Mientras ya se palpita el choque Biden-Trump de noviembre en Estados Unidos, India se adentra desde el 19 de abril en casi tres meses de votaciones en las que casi mil millones de votantes definirán si el país más poblado y la ascendente quinta economía del mundo convalida un tercer gobierno del hinduista Narendra Modi.
Unos 969 millones de votantes podrán participar desde el 19 de abril y durante 82 días de unas elecciones en las que India, la democracia más grande del mundo y quinta potencia económica del planeta, decidirá si le da mayoría en el Parlamento y otros cinco años de gobierno al nacionalista hindú Narendra Modi (73).
La escala política, económica y social de estas elecciones de India impresionan. También su diversidad en todos los sentidos, incluyendo el religioso, que jugará un papel determinante tras la decisión del gobierno de negar la ciudadanía a millones de musulmanes y reponer al hinduismo en el centro de la identidad nacional.
Con la balanza del poder geopolítico inclinándose hacia el Este, y el ascenso de India comparado ya con el de China, esta elección también pone a prueba las profundas reformas económicas encaradas desde 2014 bajo el liderazgo de Modi (del Bharatiya Janata Party – Partido de la Unidad).
El crecimiento logrado durante la última década es récord y puede llevar a India al podio de las potencias mundiales, pero sigue conviviendo con mucha desigualdad y acentúa desequilibrios entre campo y ciudad, el norte y el sur del país, en un país muy joven, en el que casi la mitad de sus habitantes tiene menos de 25 años.
El mundo seguirá estas elecciones con el interés que merece que esta potencia emergente del Sur Global se haya propuesto mantener una “autonomía estratégica” frente a la rivalidad Washington-Beijing y a los conflictos mundiales en los que termina repercutiendo, un posicionamiento no alineado que no siempre parece funcionar.
A votar
El mayúsculo proceso electoral indio, nacido del modelo político institucional de tipo occidental adoptado tras la independencia de Reino Unido en 1947, llevará casi tres meses y sus resultados generales nacionales se conocerán el 4 de junio, cuando el recuento confirme la integración de la Lok Sabha, o parlamento.
El despliegue logístico y de seguridad para semejante movilización electoral obliga a tomarse ese tiempo. Se elegirán, al mismo tiempo, las asambleas de cuatro de los 28 estados: Andhra Pradesh, Arunachal Pradesh, Odisha y Sikkim. Sólo el primero de ellos, en el sudeste, tiene 50 millones de habitantes, más que toda Argentina.
Para poder asegurar el voto, las autoridades desplegarán 15 millones de agentes electorales y 5,5 millones de máquinas de votación electrónica en un millón de centros, la mayoría en ciudades superpobladas como Bombay, Nueva Delhi y Bangalore, pero que llegarán también a las montañas del Himalaya, los desiertos de Rajastán y a islas poco pobladas del océano Índico.
La vitalidad de la democracia india, y no sólo sus dimensiones, quedan demostradas en su nivel de participación: en 2019 votó casi el 67% del padrón.
Como era de esperar, las de India son las elecciones que más dinero movilizan en el mundo: según estimaciones privadas a partir de datos públicos de financiación de las campañas, unos 14.400 millones de dólares gastados por partidos y candidatos, el doble que en 2019 y lo mismo que en las de Estados Unidos de 2020.
Esto supondría el doble de lo que se gastó en las elecciones de 2019 en India: 600.000 millones de rupias (7.200 millones de dólares). El gasto total en las elecciones presidenciales y al Congreso de Estados Unidos en 2020 fue también de 14.400 millones de dólares.
La democracia india tiene un total de 2.660 partidos registrados, pero los más importantes a tener en cuenta en estas elecciones son el nacionalista BJP de Modi y el principal de oposición, el tradicional Partido del Congreso, que desde la dinastía de los Gandhi lideró la mayoría de los gobiernos del país desde su independencia en 1947 y hasta 2014.
Modi y el resto
Modi busca reafirmar su consolidado poder político ampliando la mayoría que la coalición liderada por el BJP había obtenido en 2019, cuando el partido obtuvo 37% de los votos, conquistó 209 bancas y con su coalición sumó 353 de las 543 en juego.
