La persistencia del déficit que produce nostalgias menemistas en Olivos. Confiar y delegar, la doble A de Kirchner, éxitos efímeros y sobrecarga presidencial.
La marcha del 17 de agosto y la respuesta en cascada que dio el oficialismo nacional, la declaración de Alberto Fernández sobre la posibilidad de que se elimine el permiso para comprar dólares, lo poco que duran en la agenda las contadas buenas noticias que tiene el Gobierno para ofrecer y el desgaste lógico de una gestión afectada por la pandemia y la crisis heredada volvieron a generar críticas a la estrategia comunicacional de la Casa Rosada, dentro y fuera del Frente de Todos. Con un presidente acostumbrado a hablar con periodistas desde la mañana hasta la noche y un gabinete armado a imagen y semejanza del Fernández omnipresente, la necesidad de un vocero para la batalla se discute y se seguirá discutiendo. Junto con el nombre de Aníbal Fernández, siempre candidato a librar el combate verbal, aparece el del legendario Carlos Corach.
Cuestionado en materia política por medio país y con causas judiciales que todavía lo persiguen, el exministro del Interior de Carlos Menem quedó inmortalizado como el inventor de las conferencias de prensa en la puerta de su casa y el gladiador que blindaba al menemismo, cada mañana, ante una jauría de periodistas a los que atendía en medio de una nube de micrófonos y cámaras. Pocos lo recuerdan, pero las improvisadas rondas informativas matutinas nacieron de la confrontación interna del gabinete menemista y como forma de respuesta al desafío que Domingo Cavallo había lanzado contra la autoridad de Menem.
Exsecretario de Legal y Técnica, Corach asumió el ministerio en enero de 1995, cuando el hoy senador se preparaba para iniciar su segundo mandato, y sobrevivió por mucho al padre de la Convertibilidad, eyectado de su cargo en 1996. El mismo Corach le dedica un capítulo al tema en su autobiografía “18.885 días de política. Visiones irreverentes de un país complicado”, editada en 2011 por Sudamericana. “Fueron cinco años de cotidiana exposición y requerimientos por los temas más diversos de la agenda diaria, que de esa manera quedaba conformada para el resto de la jornada”. Ahí repasa las claves de su rol de vocero de un gobierno que tuvo como jefe de Gabinete primero a Eduardo Bauzá y después a Jorge Rodriguez y advierte que un político “jamás” debe confrontar por las críticas de un periodista: se puede ganar por un momento, pero es una “batalla perdida en el largo plazo”.
Iniciado en el frondizismo y después parte de la Renovación peronista, Corach fue un menemista irreductible que recibía a la patria movilera con una serie de pautas que le fueron aceptadas: no privilegiar a nadie ni marginar a nadie de la ronda matinal, reservarse la potestad de no responder cuando decidía no hacerlo y decir “no sé” cuando no sabía. Como portavoz del Presidente, Corach hablaba a la mañana y se despedía de la prensa en público (y en privado) hasta el siguiente. Cuando alguien le pedía una declaración más, respondía
“Soy artista exclusivo de la mañana”. CQC lo despidió con mariachis en la puerta de su casa el día en que acabó el menemismo y después no habló más porque, afirma, no quiso pasar “de político a comentarista”, como tantos otros.
EL MANUAL OLVIDADO. La eficacia discursiva del exministro del Interior se basó en un contexto particular, tal vez imposible de reeditar hoy, dos décadas más tarde. Sin embargo, los peronistas del oficialismo y la oposición que todavía tienen ataques esporádicos de nostalgia sostienen que Corach -hoy de 85 años- se guiaba por una serie de preceptos que pueden resultar útiles, aunque no fácilmente trasladables al presente.
Primero y fundamental, para que existiera un vocero como Corach fue necesario un presidente como Menem, capaz de delegar casi por completo la estrategia comunicacional de su gobierno. “Nunca lo desautorizó ni lo contradijo”, le dijo a Letra P un sobreviviente del fuego menemista. Corach “interpretaba” lo que el Presidente quería y sólo en los asuntos importantes lo consultaba. Parece difícil algo similar con Fernández, un presidente que fue vocero del primer kirchnerismo y -afirman en el gabinete- pedía hasta hace no tanto que los ministros no hablaran. Al profesor de Derecho Penal no le gusta delegar y está en todos los temas, tal como reconocen los funcionarios que lo escoltan entre la Casa Rosada y la residencia de Olivos.
Hoy, AF tiene como vocero principal al jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, pero no deja de intervenir en sus charlas cotidianas con periodistas en público y en privado. La primera respuesta coordinada a la marcha del 17 de agosto y al saludo “orgulloso” de Mauricio Macri la dieron el martes al mediodía, vía Twitter, Cafiero y el ministro del Interior, Eduardo De Pedro. Sin embargo, antes habían hablado en televisión otros exponentes del albertismo, como Leandro Santoro.
El manual no escrito de Corach sugiere que debe haber una voz autorizada que traduzca “la real voluntad del Presidente”. Como con el huevo y la gallina, si eso no se define con claridad se fuerza al jefe del Estado a exponerse por demás, en un ejercicio permanente que potencia las posibilidades de que cometa errores no forzados. “Si hablás de todo, todo el tiempo, te vas a equivocar. Ese es el no trabajo del Presidente”, le dijo a Letra P un estratega comunicacional del peronismo.
Ejemplo reciente, la charla con Eduardo Aliverti -el sábado último-, en la que Fernández admite la posibilidad de prohibir por completo la venta de dólares, algo que -dicen los especialistas- se hace pero jamás se anuncia.
¿DELEGAR NUNCA? Tener uno o dos voceros establecidos -no más- que no sean contradecidos ni opacados por Fernández le permitiría a gran parte de la sociedad encontrar un punto de referencia nítido y saber cuándo el que habla expresa la voz del Presidente. Eso le permitiría al propio AF comenzar a resguardar la autoridad de su palabra, liberarse de la responsabilidad ante eventuales errores y descargar esa presión en quien o quienes hicieran de portavoces. Era lo que hacía Menem, que se reservaba la posibilidad de hacer saltar un “fusible”, tal y como definía a sus ministros, algo que no hizo con Corach. Lo mismo puede decirse y el ejemplo es repetido del rol que Alberto y Anibal cumplían en el amanecer kirchnerista al servicio de Néstor Kirchner. Emblemas de dos ensayos de poder que estaban en las antípodas, en el oficialismo hay quienes admiten los elogios de Corach para el actual interventor de Yacimientos Río Turbio, a quien consideró, en más de una oportunidad, “muy inteligente, muy rápido, muy creativo y muy capaz”.
Ocho meses después de la asunción del Frente de Todos, las fallas de comunicación en un gobierno por demás limitado se sufren, sobre todo, dentro del propio oficialismo. Contados anuncios positivos de un proyecto cercado por las restricciones, el acuerdo que logró Martín Guzmán con los grandes fondos por la deuda y el anuncio de la vacuna contra el COVID-19 que se fabricará en Argentina duraron nada en la agenda pública. Guste o no, con las empresas de comunicación lanzadas a una batalla militante sobre temas casi siempre menores, los Fernández aparecen siempre a la defensiva.
¿Por qué el Presidente no delega? Sólo él lo sabe. Pero quienes revisan el manual de Corach afirman que, para hacerlo, es necesario tener mucha confianza en quien va a quedar a cargo. Si se desconfía de la lealtad o de la capacidad, entonces es probable que la delegación no exista.
Por Diego Genoud – Letra P