Después de los memes y los señalamientos de predicción a la serie, el detrás de escena de cómo se escribió a cuatro manos las dos temporadas que tienen todo de coincidencia con la realidad.
A principios de 2018, un productor cinematográfico nos invitó a almorzar a Marcelo Piñeyro y a mí. Quería hacernos una propuesta: que escribiéramos y filmáramos Las viudas de los jueves 2. Nada más lejos de nuestros intereses. Tanto para Marcelo como para mí, esa era una historia que ya habíamos contado y acerca de la que no creíamos que tuviéramos mucho más para decir. Escuchamos, agradecimos y quedamos en hablar, pero estaba claro que de ahí no iba a surgir nada. O sí, porque al salir de la reunión, ya en la vereda y sabiendo que los dos descartábamos la propuesta, Marcelo me propuso: “¿Y si buscamos historias que de verdad tengamos ganas de contar y trabajamos juntos?”. Nos entusiasmamos, ahí mismo, frente a ese restaurante, sin saber aún cómo iba a resultar. Durante un tiempo seguimos pensando cada uno por su lado, intercambiamos propuestas, descartamos opciones, hasta que apareció el germen de la historia que luego se convertiría en la serie El Reino.
Así nació este pastor evangelista que es buscado y elegido por el poder –sea lo que fuere ese poder– para obtener ventajas electorales sumándolo a un armado político. Y junto al pastor llegaron la pastora y el resto de su familia. Poco a poco, íbamos delineando la historia a trazo grueso, en un juego que siempre partía de la pregunta: ¿Qué pasaría si…? Qué pasaría si un político que necesita votos para ser elegido presidente intenta sumar a su fórmula a un pastor que cuenta con una cantidad muy importante de fieles. Qué pasaría si ese pastor acepta. De movida, no nos atrevimos a pensar que llegara a presidente de la república. Apenas nos animamos a sumarlo a esa fórmula ocupando un puesto del Poder Ejecutivo que, en nuestro país, en varias ocasiones, generó (y genera) controversias: la vicepresidencia. Pero a poco de andar llevamos la historia un poco más allá. Me acuerdo el día exacto que lo decidimos. Hablábamos por teléfono. No sé dónde estaba Marcelo, pero yo caminaba por el jardín de mi casa, descalza sobre el pasto. “¿Qué pasaría si el pastor no es un mero nombre para juntar votos, sino que se convierte en el presidente de la Argentina?”, le pregunté y me lo decía a mí misma. “¿Vos estás diciendo que efectivamente Emilio sea nuestro presidente?”, me repreguntó Marcelo espantado. “Sí”, respondí no sin temor. “Me encanta”, concluyó él casi de inmediato. Y así hicimos presidente a este personaje que, cabe aclarar una vez más, es absoluta ficción: un hombre mesiánico, inescrupuloso, que se aprovecha de la fe de la gente para conseguir lo que quiere, que trabaja para los poderosos, con manejos extraños del dinero que incluyen bendiciones y supuestos milagros, y con graves trastornos sexuales, que lo llevan a cometer delitos. Una joya.
El modelo que tomamos para pensar esta ficción fue inspirado en lo que ya se veía en Brasil y empezaba a insinuarse en Argentina, aunque con modalidad y características propias. Pero cuando escribíamos El Reino, Jair Bolsonaro era aún un diputado federal y aunque se sabía que disputaría la presidencia de su país, nos costaba creer a nosotros –y a muchos brasileños– que la ganaría. Fuimos ingenuos, porque estaba claro que ya contaba con el apoyo de militares retirados, de grupos ultraconservadores, pero, sobre todo, con el de las iglesias evangélicas, que en ese país representan una parte muy considerable de su población. La campaña de Bolsonaro apostaba a una difusión viral en redes, que incluían desde memes a noticias falsas. Cuando en septiembre de 2018 fue apuñalado en un acto de campaña, nosotros ya habíamos escrito el capítulo inicial de El Reino donde el compañero de fórmula del pastor Emilio Vázquez Pena –que sería interpretado por Diego Peretti– es apuñalado. Nos lamentamos de que, al ver la serie, algunos espectadores concluyeran que nos habíamos inspirado en aquel puñal que se clavara en Bolsonaro. A partir de entonces tuvimos la sensación constante de que la realidad nos pisaba los talones y que, si la serie no se estrenaba en breve, todo lo que contábamos se habría visto plasmado con anticipación y en una peor versión, más burda, más brutal, más perversa.

En aquel entonces nuestro presidente no era aún una figura política, pero sí un personaje mediático muy visible. Aparecía con frecuencia en programas de televisión con un estilo provocador, agresivo y confrontativo. Hacía imitaciones, gritaba, y abundaba en gestos ampulosos. Ya en aquel momento llamaba “burros” a otros economistas, se quejaba de los políticos tradicionales con insultos varios y ensalzaba hasta el paroxismo las virtudes del liberalismo económico. No se definía aún como candidato político, pero cada vez que le daban pantalla trataba de intervenir en el debate público criticando la ideología de otros y tratando de imponer la propia. Probablemente nadie, o casi nadie, podía suponer que en pocos años ese señor extravagante sería presidente de nuestro país, mientras ignorábamos la gran cantidad de seguidores jóvenes que sumaba cada día en las redes sociales.
