Antes de convertirse en diputada por LLA militó en el radicalismo y Cambiemos; la echaron de un partido por inconsistencias en sus estudios y la vincularon románticamente con Facundo Moyano
Juliana Santillán conoció a Javier Milei en los estudios de Intratables. Ella defendía el cepo de Mauricio Macri; él lo fustigaba con vehemencia. Fue fuera de cámara, en el detrás de escena televisivo, donde sellaron una relación política que la catapultó a las listas legislativas de La Libertad Avanza. Así, tras años de errática militancia, encontró por fin una vía de acceso al Congreso. Hoy es diputada nacional por la provincia de Buenos Aires y se presenta como abanderada de la lucha contra “la casta”. Pero su historia personal y política contradice ese relato.
Tiene 45 años, más de una década de vínculos con partidos tradicionales y ningún trabajo formal registrado por fuera del ámbito legislativo. Se presenta como gerenta de una empresa de comunicación llamada Screencap, aunque no figura registrada. Su currículum, como su patrimonio, está lleno de zonas grises.
Esta semana volvió al centro de la escena. Acusó a médicos del Hospital Garrahan de manipular estadísticas y minimizó la crisis económica con un dato falso: afirmó que una familia tipo podía vivir con 360.000 pesos mensuales, cifra que el Indec atribuye a una sola persona. El economista Martín Redrado la desmintió en vivo.
El cuadro sobre la canasta básica lo había tuiteado la diputada Lilia Lemoine en el momento en que Santillán discutía al aire con las médicas. A pesar de que los datos no eran correctos, decenas de cuentas libertarias se lanzaron a las redes sociales a denunciar una operación de los residentes y a celebrar la postura de Santillán. El propio Presidente retuiteó mensajes de apoyo a su legisladora.
Pero en el bloque libertario, donde las intervenciones públicas se coordinan con la Casa Rosada, cayó pésimo que Santillán se expresara sin consultar. Aseguran que “se mandó sola”, amparada en su trato directo con el Presidente.
El episodio ocurrió en la antesala de una sesión clave para Milei, en la que se discutieron la recomposición jubilatoria, la prórroga de la moratoria y la emergencia en discapacidad. El oficialismo no podía permitirse errores, y sin embargo, Santillán sumó ruido en un momento delicado. El bloque transmitió “mucha preocupación” por sus comportamientos erráticos.
No era la primera vez que sus actitudes generaban cortocircuitos. En septiembre pasado, durante el debate por el veto presidencial a la ley jubilatoria, inició un discurso y se detuvo a los pocos segundos. Corrió el celular, gesticuló en silencio, y retomó tras manipular el teléfono. Las imágenes despertaron sospechas de que usaba un audífono oculto, una versión que ella negó. La secuencia, sin embargo, se viralizó.
Sus pasos anteriores tampoco están exentos de opacidad. En 2021 fue precandidata a senadora provincial por la quinta sección electoral, dentro del frente de Juan José Gómez Centurión. Pero el propio exmilitar dice no conocerla. “Fue postulante de Unión por Todos”, se desligó en diálogo con LA NACION. Se trata del partido de Juan Pedro Del Oso. Según fuentes del armado, encabezó la lista por la gestión de un empresario. No pasó el umbral de 1,5% de los votos para formalizar su postulación.

