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Geoestrategia polar: Groenlandia en el centro del tablero

Groenlandia ha sido habitada de manera intermitente durante los últimos 4.500 años. Los primeros europeos en llegar fueron vikingos noruegos exiliados en el año 986. Cuando Dinamarca y Noruega formaron una unión en el siglo XIV, la isla pasó a estar bajo dominio danés. Sin embargo, su duro clima y las grandes distancias hicieron que los primeros colonos europeos desaparecieran, probablemente debido a los inviernos extremos y a la competencia con las tribus inuit al final de la Edad Media. Groenlandia quedó fuera del sistema europeo de estados hasta 1721, cuando misioneros daneses-noruegos regresaron a la isla. Tras la disolución de la monarquía dual después de las guerras napoleónicas, Groenlandia permaneció bajo control danés.

Durante siglos, Groenlandia fue un centro de actividad misionera, pesca y caza de ballenas. A finales del siglo XIX y principios del XX, exploradores daneses recorrieron la isla y comenzaron a documentar las costumbres de los inuit. Aunque a mediados del siglo XIX se establecieron consejos de distrito locales, la autoridad real continuó en Copenhague.

Incluso durante la Primera Guerra Mundial, los líderes estadounidenses ya analizaban la posibilidad de comprar Groenlandia. En el período de entreguerras, Noruega cuestionó la soberanía danesa sobre el este de la isla, pero en 1933 el Tribunal Internacional de La Haya falló a favor de Dinamarca. Durante la Segunda Guerra Mundial, los daneses permitieron la presencia militar estadounidense en la isla como una forma de contribuir a la causa aliada, a cambio de un reconocimiento implícito de su soberanía. Tras un intento fallido de Estados Unidos de comprar Groenlandia en 1946, Washington y Copenhague firmaron en 1951 un acuerdo de defensa que estableció una presencia militar estadounidense permanente. En la práctica, este acuerdo generó un sistema de soberanía compartida: Dinamarca conservaba la soberanía formal, mientras que Estados Unidos tenía libertad de acción militar en la isla.

Dinamarca también asumió la responsabilidad por varios escándalos relacionados con la presencia estadounidense en Groenlandia durante y después de la Guerra Fría. Entre ellos, la instalación secreta de armas nucleares en la Base Thule en la década de 1960—en contradicción con la política oficial danesa—y la reubicación forzosa de poblaciones inuit en 1953 para expandir la base. Además, Estados Unidos construyó Camp Century, una base subterránea destinada a almacenar misiles nucleares intercontinentales en secreto, pero el proyecto fracasó debido a los altos costos y las dificultades operativas en condiciones árticas.

En 1953, Groenlandia se convirtió en un condado de Dinamarca y en 1979 obtuvo un estatus de autogobierno semiautónomo. Esto permitió a su capital, Nuuk, establecer una política exterior propia. La autonomía también le dio a Groenlandia el derecho a abandonar la Comunidad Económica Europea en 1985, abrir representaciones diplomáticas en el extranjero y participar en la renegociación del acuerdo de la Base Thule en 2003. En 2009, una nueva ley de autogobierno amplió sus competencias y estableció una hoja de ruta hacia la independencia, aunque manteniendo bajo control danés la política exterior y de seguridad.

A pesar de estos avances, Groenlandia sigue dependiendo económicamente de Copenhague: las subvenciones danesas y las transferencias de la UE representan el 35 % de su PBI. Esta dependencia genera tensiones tanto con Dinamarca como dentro de la propia Groenlandia, donde muchos grupos inuit se sienten poco representados.

Durante mucho tiempo, Dinamarca consideró a Groenlandia únicamente en términos de su valor estratégico para las bases militares estadounidenses y la pesca. Recién en el año 2000 empezó a priorizar las relaciones con Nuuk, y en 2014—después de que Rusia plantara su bandera en el lecho marino del Ártico en 2007—Dinamarca terminó de revalorizar la isla en el contexto geoestratégico ártico. Sin embargo, esta mayor atención redujo el margen de acción de Groenlandia como actor internacional.

Un ejemplo claro es el debate sobre el uranio. Desde mediados del siglo XX se sabe que Groenlandia posee importantes depósitos de este mineral, pero la minería a gran escala nunca prosperó. Además, desde finales de los años 80 existía una política de “tolerancia cero” que prohibía la extracción de uranio, bloqueando una posible fuente de ingresos clave para la independencia de la isla.

Aunque en 2009 Groenlandia adquirió plena autonomía en materia de recursos naturales, sus gobiernos han sido reticentes a levantar la prohibición. La administración que asumió en 2013 intentó eliminar la política de tolerancia cero, pero enfrentó una fuerte oposición de los principales partidos y ONGs ecologistas. El tema incluso marcó las elecciones de 2014.

El reconocimiento de la autonomía groenlandesa en 2009 también reavivó el conflicto con Dinamarca sobre quién tiene la última palabra en la cuestión del uranio. Para Copenhague, se trata de un asunto de política exterior y seguridad, lo que lo convierte en una competencia danesa. Nuuk, en cambio, argumenta que se trata de una cuestión de recursos naturales y, por lo tanto, de su exclusiva jurisdicción. Aunque existen dudas sobre si Groenlandia podría realmente explotar su uranio, el debate ha llevado a su población a tomar conciencia de sus responsabilidades internacionales.

Hoy, Groenlandia vuelve a estar en el centro de la geopolítica ártica. El deshielo del Ártico está abriendo nuevas rutas marítimas y aumentando el interés de potencias como Rusia, la UE y Estados Unidos en la región. En este contexto, la intención declarada de la administración Trump de anexar Groenlandia reavivó las incertidumbres sobre el futuro de la isla y su aspiración a la independencia.