Con el cierre de listas y la cuenta regresiva hasta las elecciones del 26 de octubre, los candidatos misioneros se enfrentan a un electorado marcado por la incertidumbre económica y la memoria histórica. Entre polarización, alianzas estratégicas y un gobierno nacional promercado y lejano a las necesidades sociales más urgentes, cada voto será decisivo para definir quién puede transformar ventaja histórica en poder real.
Con el vencimiento de los plazos para inscribir a los candidatos, la política misionera arrancó un largo periplo que concluirá el 26 de octubre por la noche, cuando las urnas, implacables, dictarán sentencia. Ese será el momento en que los distintos espacios políticos deberán enfrentarse a la cruda realidad: un electorado que percibe esta campaña como ajena a su vida cotidiana, atrapado entre la incertidumbre y la presión de una economía que reduce márgenes y paciencia.
El cierre de listas volvió a confirmar algo que se repite desde hace más de dos décadas: el oficialista Frente Renovador, esta vez en su versión Neo, conserva certezas que le permiten caminar con ventaja, pero esa misma experiencia puede volverse un lastre. Ostentar el poder desde 2003 tiene sus costos: cuanto más tiempo se permanece en el gobierno, más visibles se vuelven las grietas de la gestión y las incompatibilidades con un elector que no olvida y renueva sus exigencias con el paso del tiempo. Desde el año pasado se sabía que la lista
oficialista estaría encabezada por Oscar Herrera Ahuad, presidente de la Cámara de Representantes y exgobernador entre 2019 y 2023. Su experiencia y conocimiento del terreno lo convierten en un contendiente difícil de igualar, pero también lo exponen: cargar sobre los hombros una campaña con antecedentes y victorias parciales no es tarea sencilla.
Herrera Ahuad enfrenta un desafío doble. Por un lado, arrastra la campaña que ya tuvo su primer tiempo el 8 de junio, donde la Renovación ganó, pero con un sabor amargo. Por otro, soporta la mochila de una gestión que intenta mitigar los efectos de una crisis económica que proviene de las políticas nacionales, respaldadas por legisladores provinciales en nombre del viejo mantra de gobernabilidad con gobernabilidad se paga. Como en la era Macri, esos
acuerdos aún no rinden frutos visibles en tiempos de Milei.
Del otro lado, La Libertad Avanza proyecta a Diego “Gato” Harfield —cabeza de lista en los comicios provinciales— como su referente. Su armado incluye al PRO, el partido de Mauricio Macri, que terminó por aliarse con los hermanos Milei, aunque en Misiones aún es incierto el lugar que ocuparán. Poco si se tiene en cuenta que con Juntos por el Cambio, hace apenas cuatro años, se proyectaban como una alternativa.
Mientras tanto, el Partido Justicialista intervenido por los K, trató hasta último momento de armar una lista de unidad que incluyera a Héctor “Cacho” Bárbaro, también cabeza de lista de su espacio, el Partido Agrario y Social, en los comicios provinciales. Pero el clima general no es de unidad sino de tensiones contenidas, de alianzas construidas por conveniencia más que por convicción. El antecedente fresco de lo que ocurrió en 2019, es una herida que se mantiene abierta en el campamento comandado por Bárbaro.
La gran duda, durante la redacción de la presente editorial, es qué va pasar con el dúo dinámico de los expolicías Ramón Amarilla y Germán Palavecino, que hasta el fin de semana pasado negociaban para ubicar al segundo de ellos en la lista de la Unión Cívica Radical (UCR), que ya anunció a Gustavo González como primer candidato de la nostálgica lista 3. La dupla, podría jugar con el partido Fe, uno de los que se anotó para la contienda, con la ilusión de sostener los casi 100 mil votos que cosecharon en las provinciales. Los hombres del uniforme azul no comprendieron que la política es una ciencia social, no matemáticas.
