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Enterraron vivo al hijo de un poderoso: el país vivía una “noche mágica” por Italia 90 y lo sacudió el horror

El 6 de julio de 1990, dos días antes de la final entre Argentina y Alemania en el Mundial, raptaron y asesinaron a Guillermo Ibáñez, hijo de un importante dirigente petrolero, amigo de Carlos Menem.

principios de julio de 1990 la Argentina estaba con la atención puesta en Italia, totalmente abstraída por la inminente definición del Mundial de Fútbol, con la ilusión de volver a levantar la Copa, tal cual lo había hecho en el ‘86, el seleccionado liderado por Carlos Bilardo y Diego Maradona. Pero dos días antes de la histórica final con Alemania, que nos dejó con la medalla de plata por el segundo puesto, el trágico secuestro de Guillermo Ibáñez, hijo de un reconocido sindicalista con vínculos con el poder, conmovió al país y fue el inicio de una cadena de fatalidades.

Todo empezó un 6 de julio hace ya más de tres décadas y el líder de los captores no era un desconocido para la víctima, así como Guillermo, hijo del Secretario general del sindicato de petroleros, Diego Ibáñez, amigo a su vez del entonces presidente Carlos Menem, tampoco fue un objetivo elegido al azar para los delincuentes.

En pleno centro de Mar del Plata, el joven de 31 años fue secuestrado mediante un engaño y asesinado tres días después. Los secuestradores lo golpearon en la cabeza con la misma pala con la que habían cavado su tumba y después lo enterraron, todavía vivo, en un baldío de Berutti y calle 210, en el barrio Libertad.

Guillermo y su padre, Diego Ibáñez.
Guillermo y su padre, Diego Ibáñez.

El crimen de Ibáñez sacudió también el ambiente político, que llegó a poner nuevamente en discusión la pena capital para cierto tipo de delitos, entre ellos el secuestro y la violación seguida de muerte. Mientras tanto, la investigación avanzaba con paso firme y 1991, la Justicia condenó a los tres hombres que ocuparon el banquillo de los acusados a la pena de reclusión perpetua.

Sin embargo, la libertad para dos de los tres condenados llegó mucho antes de lo previsto.

Una supuesta infidelidad, el disparador del plan criminal

A Guillermo Ibáñez lo llamaron para decirle que su mujer lo engañaba. Lo citaron en un bar ubicado a unas 10 cuadras del centro de la ciudad, pero cuando la víctima se presentó a la hora pactada no encontró a nadie esperándolo.

En cambio, sí se cruzó en el camino cuando volvía a su casa en su camioneta con Juan Carlos Molina, un sobrino político de la tía de su mamá. Molina le dijo a Ibáñez que había tenido un desperfecto mecánico y le pidió como favor que lo alcanzara hasta un lugar. La víctima no tenía motivos para desconfiar de sus intenciones, y accedió. El plan criminal ya estaba en marcha.

En un punto del trayecto, dos autos interceptaron el paso de la Ford F-100 en la que viajaban Ibáñez y Molina y se bajaron los otros dos secuestradores. Se trataba de Roberto Acerbi y Néstor Ausqui, dos exchoferes de camiones y colectivos que habían sido despedidos a los que la víctima conocía de vista porque paraban habitualmente en un bar que él también frecuentaba de la zona del puerto.

Allí quedó abandonada la camioneta de Ibáñez, que sería encontrada recién al día siguiente por la policía. A él se lo llevaron bajo amenaza, maniatado y encapuchado, hasta la casa de Ausqui, a 15 cuadras de distancia de ese lugar.Play Video

Rescate millonario, la prueba de vida fallida y un pozo de 90 de centímetros de profundidad

Con el final de la historia ya escrito, es de suponer que Ibáñez ya estaba sentenciado a muerte desde que se cruzó con Molina cuando se iba de la cita que nunca existió. Pero en aquel momento, la familia del joven secuestrado recibió un llamado de los captores en el que le pedían 2 millones de dólares de rescate.

Alfredo Yabrán, el empresario que años más tarde se haría conocido por el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas en Pinamar, le ofreció a su amigo Diego Ibáñez darle la suma de dinero que le exigían los delincuentes y el padre de la víctima pidió entonces una prueba de vida de su hijo, que se hizo pública.

“No se cobró rescate, el tema es que se armó un mito de que la familia Ibáñez era millonaria y dormía arriba de colchones de dinero, pero no es así. A Guillermo lo tenían atado a con una cadena que compraron con su propia tarjeta de crédito”, recordó Alicia, la hermana de la víctima, en una entrevista con el diario La Capital, a la que accedió cuando se cumplieron los primeros 10 años del crimen.

Nunca liberaron a la víctima. Los captores volvieron a cubrirle la cabeza, lo llevaron a la ruta, cavaron una fosa, lo derribaron de un golpe en la nuca y lo enterraron. La autopsia demostró que había tierra en los pulmones. Es decir, Guillermo Ibáñez fue enterrado vivo.

Perpetua…en condicional

Acerbi, Molina y Ausqui fueron detenidos el 26 de julio de 1990, veinte días después del secuestro. En noviembre de 1991, la Justicia los condenó por el secuestro seguido de muerte del hijo del sindicalista a reclusión perpetua más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado establecida en el art. 52 del Código Penal. En tanto, Carmen Pascual, esposa de Ausqui, fue sentenciada en el mismo juicio oral a la pena de 9 años de prisión.Play Video

De acuerdo a la pena impuesta, los tres captores recién podrían estar en condiciones de pedir y, lograr, la libertad condicional en el año 2016. Pero lo consiguieron 10 años antes. El beneficio fue otorgado por la Sala Tercera de la Cámara Penal de Mar del Plata a Roberto Acerbi y Néstor Ausqui en 2006. “Fueron crueles y por eso deberían haber estado presos de por vida”, cuestionó en ese momento Alicia Ibáñez con la prensa local.

Entre los argumentos de la resolución, los camaristas señalaron el tiempo que ya habían pasado con prisión preventiva y otros factores como la buena conducta.

“Vivieron escondidos como ratas”

En 2020 Roberto Acerbi, uno de los secuestradores y asesinos de Ibáñez, murió presuntamente tras haberse contagiado de coronavirus. Pero esto no se supo sino hasta varios días después, ya que nadie reclamó el cuerpo.

“Fue impactante. No sé si nos alegró, jamás pensamos en la venganza. Eso nos lo enseñó mi papá desde el primer día. Él nos dijo: “Su peor condena va a ser vivir”. La pena de muerte era que sigan vivos. Creo que lo mató la culpa”, dijo en una entrevista con La Capital Alicia, la hermana de Guillermo Ibáñez.

Y completó: “Pero esta gente es muy cruel y arrogante, yo por suerte no crucé a ninguno cuando salieron, pero otros familiares sí. De los que participaron en el secuestro siguen vivos Molina y Pascual; los demás, Ausqui y ahora Acerbi murieron. Pero vivieron escondidos como ratas desde que dejaron la cárcel”.

Cadena de fatalidades

Diego Ibáñez, el padre de Guillermo, murió en un accidente en la ruta 29 en 1995, cinco años después de que mataran a su hijo. Era uno de los sindicalistas más poderosos del país y tenía una relación de amistad, de muchos años, con el entonces presidente Carlos Saúl Menem y su vice, Eduardo Duhalde.

En 2009, Diego, hijo del joven secuestrado y asesinado y nieto de Diego Ibáñez, murió atropellado por un tren en Capital Federal. Tenía menos de 30 años.

Fuente: TN