Hasta 1933, Erik Jan Hanussen llevó una vida de fama y riquezas gracias al lugar que se había ganado en Berlín como astrólogo y espiritista. Todo acabó cuando predijo el incendio del parlamento alemán con menos de 24 horas de anticipación. Quiénes era sus enemigos dentro del entorno del Führer y el terrible final que no adivinó
Cuando sus hombres le dieron la noticia del hallazgo de un cuerpo, el comisario Hermann Albrecht, policía de la Kriminalrat de Berlín, ya sabía de quién se trataba, por lo que la investigación no pasó de ser una formalidad.
Corría la mañana del 7 de abril de 1933 y la capital alemana seguía sacudida por el incendio del Reichstag, el 27 de febrero, y por los plenos poderes para la defensa del Pueblo y del Estado que, como consecuencia, Adolf Hitler prácticamente le había arrancado al mariscal Paul von Hindenburg.
El nazismo comenzaba a mostrar lo que podía hacer con la suma de los poderes del Estado y el comisario Albrecht sabía que el cadáver no era ajeno a la convulsionada realidad política que se estaba viviendo.
El cuerpo fue descubierto por una cuadrilla de obreros que trabajaba en un bosque, a 19 kilómetros al sur de Berlín y cerca del camino que unía la capital con la ciudad de Baruth. Pertenecía a un hombre muy bien vestido, cuya elegancia se veía irremediablemente dañada por dos disparos en pistola en la cabeza y los gusanos que comenzaban a trabajarle la cara.
Para los policías que llegaron al lugar no había dudas de que el difunto había sido ejecutado desde muy cerca y así se lo dijeron al comisario que, innecesariamente, pidió fotografías para tratar de identificar el cuerpo.
En la morgue de Zossen, Albretch se topó con el muerto y confirmó sus sospechas: era Erik Jan Hanussen, clarividente, astrólogo y hombre cercano a Hitler y a varios jerarcas nazis, algunos de los cuales lo apreciaban y otros más bien lo contrario. El hombre había desaparecido hacía quince días y, aunque se lo buscaba con supuesto ahínco, nadie lo podía encontrar.
Erik Jan Hanussen, el vidente de Hitler que tuvo un ascenso vertiginoso y una caída igual de pronunciada (Photo by Imagno/Getty Images)
Para cumplir con todas las formalidades del caso, el comisario citó al chofer y a otros conocidos del astrólogo para que reconocieran el cadáver. Los procedimientos debían realizarse con total transparencia, porque la investigación no iba a pasar de ahí.
Los vientos políticos soplaban fuerte y cada vez más autoritarios, algo que Albrecht, como viejo sabueso de finísimo olfato, no ignoraba. No iba a ser un muerto, por más famoso que fuera, quien lo pondría en el ojo de esa tormenta.
El comisario sabía que Hitler apreciaba al astrólogo porque había vaticinado su ascenso al poder cuando parecía impensable, pero también estaba al tanto de que el difunto había cosechado enemigos poderosos, como los jerarcas nazis Joseph Goebbels y Herman Göring, además de algunos altos jefes de las temibles SA, la fuerza parapolicial de los nacional-socialistas.
Además, no hacía mucho se había destapado un secreto que Hanussen había ocultado celosamente: su verdadero nombre era Harschel Steinschneider y provenía de una familia de artistas judíos.
Mejor que el agua siguiera corriendo debajo de los puentes y dejar que el caso quedara en el olvido.
Uno de los “horóscopos” de Hanussen, con la cruz svástica
Un judío de Viena
Aunque Hanussen proclamaba ser descendiente de aristócratas daneses, en realidad procedía de una familia judía morava. Era hijo de Siegfried Steinschneider, un actor de poca monta que completaba sus ingresos como guardián de una sinagoga vienesa, y de Antonie Julie Kohn o Cohen, de profesión cantante.
Todo indica que además de cantar, la señora tenía otras ocupaciones fuera de la ley, porque Harschel – nombre con que el futuro astrólogo fue inscripto – nació el 2 de junio de 1889 en la cárcel, donde su madre purgaba una condena.
