Eva Perón fue tan amada por las mayorías populares, tan odiada por las minorías oligárquicas -entrelazadas en el poder militar, eclesial y terrateniente- que nunca murió. Ni para los trabajadores ni para sus enemigos. Porque ella representó, como el símbolo más perfecto, el corazón, el nervio político del peronismo que a partir de 1944 y especialmente a partir del 17 de octubre de 1945, con el liderazgo de su compañero, Juan Perón, comenzó con el diseño del Estado de Bienestar en la Argentina, donde se marchaba al reparto del ingreso nacional –el famoso y no menos mítico fifty-fifty- para trabajadores y empresarios; es decir a cumplir el ideario de una patria libre, justa y soberana. Un ideario de equidad tan alejado de la limosna y la beneficencia que Eva expresó muy bien en la síntesis subversiva para entonces: “donde hay una necesidad nace un derecho”, y que intentó desplegar sin tapujos cuando lideró la Fundación que realizó la tarea social más intensa de la historia nacional, mientras los estudiantes podían ingresar gratis a la Universidad, y los trabajadores se organizaban y potenciaban sus sindicatos y los empresarios nacionales (la tan soñada burguesía nacional) compartían con el respaldo del Estado las mieles del desarrollo industrial de la postguerra. Evita es la primera mujer en llegar tan alto en la política argentina. Es la que con su impulso organiza políticamente a las mujeres de su partido peronista. Es la que tiene el primer documento -Libreta Cívica 1- que habilita a las mujeres a votar a través de los derechos cívicos. Es la primera ciudadana en ese sentido ya que con su impulso se sanciona la ley del voto femenino. Eva desafía el rol doméstico de la mujer y la lanza el ideario de esposa, madre, militante, trabajadora. Eva es la síntesis de la larga lucha de las mujeres por su transformación en protagonistas de su destino personal y político.
Ese destino en el que Eva creía crujía con su pasión. Pero también era salpicado, embestido por las esquirlas del odio. El amor y el odio eran el domicilio compartido de la historia nacional desde 1810. La crisis económica a partir de 1952, ya sin Eva, dejó a Perón con los vínculos con el pueblo más debilitados para resistir las presiones del establishment. Una frase del escritor Eduardo Galeano parece definir bien la situación: “Muerta Eva, el peronismo era un cuchillo sin filo”. Sin embargo, fue tan decisivo el ideario de Perón en la fundación de la Argentina moderna que ese movimiento- más o menos balbuceante- parece el más perdurable de nuestra historia con la trilogía de “justicia social, soberanía política e independencia económica”. Pero Eva era la heredera política natural de Perón. Su enfermedad y su muerte interrumpieron esa posibilidad, tan resistida por las clases dominantes. Tan odiada era que a partir de 1955, luego del golpe militar sangriento contra Perón, el secuestro de su cadáver embalsamado por los militares, y posterior entierro en Italia bajo la venia del Papa Pio XII durante 17 años, fue la respuesta de esa oligarquía temerosa de su memoria en las clases populares.
Si a Eva le temían viva, también le temían de muerta. Había que matar incluso su muerte. Hacerla desaparecer como muerta. Fue imposible, sin embargo, porque la resistencia peronista al arrasamiento de derechos colectivos la tomó como bandera. Y durante los años posteriores en las décadas del sesenta y setenta la juventud revolucionaria la tomó como guía para la acción política: además, exigían que ella volviera, aunque estuviera muerta. Y aunque el cadáver de Evita fue devuelto a Perón en 1971 en Madrid, esa exigencia nunca se detuvo. Es más, hasta que sus restos no reposaron definitivamente desde 1974 en Olivos junto a Perón ya muerto tampoco se detuvo. Ni luego, hasta que la dictadura de 1976 la llevó al cementerio de la Recoleta y la guardó a nueve metros de profundidad en una bóveda sellada con una pesada plancha de acero. Su memoria, allí, se ratifica en las flores perpetuas que cuelgan frescas, siempre. Porque Eva fue y sigue siendo la guía espiritual más definida de la pasión del peronismo como movimiento popular y transformador.
Pero si el amor por Eva se recicló, también se recicló el oficio del odio no ya hacia ella sino a lo que ella esencialmente significó. Igualdad, equidad, género, reparto de riquezas, más y más derechos, sin detenerse, sin mirar atrás. El mismo odio y temor a Eva que expresaban los sectores dominantes, las corporaciones económicas- (le desearon la muerte con Viva el Cáncer)- reapareció con la misma virulencia medio siglo después. Es el que expresan los odiadores de entonces y de siempre: las corporaciones financieras y mediáticas contra Cristina Fernández de Kirchner, a la que llaman- algunos en voz baja ya que es vicepresidenta electa; otros en redes y títulos y en sus mentideros- “yegua, puta, chorra y montonera”. Son los odiadores seriales de la historia. Los que odiaron a Eva porque no les temía ni la podían comprar ni quebrar, como odian a CFK porque tampoco se somete. Porque está segura, como dijo en un tribunal flojo de papeles, que es la Historia quien la juzgará.
Es que los líderes populares, como enseñó la vida, la muerte y la resurrección memoriosa de Eva, no se borran con guerras necrolfílicas, ni con guerras judiciales- Lawfare– ni tapas de diarios con mentiras- fake news– a repetición. La historia debería haberles enseñado que es inútil porque, aunque ganan tiempo, y mucho dinero, cuyo reverso es el sufrimiento y la postergación de miles de argentinos, nunca lograran reinar para siempre. Porque de acortar ese tiempo y su avaricia se ocupa siempre la política y la resurrección prometeica de Eva. Y esta certeza, claro, es la fatalidad de los odiadores seriales. Y nuestro privilegio.
Por María Seoane – Página/12