Darío Siviski fue parte de “Los Camboyanos”, aquel plantel del Ciclón que afrontó un momento caótico del club pero que forjó un lazo de amor con los hinchas. Jugó en la Selección argentina y estuvo muy cerca del Napoli de Italia.
Darío Oscar Siviski le dio una dura pelea a la muerte. Aquel ídolo de San Lorenzo hoy tiene 61 años y cerrando el 2023 se metió en una lucha cuerpo a cuerpo con síntomas que al principio eran poco claros para los médicos.
El Ruso, en plena recuperación, cuenta cómo salió de la zona de riesgo: “Todo empezó con la picadura de un mosquito allá por octubre del 2023. A la semana empecé a sentirme con molestias en la axila izquierda y eso derivó en una pelota que cada vez era más grande. Doy con un médico que me dice que tengo una infección y me receta una serie de medicamentos, pero todo seguía igual y hasta empeoraba. Por temas personales viajé a San Clemente, donde viví de chico con mis padres, y unos amigos de la infancia me llevan a ver a uno de los mejores médicos del Partido de la Costa. Este médico me intensificó la medicación y luego de la tercera dosis esa pelota se me reventó y lo que salía de mi cuerpo era inexplicable. Ese día a mi hermana la vi muy asustada. Todo era un indicativo de que se había logrado evitar una intervención quirúrgica”.
A medida que avanza, Darío Siviski hace un gran esfuerzo para sostener su relato y cuenta: “Empecé a tener dolores de espalda y se me sumó un malestar general en mi cuerpo afiebrado. Imaginate que pase un pésimo fin de año, en donde tenía momentos que me costaba respirar normalmente. Siguiendo con los dolores, otros amigos me llevaron al hospital Lucio Meléndez, donde los médicos especialistas decidieron internarme en terapia intensiva ya que mi vida estaba corriendo riesgo. Me habían detectado líquido en mi pulmón derecho”.
El Ruso Siviski, quien está al frente junto a Diego Vero del semillero de Esperanzas, no ahorró en detalles sobre el difícil momento que le tocó vivir. “Me operaron de urgencia un viernes a la tarde y recién desperté a la noche. De a poco me fui estabilizando y luego los médicos me contaron que una bacteria que suele estar en la piel llegó a la zona de los pulmones. Fue grave y estuve cerca de la muerte”.
El Ruso forma parte de la historia de San Lorenzo en una época caótica desde lo institucional y deportivo. Y este nieto de polaco e hijo de entrerrianos relató la relación que tuvo con el pueblo azulgrana con mucha emoción: “Ese era el San Lorenzo de los milagros. La ciudad deportiva se parecía a un basural donde se dejaban ver montañas de piedras y vidrios. La cancha principal de entrenamiento hoy en día no la tiene ningún equipo del Ascenso. Llegué a San Lorenzo por recomendación de Nito veiga y el dinero lo pusieron entre varios dirigentes. Era tener que resolver un problema por día y, a muchos de ellos, los jugadores no los podíamos solucionar. Terminábamos de entrenar y nos encontrábamos con que no teníamos agua ni gas. En algunos casos, nosotros nos llevábamos la ropa de entrenamiento. También nos rajaban de los hoteles porque desde el club no habían enviado el pago”.
¿Tuviste una linda infancia?
Sí, totalmente. Yo me crie en Gerli, pero crecí en San Clemente del Tuyú donde pasé una infancia maravillosa. De chico jugaba al fútbol con mis amigos y le daba una mano a mi papá, que administraba un camping. Éramos de los que esperábamos el verano para recibir al turismo y pasarla lo mejor posible en invierno. Y fue en el club social de San Clemente donde empecé a jugar al fútbol.
¿Te gustaba la gimnasia artística?
Empecé a practicar cuando tenía 10 años. Y esos ejercicios me sirvieron en el fútbol para saber saltar, poner el cuerpo y aguantar las embestidas de los rivales. Hasta que un día cuando me vio jugando en la playa un señor llamado Zappia, que me llevó a probarme a River y a partir de ese momento el fútbol se apoderó de mi vida.
¿Cómo fue aquella prueba en River?
Me acuerdo que River estaba remodelando el estadio porque se venía el Mundial. Me acompañó mi papá y me probaron frente a unas plazas que estaban al costado de la Avenida Figueroa Alcorta. Me probaron con la séptima división, que tenía unos jugadores bárbaros. Estaban Jorge Gordillo, Carlos Tapia, Daniel Messina, Roberto Gordón y Rubén Coccimano. Todos ellos llegaron a jugar en Primera. Me probó Martín Pando y me dijo “Chiquito, usted tiene que ser muy bueno para quedar en el equipo, porque esta división sale campeona todos los años”. En quince minutos hice tres goles y me terminó fichando con la condición de que me consiguiera un lugar para vivir.
¿Y qué decidiste?