Siguiendo la tradición familiar, Hanussen – aunque todavía no se llamaba así – trabajó en circos ambulantes, donde se especializó en trucos de magia e ilusionismo, y luego instaló un pequeño consultorio de orientación espiritual y videncia en Praga.
Erik Jan Hanussen en una prueba de adivinación en la plaza Potsdamer de Berlín el 29 de abril de 1932 (Photo by Imagno/Getty Images)
De ahí tuvo que irse por problemas con la ley y recaló a mediados de la década de los ‘20 en Berlín, donde pronto se ganó un lugar actuando en cafés y teatros al tiempo que comenzaba a hacerse fama de vidente con un cóctel donde mezclaba el espiritismo, el mesmerismo y las artes de adivinación. Más tarde se haría periodista y empresario, pero siempre ligado al ocultismo.
Por esos días se asoció con Hans Einz Ewers, un conferenciante algo delirante que tenía conexiones con el recién nacido movimiento nacional-socialista. Fue el quién le presentó a un joven Adolf Hitler, que quedó impresionado para siempre con una predicción que le hizo Hanussen.
Fueron apenas siete palabras que al futuro Führer le sonaron como música en los oídos: “La nación alemana estará a su merced”, le dijo.
Hans Heinz Ewers, el socio de Hanussen (Photo by Imagno/Getty Images)
Ascenso de un simulador
Durante la segunda mitad de los años ‘20 y principios de los ‘30, a vida de Erik Jan Hanussen – así se llamaba ahora, con documentos alemanes que alguien le había suministrado – fue tan intensa como exitosa: se casó tres veces y se separó otras tantas, en todos los casos con denuncias de maltrato; tuvo decenas de amantes y fue haciéndose un lugar cada vez más grande en los círculos cercanos al poder.
No solo actuaba con sus números de magia en grandes salas, como la famosa Scala, sino que realizaba sesiones privadas de espiritismo y adivinación a las que acudían nobles, empresarios, políticos y actores famosos. Así gano mucho dinero y también influencia.
Se compró un yate para hacer sesiones aún más caras mientras navegaba por los canales que unián el río Havel con el Spree. Los privilegiados que participaban de ellas pagaban fortunas por un lugar, sabiendo que, después del espiritismo y la adivinación, se armaban verdaderas orgías de drogas, sexo y alcohol.
Uno de los periódicos de Hanussen, en los que vaticinaba el futuro de Hitler
Con lo que ganaba adquirió varias casas, donde también realizaba selectas reuniones, y montó una sede permanente para sus actividades en un palacete del número 17 de Lietzenburger Strasse, a la que bautizó como Palacio del Ocultismo.
En ese lugar, conducidos por supuestos sacerdotes y sacerdotisas, vestidos con largos hábitos blancos y portando candelabros, los visitantes recorrían diversas salas bañadas con juegos de luces y sonido, todo en un ambiente donde los secretos del ocultismo se manifestaban de las más diversas maneras.
También creó un pequeño imperio periodístico de corte esotérico, con medios como Die Andere Welt (El otro mundo) y Die Hanussen Magazin, donde publicaba profecías y cartas astrales de los líderes políticos más importantes del momento. Además, para reafirmar su fama, escribió y publicó una autobiografía que lo ponía por las nubes, Meine Lebenslinie (Mi línea vital), y perpetró una novela de anticipación, Der Untergang von New York (El hundimiento de Nueva York).
Con el ascenso del nazismo en el mundo político alemán, a los ricos y famosos que siempre concurrían a sus veladas, comenzaron a sumarse algunos líderes del partido de Hitler, que no solo escuchaban sus predicciones y asistían a sus orgías, sino que también le hacían confidencias.
El incendio del Reichstag, el parlamento alemán (Getty Images)
La predicción final
La caída en desgracia de Erik Jan Hanussen tiene una fecha precisa: el 26 de febrero de 1933. El lugar también puede establecerse con exactitud: el Palacio del Ocultismo.
