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El fin de la leyenda del kirchnerismo invencible Por Jorge Fernández Díaz

La sociedad tiene extraños presentimientos. Sabe por intuición y por experiencia personal e histórica que culminan en este país los relatos rumbosos y ficticios del hada madrina, y que debe abordar más temprano que tarde la cruda realidad. Después de ser acunada por un cuento provechoso que adivinaba fantástico y de ser objeto de una verdadera anestesia de curanderos, la gente conjetura que tiene una enfermedad compleja. Y trata de elegir al mejor cirujano. Uno de ellos brilla por su presunta eficacia; el otro, por su supuesta sensibilidad. Es un dilema cruel, y la tarea resulta tan delicada que habrá que pensarlo todavía treinta días más: no me apuren, que es mi pellejo. Tal vez esta analogía quirúrgica pueda explicar un poco por qué razón, después de tantos comicios y tantas sorpresas espectaculares, el duelo sigue medianamente abierto. A pesar de que anoche, sin que quizá el ciudadano de a pie lo haya advertido del todo, cambió definitivamente el tablero político.

Hasta el sábado la oposición, fragmentada y tímida, parecía refugiarse entre las carretas mientras los enemigos la apuntaban con comodidad y la acorralaban con rostros de soberbia. Pero de pronto el útil, el independiente, el vergonzante y, sobre todo, el voto castigo se hicieron presentes como el Séptimo de Caballería, y esa batalla agónica dio un vuelco increíble. El Frente Cambiemos, que entre los opositores presentaba la mayor fortaleza, fue elegido finalmente como instrumento popular para darle un mortífero golpe de karate al kirchnerismo. Que tuvo anoche la “victoria” más dolorosa, por lo exigua y peligrosamente provisoria, de toda su existencia. Cristina Kirchner no puede sentirse a salvo de esta avalancha crítica: los votos en contra son una respuesta al desgaste, la estanflación, la corrupción, la mentira y el autoritarismo de su gobierno. Su responsabilidad política es también innegable: no supo generar, en su infinito egoísmo, un legítimo heredero, y entonces ató el destino de su sagrado proyecto a Daniel Scioli, que representa lo contrario, y lo vigiló ferozmente para que actuara un libreto en el que no cree y para que no se moviera ni un milímetro del dogma, suponiendo que esa idea no está oxidada y que todavía mantiene la vigencia de 2011. Cada vez que el marchito ajedrecista de Villa La Ñata intentó despegarse del cristinismo, que ya es claramente piantavotos, hubo un correctivo público. La sensación de que en un eventual gobierno justicialista habría un insólito doble comando fue crucial para disuadir a miles y miles de argentinos de que el Frente para la Victoria presentaba esta vez una organización bicéfala y conflictiva: el peronismo Pimpinela, un engendro que puso los pelos de punta. Es por eso que el discurso nocturno de Scioli, abrazándose como un autómata al catecismo definitivamente vetusto de Cristina, se pareció un poco al siempre humeante cajón de Herminio. En lugar de tomar definitiva distancia y tratar de levantar vuelo propio, el líder naranja persistió en el error, mientras lo aplaudía sonriente su carcelero: Carlos Zannini.

Anoche el propio sciolismo explicaba que “el padre de la derrota” era Aníbal Fernández, otra creación fulgurante de la patrona de Balcarce 50. Al cierre de esta edición ya se sabía con bastante certeza que el lenguaraz había perdido la gobernación, catástrofe que el peronismo tenía la prudencia de no cometer desde 1983. El papa Francisco y sus muchachos tuvieron algo que ver con este resultado: trabajaron día y noche en el conurbano contra el jefe de Gabinete, vinculado periodísticamente al caso de la efedrina y acusado de haber sido negligente o permisivo nada menos que en la lucha contra el narcotráfico. Y su tenaz antagonista, María Eugenia Vidal, ratificó su ángel: nace una nueva estrella de la política argentina. Y se confirma que aquella criticada ocurrencia de Mauricio Macri en cuanto a enviar a una funcionaria de su riñón al territorio histórico del peronismo fue acertada. Vidal logró polarizar con Aníbal, consiguió la confianza de los bonaerenses y destruyó de paso el mito de que ese aparato sigue siendo omnipotente. Ahora el macrismo retiene dos de los principales distritos de la nación: la Capital y la provincia. La magnitud de esta conquista no puede todavía ser merituada en su justa medida. El peronismo, a nivel presidencial, tuvo la peor actuación desde que Raúl Alfonsín se lo llevó por delante. La rancia corporación justicialista deberá revisar su seguridad en los votantes cautivos y en la convicción de que pueden llamar a sufragar alegremente por Drácula y al Hombre Lobo con tal de que éstos canten la marchita.

La coalición macrialfonsinista, que lleva la bandera republicana, consiguió triunfos territoriales asombrosos en muchas ciudades y provincias. Su líder recibió toda clase de reprimendas mediáticas por la estrategia que estaba llevando a cabo con los radicales y con el partido de Elisa Carrió. Pero a la luz de los últimos acontecimientos, está claro que los periodistas y el círculo rojo no deberían subestimarlo nunca más. Anoche Mauricio Macri, al revés que su rival, esperó para salir a escena, y cuando lo hizo logró un discurso integrador, que no terminó con cánticos partidarios ni agresivos, sino con el grito de “Argentina, Argentina”, y una lluvia de globos celestes y blancos. Consiguió transmitir que era el gran ganador y sugirió que este domingo fue una bisagra histórica. No hay datos para refutarlo. Su imagen contrastaba con el Luna Park semivacío, un clima de velorio y militantes abrazados y llorosos. A esa hora, ya se sabía que Scioli no cumpliría la promesa de regresar en seguida con los resultados de la elección. La paliza que estaba recibiendo el kirchnerismo era notoria, y ya comenzaban los pases de facturas secretos. Los hacedores de la grieta se abocarán a la grieta interna durante los próximos días: sólo una cosa no perdona el peronismo y eso es perder. Atenazado por Cristina, el gobernador naranja sabe que será muy difícil formar cuadro para entrar en el combate final. Y aun así habrá que ver cuántos gobernadores, intendentes y legisladores lo acompañarán en esta nueva cruzada: todos ellos ya perdieron o ganaron sus nuevos cargos, y no parecen en principio muy entusiasmados con dejar la vida para que Scioli y Cristina salven la ropa. Si finalmente esos dos mariscales perdieran el 22 de noviembre, el peronismo buscaría de inmediato acuerdos de convivencia con el frente Cambiemos e iniciaría una imprescindible renovación interna, algo que no se conoce en el movimiento de Perón precisamente desde que perdió en la década del 80.

Si el ingeniero aprovecha la tremenda onda expansiva de anoche y es capaz de construir lo que prometió con el micrófono en la mano, es probable que incline la cancha a su favor. El kirchnerismo es como Tyson: gana y gana con suficiencia hasta que de golpe le meten una mano y se desmorona. Se cayó con el kirchnerismo la leyenda de que era invencible, y por lo tanto no es fácil predecir lo que sucederá a partir de este punto de inflexión. Según todos los especialistas, la dinámica exitista de este batacazo electoral preanuncia facilidades para Macri y enormes dificultades para Scioli. El partido, sin embargo, deberá jugarse. Y la sociedad tendrá que elegir finalmente cuál de los dos médicos la salva del desastre.