Aunque las diferencias con los demócratas parezcan insalvables, en política exterior otra presidencia de Donald J. Trump seguiría algunos carriles que Estados Unidos recorre hace tiempo, como en la relación con China, cambios en la gestión del comercio, la inmigración y el financiamiento de organismos multilaterales.
Un potencial regreso del republicano Donald J. Trump a la Casa Blanca ha puesto en alerta a muchos países -enemigos y aliados- y su campaña electoral anticipa rupturas con la Administración Biden, pero también sugiere continuidades de la política exterior que Estados Unidos se ha impuesto desde hace tiempo.
Sus antecedentes como presidente (2017-2021) hacen prever que, en las formas, Trump reeditaría su “diplomacia presidencialista”, definida por el peso decisivo de sus relaciones personales con los principales líderes internacionales. Son los casos de la Rusia de Vladimir Putin o el Israel de Benjamin Netanyahu.
También ha anticipado, a través de la Agenda 47 que resume el nuevo programa republicano y el de su tercera campaña electoral, que de llegar a Washington abandonará -otra vez- el Acuerdo de París 2015 sobre cambio climático y recortará financiamiento a organizaciones multilaterales y pactos como la OTAN.
“Prevenir la III Guerra Mundial, restaurar la paz en Europa y Medio Oriente, y construir un gran domo de defensa antimisiles que proteja a todo el país (fabricado en Estados Unidos)”, como el que protege a Israel, resume su plataforma.
También incluye “fortalecer y modernizar nuestras fuerzas armadas para convertirlas, sin deudas, en la más fuerte y poderosa del mundo” (como su rival Kamala Harris); “mantener al dólar como la divisa de reserva internacional” y, según ha dicho, generalizar los aranceles de importación para iniciar una era aún más proteccionista que la actual (Biden ha seguido al primer Trump, en ese sentido).
No por nada, considerando la agenda electoral que también ha moldeado la campaña de su rival demócrata, la Agenda 47 tiene como primer ítem “sellar las fronteras y frenar la invasión de inmigrantes” y “llevar adelante la mayor operación de deportación de la historia estadounidense”.
Un hecho es que, para esta campaña, el movimiento trumpista ya copó un Partido Republicano cuya política exterior neoconservadora desde el final de la Guerra Fría reivindicaba el “orden internacional liberal” y el “deber” de Estados Unidos de intervenir en el extranjero para restablecerlo.
“Por eso, si entre 2017 y 2021 ya practicó el aislacionismo y rompió con foros y acuerdos multilaterales, Trump podría volver con una versión recargada”.
Con todo, a más largo plazo, Trump seguiría la huella estratégica de sus predecesores: hacia China (en lo comercial, tecnológico y militar); en la relocalización (nearshoring) de las industrias norteamericanas (semiconductores y otros sectores sensibles); hacia sus vecinos México y Canadá; respecto de una gran potencia emergente “neutral” como India; o sobre las alianzas con países árabes.
Veamos cuestiones claves y las decisiones esperables de Trump:
Europa + Ucrania
Trump ha dicho que pretende que sus aliados europeos de la OTAN paguen a Estados Unidos por haber agotado sus reservas militares enviando armas en la defensa de Ucrania ante la invasión de Rusia. Es una reedición de sus exigencias a la alianza militar transatlántica en su primer mandato, antes de ese conflicto.
Como explica el académico Walter Russell Mead, el trumpismo -aún con su gestión caótica- sólo aceleró dos históricas corrientes de política exterior retomadas desde los atentados de 2001: el “populismo nacional” jacksoniano y el “aislacionismo jeffersoniano”, contrapuestos al internacionalismo “wilsoniano” según el cual EEUU tiene tiene una responsabilidad de impartir “justicia” en el mundo como líder global.
Mead lo pone en contexto así: “Después de 1990 un consenso ampliamente liberal y globalista definió los límites dentro de los cuales los internacionalistas liberales, en su mayoría demócratas, competían contra los neoconservadores, en su mayoría republicanos. La retirada del presidente Barack Obama de la intervención humanitaria tras la desastrosa campaña en Libia en 2011 ilustró el debilitamiento del internacionalismo liberal entre los demócratas”.
