Misiones Para Todos

El soberano

El pueblo misionero habló en las urnas y ratificó que el Frente Renovador sigue siendo el espacio más representativo- Desde el 10 de diciembre contará con 21 bancas y seguirá marcando la agenda legislativa- La batalla de octubre ya se planifica- La Justicia y su demostración de que la división de poderes funciona- Amarilla: candidato preso, diputado electo libre- El peronismo llamado al juego que mejor sabe jugar: la resistencia- Cristina, la nueva mártir

Hay una figura ineludible en toda democracia: el soberano. No es el presidente, ni el gobernador, ni siquiera el legislador más votado. Es el pueblo. En él reside el poder original, el que decide, el que bendice o castiga, el que —cuando hace falta— recuerda que no hay cargo eterno ni blindaje posible frente al voto. En Misiones, una vez más, el soberano habló.

Y lo hizo con madurez. Separando las cosas, evaluando gestiones, atendiendo a los discursos, pero también a los silencios. En un contexto nacional convulsionado, con una economía aún tambaleante y una dirigencia que muchas veces se mira el ombligo, los misioneros eligieron sostener un modelo político que, con sus matices, logró sostener institucionalidad, inversión en infraestructura y cercanía con la gente. El Frente Renovador, en su versión Neo, volvió a obtener una victoria contundente, ratificando que sigue siendo el espacio más representativo para la mayoría de los ciudadanos de la provincia.

Los resultados definitivos del escrutinio reforzaron ese mensaje. El oficialismo se hizo de una séptima banca y, a partir del 10 de diciembre, conservará la mayoría en la Cámara de Representantes con 21 de los 40 escaños. La mitad más uno. Ese dato no es menor: implicaque la Renovación continuará manejando la agenda de los temas clave para Misiones desde el corazón del Poder Legislativo provincial, sin depender de alianzas inestables o de
negociaciones con bloques fragmentados.

Pero como bien sabe cualquier actor político, la política no se detiene. Apenas cerradas las urnas provinciales, la mirada se trasladó al 26 de octubre, cuando se celebrarán las elecciones nacionales. Ese día, Misiones pondrá en juego tres bancas en la Cámara de Diputados de la Nación. Y el sistema no perdona: si una lista reúne la mayoría suficiente de votos, puede quedarse con los tres escaños. No hay premio obligatorio para la segunda fuerza, como sí ocurre con el Senado. Así lo marca el antecedente de 2021, cuando la oposición se quedó con dos lugares (Martín Arjol y Florencia Klipauka) y dejó a la Renovación con un solo escaño, el del obereño Carlos Fernández.

Ahora, el escenario parece otro. El oficialismo local se prepara para recuperar el terreno perdido. La fórmula ya tiene dos nombres: por un lado, el actual presidente de la Cámara de Representantes, Oscar Herrera Ahuad, que dejó una marca profunda como gobernador: recorrió cada municipio, gestionó cara a cara con los intendentes y mantuvo una cercanía constante con la gente. Hoy es uno de los dirigentes más valorados del espacio y, en un contexto polarizado, representa solvencia, experiencia y coherencia.

A su lado, aparece Micaela Gacek. Joven, profesional, con un fuerte conocimiento de la realidad provincial y conexiones directas con los círculos de poder libertarios, incluida su cercanía con el vocero presidencial Manuel Adorni. Es, en muchos aspectos, la encarnación del “blend”: ese cóctel entre radicales, peronistas, independientes y ahora libertarios, que representan la versión Neo de la Renovación.

La elección, como siempre, será del soberano. El mismo que ya habló en junio. El mismo que sabrá evaluar, con sabiduría y sin estridencias, qué representación quiere para Misiones en el Congreso de la Nación. El peronismo y el radicalismo, por ahora, miran desde la banquina.

Sin camisetas

En tiempos donde la política nacional vive sacudidas diarias y muchas veces el Poder Judicial aparece sospechado de actuar con parcialidad, Misiones ofrece un ejemplo sólido de institucionalidad: la división de poderes no es solo una declaración de principios, sino una práctica sostenida. La Justicia en la provincia demostró, una y otra vez, que su trabajo no responde a camisetas partidarias ni a presiones coyunturales. El compromiso con la Constitución y el profesionalismo de sus operadores permite garantizar que cualquier ciudadano —sin importar cargo, rango o afinidad— esté sometido a las mismas reglas y derechos.