Entregamos los guiones finales en 2019. El rodaje de El Reino se inició a comienzos de 2020, con Marcelo como showrunner y director, con producción de K &S. Y luego del impasse al que obligó la pandemia de covid, la serie se estrenó en la plataforma Netflix en 2021. Ese fue el año en el que nuestro actual presidente dio el salto formal a la política electoral y pasó de ser un economista mediático a diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires, bajo el sello que aún lo tiene en sus filas: La Libertad Avanza. En las PASO de septiembre 2021 sacó 13,66% de los votos, y dos meses después, en las elecciones generales, 17,03%. Por aquella época se consolidó también como profeta anarcocapitalista y enemigo feroz de lo que llamaba “la casta”. Ya entonces, muchos nos señalaban –a Marcelo y a mí– la coincidencia entre las expresiones del entonces diputado acerca de “la casta” y la escena en la que la pastora Elena, interpretada por Mercedes Morán, gritaba a voz en cuello: “El demonio es la política”.
El 22 de marzo de 2023 se estrenó la segunda temporada de El Reino. Faltaban aún unos meses para que el actual presidente ganara las elecciones y asumiera el mando de nuestro país. Desde el inicio, el epígrafe de la serie fue una frase muy conocida de Antonio Gramsci que nos parecía absolutamente descriptiva de la historia que estábamos contando: “El viejo mundo muere, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Ya en los primeros meses de 2024, empezaron a aparecer en redes comentarios sobre las similitudes del Gobierno actual y la historia que habíamos inventado. Hablaban de nuestro supuesto poder “premonitorio”, hacían memes con fotos de funcionarios que contraponían a quien creían que los representaba en la serie. Ante determinadas propuestas descabelladas, aparecían las escenas de El Reino donde el pastor o la pastora hacían propuestas similares.
La foto de seguidores muy cercanos a nuestro presidente, que apareció en noviembre 2024, ilustrando un acto de lanzamiento de “Las fuerzas del cielo” como “brazo armado” (después aclararon que el arma era un teléfono, ¡glup!) y “guardia pretoriana” (con escudo representativo) venía acompañada en las redes sociales de la foto del pastor Emilio arengando a su propio grupo de pretorianos (un grupo paramilitar) para que saliera a dar batalla en su defensa. Alguien escribió entonces en redes: “Todavía no sé si El Reino fue visionaria o si los libertarios, carentes de ideas propias, decidieron seguirla al pie de la letra”.
Los mensajes con paralelismos entre la serie y nuestra realidad recrudecieron semanas atrás cuando el presidente fue al cierre del congreso “Invasión del amor de Dios”, que se llevó a cabo en un templo evangélico en Resistencia, Chaco, llamado “Portal del Cielo”. El templo pertenece a la Iglesia Cristiana Internacional, fundada por el pastor Jorge Ledesma y su mujer Alicia en 1994. Allí el presidente habló frente a más de 15.000 personas, por alrededor de 30 minutos, en los que atacó la “justicia social”. Por ese ataque y por el uso político de un evento religioso, fue criticado incluso por otros pastores evangélicos. Varias de las escenas que circularon sobre el acto o sobre sanación de personas encontraron su espejo en referencias tomadas de El reino. Recomiendo, para más datos de este evento y de la relación entre el Gobierno y algunos pastores, la nota de Noelia Barral Grigera que se publicó en Cenital este lunes 14 de julio, titulada: “Más que convertir pesos en dólares: La alianza estratégica de Milei con iglesias evangélicas”. Allí Barral Grigera menciona la “Teología de la prosperidad”, una creencia religiosa controvertida que sostiene que la bendición financiera y el bienestar físico son siempre la voluntad de Dios, y que la riqueza se abona con la fe, el discurso positivo y las donaciones. Y si de ficción se trata, no faltaron los que, ante las declaraciones de Ledesma acerca de un milagro que habría convertido pesos en dólares, recordaron la escena de El Reino en la que el pastor bendice el dinero recaudado frente a su familia y todos rezan alrededor de los billetes que van sacando de bolsos en lo que trasladan la recaudación, dando gracias a Dios por haber sido elegidos para recibir esa fortuna.
Es cierto que las coincidencias entre la historia de ficción que desarrollamos y la realidad argentina son varias. Como las dos temporadas las escribimos enteras antes de que asumiera este Gobierno, está claro que lo nuestro es ficción, pura ficción, aunque algunos bromeen con que los engañamos y que El reino no era otra cosa que un documental. Mal que nos pese (o no) a Marcelo y a mí, debemos reconocer que esas coincidencias existen. Menciono sólo algunas:
- El discurso mesiánico. Emilio Vázquez Pena dice ser “el elegido de Dios”, un enviado por la divinidad para salvar al país del caos moral. Nuestro presidente, con una retórica casi religiosa y reiteradas citas a la Biblia, se describe como “un león”, que viene a destruir el mal (el Estado, la justicia social, los degenerados fiscales) para salvarnos.