Un año antes había intentado posicionarse en el espacio de Yamil Santoro, Republicanos Unidos. Se presentó como abogada, pero pronto comenzaron a desconfiar de su formación. “Parecía una persona normal, pero empezó a mostrar inconsistencias: escribía mal, plagiaba columnas y las publicaba como propias”, relató Santoro. Tras auditar su currículum, descubrieron que no tenía título universitario. “La confronté y se fue”, resumió.
En su declaración jurada dice que cuenta con estudios universitarios. Pero en sus redes y en su perfil como diputada se presenta como “diplomada en economía austríaca” por la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (Eseade), la institución fundada por Alberto Benegas Lynch (h), padre del compañero de bancada homónimo de Santillán. Lo que cursó para obtener su diploma terciario fue un programa ejecutivo online de 19 encuentros (dos meses y medio de duración).
Las faltas de ortografía son un patrón llamativo. En redes llegó a decir que estaba cursando el segundo de “dos doctorados en derecho”, pero le recriminaron que en el mismo tuit escribiera “atrazar” con z. También le facturaron que escribiera “halla pasado” o “cluacas” en vez de cloacas.
LA NACION se contactó con Santillán para consultarla sobre su carrera, pero no obtuvo respuesta.
Radical, vidalista, moyanista
La reconstrucción de sus primeros pasos en política tampoco es clara. Dice que comenzó a militar en 2015, pero fotos suyas junto a Elio Aprile, exintendente de Mar del Plata, la muestran activa al menos desde los años 2000.
Asegura haber trabajado con María Eugenia Vidal, pero cerca de la exgobernadora lo niegan. En el municipio de General Pueyrredón nadie parece hacerse cargo de su trayectoria. “Nunca trabajó con nosotros”, dicen cerca del intendente Guillermo Montenegro. “Habrá participado en alguna caminata”, relativizan. Figura sí en una foto grupal de campaña de Cambiemos en Mar del Plata, ubicada justo debajo de Montenegro.

Juliana Santillán, cuando era militante de Cambiemos
La política no era el único camino que exploraba. En 2018 intentó hacerse un lugar en los medios como pareja de Facundo Moyano, poco después de que el sindicalista rompiera con la modelo Nicole Neumann. Esa breve incursión fue su primer salto a la visibilidad nacional.

Facundo Moyano, Juliana Santillán y Sergio Berensztein

Juliana Santillán con Facundo Moyano, en 2018
El segundo −y definitivo− lo dio con Milei. En campaña, contó que fue el propio Presidente quien la llamó un sábado por la mañana para confirmar su lugar en la lista. “No soy amateur en la política”, dijo en una entrevista local. A pesar de que asegura haber empezado en 2015, todo indica que hace mucho más tiempo que se mueve en la periferia del poder.
Pocos años antes, sus intercambios con Milei eran vía twitter, aunque menos amistosos. En 2019, el entonces economista que recorría los canales de televisión le exigía explicaciones cómo financiaba Vidal los programas de la provincia de Buenos Aires. “Avisa si vas a seguir sin contestar así ya dejas en claro que no sabes del tema y listo”, la desafiaba. Ella respondió con acidez, aunque sin ninguna referencia económica: “Ja! lo bello d tener una vida es no currar con payasadas ni estar en Twitter Full Time. No debería rebajarme a tu nivel de agresión y existencialismo barato”.
En televisión también solían sacarse chispas, aunque fueron bajando el tono de sus discusiones hasta que ella se volvió incondicional, a partir de finales de 2021.
Hoy, convertida en diputada nacional, impulsa una de las banderas del oficialismo que más debate genera: la implementación de las Sociedades Anónimas Deportivas en el fútbol. En ese proyecto, que no logró avances significativos, se vinculó con el empresario deportivo Guillermo Tofoni; el secretario de Turismo, Ambiente y Deporte, Daniel Scioli, y el ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger.

Juliana Santillán en un encuentro de radicales junto al exintendente marplatense, Elio Aprile
“Donde va Scioli, está ella”, repiten en Mar del Plata. Según señalan, no falta a ningún evento empresario. “No hace territorio”, aseguran.

Aldrey Iglesias, Scioli y Santillán, al cortar la torta por el aniversario 150º de Mar del PlataX
En ese vínculo también hubo una evolución: una de sus primeras apariciones en el programa Intratables, en mayo de 2017, fue en un panel cargado de críticas al excandidato presidencial.

Aunque tiene banca, en el mundo libertario nadie tiene el lugar asegurado. Karina Milei, secretaria general de la Presidencia y jefa nacional del partido, maneja personalmente el armado libertario en Mar del Plata y ya cuenta con dos concejales propios en el Concejo Deliberante. En un distrito clave para la provincia de Buenos Aires −donde el oficialismo apuesta a consolidar presencia territorial−, las salidas de libreto de Santillán no pasan desapercibidas.



Por Delfina Celichini-La Nación