Ahora, Modi -con un impresionante 78% de aprobación popular- se fijó la meta de conseguir una mayoría de 370 escaños, un nivel de apoyo que sólo superó antes el Partido del Congreso tras el asesinato de la primera ministra Indira Gandhi en 1984 (47% de los votos y 404 bancas).
El Partido del Congreso, liderado por Rahul Gandhi (53), el más joven de su antigua dinastía política, necesita mejorar su performance de hace cinco años, cuando logró apenas 52 escaños y sumó en total 91 con su veintena de partidos aliados de la coalición opositora Indian National Developmental Inclusive Alliance (INDIA).
Las encuestas dan por seguro un triunfo oficialista, favorecido por un crecimiento económico formidable de “tasas chinas” (8,4% en el último trimestre de 2023), pero acompañado políticamente por el despliegue de un “populismo hinduista” nacionalista que pone en riesgo la tradición de diversidad étnica y religiosa con la que se formó y creció la India independiente en las últimas ocho décadas.
En ese marco, se inscriben episodios como el arresto de Arvind Kejriwal (Aam Aadmi), uno de los líderes de INDIA, acusado de blanqueo de dinero a sólo tres semanas de las elecciones. El Partido del Congreso también denunció en esos días el congelamiento de sus cuentas bancarias.
Además de promesas a sectores desfavorecidos por las reformas económicas como los agricultores, la oposición prometió un censo de las castas en que se sigue dividiendo la sociedad india (el último se hizo en 1931 bajo control británico) y llevar al 50% la participación en empleos públicos de los miembros de las jerarquías más bajas (casta de los dalits y otras), que son 70% de la población. El propio Modi pertenece a una de las castas bajas.
“Populismo hinduista”
La ciudadanía se ha vuelto un elemento central del debate político de India, desde que Modi y sus aliados impulsaron en 2019 una ley que, con el argumento de asegurarla para millones de extranjeros perseguidos por razones religiosas, excluyó específicamente a los musulmanes.
Esa Ley de Ciudadanía derogó la prohibición anterior que impedía considerar indios a los inmigrantes indocumentados. El objetivo declamado de la reforma fue incorporar a minorías perseguidas de países vecinos de religión hindú, sij, budista, jainista, parsi y cristiana llegadas desde Afganistán, Bangladesh o Pakistán.
Pero la reforma excluyó a los musulmanes, una minoría religiosa de 200 millones de habitantes en India, lo que alimentó algunos violentos enfrentamientos armados con la mayoría hindú (80 por ciento de la población) y llevó a la oposición a denunciar un riesgoso “populismo hinduísta” de parte de Modi.
El politólogo Sunil Khilnani sostuvo en “The Idea of India” (1997) que fue la democracia, más que la cultura o la religión, lo que dio forma a la India pre Modi. El primer ministro Jawaharlal Nehru, educado en Cambridge, creía en la visión de un país liberal y laico que sirviera de contraste con Pakistán, que se formó explícitamente como una patria musulmana. Modi es, en muchos sentidos, lo opuesto a Nehru, resume el autor.
El nacionalismo hinduista presenta el hinduismo como una síntesis de la identidad india, y a los hindúes como hijos de la tierra descendientes del pueblo originario de la India, su territorio sagrado. Visto así, los musulmanes o cristianos sólo pueden ser reconocidos como ciudadanos plenos si juran lealtad a la hindutva o hinduidad.
La norma generó manifestaciones en todo el país exigiendo la derogación de la ley, cuestionada también ante la Corte Suprema, porque la Constitución prohíbe -desde la independencia- discriminar a personas o grupos ante la ley. Si bien quedó en suspenso tras las protestas, fue reactivada justo antes de estas elecciones.
En el fondo, la ley impulsada por el BJP asume como principio que cuando se concretó la partición de la excolonia británica Pakistán se creó como un refugio especial para musulmanes e India quedó para hindúes y no musulmanes.
Sin embargo, explican sus críticos, India fue creada de hecho como una república laica, no religiosa e hindú. Y la ley excluye a asilados de Myanmar, Sri Lanka, con perseguidos musulmanes pero que nunca formaron parte de la India británica.
En otro fuerte gesto, todavía simbólico pero anticipatorio, Modi ensayó un cambio de nombre de India por el de “Bharat”, un antiguo término en sánscrito defendido por el nacionalismo hindú -y considerado alternativo al de India en la propia constitución, como Hindustán- para dejar atrás todo rastro de colonialismo británico.
