El pequeño país báltico de la UE (1,3 millones de hab en 45 mil km2), frontera más oriental de la OTAN, acude a las urnas el 5 de marzo condicionado por la invasión de Rusia en Ucrania, por las cicatrices que dejó Moscú en los estonios desde la era soviética (1940-1991) y por la gran inestabilidad polìtica de los últimos años.
Los estonios irán a las urnas el 5 de marzo para elegir a los 101 miembros del Riigikogu (Parlamento) del cual surgirá un nuevo gobierno de coalición que pretenden liderar el liberal Partido Reformista de la primera ministra en funciones, Kaja Kallas, y otras ascendentes fuerzas de centro, derecha y ultraderecha.
La jornada electoral principal y determinante será ese primer domingo de marzo, pero la votación anticipada comenzará el lunes 27 de febrero, desde cuando se podrá votar online y en urnas.
Estonia tiene un sistema de voto proporcional y los partidos necesitan un piso de 5% para entrar al Parlamento. Un partido sólo puede votar sin coalición si obtiene 50% de votos, algo muy improbable ahora. El más votado forma gobierno, con al menos 51 de los 101 escaños, pero si no lo logra, lo sigue el segundo, como ya pasó en 2019, cuando el Partido Reformista (28,9%) cedió la tarea al de Centro (23,1%).
La campaña electoral estuvo marcada por debates sobre cuestiones económicas como el aumento del costo de la vida, por impulso de los precios de la energía y los alimentos, pero también cuestiones de seguridad, frente a una guerra geográficamente muy próxima ante la que Tallín alzó su voz en defensa de Ucrania.
Cuatro años movidos
En las elecciones de 2019, el ultraderechista Partido Conservador-EKRE dio el gran golpe político al obtener el doble de votos que en 2015 y, con el 17,8%, lograr entrar en el gobierno de coalición tripartito que encabezó el Partido de Centro- Keskerakond (23,1%), más el minoritario Pro Patria- Isaama (11,4%).
Antes, los liberales de Reforma intentaron formar gobierno con sus 34 diputados de base, pero al fracasar el intento la entonces la presidenta Kersti Kaljulaid trasladó el encargo a Juri Ratas, del Centro (26), para encabezar una coalición de centroderecha con el EKRE (19) e Isaama (12).
El Keskerakond venía de hecho gobernando Estonia desde 2017, pero en coalición con los el Partido Socialdemócrata y con Pro Patria, al punto que para mantenerse en el gobierno rompió su promesa de mantener un “cordón sanitario” ante el EKRE, cuyos lemas habían sido “Que Estonia sea un país blanco” y al que le dio los ministerios de Economía, Interior, Ambiente, Asuntos Rurales y Comercio Exterior.
Dos años más tarde, tras la caída de Ratas por los cargos de corrupción que llovían sobre sus funcionarios, y cuando arreciaba el COVID-19, la europeísta Kaja Kallas se convirtió con 43 años en la primera mujer al frente de un gobierno estonio, en coalición liberal-centrista que formó Reforma con el Keskerakond.
Kallas, hija de Siim Kallas, cofundador de Reforma, ex primer ministro y ex comisionado de la Unión Europea, heredó su liderazgo político en Reforma en 2018.
Hace un año, cuando siete ministros del Centro se negaron a apoyar un programa educativo, Kallas renunció y constituyó una nueva coalición tripartita de gobierno en alianza con el Partido Socialdemócrata y el Partido de la Patria, convalidada por el actual presidente estonio, Alar Karis.
El impacto de la guerra
La invasión de Rusia en el este de Ucrania conmovió fuertemente el escenario político y social de Estonia, un país ocupado en 1940 por la Unión Soviética, hasta su desintegración en 1991.
Por su firmeza frente a Vladimir Putin, la premier Kallas empezó a ser conocida como la Dama de Hierro europea: “Debemos utilizar la contraofensiva ucraniana para presionar a Putin”, dijo recientemente, al defender una respuesta de la Unión Europea todavía más comprometida frente a Moscú.
En términos porcentuales de PIB, Estonia se convirtió en el país que más ayuda dio a Kiev, con un último paquete de 113 millones de euros en armamento y municiones, el mayor suministro de asistencia militar a Ucrania, hasta sumar 370 millones.
“Los estonios sabemos por la dolorosa historia lo que sucede cuando el mal gana y un país grande se come a uno pequeño. Si Ucrania cae, la libertad en otras partes del mundo estará en riesgo”, explicó el gobierno de Kallas.
Pero la realidad se hace más compleja cuando se considera que uno de cada cuatro estonios (24%) es de ascendencia rusa y usa el ruso como primera lengua. Tallín denuncia una política clara de rusificación durante la era soviética. Desde 1991 han convivido dos sistemas educativos separados, en estonio y en ruso.
En Narva, extremo oriental del territorio abarcado por la alianza militar OTAN y tercera ciudad estonia, el 87% de los 60 mil habitantes habla en ruso. Allí, Estonia (que entró a la OTAN en 2004, como parte de la ampliación hacia el Este tan cuestionada por Moscú) y Rusia quedan separadas apenas por el río Narva.
En agosto, fuerzas estonias se desplegaron en Narva para retirar varios monumentos a la gloria del Ejército Rojo.