Rescates para cinéfilxs 2.0
Como ya se ha señalado, el nuestro es un país con una sólida tradición documentalista constatable desde la fundación de la Escuela de Cine de Santa Fe a cargo del pionero Fernando Birri en 1956, pasando por las etnobiografías de Jorge Prelorán hasta la experiencia del Grupo Cine Liberación (Pino Solanas, Octavio Getino, y Gerardo Vallejo, este último en la foto que encabeza esta nota, junto al Gral. Perón) en los 60s y el Grupo Cine de la Base (Raymundo Gleyzer) en los 70s, constituyéndose estos dos últimos en los ejemplos más emblemáticos de cine militante.
Algunos antecedentes:
El 29 de mayo de 1969, en la ciudad de Córdoba, trabajadores y estudiantes salieron a las calles para protestar contra las políticas de represión y ajuste económico que había impuesto la dictadura del Gral. Juan Carlos Onganía. La histórica jornada, conocida como el Cordobazo, marcó el inicio de la caída de ese gobierno de facto. Vale la pena rescatar el compromiso de tantos cineastas militantes que llevaron esa gesta a la pantalla, para que nuevas generaciones pudieran ser testigos de los días en que el hartazgo popular hizo retroceder a las fuerzas represivas a cascotazo y barricada.
Acaso uno de los testimonios más ricos de dicho levantamiento, dada la heterogeneidad de sus puntos de vista autorales, haya sido la experiencia colectiva de rodaje de Argentina, mayo de 1969. Los caminos de la liberación, un documental compuesto por varios cortos de 10 o 15 minutos, filmado en la clandestinidad por los directores integrantes del grupo Realizadores de Mayo: Rodolfo Kuhn, Humberto Ríos, Eliseo Subiela, Nemesio Juárez, Pablo Szir, Pino Solanas, Jorge Martín (Catú), Mauricio Berú, Rubén Salguero, Octavio Getino, Jorge Cedrón y Enrique Juárez.
La misma fue filmada de manera urgente para incidir políticamente o llamar a la reflexión al movimiento obrero-estudiantil sobre las formas de lucha, pero su composición dio cuenta de diversas variantes expresivas como el noticiero (Getino), la ficción (Szir), lo “pedagógico” militante (Subiela), el cuento fantástico (Kuhn) o la teorización sobre el rol del Ejército (Juárez)
“Si ello resultase necesario a algún tipo de proyección en particular pueden proyectarse en conjunto o por separado y aun alterando su orden”, era la recomendación de sus autores. En aquel friso de una época convulsionada, el archivo de los noticieros televisivos, que hablaba de la barbarie de los obreros y estudiantes subversivos, fue utilizado con fines totalmente opuestos: como prueba de la barbarie del sistema capitalista.
Casi paralelamente se rodó el largometraje Ya es tiempo de violencia, concebido por Enrique Juárez – fundador de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), expresión sindical de Montoneros, e integrante del grupo Cine de Liberación, que permanece desaparecido desde el 10 de diciembre de 1976, partiendo de la única mirada posible para el realizador en ese momento: la de un militante peronista comprometido con su tiempo. La cinta se exhibió sin registro de autoría en el legendario Festival de Cine “Viña del Mar 69”, oportunidad en que los futuros protagonistas del Nuevo Cine Latinoamericano se verían por primera vez cara a cara enterrando años de balcanización cultural.
Ya es tiempo de violencia
(1969, Enrique Juárez)
La experiencia guevarista en el cine
Raymundo Gleyzer (Buenos Aires, 25 de septiembre de 1941 – secuestrado durante la última dictadura militar argentina el 27 de mayo de 1976) fue un crítico, director de cine argentino, fundador del mítico Grupo Cine de la Base, y militante del PRT. Se especializaba en el género documental, aunque dirigió largometrajes de ficción, y también actividades como periodista.