Dos casos recientes reafirman este funcionamiento saludable del sistema judicial. El primero tuvo lugar días antes de las elecciones legislativas. El procurador general, Carlos Giménez, emitió un dictamen en el que solicitó al Superior Tribunal de Justicia la anulación de una cordada del Tribunal Electoral que prohibía a los efectivos de fuerzas de seguridad provinciales y federales, votar en los comicios del 8 de junio. La presentación de Giménez,
basada en principios constitucionales, defendió el derecho de todos los ciudadanos a sufragar, sin discriminaciones, aún en contextos laborales específicos como el de los uniformados. Su dictamen fue claro, directo y, sobre todo, independiente.

El segundo caso fue la reciente liberación de Ramón Amarilla, diputado provincial electo. Pese a que pesa sobre él una acusación por el delito de sedición, la Justicia misionera no impidió su participación electoral. Siguió el debido proceso, respetó la presunción de inocencia y permitió que Amarilla compitiera en las urnas como cualquier otro candidato. Esa actitud reafirma un principio fundamental del Estado de derecho: los jueces no prejuzgan y garantizan que ninguna causa penal, mientras no haya condena firme, sea un obstáculo para el ejercicio de los
derechos políticos.

Estos episodios reflejan una justicia que se conduce con autonomía, incluso en momentos de alta sensibilidad política. No se trata de gestos aislados, sino de una cultura jurídica que se afianza en el tiempo. En Misiones, la independencia de poderes no es un formalismo, sino una herramienta concreta para sostener la paz social y la confianza ciudadana. Porque si la ley es pareja, la democracia se fortalece. Y eso, en los tiempos que corren, es un capital institucional invaluable.

Mártir

El fallo de la Corte Suprema que confirmó la condena por corrupción contra Cristina Fernández de Kirchner en la causa Vialidad tiene un efecto que va mucho más allá de lo jurídico. Marca un punto de inflexión en la política argentina y reconfigura de manera inesperada el tablero.

Porque si bien se trata de una causa que llevaba años en trámite y que expone las debilidades éticas del poder durante el kirchnerismo, su desenlace judicial no puede leerse aislado del contexto político actual: el golpe contra la expresidente es también una señal al presidente Javier Milei, quien, pese a los gestos de buena voluntad hacia ciertos jueces, empieza a experimentar que la Justicia tiene sus propios tiempos y facturas que cobrar.

En este marco, poner en la antesala de la cárcel a Cristina no representa una victoria libertaria. Todo lo contrario: terminó funcionando como lo que el peronismo necesitaba para reencontrarse con una causa común. Después de la derrota de 2023, el peronismo lucía desorientado, fragmentado, sin una conducción clara ni una narrativa que lo unifique. El fallo de la Corte funcionó como una inyección de adrenalina. Un mazazo externo que alineó, por
reflejo, a una estructura acostumbrada a resistir. Las primeras señales ya se vieron: comunicados, reuniones urgentes y llamados cruzados entre sectores que hasta ayer no se hablaban. El peronismo roto empieza a soldarse. Porque si algo sabe hacer el movimiento fundado por Perón es unirse cuando se siente atacado.

¿Alcanza esta reunificación para ganarle al oficialismo? No necesariamente. Pero es un primer paso. Y es uno contundente. La decisión judicial convirtió a Cristina en algo que no había sido hasta ahora: una mártir. Ya no solo es la jefa política de un sector, sino la víctima de una avanzada institucional que para muchos sectores justicialistas, y para amplios sectores de la sociedad, representa un intento de proscripción. El recuerdo del 1955, del 1976 y del 2015 –en sus respectivas formas– resuena fuerte entre los cuadros del PJ.

Sin embargo, este nuevo impulso no borra responsabilidades. Y si hay una principal responsable del momento que vive hoy el peronismo, esa es la propia Cristina. Su legado político fue enorme en volumen pero escaso en recambio. No construyó un sucesor natural, ni siquiera dentro de su propio espacio. Eligió siempre bajo la lógica del “yo o nadie”, y cuando decidió delegar, lo hizo con nombres que carecían de fuerza propia o vocación de mando
(Alberto Fernández es el ejemplo más cabal de esta afirmación). Esa falta de planificación terminó por debilitar al movimiento entero.

La paradoja es total: el acto que buscaba inhabilitarla políticamente puede ser el que la reinstale, ahora en clave simbólica, como aglutinante. Y si algo enseña la historia argentina, es que en política los mártires no desaparecen: se multiplican.

El peronismo ya se puso en marcha. Resta saber si el resto de la sociedad está dispuesta a seguirlo otra vez.

Por Sergio Fernández