“También lo hizo -añade- su respuesta comedida a la agresión rusa contra Ucrania en 2014. Igual, la sorprendente victoria de Donald Trump en las primarias presidenciales republicanas de 2016 señaló el colapso del neoconservadurismo como fuerza electoral significativa entre las bases republicanas”.
Este año, Trump llegó al extremo de declarar ante sus seguidores que si sus socios de la OTAN no elevaban sus aportes “no los protegería” y dejaría que Rusia “hiciera lo que demonios quisiera”: “tienen que pagar sus cuentas”, desafió.
Oscilante, más cerca de las elecciones, Trump prometió tras una conversación telefónica con el presidente Volodimir Zelensky que una segunda presidencia suya “traerá la paz al mundo y pondrá fin a la guerra que ha costado tantas vidas” en Ucrania, con un “acuerdo que allane un camino hacia la prosperidad”.
Para Europa, sin embargo, tiene reservados otros planes si llega a la Casa Blanca: alcanzarla con sus aranceles generalizados a las importaciones de entre 10% y 15% que podrían costarle hasta 150 mil millones de euros a la UE.
Un alivio que sí traería Trump sería abandonar las millonarias ayudas previstas por la Ley de Reducción de la Inflación impulsada por Biden para favorecer la transición hacia energías verdes, que afectó seriamente la competitividad europea en ese sector. La Agenda 47 promete retomar el camino de los combustibles fósiles y hacer de EEUU “el productor dominante de energía mundial, ¡por lejos!”.
Otra vez, siempre China
Si un asunto de la agenda internacional capturó el interés de Trump en sus mítines de 2016 ese fue el del ascenso de China como potencia, que ya merecía atención y medidas de las anteriores administraciones pero que su campaña supo explotar electoralmente con grán éxito en la creación de una “amenaza” a los EEUU que, como la globalización y la inmigración, merecían una respuesta: “America First”.
En su discurso de aceptación de esta tercera nominación presidencial, ante la Convención Republicana, el expresidente mencionó a China 14 veces.
En su mandato, con una “guerra comercial” de medidas y sanciones, y discursos confrontativos, su administración aceleró una competencia estratégica que Biden, desde 2021, se encargó de mantener con pulso firme, en asuntos como el dominio tecnológico (semiconductores e inteligencia artificial), la protección de la autonomía de la isla de Taiwán y las alianzas para reafirmar la presencia en el Indopacífico.
Sin embargo, pese a ese approach con apoyo bipartidista, los republicanos insisten en atribuir a la Administración Biden un trato demasiado débil con Beijing y Trump se declara listo para endurecerlo, desde su lectura de “suma cero” para las relaciones EEUU-China, sin espacio casi para la cooperación y cuya competencia hay que “ganar, no gestionar”, en palabras del trumpista Mike Gallagher.
Trump se ha comprometido a adoptar un plan de cuatro años para “eliminar progresivamente todas las importaciones chinas de bienes esenciales… todo, desde la electrónica al acero, pasando por los productos farmacéuticos”. También, impedir por ley a las empresas estadounidenses invertir en China y viceversa, bajo el mismo criterio que asocia economía-seguridad nacional seguido por Biden.
Trump promete redoblar los esfuerzos para reducir la capacidad de espionaje de China y “perseguir a sus agentes”, una política que podría espejar Beijing. Durante su mandato, agregó más de 300 empresas chinas a la lista negra que impide que compañías estadounidenses puedan proveerlas, como ZTE, SMIC y Huawei.
El nuevo Medio Oriente
En cuanto a Gaza, el expresidente -quien en 2020 forjó los históricos Acuerdos de Abraham que acercaron a Israel con países árabes (EAU, Bahrein, Marruecos y Sudán)- presiona al premier derechista israelí, Benjamin Netanyahu, por un alto en fuego con el radical grupo armado islamista Hamás.
Esta vez, sin embargo, descree de una solución de dos Estados, israelí y palestino, que considera “muy, muy difícil”.
Trump instó a Netanyahu a terminar la guerra en Gaza: “La matanza tiene que parar”, le dijo a quien considera un “amigo” y recibió en agosto en su residencia de Mar-a-Lago durante dos horas y media, pese a que en 2020 se alineó abiertamente con Biden y reivindicó la transparencia de aquella elección.
