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Fundación cultural del antiperonismo

75 años del 17 de octubre de 1945. La pasión por el onomástico.

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En el despegue de 1945 la Argentina era una aceituna inadvertida en la picada de Yalta.
Dos verdaderos triunfadores brotaban de la llamada “Segunda Guerra Mundial”. El fresco Estados Unidos y la “gloriosa” Unión Soviética.
Representados por Franklin Roosevelt, quien pronto moriría, y el “humanista” local, José Stalin.
Pero Roosevelt y Stalin ni se atrevían a consolar a Winston Churchill.
El inglés opulento consumía habanos y le daba en Yalta al champagne, mientras el Reino Unido entraba en franca declinación.
Para ceder el privilegio imperial a Estados Unidos.
Ya en Teherán, noviembre de 1943, los tres estadistas habían planificado despedazar a la Alemania de Hitler. Pactaron escenarios detallados de dominación.
Churchill percibía que en el tablero no quedaba lugar para las potencias de clase media.
En adelante Holanda, Francia o Portugal debían -como los ingleses- habituarse a convivir con la peste de las independencias.
En el reparto Stalin se quedaba con las fichas desdichadas de Europa Oriental. Se legitimaba el socialismo real.
Desaparecía la menor contemplación y los atisbos del respeto para los países que no hubieran aportado muertos para la cruzada destructiva del nazismo.
Como la Argentina neutral, que supo explotar desde 1939 el negocio de la neutralidad. Pero ahora estaba políticamente derrotada.
Defendida, apenas, por Churchill, cuando Stalin ya no quería saber nada.
Para Roosevelt, como luego para Truman, Argentina era la tachuela en el zapato, que tenía la ambición lícita de creerse competencia.
Ya el Premier Cordell Hull les iba a mandar el correctivo. Al embajador que les correspondía.
Un gran canalla, Spruille Braden. Para que Argentina aprendiera, aunque la jugada le saldría mal.

Producto mejor elaborado de la cultura militar

Semanas después de Yalta, en el Castillo de Chapultepec, México, gracias al pragmatismo imperante, Argentina pudo colgarse en el estribo del colectivo 60 de la banda victoriosa.
Para declarar la guerra a los alemanes, cuando ya no quedaban soldados del Eje para enfriar.
El admirable oportunismo servía para ubicarse. Para que Argentina fuera aceptada en las Naciones Unidas que se organizaban.
Con arbitraria destreza, se enderezaron los objetivos del golpe de junio de 1943.
Brotaba el producto mejor elaborado de la cultura militar. El peronismo.
Con la proyección del coronel Juan Domingo Perón, un profesional de Inteligencia que había cumplido con eficiencia sus misiones en Italia y Chile.
Desde la Secretaría de Trabajo, Perón había establecido los “principios sociales” de la marchita.
Para desorientar a los románticos socialistas (que reclamaban derechos de autor).
Y atormentar a los embocados bolcheviques que creían luchar contra el fascismo.
La dinámica rápida envolvía a los incautos con vertiginosos malentendidos.
Un grupo de militares germanófilos, versátiles para el error, decidieron de pronto encerrar al carismático coronel en la isla Martín García.
Sin imaginar que facilitaban la fundación cultural del peronismo. Con el fenómeno del 17 de octubre de 1945.
Plebeyo, insolente reproductor de capas medias, al peronismo emotivamente racional le bastó con la simpleza de una doctrina inspirada en tres pilares (que podían llevarse oralmente a la práctica).
Independencia económica, soberanía política y justicia social.
Pero aquel 17 de octubre de 1945 nacía justamente también el antiperonismo.
Anticuerpo que se muestra vivaz y con superior intensidad.
Hasta le atribuye al peronismo la total culpabilidad por el fracaso.

Peronismo Pirandelliano

En los 75 años, el peronismo gobernó durante 36.
Tuvo tres jefes. Juan Domingo Perón, Carlos Menem y Néstor Kirchner.
Y contó con dos poleas históricas de transmisión.
Antonio Cafiero, entre Perón y Menem.
Y Eduardo Duhalde, entre Menem y Kirchner.
Fue víctima de dos violentos golpes militares, 1955 y 1976. Resultaron fundamentales para recrear la épica de La Resistencia.
Y contabiliza, en elecciones presidenciales, tres derrotas. 1983, 1999 y 2015.

En plena pasión por el onomástico, puede asegurarse que, en el peronismo de 2020, el poder está vacante.
En la dramaturgia de Luigi Pirandello, seis personajes indagaban en la sigilosa búsqueda de un autor.
El peronismo pirandelliano indaga hoy en la búsqueda de un conductor.
Es precisamente el antiperonismo, a través del odio movilizador, el que escoge al jefe del peronismo.
Por la brutalidad del criterio el jefe del peronismo tiene que ser la jefa.
La señora Cristina Fernández. Aunque a La Doctora ni siquiera le interese serlo.

Columna invertebrada

El peronismo es víctima de la sentencia de una de las «20 verdades».
Indica que hay «solo una clase de hombres. Los que trabajan».
Pero la columna vertebral del peronismo ya dejó de ser la clase trabajadora.
Cuesta encontrar una respuesta para los desocupados mayoritarios.
“El ejército de reserva de la clase capitalista”. Lo decía Marx, o Lenin. Lo repetía Simón Lázara. O Fernando Nadra.
La multiplicada centralidad de la miseria venció, con amplitud, a la estética de la producción.

La pasión por el onomástico se extiende, de manera artificial.
Inspirados, acaso, en la melancolía de aquello que pudo haber sido.
En el presente octubre el peronismo nada tiene infortunadamente para celebrar. El antiperonismo tampoco.
Pero la casi extinguida columna invertebrada, junto a algunos mini gobernadores y gobernadores para salir del paso, deciden designar presidente del Partido Justicialista a Alberto Fernández.
El Poeta Impopular es el «líder unánime» del Partido PARTE. Extrapartidario.
Se impone cantar la marchita por Zoom. Con los dedos en V.
Para brindarle un poco de carnadura popular al presidente delegado del gobierno mediocre, aunque justificado con pretextos legítimos.
La pandemia. La herencia atroz. Sarasa.

Por Jorge Asís