El gobierno de Xi Jinping imprimió a la economía del gigante asiático el estímulo monetario más grande desde la crisis financiera de 2008, determinado a alcanzar la meta de crecimiento anual del 5% del PIB, al tiempo que procura desarmar la bomba inmobiliaria que la amenaza desde hace tiempo.
El Banco Central de China bajó en septiembre las tasas de interés, inyectó en el sistema bancario una liquidez sin antecedentes desde 2008 y alivió a deudores hipotecarios, para impulsar el consumo interno y compensar la incidencia de las exportaciones en el crecimiento de la segunda mayor economía del planeta.
El gobierno y sus autoridades monetarias reaccionaron al impacto de la caída del mercado inmobiliario, tras el boom 2015-2021, y a la pérdida de confianza de consumidores y empresarios, lo que debilitó el frente interno de lo que China llama economía de “doble circulación” y se complementa con el externo.
La economía china se estaba volviendo dependiente otra vez de las exportaciones, como cuando comenzó su gran despegue hace dos décadas, y los datos económicos estaban quedando cortos frente a las previsiones oficiales de un mayor crecimiento, en particular en el sector de las industrias locales.
“Debemos comunicar las políticas al público de una forma bien orientada para crear un entorno político estable, transparente y predecible», había dicho el primer ministro Li Qiang en mayo, cuando prometió continuar con “transformación del modelo de crecimiento” con reforma fiscal, fomento del talento en tecnología, el impulso del consumo interno y de la inversión privada, apoyado todo por la emisión de 1 billón de yuanes (US$ 139 mil millones) en bonos especiales del Estado.
“No debemos perder de vista los peores escenarios y debemos estar bien preparados para todos los riesgos y desafíos”, había advertido Li.
El gobierno se proponía crear entonces 12 millones de nuevos empleos en las ciudades y bajar la desocupación al 5,5%. La economía china había crecido 5,2 por ciento%, su resultado más débil en décadas, excluyendo la crisis de la pandemia.
Impulso y euforia
China anunció ahora otra emisión de bonos soberanos especiales por dos billones de yuanes (casi U$S 300 mil millones, o 1,5% del PIB) como parte del nuevo estímulo fiscal. Según analistas, el paquete puede elevar la producción anual hasta 0,4%. El mercado bursátil reaccionó con euforia, con la mejor semana desde 2008. Las de Hong Kong subieron a un ritmo nunca visto desde 1998.
En 2008, el estímulo de “los 4 billones de yuanes”, para afrontar la crisis financiera global, había sido de 9,5 billones de yuanes (27% del PIB de 2009) en 27 meses.
Al mismo tiempo, las megaciudades Shanghai y Shenzhen planean levantar restricciones a la compra de viviendas, como una larga lista de ciudades más pequeñas que lo han hecho para aliviar una crisis inmobiliaria que dura ya años.
Que el Politburó del Partido Comunista haya decidido dedicar a la economía su reunión de septiembre (lo hace en abril, julio y diciembre) y reconocer “nuevas situaciones y problemas” da una idea de la urgencia frente a la caída de ingresos fiscales, de los precios de la vivienda y de los bienes industriales, la ralentización de las ventas minoristas y la debilidad de la producción y la inversión productiva.
Gastar, no ahorrar
El gobernador del Banco Popular (Central) de China, Pan Gongsheng, anunció una rebaja de 50 puntos básicos la cantidad de efectivo que los bancos deben mantener como reservas, o coeficiente de reservas obligatorias, lo que liberará un billón de yuanes (U$S 142.500 millones) de liquidez en el sistema bancario.
El billón de yuanes que Beijing recaude a través de bonos especiales se utilizarán para aumentar los subsidios de a la sustitución de bienes de consumo (un plan de canje de “dinero por chatarra”), equipar empresas y entregar una ayuda mensual de unos 800 yuanes, o 114 dólares, por hijo a todos los hogares con dos o más hijos, excluido el primer hijo. Podría beneficiar a más de 110 millones de niños.