Mi papá le dijo a Martin Pando que me fiche porque del resto se iba a encargar él. Terminé viviendo en la casa de una tía en Valentín Alsina donde para llegar a River primero tomaba el colectivo 165 hasta Pompeya y después el 42, que demoraba 2 horas 20 minutos para llegar a Núñez. Con 15 años de a poco me fui adaptando a River y a la ciudad. Me ayudaron mucho Adolfo Pedernera y Carlos Peucelle. Pude llegar hasta la cuarta división, pero cuando empezaron a volver los chicos del servicio militar empecé a perder continuidad y preferí buscar otro camino.
¿Temperley fue tu trampolín?
Mi llegada a Temperley es gracias a mi viejo, que trabajaba en la electrificación del ferrocarril Roca. Un día pasó el portón del club y tuvo la fortuna de que se estaba entrenando el plantel de primera. Se les presentó a Manolo Frago y a Domingo Capparelli, que eran los técnicos, y les contó mi historia en River. Me probaron al otro día y así empezó mi historia en Temperley.
¿El Ascenso fue tu escuela?
No existía una pelota perdida, los golpes había que asimilarlos, las dificultades del día a día había que disimularlas y había que ponerle la cabeza a la pelota Pintier mojada. En Temperley aprendí lo que era la competencia y logré debutar en la vieja Primera B contra Arsenal en Sarandí. Al tiempo llegó como técnico Carlos Pachamé y logramos ascender a Primera en aquella histórica definición por penales contra Atlanta en la cancha de Huracán. Debutamos contra River en el Monumental y tuve que marcar a Enzo Francescoli.
¿Jugar con Hector Cassé fue especial?
Cassé fue nuestro arquero y era sordo, pero te aseguro que hablaba mejor que todos. Un día lo echó Juan Carlos Crespi y nosotros le queríamos explicar al árbitro que él no hablaba. Crespi nos dijo que lo había insultado. Cuando le preguntamos al “Mudo” que le había dicho nos dijo, “Sos un hijo de puta”. Ese día comprendimos que “este mudo habla”. Hector Cassé se nos fue hace varios años y guardo un gran recuerdo por él.
¿En San Lorenzo cómo nació la mística de “Los Camboyanos”?
Fue un 7 de septiembre de 1986 en la cancha de Independiente. Ese día San Lorenzo le ganó 1 a 0 a un equipazo, como era Independiente, con gol de Walter Perazzo, superando un montón de adversidades. Pero como éramos inteligentes y combativos, sacábamos los partidos adelante. Como en la semana todo era adverso, los días de partidos nos motivamos de una manera especial. Esa tarde salimos a jugar sin técnico y le ganamos al mejor equipo de la Argentina.
¿Es cierto que Héctor Veira te comparó con Jürgen Klinsmann?
Eso fue en la final de la Liguilla pre libertadores de 1988. Nosotros veníamos de eliminar a Mandiyú de Corrientes y Vélez, y llegamos a la final contra Racing prácticamente sin delanteros por las lesiones de Walter Perazzo y Daniel Tedini. El Bambino Veira estaba preocupado y me preguntó si me animaba a jugar de delantero y de movida le dije que sí porque ya lo había hecho en las inferiores de River. Veira me pidió que no baje a nuestro campo y que sea una incomodidad para Gustavo Costas y Nestor Fabbri. Por diferencia de gol eliminamos a Racing y San Lorenzo volvió a la Libertadores.
¿Qué te dice el hincha de San Lorenzo?
Tengo un gran reconocimiento de ellos. No te olvides que ese San Lorenzo milagroso jugó en cuatro estadios diferentes: Vélez, Boca, Huracán y Ferro. Nosotros éramos una extensión de ellos dentro del campo de juego, porque a nuestra necesidad el hincha buscaba reemplazarla con pasión. Fueron cinco años y medio de mucho amor.
¿Cómo fue llegar a la Selección de los campeones del mundo?
Llegué con respeto y los campeones me recibieron con respeto. Quien me avisa es Héctor Veira, que me entrega un papel donde estaba la citación: me tenía que presentar en el predio del Sindicato de Comercio. Jugué el primer partido con la selección luego de la consagración en México 1986 perdiendo contra Italia en Suiza. De los titulares, los nuevos eramos Sergio Goycochea, Roque Alfaro, Juan Gilberto Funes y yo. Ese día me reemplazó Claudio Caniggia. Cuando miro la foto y veo a Diego me vuelvo loco. Cuando me recibió, Carlos Bilardo me dijo “es un honor que estés con nosotros”. En la práctica había tanto ruido de aviones que Bilardo quería que aprenda a leerle los labios.
¿Cómo fue tu relación con Diego Maradona?
Diego me valoraba mucho como jugador porque me decía que siempre estaba libre para la descarga. En 1987 me mandó a un agente de Napoli para cerrar mi incorporación a Napoli, me acuerdo que se llamaba Seminara. Nos juntamos con mi papá y estaba todo acordado pero Fernando Miele (presidente de San Lorenzo) cada vez pedía más plata y el pase se cayó. Con el tiempo fui socio de Diego y uno de sus hermanos administrando una escuela de fútbol. Me siento querido por la familia Maradona.
Por Sergio Chiarito-TN