Tecnología y pobreza
La economía india, hoy quinta tras dejar atrás a Francia y Reino Unido con un crecimiento anual estimado en 6,5% en 2024 y 2025, superará por primera vez en 2024 los cuatro billones (trillions) de dólares y seguirá creciendo hasta superar a las de Japón y Alemania en 2030, detrás de Estados Unidos y China, según el FMI.
Este impresionante ascenso se recorta, fronteras adentro, sobre ancestrales desigualdades -como las que afectan a las castas más bajas, más de dos tercios de la población- y otras más nuevas, entre el sur más rico y pujante del país con el norte rural, más poblado y más pobre. Esto también es determinante en política, porque la fuente de votos de Modi está en el sur pero necesita el poder económico del norte.
Como ha retratado The Economist, cinco estados sureños (Andhra Pradesh, Karnataka, Kerala, Tamil Nadu y Telangana) reúnen el 20% de la población, pero aporta el 31% del PIB (en 1993 esa cuota era de 24%).
El 46% de las exportaciones de electrónica de India proceden del sur, sobre todo de Bangalore. Los mismos cinco estados del sur aportan el 66% de las exportaciones de la industria de servicios informáticos.
Pero la política se juega más en el norte, donde el nacionalismo hinduísta del BJP sigue teniendo su bastión. Por eso, el gran desafío de Modi -de ser reelegido- es lograr articular esas dos Indias, la de sus votantes tradicionales en el sur y la de sus nuevos aliados empresariales en el norte, en torno de un gobierno central moderno y ágil pero con suficiente autoridad y reconocimiento como para reducir esa brecha.
De los 1,4 billones de dólares en riqueza creada por el sector bursátil más reconocido entre 2012 y 2022, el 80% fue a parar a 20 empresas, uno de ellos el Grupo Adani, constructor de puertos, autopistas, puentes y granjas solares bajo el gobierno Modi, que llegó a segunda persona más rica del mundo tras Elon Musk y que terminó acusado de fraude en Nueva York.
Modi puede alegar que en sus 10 años de mandato, el tamaño de la economía de India casi se duplicó y la infraestructura mejoró como nunca. Un salto gigantesco pero insuficiente para revertir la desigualdad en la distribución de la renta: el 90% de los 1.400 millones de habitantes de la India subsisten con menos de 3.500 dólares al año (unos U$S 10 al día, el umbral fijado por el Banco Mundial es de U$S 2,15), aunque el número de multimillonarios se triplicó en los últimos diez años de Modi.
El gobierno compensa el desequilibrio con programas sociales y distribución gratuita de granos, inodoros, garrafas de gas y materiales de construcción, en especial en zonas rurales pobres. A la vez, avanzó en el cobro de impuestos sobre bienes y servicios como el IVA, que le procura fondos para el gasto público.
Según NITI Aayog, un grupo pro gubernamental, 248 millones de personas han salido de la pobreza multidimensional durante la gestión de Modi, lo que supondría una caída de 18% (de 29% a sólo 11%). La medición es cuestionada en el exterior.
El grito de la vieja India
La puja entre la vieja India rural que sigue pesando económica, social y políticamente con la India de tecnología y servicios que lidera el ascenso de la potencia emergente detonó hace tiempo con protestas de agricultores que asediaron Nueva Delhi y desafiaron el poder de Modi, incluso potenciando a la minoría sij en estados como el Punjab.
Para dimensionar el conflicto; 260 millones de personas (20%), más de cinco veces la población argentina, trabajan en la agricultura de India, contra 310 millones del resto de los sectores sumados. La agricultura se redujo en el PIB a la mitad en las últimas cuatro décadas, hasta el 18%, pero es aún el 45,8% del empleo.
A su vez, mientras la mayoría de las explotaciones son relativamente pequeñas y suelen generar escasos ingresos, en las zonas agrícolas más ricas, el uso excesivo de fertilizantes y el agotamiento de las aguas subterráneas están provocando una crisis medioambiental.
En ese contexto, Modi intentó abrir y liberalizar la comercialización de granos pero encontró la resistencia de los agricultores, que exigen la continuidad del sistema de precio sostén, que tiene al Estado como comprador de arroz y trigo en cantidades suficientes para redistribuir con sus programas alimentarios.