Pan Gongshen anunció que el banco central ayudará a las empresas a recomprar sus propias acciones refinanciando los préstamos bancarios y ayudará a las sociedades de valores, las aseguradoras y otros inversores institucionales a captar fondos reforzando sus balances.
Beijing también estudia inyectar otro billón de yuanes de capital en los mayores bancos estatales, porque la mayor parte de los estímulos fiscales se siguen destinando a la inversión, pero los beneficios son cada vez menores y el gasto acumuló en gobiernos locales U$S 13 billones de deudas.
Las medidas permitirán a unos 50 millones de hogares ahorra unos 150.000 millones de yuanes (21.000 millones de dólares) al año.
En resumen, las medidas fiscales que acompañan las monetarias apuntan también a impulsar el consumo interno. El gasto de los hogares chinos es inferior al 40% de la producción económica anual, 20% por debajo de la media mundial. La inversión, en cambio, está 20% por encima y ha alimentado más la deuda que el crecimiento.
Pero según los analistas occidentales, el impulso al consumo a corto plazo presenta dificultades propias de China por la alta propensión de los hogares a ahorrar más que a gastar. La incertidumbre sobre el empleo y los ingresos la acentúan.
Ladrillos problemáticos
El otro gran problema encarado por las autoridades chinas es el del mercado inmobiliario, que demanda más financiación para salir de un parate que dejó millones de viviendas sin terminar.
En esa línea, las ciudades de Shanghái y Shenzhen pretenden eliminar los límites al número de viviendas que pueden comprar los chinos, una medida que puede imitar Beijing.
En 2020, los reguladores chinos tomaron medidas drásticas para recortar las ventajas financieras de los promotores inmobiliarios. China Evergrande Group, en aquel momento el mayor de esos promotores, dejó de pagar sus deudas al año siguiente y abrió una crisis inmobiliaria aún sin salida clara.
Al vecino Japón le pasó algo similar. La crisis inmobiliaria de los 90 y el envejecimiento de la población dejaron millones de viviendas vacías. Derribarlas resultó difícil debido a obstáculos legales, como cuando no se puede localizar al propietario. El número de unidades vacías creció a 9 millones en 2023, de 8,5 millones en 2018.
Según un reporte del Wall Street Journal basado en estadísticas oficiales, los jóvenes residentes chinos se marcha de sus ciudades. Al menos el 60% de las ciudades chinas de tercer, cuarto y quinto nivel -que concentran el 60% de las viviendas del país- vieron disminuir su población entre 2020 y 2023.
Muchas de esas ciudades animaron a los promotores inmobiliarios a construir más -aun cuando sus poblaciones disminuían- porque la venta de terrenos y la construcción impulsaban el crecimiento económico y engordaban las arcas de los gobiernos locales. Ahora deben decidir qué hacer con las viviendas vacías.
En mayo, se anunció un paquete de rescate del Banco Central de unos U$S 42 mil millones en préstamos a bajo interés para que los bancos chinos los concedieran a empresas estatales, que luego comprarían propiedades vacías y las convertirían en viviendas asequibles. Dos meses después, sólo se había usado 4% del cupo.
De los 90 millones de viviendas desocupadas, 31 millones se construyeron total o parcialmente, pero nunca se vendieron. Otros 50 ó 60 millones de unidades se compraron pero siguen vacías. Muchos residentes, a falta de otras formas de invertir su dinero, invirtieron el exceso de efectivo en propiedades especulativas -en ciudades más pequeñas, donde era más barato- sin intención de vivir en ellas.
Otros 20 millones de unidades se vendieron pero los promotores las dejaron sin construir por problemas de liquidez y malas condiciones del mercado. Los propietarios siguen queriéndolas, pero los promotores no pueden terminarlas.
Los precios de las viviendas nuevas y existentes en las principales ciudades chinas cayeron 5,7% y 8,6% en agosto respecto al año anterior, respectivamente, según datos de la Oficina Nacional de Estadística. En la mayoría de las ciudades han vuelto a los niveles de 2017 y 2018, dijo Yi Wang, de Goldman Sachs.