Pasó el 25 de Mayo y por segunda vez, después del fracaso en las sesiones extraordinarias, los liliputienses argentinos –los políticos, según el Presidente– dejaron sin ley Bases al gigante “Gulliver Milei”, quien se acerca a cumplir medio año de gobierno sin una sola ley aprobada.
En la medida en que pasan los meses, la culpa de los senadores y diputados porque no se haya aprobado ninguna ley pasa a responsabilidad del Presidente por no haber logrado que le aprueben una sola ley. Y “Gulliver Milei” corre el riesgo de seguir el curso de la célebre novela del clérigo irlandés Jonathan Swift: Los viajes de Gulliver, cuando su protagonista después de visitar Liliput, donde sus habitantes miden solo 15 centímetros, pasa a otra isla, Brobdingnag, donde sus habitantes miden 22 metros de altura y el enano termina siendo Gulliver.
Una excelente columna del director para las Américas de la consultora de riesgo político Horizon Engage, Marcelo García, publicada en el Buenos Aires Times, en la edición de ayer de PERFIL, titulada “Gulliver Milei needs to engage with the Lilliputians”, que se podría traducir como necesita comprometerse (o dedicarse, ocuparse, trabajar para, acercarse, involucrarse) con los liliputienses. El autor de la nota le advierte a Milei que no olvide que los liliputienses fueron lo suficientemente inteligentes como para alimentar a su visitante alienígena gigante antes de utilizarlo para su propio beneficio.
Milei es el primer presidente que acumuló más viajes al exterior que al interior de su país, y su éxito en concitar la atención lo llevó a decir, al regreso de su controvertido viaje a España: “Estoy en una liga diferente. Los políticos locales son liliputienses (en comparación conmigo)”; “Los políticos argentinos son insignificantes”; “Dondequiera que voy genero sensación… (a los políticos) les encantaría estar en mi lugar”; “Soy uno de los cinco líderes más importantes del mundo… Soy el segundo líder más importante del mundo”, y “Soy el mayor representante de la libertad en el mundo”.
Quien pensó que podría llegar a presidente de la nada, como Javier Milei hace solo tres años, y lograrlo tiene necesariamente que sentirse un gigante y, como todos quienes consiguen logros excepcionales, corre el riesgo de padecer el síndrome de Hubris (o hibris, del griego desmesura) pasando a creerse infalible e indestructible como los dioses, que en la mitología y la tragedia griega destruyen al engreído. Eurípides decía: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”, haciendo que el primer enemigo del arrogante sea él mismo llevado a la autodestrucción, siguiendo sus pasiones exageradas.
El éxito en la construcción de audiencia y en la captura de atención en redes sociales puede hacerle confundir públicos con pueblo: hay múltiples públicos (audiencias) en la sociedades fragmentadas actuales, el pueblo como construcción de la voluntad de la nación requiere de la capacidad de unir a los diferentes públicos a través de una representación común a todos.
Vivir más pensando en las audiencias internacionales que en la local tiene como corolario percibirse “en una liga diferente”, donde los políticos y los representantes sectoriales locales sean enanos y sus representados, el resto de los ciudadanos que no lo apoyan, directamente insignificantes.
“Si la gente no llegara a fin de mes, ya se hubiera muerto”, le dijo el Presidente a un periodista que le acercaba el micrófono a la salida de La Rural el viernes. El uso del silogismo, correcta herramienta de análisis de la lógica del lenguaje en el vacío de materialidad del pensamiento teórico, no produce resultados suficientes cuando se traslada a la práctica cotidiana. La misma ingenuidad lógica de decir que él no mencionó a la esposa del presidente de España y si Sánchez se siente aludido es problema suyo, denota que tiene más preocupación por tener razón en el campo del lenguaje que en avanzar en la solución de los problemas.
Apasionado por el mundo teórico y su representación en signos –palabras o números–, termina cayendo en tautologías que se confirman verdaderas mutuamente. Como si complejizar la realidad fuera una estratagema de los relativistas para inviabilizar cualquier acción. En ese absolutismo del signo termina sin ley Bases.
La casi confirmada salida del jefe de Gabinete ratifica los problemas de gestión del Gobierno y cómo el proceso de fatiga de materiales se está cobrando su precio de desgaste interno.
Con su batalla cultural, Milei trata de imponer un nuevo sentido común que nunca se cristalizará solo desde las representaciones de los signos, siempre manipulables, sino de su correlato con la realidad material y palpable. Funciona en su etapa inicial de la fascinación que produce su capacidad actoral que, como sucede en el teatro, para poder disfrutar del espectáculo la audiencia tiene que suspender su incredulidad, proceso mental que tiene una duración finita.
Vivir en la zona de confortabilidad de la teoría produce una docta ignorancia junto a un barbarismo tecnocrático donde quien expone recita axiomas como mantras, no pocas veces polisémicos, que lo hacen girar y retroalimentarse continuamente. Discursivamente es eficaz, pero no en la práctica, porque la realidad es siempre más compleja. Juegos de lenguaje, diría Ludwig Wittgenstein.
Ya pasó el 25 de Mayo y estamos a dos semanas del primer medio año de gobierno sin una sola ley aprobada por el Congreso. Theodor Adorno sostenía que la derecha crece cuando la clase media teme dejar de serlo, y José Mujica repetía que la derecha se une por intereses mientras la izquierda se divide por ideología. Veremos si Milei logra amalgamar intereses y dar pruebas de efectividades conducentes para el ascenso social de quienes lo votaron con la esperanza de mejorar su calidad de vida. El proverbio sostiene que es mejor viajar con esperanza que llegar, pero Milei tendrá que llegar a algún lado para seguir siendo fuente de esperanza.
Por Jorge Fontevecchia-Perfil