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El futuro del trabajo en América Latina

La Cuarta Revolución Industrial despliega nuevas tendencias internacionales para el mundo del trabajo pero varían en sus manifestaciones específicas y desafíos según cada región. En América Latina, destacan el cambio en las habilidades requeridas, el subempleo calificado y la polarización del mercado laboral. Estas amenazas se tornan más apremiantes por la desigualdad, la falta de capital y la baja integración económica regional.

El término “futuro del trabajo” aparece definido reiteradamente a partir de la crisis económico-financiera de 2008, y lleva aproximadamente una década al tope de la agenda en los organismos internacionales y las líneas de investigación de los gobiernos nacionales.

Si bien la preocupación es reciente, destaca la rápida jerarquía que adquirió la problemática por la aceleración de la Cuarta Revolución Industrial. Incluso antes de la pandemia del COVID-19, el impacto de la “revolución de la información” ya era visible en términos de productividad y prosperidad, pero también en las dislocaciones de empleo, los cambios en la política y la redistribución de poder.

Como primera premisa, toda política pública relativa a la formación profesional en América Latina deberá contemplar una dimensión transnacional por la naturaleza de las transformaciones en el mundo del trabajo en el siglo XXI. ¿Cuáles son los principales desafíos y cómo impactó la pandemia en el mundo del trabajo en la región?

LOS PRINCIPALES DESAFÍOS…

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el rol del Estado como garante de mayor equidad en el mundo laboral continuará siendo determinante. Como añade el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en América Latina en 2020 la distancia entre ricos y pobres fue el doble que en las economías desarrolladas (22 veces mayor ingreso entre el primer y último decil).

Dentro de las tendencias relativas a la formación profesional dentro del gran tópico del futuro del trabajo encontramos el skill shift, o cambio en las habilidades requeridas. Según las estimaciones prepandemia del McKinsey Global Institute, en Europa y Estados Unidos se esperaba un incremento del 55% en las horas de trabajo disponibles en empleos que requieren habilidades tecnológicas y otro del 24% en empleos que requieren habilidades sociales y emocionales para 2030. Por el contrario, las horas de trabajo disponibles en los empleos que requieren habilidades físicas y manuales disminuirán un 14%, y aquellos que requieren habilidades cognitivas básicas un 15%.

Esto se observa también, con algunos matices, para América Latina. Según el BID, en la prepandemia la caída de los empleos manuales fácilmente automatizables era casi cuatro veces mayor al aumento de los empleos manuales menos automatizables, del conocimiento fácilmente automatizables o del conocimiento menos automatizables. Por ejemplo, en Argentina el porcentaje de trabajadores en ocupaciones con alto riesgo de ser reemplazados por robots es del 65%, en sintonía con la media regional, según datos del BID de 2020.

En los países latinoamericanos, al igual que en el resto del mundo, existe ya una creciente demanda de empleos de perfil digitalizado. Esto incluye puestos en sectores como las nuevas tecnologías y el desarrollo de negocios de la economía digital; los servicios personales y comunitarios; e incluso aquellos vinculados al cuidado medioambiental, la integración social y el envejecimiento poblacional.

Aumentarán los salarios de estos empleos que constituirán una porción creciente del empleo total, al mismo tiempo que la participación y salarios de los empleos tradicionales disminuirán. Esto se conoce como “polarización del mercado de trabajo”, la cual se verifica en América Latina con menor intensidad pero experimenta un rápido aumento según el BID.

Más aún, los efectos de la relocalización de la producción (reshoring) en la Fábrica Europa y Fábrica América del Norte tienen un efecto negativo en el nivel de empleo y los salarios de los países latinoamericanos a medida que los puestos de trabajo de esos eslabones de las cadenas de valor global se vuelven reemplazables. La pandemia del COVID-19 reforzó la velocidad de la automatización en las economías centrales. Además, los efectos han sido más lesivos para las mujeres y para los trabajadores de mayor edad.

Desde el punto de vista de las trayectorias formativas, la formación profesional en América Latina presenta algunas similitudes con las tendencias generales globales y, más aún, con las regionales. De acuerdo con la CEPAL, los nuevos desafíos para la igualdad de género e inclusión de disidencias en el mundo del trabajo y la velocidad de la transformación de los tejidos productivos que se verifican a nivel mundial también se dan en nuestra región. De manera semejante, la desigualdad económica, las asimetrías entre los espacios urbanos y rurales y los problemas ambientales que caracterizan a la región formarán parte de la realidad del futuro del trabajo latinoamericano.