La sorpresa aparece con Ramón Puerta, exgobernador y padre de Pedro, quien utilizará el partido Activar para intentar un escaño en disputa, agregando un ingrediente inesperado a la contienda.
Así, la polarización entre el Frente Renovador Neo y La Libertad Avanza promete ser la pelea central, donde cada voto se multiplica en importancia. El sistema D’Hondt eleva el piso mínimo de votos necesario para conseguir un lugar, y con menos bancas en juego, los márgenes se estrechan: la política misionera se juega ahora en centímetros, en cada punto de intención, en cada cálculo de ventaja histórica.
La elección no será solo sobre nombres ni partidos: será un termómetro del poder real y de la percepción ciudadana. Quien logre transformar ventaja histórica en votos efectivos puede marcar la agenda para los próximos años. Quien se confíe, puede encontrar que la experiencia acumulada desde 2003 se convierte en un peso que la memoria del elector no perdona.
A pesar de los desafíos, la Renovación Neo llega a esta elección con un activo que ningún rival puede copiar: experiencia acumulada en la gestión y un conocimiento profundo de la provincia. Oscar Herrera Ahuad encabeza la lista con la ventaja de saber moverse en terreno difícil y de entender las necesidades concretas de los misioneros. Esa cercanía con la realidad cotidiana, sumada a la estructura del oficialismo, le da a la Renovación un capital político que puede transformarse en votos, siempre que logre mostrar que gobierna para la gente y no solo
para las encuestas. En un escenario de polarización y competencia ajustada, ese vínculo con la provincia puede ser la diferencia entre mantener el liderazgo o ceder espacio a las promesas de otros.
Lapicera
Aunque los comicios legislativos se definen en cada provincia, la política económica nacional se convierte en el eje invisible que guía las decisiones del electorado. Desde la reforma constitucional de 1994, lo que sucede en la provincia de Buenos Aires y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires marca la estrategia de los gobiernos nacionales, y la administración de Javier Milei no es la excepción.
Las señales económicas no resultan alentadoras. Mientras el presidente mantiene un discurso inmutable, su foco se concentra en Buenos Aires, que este año celebrará sus elecciones legislativas el 7 de septiembre, tras la decisión del gobernador Axel Kicillof de separar los comicios provinciales de los nacionales. Para Milei, que se define como como un libertario promercado, estos comicios representan un termómetro crucial: una derrota podría interpretarse como un aviso a los mercados sobre la estabilidad futura. Como advierte el propio ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, cuando habla del riesgo K, un resultado adverso en la provincia más poblada podría afectar la marcha de la economía, aunque esta difícilmente funcione sin sobresaltos.
Cada elección implica riesgos para los oficialismos. Con la lapicera en mano, cada gobernador define la estrategia que considera más conveniente. Kicillof sabe que este 2025 marcará parte de lo que sucederá en 2027. En Misiones, Hugo Passalacqua enfrenta un dilema similar: afinar su gestión será clave para consolidar sus aspiraciones, especialmente considerando que durante sus dos mandatos le tocó convivir con gobiernos nacionales que se ubican en las antípodas de sus ideales. Esta semana, en un gesto que mezcló ironía y exigencia, reunió a su gabinete y les recordó la prioridad: “siéntanse renunciados”, les dijo, antes de reiterar un pedido que atraviesa su gestión: trabajar cerca de los misioneros y entender sus necesidades.
En este tablero, cada movimiento cuenta. Las elecciones de este año no solo medirán el peso de los oficialismos provinciales, sino también la capacidad del gobierno nacional para sostener su narrativa económica y política frente a un electorado cada vez más exigente. Entre la estrategia, la incertidumbre y la presión social, el resultado del 26 de octubre definirá no solo quién ocupa los escaños, sino hasta qué punto los gobernantes logran equilibrar promesas, poder y expectativas ciudadanas. La política misionera, como la argentina, sigue navegando entre certezas efímeras y desafíos que parecen no tener fin.
Por Sergio Fernández