Esa noche, en la llamada Habitación de Cristal, en una sesión para solo 12 personas sentadas alrededor de una mesa especialmente preparada para que el vidente emergiera de un agujero en el centro para anunciar sus profecías, Hanussen hizo a los presentes un anuncio que pareció enigmático:
“Se producirá un incendio, y un gran edificio se consumirá entre llamas, entonces, los enemigos de Alemania atacarán”, dijo.
Una autobomba frente al Reichstag
La predicción, como todas las de Hanussen, era lo suficientemente imprecisa como para que cualquier acontecimiento pudiera asociarse con ella, pero esta vez la realidad pareció confirmarla casi de inmediato.
Apenas 21 horas después de que el vidente hiciera el anuncio, la noche del 27 de febrero, se produjo el incendio del Reichstag, que los nazis adjudicaron inmediatamente a los comunistas, aunque era un secreto a voces que ellos mismos lo habían provocado.
Cuando la predicción de Hanussen tomó estado público, el edificio ya estaba quemado, y si bien hubo quienes pensaron que el adivino había acertado gracias a sus artes de anticipación o porque algún espíritu le había avisado desde el más allá, en la jerarquía nazi provocó un revuelo muy diferente.
Con “los enemigos de Alemania atacarán”, la supuesta profecía de Hanussen parecía señalarlos a ellos como autores del atentado. Y hubo un alto jerarca de las SA que no demoró en concluir que el adivino no había recibido ningún aviso de ultratumba sino un dato suministrado por un soplón de carne y hueso.
El jerarca que sospechó se llamaba Karl Ernst, que de inmediato acusó de responsable de la filtración a su jefe en las SA de Berlín- Brandeburgo y gran amigo de Hanussen, el conde Wolf-Heinrich von Helldorf.
Los dos altos oficiales de la fuerza parapolicial de Hitler llevaban meses de sordos enfrentamientos, por lo que Ernst aprovechó la situación para hacer destituir a von Helldorf y quedarse con su puesto.
Karl Ernst, jefe de las SA de Berlín que mandó a matar a Hanussen
El secuestro y la muerte
Pero además de desplazar a su antiguo jefe, Ernst pensó que para hacer control de daños era necesario desprestigiar a Hanussen y así desacreditar su predicción. Para eso utilizó una carpeta guardada desde hacía tiempo, donde había documentos que dejaban en claro que el supuesto vidente cristiano era en realidad un judío que vivía bajo una falsa identidad.
La noticia, convenientemente filtrada a los medios afines, puso a Hanussen en la mira de la sociedad berlinesa, al tiempo que por otras vías le llegaban advertencias que le “predecían” que sus días estaban contados si no abandonaba rápidamente el país.
Ernst calculaba que si Hanussen se iba quedaría definitivamente desacreditado y su supuesta profecía sería olvidada con rapidez, pero el vidente hizo caso omiso a los avisos y se quedó.
Hanussen continuó con sus espectáculos y reuniones como si nada hubiese ocurrido. Ninguna videncia le anticipó que sería detenido a mediados de marzo; tampoco hubo espíritu que le avisara desde el más allá que, una vez liberado, debía irse de inmediato de Alemania, porque esa detención era la última advertencia que recibiría.
El vidente incapaz de ver su propia muerte fue secuestrado por orden de Ernst el 24 de marzo de 1933 y desde entonces su paradero se convirtió en un misterio hasta que, dos semanas después, su cadáver agusanado y con dos disparos en la cabeza apareció en un bosque de las afueras de Berlín.
Hasta donde se sabe, en todo ese tiempo Adolf Hitler no movió un solo dedo para encontrar al hombre que había profetizado su ascenso al poder. Una señal más que suficiente para que el jefe de la policía de la Kriminalrat de Berlín, el comisario Hermann Albrecht, decidiera mandar la investigación a una vía muerta.
Por Daniel Cecchini-Infobae