- La defensa de ideas ultraconservadoras y anti-derechos. En la serie y en nuestra realidad abundan los mensajes antiaborto, anti derechos de las mujeres, de desprecio a la comunidad LGTB+, anti derechos de los trabajadores, anti ciencia, etc.
- El uso de la fe. En la serie la fe es un mecanismo de manipulación para que el pueblo apoye las medidas económicas y políticas que plantea el pastor Emilio. Si bien nuestro presidente no es una figura religiosa, podríamos decir que apela a una fe dogmática en “el mercado” y en una malentendida “libertad”.
- La manipulación para generar odio frente al disenso. La prédica del pastor Emilio apela a las emociones de las masas, califica a los opositores como corruptos o enemigos de Dios; hay escenas de persecución, represión y control. Nuestro presidente, por su lado, demoniza a quienes lo critican, periodistas, artistas, médicos del Garrahan, niños con autismo, o quién sea. Cada mañana hace un llamado concreto a odiar más a los periodistas. Se ve que alguien le señaló el exabrupto porque ahora se refiere al “90%” de los periodistas.
- La figura de que alguien pone la cara, pero el verdadero poder está en las sombras. En la serie, en un principio, Vázquez Pena cree tener el poder; sin embargo, el real lo tiene Rubén Osorio, una especie de service interpretado por Joaquín Furriel. O, mejor dicho, él ejerce ese poder en nombre de aquellos a quienes le rinde cuenta, personajes sin nombres, aunque podemos inferir conceptualmente de qué poder se trata. En el caso de nuestro presidente, si bien está claro que él es quien ejerce el poder, algunos analistas se preguntan quién o quiénes son los que realmente influyen en sus decisiones; a raíz de eso, le ponen distintos nombres a los influyentes, especulando si a su vez representan algún poder por encima de ellos y cuál. El drama surge cuando quien pone la cara y quien manda empiezan a tener diferencias de criterio. En la serie, claro.
- El uso de redes sociales por servicios o agentes para manipular la opinión pública. En El Reino le dedicamos un capítulo entero, el 6 de la temporada 1. En la realidad argentina, una partida importante del presupuesto.
- La resistencia desde los márgenes. En El Reino, a pesar de la desolación, queda claro que empiezan a surgir resistencias entre periodistas, ex colaboradores, víctimas, personas anónimas. En la última escena se ve un grupo de jóvenes haciendo una pintada en una pared donde escriben: “Tadeo vive”, en referencia al líder social, interpretado por Peter Lanzani, que mataron quienes responden al pastor. En la Argentina, hay grupos que resisten al ajuste brutal planteado desde la economía, a la crueldad manifiesta y a la supuesta batalla cultural que intenta retrotraer a nuestra sociedad a conceptos ultraconservadores y anti derechos. Sobran los ejemplos de su lucha: jubilados, estudiantes, periodistas, docentes, artistas, médicos, científicos, feminismo, comunidad LGTB+.
En definitiva, y más allá de este punteo, en la serie y en la realidad hay autoritarismo carismático, desprecio por el disenso, alianzas con sectores opacos y hasta oscuros, riesgo –el que implica cualquier liderazgo sin límites institucionales–, y una narrativa de salvación individual que justifica la destrucción del tejido social.
La primera temporada de El Reino termina cuando el pastor Emilio es consagrado en la fórmula como candidato a presidente de la República Argentina. La segunda temporada arranca después de una elipsis de dos años, Emilio Vázquez Pena fue elegido presidente y gobierna el país. Al iniciar esta última parte, aquel idilio entre el pueblo y su mandatario está desapareciendo. Los representantes del pastor perdieron en las elecciones de medio término y Emilio empieza a darse cuenta de que la gente dejó de creer en él. Y si no creen en él, el pastor ya no le sirve al poder real que lo necesita para implantar y sostener sus medidas económicas. La tensión entre Emilio Vázquez Pena y quienes lo llevaron a la presidencia crece. Él intenta perpetuarse con un auto golpe, clausurando el Congreso, pero los que mandan le quitan su apoyo y se ponen a buscar un reemplazante que no sea un mono con navaja. O, al menos, que sea un mono con navaja pero que cuente con el apoyo incondicional del pueblo. Frente a la catástrofe que se revela inevitable, el pastor tiene una especie de brote psiquiátrico en la Casa Rosada, sale al balcón frente a una plaza vacía y es contenido en su delirio por su mujer, la pastora, la única que sigue junto a él hasta el final, en medio de las ruinas de lo que intentaron construir.
Ficción, pura ficción. Por el momento, no hay El Reino tercera temporada. De lo que sucederá en la Argentina en los próximos meses no puedo decir nada, porque eso es la realidad, y la realidad no es mi materia.

Por Claudia Piñeiro-Cenital