“Lo que hoy existe como gobierno es un cúmulo de ignorancia sobre el carácter y el alma de la Nación argentina”, opina el diputado rionegrino, que hace un llamado a repensar el armado del ideario justicialista ya que “no basta con la membresía”.
El Estado no es un edificio que puede demolerse. El Estado somos todos los argentinos. Y costó mucho consolidar un modelo institucional que cobije historia, población, territorio y cultura. Costó mucho como para que ahora quieran, al más puro estilo de los anarquistas del siglo XIX, hacerlo desaparecer.
Aún aquellos antecesores nuestros, que muchos de mis compañeros peronistas no quieren, y que el propio gobierno entroniza en su nuevo salón de los próceres, como Rivadavia, Roca, Sarmiento, Avellaneda, Alberdi, Vélez Sarsfield e incluso Agustín Justo, Frondizi, Illia, cada uno de ellos aportó a consolidar el Estado nacional que ahora Milei quiere destruir.
Y ni hablamos del general Perón quien brindó firmeza concreta al Estado nacional, como dato de Nación.
La derecha argentina, la derecha nacional que respeta lo popular. La derecha racional no xenófoba ni racista ni ultra religiosa. La derecha, aún sin simpatía por el peronismo. La derecha liberal/moderna en serio. Esa derecha debe poner distancia con Milei y dejar claro que no son lo mismo.
Los demócratas de partidos históricos deben aportar a que la mesura retorne a la vida política sin caer en tentaciones oportunistas creyendo que ciertos números electorales valdrán por siempre.
Y los peronistas y otras tradiciones políticas, que abrevan en ideas de justicia social y de libertad con igualdad, debemos hacernos algunas preguntas: ¿Perdimos capacidad de escuchar a esa sociedad de la cual fuimos intérpretes en mucho tiempo? ¿Estamos reproduciendo las formas de viejas y repudiadas acciones que ya se mostraron inútiles?
Evaluemos si no caímos en impulsos sectarios, y nos acostumbramos a escuchar el sonar de una sola campana cuando son más quienes quieren agitar el badajo que golpea el metal.
Tal vez no vimos que bordeábamos el peligroso límite de cierto fanatismo mientras algunos tornaban su provisoria ubicación institucional en una vida prebendaria. Mal ejemplo peronista.
“Si el pueblo fuera feliz y la patria grande, ser peronista sería un derecho; en nuestros días, ser peronista es un deber“, decía Eva Perón.
Y aún estamos en las etapas del “deber” y ese deber es ser y parecer.
Debemos recomponer el peronismo. Y asumir que no alcanza solo con la membresía justicialista y, con humildad, buscar amplitudes sociales, culturales y políticas.
Y no caer en tentaciones de dar por ciertas ventajas cuantitativas, que suponen que sumar a los de siempre más los que se fueron a tentar fortunas por otros lados y partidos, es lograr masa crítica necesaria para darle nueva musculatura electoral y representativa al peronismo.
Como bien se sabe, la política no es matemática y poner a los reputados de siempre traerá con seguridad algún resultado similar. Perder elecciones.
El general Perón lo dejó claro cuando refiriéndose al movimiento obrero dijo que “Siempre he sostenido que las organizaciones sindicales no valen sólo por el número de cotizantes, sino más bien por la calidad de los dirigentes”.
Es difícil salir de derrotas conducidos por quienes las provocaron.
El concepto y el valor de la unidad, vale. Pero en esa unidad cada uno debe estar en el lugar que corresponde. Los que tuvieron responsabilidad cierta en la declinación del peronismo, en no funcionar como gestores de gobierno, en irse del PJ y armar otros partidos, pues bienvenidos, como el bíblico modelo del hijo pródigo. Pero es un error dejar que sean las caras visibles y decisorias de cualquier recomposición de nuestro partido y nuestro movimiento.
Hablar muy claro es la premisa del momento. No se puede dejar de lado miradas críticas y autocríticas si pretendemos que nos crean millones de argentinos.
Lo que hoy existe como gobierno es un cúmulo de ignorancia sobre el carácter y el alma de la Nación argentina. No es siquiera un modelo de liberalismo extremo. Es un experimento de gestión que bajo el rótulo de anarco-capitalismo o libertarismo, se convierte en un cuerpo extraño para la experiencia nacional que durante añares convivió, con sus más y sus menos, en un consenso de justicia social, equilibrio distributivo, valoración de derechos humanos y laborales, respeto a la previsión social y jubilatoria y, desde hace cuarenta años, acuerdos casi inamovibles en torno a la valoración de la democracia y el respeto constitucional.
Insisto, todo esto “con sus más y sus menos”. Pero enmarcado en este contorno aceptado por todas las expresiones del universo político argentino.
Distinto a lo que piensa quien hoy gobierna, que en su discurso con matices refundacionales vagos y falaces al asumir el mando, de espaldas al Congreso, ni una sola vez mencionó la palabra “democracia”. George Orwell dice que “el pensamiento construye el lenguaje, pero también el lenguaje modifica el pensamiento”.
Decimos esto sabiendo que la mayoría de los argentinos sienten que el anterior gobierno no cumplió expectativas. No satisfizo el promedio peronista de calidad de gestión.
Sí, fue malo. Y como no somos acríticos ni seguidistas zombis, lo dijimos en su momento, pero eso, la calidad desaprobada del gobierno anterior, no puede legitimar el desquicio que Milei y sus acompañantes están haciendo.
Por Osvaldo Mario Nemirovsci–Diputado Nacional mc, Río Negro; ex director de Televisión Digital Abierta