El protagonismo de China como potencia mundial puso en evidencia que Estados Unidos no puede prescindir de sí misma como estado-nación, aunque esto constituya un factor disruptivo para la estabilidad del proceso globalizador. Las próximas elecciones en Estados Unidos son acaso la última batalla entre globalistas y patriotas. Trump supo leer este dilema para Occidente: o asegurar la paz global, bajo la hegemonía del país oriental, o salvar a Occidente de la ingenuidad del globalismo y poner límites al imperialismo chino.
Por Fernando León
Uno de los cínicos personajes de la extraordinaria serie Succession (HBO), consultado -en el último capítulo- acerca de los problemas políticos en Francia, dice: “Somos un imperio tardío y no nos interesa [si Francia está condenada], porque no queremos saberlo. Tenemos nuestro propio París, y, cuando arda, construiremos uno nuevo.” En efecto, Estados Unidos terminará de definir, en las próximas elecciones norteamericanas, si termina de transformarse en una simple herramienta política del sistema globalista al riesgo de su propia desaparición como potencia global, dejando los valores tradicionales de nuestro hemisferio al arbitrio de la izquierda para garantizar una estabilidad económica y financiera del capitalismo transnacional, o si, por el contrario, reafirma el U-turn que Donald Trump propuso para recuperar la vitalidad del gran país del norte como nación democrática y, en general, la de todas las naciones del Atlántico. Trump es la principal amenaza para el globalismo que promociona Beijing, y por eso se utilizan todas las herramientas judiciales para detener su regreso a la Casa Blanca: a las acusaciones por un supuesto apoyo a quienes protagonizaron disturbios en el Capitolio (enero de 2021), se suma una vieja acusación por abuso sexual que ya había sido desestimada años atrás.
Algunos ven a Trump como la última esperanza para los patriotas frente a la última mutación del capitalismo de plataformas, pero su semilla ha abierto nuevas perspectivas en el partido republicano, último bastión de la América de los padres fundadores, aquella que postulaba la unión entre ciudadanos -sin distinción de sexo, raza o religión- en función de un acuerdo patriótico. En el otro lado de la grieta, mientras tanto, sigue en marcha el juego ideológico que diluye los acuerdos preestablecidos por el sentido común del pueblo -un lazo entre compatriotas- para demandarle a todos los estadounidenses la obligación de acceder a las demandas de ciertas minorías, deberes que no han sido consensuados ni negociados por mecanismos legales o constitucionales sino impuestos mediante el lobby de determinados activistas, con ferviente apoyo en las plataformas digitales del liberalismo. Un lobby que promueve a unos u otros en detrimento de la igualdad ciudadana, mientras condena de racistas o intolerantes a quienes no adhieren a su prédica.
Trump sigue en carrera pero también hay trumpismo después de Trump. El magnate es un símbolo del descontento de las mayorías frente al abuso del activismo organizado (llámese Black Lives Matter, Me Too o los organismos LGBT+) y la imposición de la ideología de género no sólo en escuelas sino también en la vida diaria. “Let’s talk about race” es el grito de batalla de los progresistas, que abren la discusión sin otro propósito que el de identificar y condenar a quienes no manifiestan su adhesión. Ningún candidato del Great Old Party puede ignorar hoy el nuevo paradigma que Trump ha dejado planteado durante sus cuatro años de gobierno. Mike Pompeo, un halcón de la última administración republicana, promete ser más extremo que Trump si es elegido presidente, y el gobernador de Florida Ron DeSantis, otro posible candidato, ya ha iniciado giras para cosechar adhesiones a su candidatura. Será difícil explicarles a los demócratas que el escenario post Guerra Fría, en el que la globalización del libre comercio y la supremacía eran sinónimos, de la supremacía estadounidense, ha terminado, y que el ascenso del imperismo de naciones como Rusia o China ha resucitado la vieja lucha de las potencias globales por la supremacía tecnológica, la presencia militar y la competencia por los recursos, siempre escasos. Habrá que reafirmarlo nuevamente a través de elecciones libres.
Trump tendrá la edad de Biden cuando deba competir por su regreso a la Casa Blanca y el globalismo acaso consiga cancelarlo, pero luego tendrá que lidiar contra los herederos del trumpismo y, sobre todo, con la resistencia de los patriotas: una mayoría silenciosa que se niega a dejar a sus hijos en manos de la ideología Woke enquistada en la política, la educación y en las plataformas de comunicación y entretenimiento globales. No es casual que pensemos en Disney si nos preguntan por el enemigo de un conservador como DeSantis. Tampoco lo es la sorpresiva desaparición de Tucker Carlson de la cadena Fox. Tucker promovía activamente el patriotismo entre la población norteamericana, y fue en 2022 fue el presentador más visto del país, con un promedio de 3,32 millones de espectadores en total. Pese a que Fox News Media anunció el abrupto fin de la relación como un acuerdo entre el anfitrión y la red de noticias, se supo que la decisión de expulsar a Carlson provino de Rupert Murdoch, propietario de Fox, o de su hijo Lachlan (director ejecutivo de Fox Corp), junto a la directora ejecutiva de Fox News, Suzanne Scott. En cualquier caso, tanto los problemas legales de Trump como los de Carlson constituyen la manifestación explícita del choque entre las nuevas generaciones, afines a la prédica izquierdista, y la vieja escuela, atenta a los valores democráticos de igualdad entre ciudadanos, sin distinción alguna.
Noviembre de 2024 está lejos, pero los liberales han encontrado el modo de presionar y hasta de librarse de sus adversarios conservadores a través de demandas “Woke” como la presentada por Abby Grossberg, ex productora del programa de Carlson, a quien le bastó con denunciar sexismo y un ambiente de trabajo hostil para poner fuera de combate a la única voz que desafiaba el establishment liberal en las grandes cadenas de noticias. Es probable que continúe la estrategia de acallar las voces críticas acusando a sus emisores como odiadores tóxicos para luego cancelarlos. Pero a pesar de la incertidumbre respecto del apoyo de los independientes -especialmente en los swing states– el paradigma Trump, promocionado por Carlson Tucker a sus compatriotas, está más vivo que nunca, y el globalismo no podrá estar tan seguro de su hegemonía ideológica en los próximos años. La batalla por el 2024 es crucial. Y recién empieza.