Hijo de teatristas, portador del gen de la projimidad fermentado durante la posguerra en la Escuela Experimental de Roma y trasvasado por un maestro legendario a nuestra Pampa Gringa, solidario con lxs herederxs del Tire Dié y los mentores del Tercer Cine, cuando los “azos” llenaron las calles de varias provincias se cansó de lo que ofrece la academia, dejó atrás la Escuela de Cine de La Plata, y se adentró adonde nuestra geografía deviene América Profunda.
Plasmó el paisaje humano de traslasierra e inmortalizó al runa del altiplano. Como ocurriera entre Grierson y Flaherty, en alguna ocasión su mirada colisionó con la de un socio más afecto a la contemplación de minorías étnicas que a la pretensión de intervenir desde el audiovisual sobre la suerte de los oprimidos. “Una idea y una cámara”, había sentenciado el padre del Cinema Novo.
Muchas veces sus únicas compañeras fueron la luz y la cámara, pero siempre la acción. Alguna vez volvió sólo y enfermo del sertao remoto o de arrebatar inéditas imágenes del Atlántico Sur usurpado por piratas.
Adhirió a la utopía laica del filósofo alemán sepultado a distancia de cualquier pedestal merced a su origen judío, pero hizo carne y uña con los herederos más aguerridos del 17 de octubre nunca resignados al fifty-fifty. Jamás se lo vio más triste que cuando el Comandante Americano pasó a la posteridad.
Tramó un imaginario de urgencia arrebatando registros televisivos para devolverlos al público como un boomerang de nuevos sentidos.
Supo que el Terrorismo de Estado comenzó mucho antes de escucharse el Comunicado Nº 1 de la Junta de Comandantes, y que numerosos émulos de la Abanderada de los Humildes fueron ultimados en nombre del Primer Trabajador.
El contexto descripto propició la confluencia de dos tradiciones de lucha: el peronismo y el marxismo revolucionarios. Por entonces no era extraño que un cineasta de izquierda colaborara con uno peronista, como lo hizo Gleyzer registrando la secuencia correspondiente al happening en el Instituto Di Tella para La Hora de los Hornos, o que compartiese con todas las organizaciones revolucionarias de entonces el rescate de testimonios tan valiosos como la célebre conferencia brindada por los guerrilleros sitiados en la Base “Almirante Zar” de Trelew, como también lo hizo el fundador del Grupo Cine de la Base.
A propósito de lo anterior, en su último corto, Me matan si no trabajo y si trabajo me matan, homenajea al diputado Rodolfo Ortega Peña, fusilado por las Tres A, o – en consonancia con el Frente Antiimperialista por el Socialismo (que nucleaba, entre otros cuadros a Armando Jaime, Simón Arroyo y Manuel Gaggero del Frente Revolucionario Peronista; Oscar Montenegro y Gregorio Flores, dirigentes obreros del PRT-ERP; y Alicia Eguren del Peronismo de Base) – difunde clandestinamente la Operación Masacre del “Tigre” Cedrón, y en su imperdible filme Los Traidores – que también reivindica al siempre combativo peronismo de las bases – defenestra como nadie a esa burocracia sindical que hoy libra a su suerte a los trabajadores cesanteados y precarizados a cambio de la caja de las obras sociales.
A su vez, Gleyzer inventó circuitos de producción y post en tiempo de persecuciones. Advertido por los suyos, se guareció en el domicilio de un amigo hasta que lo detectaron a las puertas del Sindicato del Cine. Hoy se sabe que dio su último aliento junto a un compañero de lucha, el extraordinario escritor Haroldo Conti, también identificado con el PRT – ERP.
Desde el año 2002, en la fecha de su desaparición forzada se conmemora el Día del Documentalista. Luego del regreso de la democracia en 1983, su obra fue redescubierta por nuevas generaciones de cineastas. Su film de 1973 Los traidores es actualmente considerado como una obra de culto. –
Aporte audiovisual sugerido:
SWIFT (1971, Grupo Cine de la Base)
Séptima entrega de nuestra saga sobre el cine de no ficción nostramericano (continuará…)
Fuente: https://salonhindu.blogspot.com/2023/06/rescates-para-cinefilxs-2.html