediante el célebre Artículo 9, que prohíbe la guerra y la posesión de fuerzas armadas.

Desde su entrada en vigor, esta Constitución no ha sufrido enmiendas, lo que la convierte en la más antigua del mundo sin modificaciones. Si bien en las últimas décadas —especialmente a partir de 2010, durante el gobierno de Shinzo Abe— se han intensificado los intentos de reformarla ante los nuevos desafíos geopolíticos regionales, su vigencia sigue siendo un elemento central de la identidad institucional japonesa.