El discurso duro de Patricia Bullrich y Javier Milei es el único que atraviesa la barrera de la atención social.
La apertura de sesiones de Congreso del 1° de marzo por parte de Alberto Fernández marcó a las claras que su intención de ir por la reelección no ha cesado y probablemente esté más presente que nunca.
División Olivos. La estrategia del Presidente es como siempre ambivalente, pero en esta oportunidad su larga alocución buscó alcanzar a una sola receptora: justamente a la señora sentada al lado suyo, ataviada de rosa. Sin embargo, el rostro de Cristina Kirchner fue impertérrito, en las casi tres horas que duró el discurso no le prodigó ni un solo gesto amable.
Este discurso fue extensamente diseñado para ocupar lo que escasamente ha logrado durante su gestión: la aceptación del kirchnerismo como uno propio. Pero no hay caso, Cristina rechaza la postulación de Fernández tanto o más que el electorado; sin embargo, este cumple con su ley de procrastinación.
Cada día que pasa sin definiciones se empieza a visualizar con mayor precisión la demolición de las posibilidades electorales del Frente de Todos. Se podría pensar que el tiempo jugaría a favor de Fernández ya que la falta de desarrollo e instalación de otro candidato casi lo dejaría al tope de la boleta por omisión.
En este marco, la salida de Daniel Scioli a la cancha no fue un acto totalmente consensuado, si bien era plan B final en la escena dramática del renunciamiento albertino, hoy muchos observan al “Pichichi” como el salvavidas que puede llevar al peronismo a la otra orilla electoral, ergo llegar al ballottage. Luego Máximo Kirchner no faltó a la apertura porque tenía otra actividad, probablemente sea el mayor opositor interno que hoy tenga el Presidente y, como todos, busca candidato urgente que no sea “del 5%”.
Renglón aparte para la gestión corporal de Sergio Massa. Fue muy extraño que estuviera en un palco rodeado de Julián Domínguez y Eduardo Caamaño, lejos del gabinete y del llanto de Victoria Tolosa Paz.
El mensaje que dejó flotando es que se hizo cargo de esta suerte de presidencia interina, pero no es parte de “este” gobierno. Por otra parte, Massa es un lector infatigable de encuestas y estudios de opinión e identifica que el malestar con el Gobierno es tan profundo que ni se lograría modificar con índices de inflación en una rotunda baja.
En definitiva, con la agobernabilidad de Alberto Fernández no hay programa económico que resista.
No sé lo que quiero, pero lo quiero ya. Sin embargo, más allá del enojo circunstancial de un gobierno en particular, la lenta rampa por la que la Argentina se ha ido deslizando en la última década provoca un desplazamiento en la sociedad hacia la despolitización y el crecimiento de ciertas fantasías autoritarias.
“Necesitamos a alguien que solucione esto urgente”, se reitera en los grupos de discusión sin prestar atención a las dificultades que se presentan para llegar a consensos en una democracia cada vez menos presidencialista.
Pero lejos de la constitución de un liderazgo poderoso, el sistema político tiende a la fragmentación y ya no es descabellado pensar que en las primarias del 13 de agosto ningún candidato puede superar los 20 puntos.
Y avanzando en esta hipótesis, también se puede pensar el viejo apotegma de que el que gana gobierna y el que pierde ayuda cayó, y en cambio se produzcan nuevas alianzas para conformar un nuevo gobierno de base plebiscitaria y con una mayoría circunstancial en las cámaras.
En cualquiera de los casos, toda prospectiva dependerá de la situación económica en el día posterior de las PASO.
Se recordará que, en 2019, luego de la derrota de Mauricio Macri, la moneda se devaluó en forma descontrolada casi un 30%. Hoy se conoce que Fernández envió como interlocutor a un consultor privado para hacer control de daños con el entonces equipo económico del expresidente.
También el horizonte próximo está lleno de interrogantes. El primero es el volumen de la cosecha seriamente afectada por la sequía. Siempre recordamos la película Plata dulce (1982) cuando, hacia el final, el gran Julio de Gracia grita por la ventanita de la cárcel donde estaba preso su compinche: “Con una buena cosecha nos salvamos todos… no hay nada que hacerle, Dios es argentino”.
Esto parece ya no funcionar. En 2022 la Argentina tuvo cosecha récord y los fondos se derraparon por las rendijas del cepo cambiario, quizás el artefacto más perverso que permitió a los millonarios volverse aún más ricos.
Las hora de los halcones. La mejor metáfora de la Argentina actual fue el propio Alberto Fernández en su discurso de apertura, que comenzó autocalificándose como moderado y terminó a los gritos con los diputados de la oposición.
La sociedad directamente hace oídos sordos a este tipo de comportamiento, que realmente representa un modo de realizar política propio de una corporación. Por eso, hoy por hoy, el discurso duro propio de Patricia Bullrich y Javier Milei es el único que logra atravesar la barrera encefálica de la atención social.
Pero lo que no es claro es cómo se llevarían a cabo esas reformas drásticas que proponen desde los discursos halcones de la sociedad.
Milei planteó en algunas entrevistas que cuenta con una implosión del sistema económico (pensando en el final de Alfonsín de 1988/89) para imponer rápidas reformas. Pero no es difícil imaginar la reacción del progresismo, las actrices, el feminismo, etc., al otro día de que, en su potencial gobierno, elimine el Ministerio de la Mujer, el Inadi y decenas más de organismos públicos cuyo crecimiento a lo largo de los cuarenta años de la democracia nunca se detuvo.
Uno de los mayores costos políticos de Macri fue cuando degradó el Ministerio de Trabajo y el de Salud. Mucho menos factible parece cambiar el sistema bancario de la Argentina, cuando en estos ocho años fue el ganador neto del modelo macri-albertista basado en prestarle al Estado a altas tasas en el mercado local, primero con las Lebac y ahora con las Leliq.
Todas las incógnitas seguirán elevándose en Argentina, un laboratorio a cielo abierto.
Por Carlos De Angelis – Perfil