El ex presidente ha expresado su apoyo a los esfuerzos de Israel por “destruir” a Hamás, pero no ha dejado de criticar los métodos de la ofensiva con la que respondió Israel a los ataques del 7 de octubre de 2023 (1.500 muertos y 240 secuestrados, algunos ya liberados), “que nunca tuvieron que ocurrir”, dijo.
Como en Ucrania, insiste en que Israel debe terminar su ofensiva militar cuando antes “con una victoria” y retomar el estatus previo. Sin embargo, demandó castigos a las protestas estudiantiles pro palestinas de julio en universidades de todo Estados Unidos, incluyendo la revocación de visados a alumnos extranjeros.
Trump insiste en que restaurará “la paz a través de la fuerza», tanto en Gaza como en Ucrania, pero sin dejar claro cómo. Los ataques de Hamás y la respuesta de Israel se habrían evitado si gobernara, argumenta.
La región de los migrantes
Trump alerta otra vez sobre el “peligro” de la inmigración en masa e ilegal a Estados Unidos desde su frontera sur, asunto top para los votantes, aunque por lo demás América Latina ocupe un lejano segundo plano para todo Washington.
Las excepciones son México, primer socio comercial de EEUU a la vez que puerta principal de ingreso de inmigrantes sin documentos tanto como del tráfico de la droga ilegal que más golpea hoy a la sociedad estadounidense, el fentanilo, y detrás Cuba y la Venezuela de Nicolás Maduro, por historia, influencia electoral, intereses petroleros en juego y confrontación ideológica.
Una segunda Administración Trump emprendería la mayor deportación en la historia del país, con campos de detención y “control ideológico” para impedir el ingreso de “lunáticos peligrosos, odiadores, fanáticos y maníacos” de religión musulmana.
Estas bravatas, sin embargo, deben verse en un contexto en el cual la propia Administración Biden -que benefició con residencia y ciudadanía a medio millón de mujeres y niños de estadounidenses, entre otras medidas- redujo también al mínimo el ingreso de extranjeros sin documentos desde México endureciendo reglas y controles tras las políticas laxas que impuso el período de pandemia.
Trump planea prohibir que los inmigrantes indocumentados reciban cualquier beneficio, terminar con la ciudadanía por nacimiento para los hijos de inmigrantes indocumentados, reinstaurar una “prohibición de viajes” desde ciertos países y pausar las admisiones de refugiados, ordenar una “investigación extrema de los ciudadanos extranjeros”.
A eso, podemos sumarle bloquear las subvenciones federales a las ciudades santuario, terminar con la práctica de “atrapar y liberar” a los migrantes mientras esperan audiencias de inmigración, cerrar la frontera sur a los solicitantes de asilo y suspender los programas de visas, incluida la lotería de visas y las visas familiares.
Con México convertido en el principal socio comercial de EEUU, al amparo de la renegociación del tratado comercial TMEC de 2020 por el propio Trump, y receptor de muchas compañías estadounidenses relocalizadas (nearshoring o friendshoring) para proteger las cadenas de suministro dañadas en pandemia, Centroamérica es causa de preocupación republicana, básicamente, como fuente de migrantes. Trump gestionaría tomando menos precauciones, además, las crisis de Nicaragua y Haití.
Ello no quita que la continuidad del izquierdista Morena, en la sucesión de Manuel López Obrador a Claudia Sheinbaum desde el 1 de octubre, genere rispideces por razones ideológicas o bien de táctica política interna en ambas partes.
Sudamérica prácticamente está ausente de los discursos y comentarios proselitistas de Trump, pero sus portavoces critican por débil y negociadora la posición de Biden frente a la “dictadura socialista” de Nicolás Maduro en Venezuela, donde domina el antecedente del reconocimiento del opositor Juan Guaidó y la formación del Grupo de Lima con gobiernos afines de América Latina, ambas iniciativas al final fallidas.
No se puede descartar que Trump retome ahora el programa América Crece que su administración relanzó en 2019 para impulsar la inversión en infraestructura y energía en mercados latinoamericanos, con capitales estadounidenses, y frenar así las intensas relaciones económicas establecidas por China desde los 2000 con países de la región a través de la iniciativa “La Franja y la Ruta”.