Según el BID y la CEPAL, la formación profesional debe ser continua, aunque no será por sí sola suficiente: crece en América Latina el subempleo de personas con educación superior y caen los retornos salariales de mayores niveles educativos. La región necesita con urgencia diseñar un sistema educativo en diálogo con el mundo laboral, desde las primeras instancias hasta la formación actualizada de la población económicamente activa y llegando a nuevos espacios de formación para la tercera edad. Nuevamente, el rol del Estado para las personas en la denominada “situación de transición” es clave.

También debe establecerse una agenda que incorpore a las nuevas empresas, que están en los sectores más de vanguardia pero sobre todo puesto que aquellas son las más responsables por la generación de nuevos puestos de trabajo. Asimismo, la nueva formación profesional en América Latina no puede permitirse reproducir las viejas vulnerabilidades entre sectores sociales y geográficos, o de género.

…CON LOS AGRAVANTES DE LA PANDEMIA

Como en muchas otras áreas, los devastadores efectos de la pandemia del COVID-19 aceleraron gran parte de las tendencias preexistentes y sumaron obstáculos nuevos en el camino de América Latina hacia el desarrollo. Así, adquirieron mayor dramatismo problemáticas ya acuciantes en 2019 como la informalidad, la estanflación, el desempleo joven, las migraciones y la desigualdad.

De acuerdo con OIT, las segundas y terceras olas de contagios, con sus nuevas medidas de confinamiento, elevaron el piso de desocupación en América Latina que ya había subido en 2020. En términos generales, esto perjudica cualquier esfuerzo impositivo necesario para financiar programas de reconstrucción económica y estancará los salarios promedio por varios años.

¿Cuál fue el grupo laboral más afectado en el primer año y medio de pandemia? El trabajo por cuenta propia, cuya brusca contracción se entiende por la cantidad de latinoamericanos que trabajan en una actividades económicas familiares o unipersonales.

Por otra parte, la pérdida de empleo asalariado se concentró en el sector privado, mientras aquel del sector público disminuyó levemente -o incluso registró una expansión interanual-. Al revés que en las crisis económicas tradicionales, donde los sectores formales se deterioran más rápido, la pérdida de trabajo fue proporcionalmente mayor en los sectores donde predomina la informalidad.

Dicho esto, los subgrupos más afectados fueron los que difícilmente podían migrar al teletrabajo. En este ámbito encontramos a las mujeres, pues además de sufrir caídas en el empleo tuvieron que disminuir su participación en el mercado laboral para realizar tareas de cuidado y del hogar. Y si bien los trabajadores menos calificados y de MIPYMES sufrieron más, ciertos nichos más calificados y de grandes compañías como el turismo y el entretenimiento también se encuentran en una situación crítica.

Los jóvenes merecen un capítulo aparte en esta crisis. La baja disponibilidad de vacantes por la combinación de menos incorporaciones y escasas renovaciones redujeron las probabilidades de encontrar un primer trabajo -o consolidarlo- a mínimos históricos. Como advierte la CEPAL, un largo período de inactividad (ni trabajo ni estudio) puede dejar en las generaciones jóvenes y el tejido laboral de los países latinoamericanos cicatrices muy duraderas y de difícil reversión.

Un grupo ya antes marginado eran los trabajadores migrantes. Las tendencias eran históricamente más preocupantes para los países desarrollados, pero según la información preliminar de varios casos latinoamericanos esto se replicó en la región con la pandemia. Con frágiles reservas financieras y acceso desventajoso a los programas oficiales de apoyo, en algunos países como Chile la tasa de desocupación del grupo migrante se duplicó en muy poco tiempo.

Todas estas heridas pandémicas durarán: según la CEPAL y la OIT, si se mantuviera una tasa de crecimiento promedio del producto interno bruto (PIB) regional de 3,0%, solo se alcanzaría en 2023 el nivel de 2019. Sin embargo, con la tasa promedio mostrada en la última década (1,8%), se alcanzaría recién en 2025 el nivel de 2019.