Por eso también, el programa de la oposición incluye ampliar la asistencia a jóvenes mujeres, agricultores y población rural, con un salario mínimo de 4,80 dólares diarios y reformas para incorporar a los jóvenes al mercado laboral.
¿Autonomía estratégica?
El académico Rohan Mukherjee afirma que “cuando los Estados emergentes buscan el reconocimiento mundial, a menudo se involucran en una diplomacia asertiva y en un comportamiento que provoca reacciones violentas que descarrilan su ascenso”. Piensa básicamente en China, pero le puede caber en un futuro próximo a India.
El crecimiento que ha llevado tan alto y tan rápido a India depende tanto de las inversiones y la tecnología occidentales como del comercio y la energía con China y la Rusia aún en guerra. En ese escenario, Modi busca proteger los intereses nacionales desde un no alineamiento de gran flexibilidad, y sin dejar de afirmar sin complejos su influencia en el Indopacífico, frente a la gigante China.
De ahí su activa participación en el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad o QUAD, una iniciativa que incluye a Japón, Australia, India y Estados Unidos. Allí, nuevamente, Modi ha buscado un equilibrio que impida fijarlo como una alianza militar antichina en el Indopacífico y centrarla en los desafíos del cambio climático, ciberseguridad, el desarrollo de infraestructuras y epidemia como el COVID-19.
Esa estrategia pareció fructificar en 2023, cuando India ejerció la presidencia del Grupo de los 20 (G20), que coronó con la cumbre en Nueva Delhi mostrándose como una potencia central del Sur Global en un mundo multipolar y logrando, por ejemplo, la incorporación estable al foro de la Unión Africana. India logró, además, que el grupo aceptara un lenguaje diplomático común sobre el conflicto en Ucrania.
También se verificó frente al conflicto en Gaza, en el que no rompió con Israel -se abstuvo en un pedido de cese del fuego en la ONU-, se relacionó con los Estados árabes y se mostró solidario con los palestinos. Y en la guerra de Ucrania, en que preservó su “relación especial y estrecha” con Rusia (tampoco votó condenas en la ONU) sin cerrarse a la interactuar con Estados Unidos y Francia, sostenes de Kiev.
India articula celosamente con China, con la que comparte una frontera de 3.500 km que ha generado varios conflictos (el presidente Xi Jinping faltó a la cumbre del G20 en Nueva Delhi). Al mismo tiempo aumentó sus compras de defensa a Estados Unidos, que en 2023 desplazó a China como el mayor socio comercial de India. La economía china tiene cinco veces el tamaño de la india.
“Hoy estamos frente auna India que quizá nunca habíamos visto antes, en muchos sentidos”, afirmó Nirupama Menon Rao, exembajadora india en China y Estados Unidos. “Creo que los chinos son cada vez más conscientes de ello, y aún así les gustaría derribarnos, crear barreras”.
La influencia china aumentó en países vecinos de India como Nepal, Bangladesh y Sri Lanka y la Iniciativa de la Franja y la Ruta y la financiación de infraestructura en la región llevó esa proyección al terreno económico. Pero, en 2023, India -recién incorporada con Pakistán, presidió de todos modos la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) fundada en 2001 por China, Rusia y repúblicas centroasiáticas.
En contraste, en 2023 Modi realizó su segunda visita de Estado a Estados Unidos (la anterior en 2016), donde se unió a los pocos líderes mundiales que hablaron ante una sesión conjunta del Congreso más de una vez. En esa visita, Modi y Joe Biden cerraron acuerdos de cooperación en defensa (Pakistán es una potencia nuclear, aunque tradicional aliada de Washington).
La mayoría de los gobiernos considera a India un actor estratégico clave y, sobre todo, un mercado gigantesco para sus productos, lo que explicaría para muchos por qué se abstienen de criticar a India y, en particular, el liderazgo político de Modi.
Un escenario principal de todo ese juego son los BRICS, cuya ampliación a media docena de países más potenció la influencia global del foro desde el Sur Global pero generó roces con China porque India trata de ralentizar para evitar que Occidente lo interprete como un avance demasiado asertivo de las potencias emergentes.